Resulta ineludible -o uno no quiere eludir- el intento de cierto balance que para esta altura del año es un convencionalismo que no está mal.
El 2021 retomó la vertiginosidad que en 2020 había quedado algo así como en letargo, porque lo inédito de la pandemia, el encierro, los cuidados, las incertidumbres generalizadas, el desplome de la economía, los chicos en casa acomodándose a clases enteramente a distancia (en la mejor de las posibilidades), los problemas de conexión, las reorganizaciones familiares de la noche a la mañana, vivir por zoom o meet, y cuanto etcétera se quiera, establecieron una suerte de parate en la velocidad política.
Mientras necesitamos retomar las prevenciones y la vacunación para que la Ómicron no nos devuelva a una escena muy fea, 2021 se va habiendo “reinstalado” las grandes tensiones argentinas.
La temporada arrancó con segunda ola y una remarcada ofensiva de los cambiemitas, que hoy parece allá lejos y hace tiempo, acerca de presuntas y gravísimas deficiencias en la llegada y tipo de vacunas.
Todas esas falsas alarmas terminaron revelándose como tales.
Y alrededor de mediados de año o poco más adelante, con fecunda provisión de dosis y un panorama alentador respecto de Covid, calzó el comienzo formal de la campaña electiva.
Con el diario del lunes (esa imagen que sigue siendo muy efectiva para que, producidos los hechos, tanta gente se atribuya haberlos anticipado), sucedieron, entre otras, tres cosas.
A) La vacunación extendida no fue valorada masivamente como un logro sustancial y, en relación inversa, se habría demostrado que el reducido “vacunatorio vip” y la foto del festejo en Olivos sí fueron determinantes o de gran influencia para la derrota oficialista.
B) Descansado en que A) no sucedería, el Gobierno perdió de vista las consecuencias voraces de la inflación; la pérdida de poder adquisitivo; el tendal dejado por la pandemia en sectores bajos, medios y medio-bajos, y el golpe de las herramientas canceladas o diluidas (IFE, ATP).
C) Al revés de la oposición, que mostró sus internas de matices y estimuló competencia en las urnas, el oficialismo bajó línea y lapicera de unidad por arriba (en rigor, mucho más unión que unidad). De vuelta en potencial: esa táctica habría sido clave para no entusiasmar a nadie.
Como fuere, el mazazo de las primarias -análogo al sufrido por los cambiemitas en las de 2019- sólo se “revirtió” por la impresión de que en las legislativas hubo recupero peronista en el conurbano bonaerense.
Entre un acto y otro, llegaron el tembladeral de la carta de Cristina, los cambios de gabinete y la clara sensación de que el éxito electoral de haber presidencializado a Alberto Fernández, para sacarse de encima a Macri, no tenía correlato de saber gobernar en forma monolítica y eficiente.
Para peor, arribó lo que está. Lo que asimismo fue barrido debajo de la alfombra durante la pausa pandémica: qué hacer con el FMI y la deuda siniestra que el macrismo le dejó a los argentinos por varias generaciones, sumada al arreglo con los bonistas privados que empezará a caer dentro más temprano que tarde.
Como confesión personal, se tienen dificultades para “balancear” un juicio sobre el Gobierno sin que lo sobrevuele, permanentemente, la realidad de que apenas asumido le tocó una circunstancia imprevisible, devastadora, ecuménica, que encima parece no acabar nunca. Que se empecina en nuevas acechanzas. Que debería obligar a que, de manera constante, se tenga en cuenta qué habría pasado si esta tragedia universal hubiese ocurrido durante una administración como la macrista. La de que debían morirse todos los que hicieran falta.
Uno tiene también bajones, decepciones y recelos ante lo que -en tono alto creciente, entre muchos miembros y “expectantes” del Frente de Todos, arriba y abajo- es calificado como un gobierno tibio, irresoluto, contradictorio, que no terminaría de ir para acá ni para allá.
Esas alertas están muy bien, porque lo único que falta es dejar de señalarlas bajo la extorsión de que cualquier crítica negativa le hace el juego al enemigo.
Pero más inútil y perjudicial todavía es incurrir en arrebatos destemplados, que se adecuan al ideologismo y no a la ideología.
Además, no es justo que los arqueos políticos recaigan, solamente, en quienes ejercen el poder, que no el Poder. Precisamente por esto último, ¿cómo no reparar en el espectáculo de una oposición que se pretende caída del cielo tras dejar un país arrasado? ¿Y cómo no involucrar también a amplias franjas sociales de, parecería, memoria cada vez más corta?
Dicho eso y en el mundo de la imaginación facilista, el Presidente es un inútil o derecho viejo un cómplice neoliberal; sólo Cristina puede salvarnos; sólo en ella puede confiarse; sólo se trata de romper con el Fondo; no hay más que declararle la guerra al gorilaje que ganó las elecciones; la culpa central es de la comunicación hegemónica que llena de mierda la cabeza de los no esclarecidos; bastaría con restituir la ley de medios; y bastaría con un plumazo que nacionalizara el comercio exterior y toda herramienta estratégica; y bastaría con decretar cárcel para los endeudadores; y bastaría con otro santiamén que liquidara a la Corte Suprema y a Comodoro Py; y con las provincias cuyos diputados dejaron al país sin Presupuesto hay que proceder como para que se jodan bien jodidas, y así sucesivamente.
En otro mundo, que debe seguir siendo de sueños integradores y acciones que reentusiasmen en forma masiva, pero no con fantasías fraseológicas, Alberto y Cristina siguen necesitándose al igual que lo(s) que representan uno y otra simbólica y efectivamente; las consecuencias de romper con el Fondo a como venga, en vez de (intentar) llegar al arreglo menor peor, suponen ser conscientes de, pongamos, a dónde se iría el dólar, y con ello los precios más que lo que ya se van, y con los precios, los salarios e ingresos populares; y la comunicación es un entramado infinitamente más complejo que seguir pensando en el influjo de los medios tradicionales; y esto, aunque sea en sus términos formales, es una democracia y no una conquista revolucionaria de las masas que pudiera avasallar los privilegios de castas judiciales en procesos instantáneos, y así sucesivamente.
Por si fuera poco, ahora que la economía da signos de recuperación evidentes pese a que continúa sin avizorarse a cuál modelo productivo vamos, afectando cuáles intereses, vuelve la amenaza de un bicho que nunca se fue pero parecía que sí.
¿Qué balance podríamos hacer que no sea, o que no abarque prioritariamente, la pregunta de dónde estaríamos si estuviera lo que gobernó hasta hace apenas dos años?
¿Ese consuelo y nada más?
No, nada más no.
Sólo se invita a tomar nota de que hay el piso para disputar (muchas) menos cosas que las deseadas.
Pero más que las que confunden los deseos con la realidad.
Argentina está empobrecida, con cifras espantosas, pero le queda una parte muy significativa de gente que reacciona para bien.
Eduardo Aliverti
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