Las jerarquías de género como sistema de opresión, eso que fue invisible, eso que fue marginal, un tema que tendría que esperar a que existan otras transformaciones, uno de los últimos, desde esa misma posición iluminó una manera de caminar en la que ya no se puede avanzar sin nosotras, sin nosotres. Impuso desde los márgenes un modo de plantear urgencias, de analizar la economía, el amor, la política, el trabajo, el cuidado, los cuerpos; el deseo como desobediencia y motor de transformaciones radicales. Y a ese ritmo habrá que marchar para darle un borde concreto a la promesa de que Ni Una Menos sea una bandera común.

De todas las postales de esta semana que empezó el viernes cuando ya el cuerpo sabía que era el último viernes del macrismo, y que el sábado sería el último de la doctrina Chocobar, y el domingo se descontaba como el último de una era en la que había que arrepentirse por desear la fiesta porque se iba a pagar con hambre, y el lunes el último día hábil de les trabajadores del Estado que habían resistido dentro; de esta semana que hoy sigue en la calle, sudando, cantando, mojándose, yo me quedo con esa línea de un discurso al que le faltó decir aborto -aunque decir Ni Una Menos es decir también aborto legal- pero empezó proponiendo poner en el centro a quienes se empujó hasta los márgenes de la indignidad. Ese es un cambio de paradigma. Ese es el tiempo que queremos que de verdad comience. Porque no hay donde ir si en el camino no marchamos todes.

Marta Dillon