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11 de septiembre, 20 años
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Global Research, septiembre 13, 2021
Página 12
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Según los expertos, cuando una persona vive un hecho muy traumático o de gran trascendencia -como son los atentados, los accidentes o las muertes de personajes muy queridos- su cerebro captura ese momento y lo guarda para siempre. Dicen que podés recordar exactamente lo que hacías cuando sucedieron los hechos. Yo puedo afirmar que es cierto y seguramente ustedes también.

¿Quién no se acuerda, acaso, de lo que estaba haciendo la mañana del 11 de septiembre de 2001? En ese entonces yo era una travesti aspirante a actriz. Vivía en un dos ambientes en Azcuénaga y Viamonte y estaba sin trabajo desde hacía varios meses, premeditando qué iba hacer con mi vida. Es loco pensar ahora que en ese momento no existían los derechos para la comunidad LGBT y mucho menos para las travestis.

Fernando de la Rúa era el presidente y el país se prendía fuego. Ese día amanecí con fiaca. Tomaba un café con leche en mi cama, tenía puestos una remera básica blanca y un culotte negro, que eran mis pijamas de la época. Hacía zapping aburrida y notaba que todos los canales tenían las mismas imágenes con subtítulos que solo expresaban incertidumbre.

No puedo creer que haya pasado tanto tiempo. El tango dice “que 20 años no es nada”: quizás en este caso sí y mucho. Porque hace exactamente 20 años, el mundo cambiaba para siempre, nada volvería a ser igual. La guerra dejaba de ser algo lejano, que solo veíamos en el cine, para instalarse nuevamente, esta vez como fondo y no como fugaz noticia, en los diarios y noticieros. En esa época, los canales enviaban corresponsales que cubrían acontecimientos internacionales en países del Medio Oriente. La guerra se volvía parte de nosotrxs, entraba a nuestras vidas sin previo aviso y sin pedir permiso.

Uno de los símbolos del poder financiero más importante y emblemático del mundo caía frente a los ojos de millones de personas. Dejaron de existir como si se soplara una torre de naipes. Un puñado de suicidas había secuestrado varios aviones y había cometido el atentado más grande de la historia de EEUU. ¿Por qué? Fue parte de una lucha por la hegemonía del mundo, el petróleo, cuestiones religiosas muy sentidas para mucha gente. Probablemente nunca veremos la película completa. En cambio, sí tuvimos acceso a la escena acción: al avión que se estrellaba en una de las Torres Gemelas, al mundo todavía preguntándose si eso había sido un accidente, mientras centenares de personas en el lugar miraban para arriba en el momento en que el segundo avión golpeaba contra la otra torre. Mi sensación, como la de muchxs, fue que el mundo se había detenido.

Efectivamente la vida se interrumpió con semejante golpe, y al regresar del shock, nuestra idea de realidad cambió. Y ahora sé que no teníamos ni la menor idea de que las esquirlas de ese 11-S iban a alcanzarnos y a marcarnos tanto. No solo me refiero a cómo se modificó, por ejemplo, la forma de volar (parece ya prehistórica la época en la que la gente se subía a un avión llevando un perfume en el equipaje de mano) sino a cómo la cobertura mediática insistió en la historia del 11 de septiembre y sus secuelas sin parar y cómo los siguientes actos terroristas fueron desde ese momento tomados desde un primerísimo plano.

Esto no iba a ser gratuito: empezamos a escuchar historias de personas de la comunidad árabe que eran discriminadas por la sola portación de cara y poco a poco la paranoia se fue instalando hasta generarse un nuevo estigma social que se volcó en diversas manifestaciones de racismo, discriminación racial y formas de intolerancia. Un proceso que se fue retroalimentando con los años y que nunca parece terminarse.

“La violencia engendra violencia”, y este estallido fue un big bang. A 20 años no sé si el mundo aprendió algo, no sé si realmente estaremos encaminados hacia la paz. Leí por ahí que, curiosamente, la palabra ojalá es un arabismo que significa «si dios quiere». Yo diría: ojalá dios, pero sobretodo, nosotros, queramos algún día frenar la violencia y llegue la paz.

Flor de la V

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