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Argentina – Sobre presente y futuro
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Global Research, julio 13, 2018
Página 12 12 July, 2018
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Aumentan los precios, también la inseguridad, los salarios no alcanzan. Son algunos síntomas de una situación que se hace habitual y que comienza a naturalizarse en la vida cotidiana de los argentinos. ¿Las alternativas? Se compra menos o se reduce la calidad de lo que se adquiere; frente a la inseguridad el temor se instala de diferentes formas de acuerdo a las personas y los barrios.

Ante la caída del poder adquisitivo de los salarios las actitudes van desde la resignación, hasta la rebeldía individual y la protesta colectiva, pasando por cada uno de esos estadios y por varios intermedios. Hay quienes le ponen nombre: “crisis”, “problemas”, “dificultades”. Otros y otras prefieren no bautizar la situación pero igualmente viven el deterioro con angustia creciente. Los organismos internacionales tienen perfectamente tipificado el fenómeno: pérdida de la calidad de vida. Pero también surgen las preguntas sobre el futuro, los actores, los métodos, los protagonistas.

Aunque no haya ni un peso extra para adquirir un billete verde muchos miran de reojo la cotización de dólar porque tienen la certeza de que sus bolsillos serán golpeados por esa vía, mientras los economistas oficiales sostienen contra toda evidencia que la suba de la moneda norteamericana no impactará en los precios. Poco importa que desde el gobierno se siga argumentado que “es el único camino”, que todo es el resultado de “lo hecho por gobiernos anteriores” o simplemente que “pasan cosas”. El trabajador mide su propia inflación por el alcance que le brinda su billetera escuálida y sabiendo que sus ingresos no le permiten llegar a fin de mes salvo que comprometa cada vez más los salarios venideros o reduciendo sensiblemente el nivel de gastos, es decir, perdiendo calidad de vida.

Esto es lo que le está ocurriendo a buena parte de la población argentina en estos momentos.

Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), la calidad de vida es “la percepción que un individuo tiene de su lugar en la existencia, en el contexto de la cultura y del sistema de valores en los que vive y en relación con sus objetivos, sus expectativas, sus normas, sus inquietudes”.

Y añade que “se trata de un concepto muy amplio que está influido de modo complejo por la salud física del sujeto, su estado psicológico, su nivel de independencia, sus relaciones sociales, así como su relación con los elementos esenciales de su entorno”.

Está claro que los factores emergentes tienen que ver primariamente con lo económico pero hay una serie de cuestiones de orden psico social y cultural que terminan afectando toda la vida en comunidad. Desde las usinas de propaganda de Cambiemos se generan campañas contra el narcotráfico y alistamientos para combatir el “terrorismo”. Con ello también se pretende involucrar a las Fuerzas Armadas en la seguridad interna asumiendo tácitamente que el ajuste exigirá más represión. Simultáneamente para mantener a raya a la dirigencia política opositora subsiste –por ahora– la “mano amiga” del Poder Judicial.  Todo está firmemente asentado en una alianza con los grupos concentrados del poder mediático que aún le rinde frutos a la Alianza Cambiemos pero que también comienza a resquebrajarse. Es poco probable que los dueños del poder mediático decidan hundirse con el barco del oficialismo gobernante si este sigue mostrando averías en el casco.

La mayor preocupación del gobierno no parece aún centrada en la oposición política en términos institucionales. Presuntamente porque en ese espacio todavía no aparecen con claridad signos de una reagrupamiento que pueda disputarle con fuerza a la alianza gobernante, aún reconociendo que el oficialismo pierde credibilidad y que el relato macrista se derrite como hielo entre los dedos. La mayor preocupación del gobierno está fijada en un hecho peligrosamente progresivo para sus intereses: el malestar derivado de la desigualdad social. Y allí radica también una de las disputas internas más importantes de la alianza gobernante. Mientras los PRO tienden a minimizar esta realidad, una parte importante de los radicales con asiento territorial advierten que el escenario cambia rápidamente y que el impacto se percibe en la vida cotidiana de los ciudadanos. Ya no sirven los timbreos. Las promesas de futuro que antes se traducían en el relato de “los brotes verdes” y “el segundo semestre”, entre otros, ahora chocan con los datos incontrastables de tarifas impagables y de precios que van en ascensor y salarios por la escalera. Más datos que hablan de pérdida de calidad de vida desde su perspectiva compleja.

La calidad de vida no puede estar solamente asociada a la subsistencia. Las personas tienen también derecho a acceder de manera igualitaria a la cultura, a gozar del ocio y el esparcimiento. Sobre todo cuando ya experimentaron mejores condiciones que ahora deben resignar. Pero también quieren imaginar un futuro mejor, más próspero y con mayor dignidad. Es parte de los derechos que les asisten por pertenecer a la sociedad. Son derechos ciudadanos.

Y, como se señalaba antes, no basta considerar los factores económicos o aquellos sobre los que la economía influye directamente. Porque si como ciudadanos estamos temerosos y reticentes en salir a la calle para defender nuestros derechos y reclamar justicia, esto significa un retroceso en nuestra calidad de vida. Igualmente si no se confía en los jueces, en la administración de justicia o en lo que, en general, se denomina el funcionamiento de las instituciones. Si se libera sin argumentos a quieren fueron legítimamente condenados por sus crímenes y se encarcela sin motivos a otros sobre los que no pesa condena alguna. Lo mismo se puede decir si, por la concentración mediática de la propiedad o como resultado del manejo oficial de la comunicación pública la ciudadanía no accede a información que le permita discernir por sí misma y adoptar sus propias decisiones.

Y, fundamentalmente, la calidad de vida tiene que ver con la vigencia efectiva de los derechos humanos. No como una declaración abstracta sino como un hecho tangible y manifiesto. Porque la calidad de la democracia depende del ejercicio cotidiano de los derechos humanos.

Cada uno, cada una, podrá revisar sin mayor esfuerzo el escenario en que le toca vivir y evaluar si los argentinos estamos o no perdiendo calidad de vida. Eludir ese examen tiene un riesgo: adiestrarnos a vivir peor con el peligro cierto de terminar acostumbrándonos. En ese caso, el futuro nunca será mejor.

Pero desde la acera opuesta emerge el conflicto, no como una realidad construida por unos pocos –como pretende argumentar el gobierno– sino como resultado de la comprensión que los actores sociales tienen de su propia situación en el escenario. “El concepto mismo de conflicto obliga a entender la realidad desde diversos puntos de vista. El entendimiento es algo que nos afecta, no es una suma de datos, sino el modo como ellos cobran significado según mi visión y preconceptos. Para ello, para cada actor social, la realidad en que habita es una situación diferente” (Matus C., Adiós señor presidente, 2007, UNLa, p. 147), sostenía ya en 1987 Carlos Matus (1931-1998), economista chileno que ha sido el teórico de la planificación de gobierno en esta parte del mundo.

La pregunta, en consecuencia, no pasa exclusivamente por “lo que sucede”, sino acerca de la manera en que esa realidad habita en los actores y, en particular, el en sujeto popular protagonista central para modificar la situación actual. En la respuesta a esa pregunta radican también las alternativas políticas para construir el futuro.

Washington Uranga

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