En julio de 1979 triunfó una auténtica revolución, que reunía un levantamiento popular, la autoorganización de las ciudades y de los barrios insurgentes, así como la acción del FSLN, una organización política cívico-militar de inspiración marxista-guevarista.
Durante los dos primeros años, después del triunfo de la revolución, tuvieron lugar importantes cambios radicales, diferentes de otras experiencias en que la izquierda había llegado al poder mediante elecciones —como en Chile en 1970, en Venezuela en 1998-1999, en Brasil en 2002-2003, en Bolivia en 2005-2006, en Ecuador en 2006-2007. Efectivamente, dada la destrucción del ejército somocista y la fuga del dictador, el FSLN no solo accedió al gobierno (lo que los otros lo hicieron mediante las urnas), también pudo reemplazar al ejército somocista por un nuevo ejército que puso al servicio del pueblo, tomar el control completo de los bancos y decretar el monopolio público sobre el comercio exterior. Se distribuyeron armas entre la población con el objetivo de la autodefensa, frente a las amenazas de agresión exterior y de una tentativa de golpe de mano de la derecha. Fueron cambios profundos que no se produjeron en los países citados, y, por el contrario, tuvieron lugar en Cuba entre 1959 y 1961, para luego profundizarse durante la década de 1960.
En los años 1980, hubo importantes progresos sociales en los ámbitos de salud, educación y vivienda (aunque ésta a pesar de las mejoras se mantuviera rudimentaria). Se aumentaron los derechos de organización y protesta, se incrementó el acceso al crédito para los pequeños productores gracias a la nacionalización del sistema bancario, etc. Fue un progreso innegable.
Podemos plantearnos varias preguntas: ¿Quizás el FSLN no hizo todos los cambios que debería haber hecho en la sociedad? ¿Optó por una línea equivocada? O bien, la decepcionante evolución posterior, ¿no fue acaso debido a la agresión del imperialismo estadounidense y de sus aliados en Nicaragua y la región?
La dirección del FSLN no fue demasiado lejos en una radicalización a favor del pueblo
Mis respuestas en pocas líneas:
1.- La dirección del FSLN no hizo lo suficiente para radicalizar medidas a favor de los sectores sociales más explotados y más oprimidos de la población (en primer lugar, la población rural pobre y también los trabajadores industriales, sanitarios y docentes que generalmente estaban mal pagados). Había hecho demasiadas concesiones a los capitalistas agrícolas y urbanos.
2.- La dirección del FSLN, con su consigna «Dirección: ordena» no apoyó en forma suficiente la autoorganización y el control obrero. Fijó límites que fueron muy perjudiciales al proceso revolucionario.
¿Cambiar la sociedad sin tomar el poder?
En los años 1990, dado el cúmulo de esperanzas frustradas, algunos afirmaron que era necesario cambiar la sociedad sin tomar el poder. Un aspecto de su punto de vista es totalmente pertinente: es absolutamente vital favorecer los procesos de cambio que se realizan en las bases de la sociedad (sin ninguna intención peyorativa en la palabra «base») y que se refiere a la autoorganización de los ciudadanos y ciudadanas, su libertad de expresión, de manifestación y de organización. Pero la idea de que no es necesario tomar el poder no está justificada, ya que es imposible cambiar realmente la sociedad si el pueblo no toma el poder del Estado. En realidad la cuestión sería: cómo construir una auténtica democracia en el sentido original de la palabra — el poder ejercido directamente por el pueblo en beneficiode su emancipación—. En otras palabras, el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Como tantos otros, pienso que era necesario derrocar la dictadura somocista por medio de la acción conjunta del levantamiento popular y de la intervención de una organización político-militar. Y con respecto a esto, la victoria de julio de 1979 permanecerá siempre como un triunfo popular que se debe celebrar. Pero también debemos señalar, que sin el ingenio y la tenacidad del pueblo en la lucha, el FSLN no habría llegado a asestar el golpe definitivo a la dictadura de Somoza.
Los errores
¿Cuáles han sido los errores? Eso merece una larga explicación pero trataré de ceñirme a una presentación bien sintética.
●→ La cuestión agraria no fue tenida en cuenta de forma correcta. La reforma agraria había sido seriamente insuficiente y la contra supo aprovecharse de ello. Habría hecho falta distribuir entre las familias rurales muchas más tierras (con títulos de propiedad) puesto que había una enorme expectativa de una gran parte de la población que las necesitaba, y luchaba para que las tierras cultivables de los grandes terratenientes, como las del clan Somoza (pero no las únicas) fueran repartidas en beneficio de aquellos y aquellas que las quisieran trabajar.
Sin embargo, la orientación que prevaleció en la dirección sandinista consistió en apuntar a las grandes propiedades de Somoza, dejando a salvo los intereses de los grandes grupos capitalistas y de las grandes familias, que algunos dirigentes sandinistas querían transformar en aliados o compañeros de viaje.
●→ Se cometió otro error: el FSLN quiso crear rápidamente un sector agrario estatal y cooperativista, reemplazando a las grandes propiedades somocistas. Pero eso no correspondía al pensamiento y expectativas de la población rural. Se tendría que haber priorizado a las pequeñas (y medianas) explotaciones campesinas privadas, distribuyendo títulos de propiedad y aportando ayuda material y técnica a las familias campesinas que se convertirían en propietarias. También habría sido necesario apoyar prioritariamente la producción para el mercado interior (que ya era importante pero que podía mejorarse y aumentarse) o regional, y, además, tratando de maximizar los métodos de agricultura biológica.
