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A 20 años de los atentados al World Trade Center: Ataque al corazón económico del mundo
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Global Research, septiembre 12, 2021

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Las cosas no están en lugares o puntos cualesquiera de la superficie esférica de la tierra. Por el contrario, esa localización tiene que ver con el significado y las relaciones que ese punto a construido históricamente con otras localizaciones y otros lugares.

Se trata de la construcción social del espacio. Todas las sociedades viven en coordenadas espacio temporales con significado cultural, social, económico. La dinámica civilizatoria se expresa en el sentido que los seres humanos le atribuyen al tiempo y al espacio. Esto no es indiferente a las relaciones políticas y a las relaciones de poder. Aún más allá; quien o quienes deseen hacerse con el poder deberán sopesar cuidadosamente la compatibilidad o incompatibilidad de las concepciones espacio temporales de los considerados otros. De allí, queda claramente en evidencia, que esos otros, si no están de acuerdo en el proyecto civilizatorio, resistirán encarnizadamente las nuevas concepciones espacio temporales.

También la naturaleza tiene su propio espacio temporalidad. Cada día se hace más evidente que las lógicas de dominio, racionalización y superexplotación inherentes al sistema socio económico imperante, la aceleración de la compresión espacio temporal, puesta en marcha hace cinco siglos es lo que está en conflicto con la naturaleza.

El razonamiento sobre el espacio viene de larga data; desde Platón y Aristóteles viene una discusión sobre si el espacio (y el tiempo) estaba antes de las cosas o si su aparición es simultánea a estas. El debate siguió hasta Newton, Leibniz y Einstein, quien con su teoría de la relatividad conectó el tiempo y el espacio; la percepción del tiempo depende de la posición del observador. La duración de un día puede definirse rigurosamente con los instrumentos de medición actuales, sin embargo, según sea la experiencia por la que estemos atravesando, puede que lo percibamos como un siglo o como un segundo. Si expresamos 24 grados 47 minutos de Latitud Sur y 65 grados 25 minutos de Longitud Oeste, para muchos puede no significar nada. Si agregamos que es la localización absoluta de la ciudad de Salta inmediatamente aparecen en nuestra mente aspectos relativos con otra localizaciones y efectos relacionales con nuestra experiencia del lugar. Los lugares están marcados a fuego en la memoria individual y colectiva.

Las coordenadas 40 grados 42 minutos con 42,43 segundos de Latitud Norte con 74 grados 00 minutos con 23 segundos de Longitud Oeste son la localización absoluta del Ground Zero (zona de impacto) de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

La isla de Manhattan está rodeada por los ríos Hudson y del Este. La ciudad de Nueva York es parte del Estado de Nueva York cuya capital es Albany. Fue el 11avo estado en incorporarse a la Unión en 1788. Desde entonces se consolidó como Empire State; Estado Imperial. El distrito financiero, con su célebre calle del muro Wall Street se ubica en el Bajo Manhattan, al Sur de la isla que mira hacia el Upper Bay. La idea de demostrarle al mundo que este distrito dominaba el mundo nació en 1943 y se concretó en 1973 con la construcción de un complejo de siete edificios cuyos emblemas eran las torres gemelas. Por largo tiempo, la torre Sur, con la antena de televisión se mantendría como el segundo edificio más alto del mundo. La renovación urbana acicateada por David Rockefeller para “hacer espacio” a 1.200.000 m2 de oficinas y legalizada por la Autoridad Portuaria de Nueva York fue resistida por los cientos de pequeños propietarios que fueron expulsados o reubicados (con la anuencia final de la Corte Suprema de los Estados Unidos) para luego convertirse en la supermanzana.

El historiador de la técnica Lewis Mumford dijo que las torres eran un “ejemplo del gigantismo sin propósito y el exhibicionismo tecnológico que hoy destripan el tejido vivo de cada gran ciudad”; se refería a los propósitos sociales y cívicos de las ciudades. Una vez más quedaba demostrado que entre la libertad de los individuos y la libertad de mercado, las autoridades estatales optarían por esta última. La imagen de esta zona de Nueva York, de esta fracción del espacio, se convertiría en el máximo símbolo del triunfo del mundo occidental y del capitalismo sobre el resto del mundo, en articulación con las otras dos únicas ciudades de su rango: Londres y Tokio. El concepto de Ciudad Global fue acuñado en 1991 por la socióloga nacida en Holanda y diplomada en la UBA Saskia Sassen. La vista de la línea costera desde la parte Superior de la Bahía con esos gigantescos rascacielos símbolos del poder tecnológicos llegaron a todos los rincones del mundo en miles de películas, temas musicales, remeras y posters decorativos de todas las oficinas que quisieran posicionarse en el mundo de los negocios (¡Betty La Fea tenía también que trasladarse a Nueva York!). Por eso, aquel 11 de septiembre de 2001 a las 12.45 (hora del Meridiano de Greenwich, línea imaginaria de referencia para el espacio tiempo mundial) impactó en la percepción y relación con el espacio de millones de personas de todo el mundo.

