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Bolsonaro nunca estuvo con el pueblo
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Global Research, septiembre 14, 2021
Brasil de Fato 10 September, 2021
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Cualquier persona que prefiera un fusil a unas habas es posible que nunca haya visto el hambre de cerca. Quién hace discursos machistas, obviamente, nunca estuvo entre la vida y la muerte después de recibir violentos golpes provocados exclusivamente por su condición de género. Quién defiende la reducción del mercado de trabajo, ciertamente no sufrió la angustia del desempleo.

Quién se corrompe con la vacuna contra la covid-19, muy posiblemente no sufrió la pena de ver a un hijo morir por una enfermedad que podría ser evitada. Quién especula con la educación pública, seguramente no vivió el reto de aprender a escribir su propio nombre después de haber cumplido los 50 años o de encontrar en la escuela la esperanza de días mejores.

Para nuestra indignación, hoy, en Brasil hay 20 millones de personas que pasan hambre; aumentan los casos de violencia contra las mujeres; hay cerca de 15 millones de desempleados y aproximadamente 6 millones de desalentados (quienes perdieron la esperanza de encontrar empleo); hay casi 600 mil muertes por la covid-19 y tantas otras miles de vidas marcadas por el dolor de la pérdida irreparable de un ser querido; aumenta el analfabetismo funcional y el desinterés ante el analfabetismo absoluto.

Y en todos esos casos, los más afectados son negros y negras. Una combinación que da miedo y que no es resultado de la casualidad, sino que es fruto de una política cutre que busca el enriquecimiento de unos pocos a cualquier precio, sea éste la opresión realizada con violencia o el total desprecio por los derechos humanos.

En sus discursos en los actos antidemocráticos realizados en Brasilia y en São Paulo en este 7 de Septiembre, Jair Bolsonaro dijo: “siempre estaré donde el pueblo esté”. Enfrente tenía a un grupo de arrebatados y rabiosos que no representa al pueblo que realmente existe en Brasil.

Según el análisis realizado por el Monitor do Debate Político en Medio Digital de la Universidad de São Paulo, el retrato de los apoyadores de Bolsonaro queda definido con los siguientes datos: el 61% son hombres, el 60% son blancos, el 53% son contrarios al uso obligatorio de la mascarilla, el 43% tienen una renta familiar superior a la suma de cinco salarios mínimos, el 60% realizaron estudios superiores, completo o incompleto. Ese es el retrato robot de los participantes en la avenida Paulista de São Paulo, y no sería arriesgado decir que es el prototipo de quien salió a las calles para pedir una intervención militar el día en que se celebra la independencia de Brasil.

Bolsonaro no está con el pueblo. Si lo estuviera, substituiría las amenazas golpistas y de violencia por la presentación de un programa de recuperación del empleo y renta, de superación del hambre, de revalorización de los servicios públicos, de consolidación de la democracia. No hace nada de eso. Ni siquiera para aliviar el desgaste que viene sufriendo, demostrado por las investigaciones de aprobación de su gobierno. De hecho, esa no era una preocupación ni aún de quien estaba en las calles. Quienes salieron a la calle en apoyo de Bolsonaro, según la investigación de la USP, estaban más preocupados con el impeachment de los magistrados del Supremo Tribunal Federal.

En fin, ¿cuál es ese pueblo al que Bolsonaro dice estar siempre unido? Un pueblo sin hambre, reacio a la diversidad y a la pluralidad, con renta garantizada –muchas veces hasta sin la necesidad de tener que esforzarse en el trabajo– y que nunca necesitó de ningún programa asistencial para garantizar el mínimo de dignidad. Ese, definitivamente, no es el pueblo brasileño, tan solo una pequeña, vergonzosa, perezosa y cobarde proporción de los 211 millones de habitantes de este país.

Mientras los apoyadores de Bolsonaro ondean banderas de Brasil, visten de verde y amarillo y tiene un gusto paleto, el pueblo brasileño actúa, de hecho, por la supervivencia del país al exigir vacuna en el brazo y comida en el plato; al combatir la privatización y exigir servicios públicos de calidad; al luchar por los derechos de los trabajadores; al posicionarse en defensa de las mujeres, de negras y negros, de indígenas, de LGBTQIA+; al reivindicar salario digno, empleo y vivienda.

Y es ese pueblo el que cree que Brasil tiene remedio y que va a continuar firme, a pesar de que las circunstancias sociopolíticas y económicas, estratégicamente, ataquen la esperanza y motiven el desánimo desmovilizador.

Lo que se espera de un presidente de la República es, como mínimo, el respeto y el cuidado del pueblo de una nación que quiere volver a sonreír. Esa es la razón por la que Jair Bolsonaro no posee la fuerza moral para situar al pueblo brasileño en el centro de sus discursos. Aparte de lo que el pueblo necesita no es otra cosa que: ‘Fuera Bolsonaro’.

Rosilene Corrêa 

Rosilene Corrêa: Profesora jubilada de la red pública de enseñanza en el Distrito Federal, dirigente del Sindicato de los Profesores y de la Confederación Nacional de los Trabajadores en Educación.

Traducido del portugués para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez.
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