Argentina: La pulsión de muerte desencadenada

Se puede reconocer en Freud una audacia original. Fue el primero, después de modificar radicalmente su teoría del placer, en demostrar cuidadosamente que los seres humanos buscando el placer se encuentran, en forma repetida, con el displacer.

Mientras el placer busca el equilibrio y reducir al mínimo la tensión, el displacer suele aparecer como un intento fallido y repetido en la búsqueda de placer.

A su vez, y esta es la audacia de Freud, ese «más allá del principio de placer» propicia una oscura satisfacción. Una satisfacción en el displacer, una oscura satisfacción en la que la desgracia propia o ajena se constituye como un «goce en el mal». Esta fue la conclusión de Freud en «El malestar en la cultura», la pulsión podía en su búsqueda fallida de placer transformarse en una pulsión mortífera con la suficiente potencia como para extenderse al campo social y colectivo. Por está razón este no es un asunto psicoanalítico, sino un problema político de primer orden. Es lo que se conoce clásicamente con el término «pulsión de muerte».

A partir de aquí, Freud inaugura una nueva pregunta que será crucial para el mundo contemporáneo: ¿de qué tipo de recursos simbólicos debe disponer una Cultura para poder encontrar las vías pertinentes para que esa pulsión de muerte, cuya voluntad fundamental es repetirse y buscar los huecos en lo social para introducir su carácter mortífero, pueda ser encauzada del modo menos destructivo posible?

No es necesario recordar aquí los diferentes modos en que el neoliberalismo ha destruido minuciosamente en la Argentina y en otros lugares del mundo las vías de contención de la pulsión de muerte.

Basta escuchar el discursos de los dos líderes ultraderechistas para entender que el orden simbólico de la nación, sus grandes narrativas histórico-políticas, sus construcciones culturales más vertebradoras tienen que haberse erosionado en una dimensión importante, para que las irrisorias promesas de felicidad que encubren una constante invitación a un festival de destrucción, puedan tener lugar y ser celebradas por una parte importante de la sociedad.

No hay que ser un adivino, para concluir que estos personajes están invocando a celebrar una orgía de goce de la pulsión de muerte cuyo precio lo pagarán los de siempre, incluso los que los votaron.

Todo puede cambiar en los próximos días, pero hasta hace tan solo un momento, cualquier observador distanciado, incluso de derechas, incluso liberal, por poco que conozca la historia, sabe muy bien que la «gran solución» que pregonan implica la destrucción, o su intento enloquecido, de las resistencias que el mundo simbólico argentino ha propuesto cada vez que se quiso destruir la nación.

Lo que en el mundo actual ya se sabe y aún no tiene una clara resolución política es que actualmente existe en distintas partes del mundo un virus neoliberal, un nihilismo zombie, que garantiza en muy poco tiempo, con una aceleración extrema, abrir las compuertas para que la pulsión de muerte, a través de sus marionetas, lleve al cenit de lo social a un hombre blanco y senil (por sus ideas no por su edad) con una motosierra en la mano.

Jorge Alemán

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