China ha venido promoviendo activamente un orden económico internacional cónsono a sus intereses. Como punto de partida se encuentra el Banco de Desarrollo Chino, el cual por si sólo se ha transformado en una poderosa herramienta financiera alternativa a las multilaterales financieras controladas por Occidente. Únicamente en América Latina dicha institución ha prestado más que el Banco Mundial, el FMI y el BID juntos.
En 2014 se creó, por su parte, el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS con sede en Shanghái. El mismo cuenta con un capital inicial de 50 millardos de dólares llamado a duplicarse en los próximos años. De manera paralela los países integrantes de ese grupo crearon el Acuerdo de Reserva de Contingencia con un capital inicial de 100 millardos de dólares, para el cual China comprometió casi la mitad. En ambos casos la preeminencia de Pekín es clara.
En este mismo sentido, pero dentro de su ámbito continental, China ha venido adelantando la creación de un Banco de Inversiones de Infraestructuras Asiático para el cual ha comprometido 100 millardos de dólares y un Fondo de Infraestructuras de la Ruta de la Seda para el cual ha ofrecido 40 millardos de dólares. Ambos se inscriben dentro de su iniciativa de un “Cinturón y un Camino” cuyo objetivo es promover la interconectividad y los lazos económicos de Asia con Europa y África.
China también ha proyectado su influencia económica hacia las distintas regiones de la cual es parte por vía de instituciones y mecanismos como la Organización de Cooperación de Shanghái, el área de Libre Comercio del Este de Asia y la Asociación Económica Regional Integral. En el marco de la última Cumbre de APEC, China empujó con buen éxito la iniciativa de un Área de Libre Comercio del Asia Pacífico.
De igual manera, pero ya dentro de un ámbito financiero global, China se mueve en dos direcciones. De un lado hacia la internacionalización de su moneda, el yuan, y del otro hacia el posicionamiento de Shanghái como principal centro financiero de Asia. En relación a lo primero está buscando atar, en la medida de lo posible, el uso de su signo monetario a su extensa red de comercio internacional, la cual constituye la mayor del mundo. En función de lo segundo creó la Zona de Libre Comercio de Shanghái en 2013 a los efectos de experimentar con la liberación de tasas de interés, eliminación de controles de capital y acceso extranjero a los mercados de capitales chinos.
Paso a paso, pero con impresionante consistencia de propósito, China está dando forma a una globalización paralela susceptible de debilitar fuertemente al orden económico dominado por Occidente. La razón fundamental de este proceso es la necesidad de obtener un posicionamiento internacional que le permita superar el rechazo occidental a ocupar un espacio cónsono a su fortaleza económica.
En 2014, y tal como lo confirmó oficialmente el FMI, el PIB de China medido en poder de paridad de compra sobrepasó al de Estados Unidos, haciendo de ese país la primera economía del mundo. En efecto, frente a los 17,4 billones de dólares que constituyen el PIB estadounidense, China se presenta con 17,6 billones. Sin embargo el poder de voto de este último en el FMI es de apenas 3,8%, frente a un 17,9% para Estados Unidos. Atrincherándose en viejos privilegios Estados Unidos y sus socios europeos se han negado a reconocer la nueva correlación de fuerzas económicas en el mundo.
Y de pronto, como mana caído del cielo, Estados Unidos el principal articulador y beneficiario del orden al cual se opone China, decide mirar fronteras adentro y desentenderse de la globalización. Ni corto ni perezoso el Presidente Xi se apresuró a transformarse en el nuevo paladín de la globalización y del libre mercado. En el Foro Económico Mundial de Davos, celebrado en enero pasado, éste dejo claro la plena disposición de su país en tal sentido. Más aún, en la medida en que Washington abandona también su liderazgo y su participación en la lucha contra el Calentamiento Global, China pasa a asumir la conducción de este proceso. Contra todo pronóstico Pekín pasa a transformarse en el principal candidato a liderar el llamado “orden liberal” en el mundo.
A Europa no le quedará más opción que la de ceder los espacios que China venía reclamando y subsumirse a su papel rector. Nada más natural, a la vez, que China busque articular su “globalización paralela” con el orden liberal. No es coser y cantar, desde luego, pero en esa dirección parecieran moverse las tendencias.
China confronta, sin embargo, dos fuertes obstáculos: las trabas a la participación foránea en su economía y su geopolítica expansiva. La noción de hegemonía, y de eso precisamente se trataría, requiere de la aceptación de los otros al propio liderazgo. Y mientras Pekín no suavice su posición en ambos campos, difícilmente podrá obtener ese reconocimiento. Para China ha llegado el momento de decidir si quiere ser el primero en las ligas mayores o en las ligas regionales.
Alfredo Toro Hardy
Alfredo Toro Hardy: Diplomático y académico venezolano.
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