El dueto Macri-Milei – el orden de los factores no altera el producto – cranea una respuesta al pueblo si se moviliza contra sus medidas. Una parte del pueblo al que el primero llamó: “Orcos”.
Los monstruos de la saga de El señor de los anillos, de Tolkien. Los dos aliados políticos coinciden en el antídoto para combatirlos. Si la gente sale a la calle para resistir, habrá represión. Por ahora se trata de una amenaza. Ése es el contexto que se viene. Pero pasemos al texto.
El expresidente ganó su primera batalla electoral del año modelando una sociedad con el exarquero de Chacarita y jefe de Estado electo. Quedó a la expectativa de lo que pueda cosechar con su movida tan audaz. Aunque para él hay algo más seductor donde combinaría la pasión y sus intereses: un libro muy interesante del economista alemán Albert Hirschman habla de esos términos en tensión perpetua. Héctor Palomino, respetado sociólogo argentino fallecido en septiembre pasado, explicó su contenido hace poco más de veinte años: “La pasión por ganar dinero se ha legitimado culturalmente: estamos ya en pleno capitalismo, lo que equivale a decir que las pasiones han dejado de estar divorciadas de los intereses”.
Macri aspira volver al club donde modeló su trayectoria política, como jefe de Gobierno porteño primero y presidente después. En su ideario solo incluía a los de su misma condición o casta: “Si tenés problemas para llegar a fin de mes, no podés ser dirigente de fútbol”, declaró una vez. Un concepto 100 por ciento elitista, que podría ser lógico si se refiriera al Jockey Club.
Pero Boca es mucho más que un interés mezquino y subalterno. Es una pasión como quedó demostrado en Río de Janeiro antes, durante y después de la última final por la Copa Libertadores. Macri lo sabe y otra vez quiere apropiarse de ella. No para administrar los recursos de una sociedad civil sin fines de lucro y capitalizarlos si hay excedentes. Y sí para valerse de ella como plataforma para impulsar las sociedades anónimas deportivas (SAD) como se hizo en Europa y entregarlas al mercado.
Un significante que en la doctrina del ex presidente y Milei – un hincha boquense arrepentido – podría ambientarse en la célebre obra de Shakespeare del siglo XVI: El Mercader de Venecia.
Macri, Mauricio, llegó a la presidencia de Boca en 1995 con el inapreciable respaldo de un radical muy influyente de la época: Enrique Coti Nosiglia. Veinte años después repitió la fórmula para instalarse en la Casa Rosada pero ya con casi toda la UCR acompañándolo. El club fue su laboratorio para experimentar primero en la ciudad de Buenos Aires y más tarde en la Nación. Una historia que parece antigua, pero que debería enmarcarse en lo que Dante Panzeri llamó en su libro Burguesía y Gangsterismo en el Deporte: “Cómo se roba legalmente un club a sus propietarios”.
En Boca combinó cantidades parecidas de éxitos deportivos con denuncias de corrupción y algunos hechos que la prensa deportiva complaciente edulcoró durante sus tres mandatos. El primer balance rechazado a un presidente en 40 años. Un Fondo Común de Inversión flojo de papeles y para hacer negocios con los amigos. El vaciamiento de las divisiones inferiores por medio de ACE SA. La comisión investigadora que se formó por primera vez en la historia boquense para estudiar su gestión. El propósito que quedó trunco de crear Boca Sociedad Anónima. Su intento de cederle el merchandising a la quebrada ISL Worldwide, socia de la FIFA corrupta de Joseph Blatter. Su idilio con las sociedades anónimas materializado nuevamente en Boca Crece SA. El universo de intermediarios y testaferros que inauguró en el club y proyectó a la presidencia de la Nación con Gustavo Arribas como jefe de la AFI. Un rosario de perlas que el socio informado evaluará el próximo 2 de diciembre cuando se realicen las elecciones en Boca.
Gustavo Veiga
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