Se dice que en la sociedad hiperconectada inaugurada por la Internet, tenemos más percepción relacional con puntos del espacio absoluto a miles de kilómetros que con lo sucede en nuestro barrio, al menos algunos sectores sociales. Por un tiempo quedo cortada la circulación de la riqueza. El impacto de los dos aviones hizo paralizar todo porque el ataque estuvo dirigido al corazón económico y financiero no solo de Estados Unidos sino del mundo entero. La intención era destruir esos símbolos. Pero la eficiencia de esos símbolos requiere de objetos y personas concretas que los hace funcionar; desde la higiene de los baños hasta el mantenimiento de millones de kilómetros de cableados eléctricos e informáticos. La aceleración de los tiempos de rotación de las mercancías, la fluidez de lo virtual, el comando global de las redes de comunicación, la coordinación del transporte global y la abstracción de la riqueza tienen que anclarse a puntos en el territorio y requiere de adaptaciones del espacio específicas. “Quien pretenda destruir esto no ataca al Capitalismo, mera abstracción, sino al capitalismo cristalizado en sedes centrales, bolsas, bancos y empresas. Producir la más abstracta riqueza necesita de seres humanos que trabajen con dedicación e inteligencia y persigan la felicidad”, dice el historiador Karl Scholgel en su singular obra “En el espacio leemos en tiempo”.

La suspensión total de movimiento que se estableció no podía sostenerse por demasiado tiempo porque la esencia del sistema es la movilidad perpetua en la ciudad que nunca duerme. Toda ciudad que se precie de tal no puede descansar. La paralización llevaría el derrumbamiento de la supremacía estadounidense en el comercio, el transporte aéreo y su capacidad de articulación y control de la interconexión global. El enemigo no era territorialmente identificable a través de fronteras que hasta ese momento siempre estuvieron alejadas del “Homeland”. El enemigo hizo trabajar en su beneficio los medios del odiado sistema. Las cuevas enclavadas en los valles del Hindu Kush estaban entrelazadas con el mismo sistema de telecomunicación global atravesando suburbios de Islamabad, Kabul, Chechenia, Kandahar para conectarlos con los centros neurálgicos del capitalismo: Bonn, Londres, Nueva York. Así como la producción, el consumo, la educación y la acumulación de capital están desterritorializados y son convertidos en mercancía hasta los olores de una cultura “exótica”, el enemigo también perfora los territorios a los que antes estaba atado y llega desde allí,con sus interpretaciones extremas y contradictorias del dogma, a la médula del American Way Of Life.

En estos días se ha dicho que los veinte años de ocupación de Afganistán significaron un billón de dólares en armas, infraestructura y logística, a su vez necesarios para mantenerse a la vanguardia en la innovación tecnológica impulsada por el complejo militar industrial estadounidense. También es cierto que ese accidentado terreno de 652.000 km2 bautizado como “tumba de imperios” esconde en sus entrañas inmensos yacimientos de oro, cobalto, litio y las estratégicas tierras raras como el neodimio: las exploraciones geológicas no podían durar más de una hora por temor a los lanzacohetes talibanes y se realizaba bajo la cobertura de decenas de marines sobrevolados por gigantescos helicópteros Black Hawks. La “responsabilidad” asumida por George Bush no era solo “hacer florecer la libertad, la democracia y el progreso”. En la “zona de impacto” murieron más de 3000 personas y quedaron heridas 25.000.

La autoridad portuaria de Nueva York encargó al diseñador de la Burj Khalifa la erección de una nueva torre, en un primer momento nombrada Freedom Tower, fue iniciada el 4 de julio de 2004 e inaugurada en noviembre de 2014 y denominada oficialmente One World Trade Center. Tiene una altura de 550 metros lo que equivale a 1776 pies, el año de declaración de la independencia de los Estados Unidos; todo lo que se implanta en el espacio y en el tiempo es simbólico. Cualquier cosa que se construya tendrá que decir algo sobre la historia y la memoria. Es la reafirmación del poder que no se dará por vencido y es una forma de seguir demostrando que es el único modelo a seguir. El objetivo es enfatizar el poder y la indestructibilidad del sistema económico político que recibió un golpe tan sangriento el 11 de septiembre de 2001. Los promotores inmobiliarios son creativos al combinar sus mundanas preocupaciones con inspiradas declaraciones simbólicas al erigir esa nueva y desafiante torre. Al fin y al cabo el capitalismo es siempre destrucción creativa.

David Harvey es un geógrafo británico que lleva décadas investigando los espacios del capital. En 2004, en una serie de conferencias en la Universidad de Heildelberg, luego publicadas como Espacios del capitalismo global, se preguntaba en relación a la One Wold Trade Center: “¿se vivirá como un nuevo símbolo de la arrogancia estadounidense o como un signo de compasión y comprensión global? O solo sabremos de unos otros cobardes, extraños y malvados que odiaban a Estados Unidos y trataron de destruirlo por todo lo que representaba en cuanto al valor de la libertad”.

Todas las sociedades construyen sus coordenadas espacio temporales para expresar objetivos, anhelos, valores y conflictos, por lo tanto, siempre están en tensión en todas las escalas; local, nacional, global. Más aún cuando la tecnología las perfora y desdibuja esos anillos concéntricos. Los hechos sociales y la memoria se materializan en sitios concretos dando lugar a sentimientos y experiencias diferentes. ¿Podrán las personas de carne y hueso construir espacios y tiempos de comprensión mutua y esperanza? Ese sigue siendo el desafío de la humanidad.

Héctor E. Ramírez

Héctor E. Ramírez: Profesor de geografía, Universidad Nacional de Salta.

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