Los no tan lejanos acontecimientos del año 2002 parecieran ser una mimesis en términos económicos con lo vivenciado en este pecaminoso 2020 pero con la diferencia de una crisis mundial pandémica y económica de magnitudes casi inigualables.

Los voceros de aquellas jornadas – los mismos que ahora vociferan – decretaban casi el fin de la Argentina y sucesivas crisis inflacionarias que debían ser remediadas con la dolarización de la moneda local y porque no – de yapa – augurar el tan mentado ajuste fiscal y el despido masivo de empleados estatales.

Nada de ello ocurrió pues el interregno duhaldista y la posterior toma de poder de Néstor Kirchner abrió un escenario inédito en materia de desarrollo y crecimiento más allá de las voces peyorativas que reducían todo a los favorables precios internacionales.

El reduccionismo economicista no dejaba ver – adrede – la acción política de un líder quizás no esperado pero que supo leer la situación y se lanzó al vacío con el único paracaídas de esa gente humilde que lo quería abrazar.

Su audacia y sin dudas su cálculo político fueron los dos ases que hasta le permitieron decir No a la cabeza del Imperio Norteamericano.

Hoy nos encontramos o espectamos el fin de la pandemia para incorporar a la poderosa Región Metropolitana dentro de la geografía de la producción nacional vigente pues bien la miopía del porteñismo no deja ver que el país está en movimiento.

La nueva etapa que comenzara en breve precisaría de un fuertísimo liderazgo político por parte del presidente Alberto Fernández para asentar los instrumentos de la política económica en función de fomentar de manera profunda el desarrollo interno y la necesaria recuperación del poder adquisitivo clave para la normalización del consumo y por ende de la producción.

Salir de la Pandemia y de yapa lograr a cuenta gotas un acuerdo sobre la Deuda Externa pueden ser las mejores cartas para afrontar dicho desafío y por sobre todo ante las venideras elecciones de mediano termino.

El giro sobre la producción y no sobre el consumo – preferentemente – del modelo le permitirá la incorporación paulatina de mano de obra que podrá menguar los índices de desempleo.

Las potencialidades geoeconómicas del país continúan por ser develadas por su desenvolvimiento en un espacio semi vacío en términos poblacionales pero rico y diverso en materia de recursos naturales y humanos.

Esa combinación y la memoria histórica de los argentinos podrán dar lugar al tan afinado proceso de desarrollo de 20 años ininterrumpido que el país necesita.

Una mirada hacia atrás – no más de 4 años – de manera retrospectiva debería dar lugar a que esa funesta experiencia no debe retornar sino tratar de hacer una apuesta sobre el futuro de nuevas generaciones formadas en nuestro sistema educativo gratuito – casi único en el mundo – para allí lanzarse hacia la realización personal pero dentro de un contexto político que lo estimula.

Si las bases son asentadas llegara el momento en que no importara quien es el hacedor político, sino que las políticas establecidas puedan ser entendidas por el tan mentado concepto de políticas de estado de largo plazo.

La historia no se repite de la misma manera, pero las huellas de nuestros contornos hablan mejor que aquellos medios hegemónicos de repitencia permanente.

Solo el Pueblo puede salvar al Pueblo.

Ezequiel Beer

Ezequiel Beer: Geografo UBA y analista político.