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Más que un triunfo, una derrota
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Global Research, diciembre 21, 2017
alainet.org 19 December, 2017
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Hoy por la mañana, la Presidenta todavía en ejercicio desayuna con el Presidente Electo. Cumple así con una tradición republicana, pero sin poder disimular lo contrariada que estaba desde anoche por obligarse a cumplir con esta verdadera liturgia republicana. Michelle Bachelet, por segunda vez, tendrá que cruzarle la Banda Presidencial a Sebastián Piñera, lo que la señala como la primera o una de las grandes derrotadas de esta elección presidencial y, con ella, todo lo que representó su lánguido gobierno.

Una administración marcada, como sabemos, por las múltiples promesas incumplidas; por el escándalo familiar de Caval; por los niños asesinados por el Servicio Nacional de Menores; por la mantención del penal de Punta Peuco; por la corrupción en sus más distintas aristas; por aislar a Chile del concierto latinoamericano, por los magros resultados del crecimiento económico; por haber carbonizado nuestras fuentes energéticas; por haberse burlado de las demandas de NO+AF, como por otra serie interminable de despropósitos. Los que incluyen, además, las interminables listas de pacientes de los hospitales públicos que mueren a causa de sus largas esperas, las contradicciones permanentes de su equipo respecto de las reformas educacionales, cuanto la represión inclemente de nuestra etnia o mapuche en La Araucanía. Así como por haber mantenido los irritantes privilegios del mundo castrense y haberle negado reajustes salariales dignos a los trabajadores del país.

A su derrota, debemos sumar también la del conglomerado oficialista. Por la falta de liderazgo de la Jefa de Estado para mantener disciplinados a socialistas, pepedés, demócrata cristianos, comunistas y radicales. Después de contar con una mayoría parlamentaria que, de no haberse hecho añicos, habría podido consolidar muchas reformas. Incluso la posibilidad de convocar a una Asamblea Constituyente y habernos legado una nueva Constitución. Por darle guarida en La Moneda, además, a una montonera de expresiones políticas mucho más dispuestas a medrar del poder que servir a Chile. Por lo mismo es que la derrota de Michelle Bachelet y del oficialismo es la derrota, también, de los operadores políticos que han infectado toda la administración pública y dilapidado los recursos del Estado.

Alejandro Guillier no podía hacer milagros ni convocar al pueblo a votar por él, cruzado como estuvo constantemente por las zancadillas de su entorno político. Cuando en cada iniciativa era contradicho por sus asesores, más que fustigado por sus adversarios. Lo que explica, ciertamente, que al final la gran proclama electoral de su Comando haya sido la convocatoria a votar contra Piñera, más que apoyarlo a él…  Lo que –ni así- le permitió recaudar más votos para vencer a un candidato de la derecha tan poco empático.  El candidato “de la gente” como se hizo llamar, perdió, entre otras cosas, por su renuencia a representar al “pueblo” y a sus organizaciones sociales. Por la despectiva forma en que su comando (varios de los cuales le remaron en contra) despreció a aquellos otros candidatos de la Primera Vuelta que sorprendieron con su resultados parlamentarios, lo que les permitirá afianzar una sólida bancada legislativa, si es que no termina imponiéndose la indisciplina entre ellos y una vanidad y arrogancia que superó todos los estándares conocidos en un mundo, de por sí, jactancioso.

Podríamos decir que la derrota de Alejandro Guillier es el único triunfo del cual podrán ufanarse un Ricardo Lagos, una Mariana Aylwin y otros personajes de la política chilena que no se han resignado a aceptar su fracaso. Pero lo de ayer es también el triunfo póstumo de la Concertación, conglomerado  que terminara  seducido y encantado con la ideología neoliberal, con el sistema institucional heredado de la Dictadura de Pinochet, por la impunidad y, desde luego, por su creciente falta de probidad.

Sebastián Piñera tuvo un triunfo macizo, como se lo reconociera con hidalguía Alejandro Guillier. Sin embargo, es una victoria marcada, de nuevo, por más de un 50 por ciento de abstención, por lo que los porcentajes obtenidos por su votación hay que rebajarlos al menos un 50 por ciento. Se impuso, ciertamente, a causa del sistema electoral que nos rige y en que ejercer la ciudadanía es un derecho y no una obligación. Con lo que se explica la existencia de una clase política que ya lleva gobernando y cogobernando por casi tres décadas de postdictadura. Porque, en efecto, es difícil darle credibilidad democrática a un país con tan altos niveles de desafección electoral y donde el poder superior está radicado en el Tribunal Constitucional, ni siquiera en los poderes clásicos del Estado. Con tantas inequidades sociales, rezagos educacionales y con una pavorosa concentración de la riqueza.

Hay ya expresiones políticas que se preparan para asumir la oposición parlamentaria al gobierno de Sebastián Piñera. Sin embargo, lo que sería mucho mejor es que ésta disidencia se traslade a las calles y sea ejercida por las organizaciones genuinas del pueblo. Que convoquen a quienes resultaron derrotados en estos comicios, pero no a sus revenidas organizaciones políticas. Que más bien se propongan conquistar la voluntad y la movilización de esa mitad de ciudadanos desencantados. De quienes no se dejaron amedrentar por las campañas del terror y por la necesidad de votar “en contra”, y no en favor de una opción política que signifique una verdadera solución para los problemas que aquejan a la inmensa mayoría de los chilenos acosados por la injusticia salarial, el crimen organizado y hasta por el narcotráfico instalado en la política y los altos negocios del país.

No hay quien no haya asumido, hasta aquí, que a la ideología hegemónica se le hará todavía más difícil gobernar y seguir imponiéndose con el Gobierno electo. Cuando lo más probable sea que los resultados de anoche enciendan la protesta social y colabore a sepultar a los añosos y corruptos referentes de la izquierda y de aquel progresismo “sin progreso”, realmente.

Más que un triunfo, lo que observamos el domingo fue una enorme derrota.

Juan Pablo Cárdenas

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