●→ Resumiendo, la dirección del FSLN sumó dos graves errores: por una parte, hizo demasiadas concesiones a la burguesía como aliados de un cambio en curso, y por otra parte, se empeñó en una política demasiado estatista y de cooperativismo artificial.
●→ El resultado no se hizo esperar: una parte de la población, decepcionada por las decisiones del gobierno sandinista, fue atraída por la contra. Ésta tuvo la inteligencia de adoptar un discurso dirigido hacia los campesinos y campesinas decepcionados, para convencerlos de que si ayudaban al derrocamiento del FSLN habría una verdadera distribución de tierras y se efectuaría una verdadera reforma agraria. Era una propaganda mentirosa pero tuvo su seguimiento.
Esto fue corroborado por una serie de estudios sobre el terreno, a los que tuve acceso a partir de 1986-1987, después de varias estadías en Nicaragua, especialmente en las zonas rurales donde la contra había ganado apoyo popular (la región de Juigalpa en el centro del país, podéis consultar el mapa. [1] Eran organismos sandinistas que realizaban encuestas muy serias sobre el terreno y alertaban a la dirección sandinista de lo que estaba por pasar. Se trataba de trabajos coordinados, en particular, por Orlando Núñez). [2] Otros organismos independientes del gobierno, relacionados con los sectores de la teología de la liberación, realizaban trabajos que llegaban a las mismas conclusiones. Así mismo, una serie de asociaciones rurales ligadas al sandinismo (UNAG, ATC, etc.) señalaban con el dedo estos problemas, aunque se autocensurasen. Había también expertos internacionalistas, especialistas en el mundo rural, que hacían sonar la alarma.
En cuanto a la autoorganización y al control obrero, el FSLN había heredado la tradición cubana que hacía promoción de la organización popular pero dentro de un marco muy controlado y limitado. Cuba, que en el comienzo de los años 1960 había presenciado un gran movimiento de autoorganización, progresivamente había evolucionado hacia un modelo mucho más controlado desde arriba, sobre todo a partir del aumento de la influencia soviética a fines de los años 1960-1970. [3] Una parte de los dirigentes del FSLN, entre los cuales estaba Daniel Ortega, se formó en Cuba en esa época. La década de 1970 fue definida como el «período gris» por toda una generación de marxistas cubanos. En resumen, la dirección sandinista heredó una tradición fuertemente influenciada por la degeneración burocrática de la Unión soviética, y por sus nefastos impactos sobre una gran parte de la izquierda a nivel internacional, incluso en Cuba.
En un artículo precedente, también mencioné que entre los problemas importantes de la política del gobierno sandinista, existían otros graves errores tales como la manera de conducir la guerra contra la contra y contra la agresión exterior, al privilegiar un ejército clásico con un equipamiento pesado. Hay que agregar que el recurso a la conscripción militar obligatoria redujo el entusiasmo hacia la revolución, y reforzó la atracción ejercida por la contra sobre un sector del campesinado.
Por supuesto, la responsabilidad del inicio de la guerra incumbe exclusivamente a los enemigos del gobierno sandinista, y éste tuvo que enfrentar la agresión, pero eso no impide que los errores en la manera de conducir la guerra, junto a los cometidos con la reforma agraria, tuvieran consecuencias nefastas.
En una entrevista reciente, Henry Ruiz, uno de los nueve miembros de la dirección nacional en los años 1980, lo subraya en estos términos:
«Por ejemplo, una cosa que no hemos hecho fue la reforma agraria. (…) Fue uno de los vicios, e hice la crítica, en su momento, en el seno del FSLN. No se favoreció a los campesinos, por el contrario fueron afectados por la guerra. La guerra librada por la contra y la guerra librada por nosotros.» [4]
De igual manera, la aplicación, a partir de 1988, de un programa de ajuste estructural —que se parecía mucho a los programas dictados a otros países por el FMI y el Banco Mundial— fue un error de orientación del gobierno sandinista. Sobre esa cuestión, militantes sandinistas presentaron una crítica muy clara de la línea seguida por la dirección. [5] Expresaron dentro de sus organizaciones, y también públicamente, su punto de vista, pero, por desgracia, esa crítica no originó una corrección de los errores. El gobierno profundizó una política que conducía el proceso a un callejón sin salida, y que provocaría un voto popular de rechazo, y la victoria de la derecha en las elecciones de febrero de 1990.
En resumen, el gobierno ha mantenido una orientación económica compatible con los intereses de la gran burguesía nicaragüense y de las grandes empresas privadas extranjeras. O sea, una economía volcada a la exportación y basada en los bajos salarios con el fin de seguir siendo competitiva en el mercado mundial.
Primera conclusión
Esta conclusión es muy importante: no fue una orientación demasiado radical lo que debilitó a la revolución sandinista. Por el contrario, lo que no permitió avanzar suficientemente, con el apoyo de una mayoría de la población, fue una orientación que no puso al pueblo en el centro del proceso, para comenzar una transición tras el derrocamiento de la dictadura de Somoza. El gobierno habría debido tener en cuenta, de manera mucho más importante, las necesidades y aspiraciones del pueblo tanto en las zonas rurales como en las urbanas. Debió haber distribuido las tierras a favor de los campesinos, desarrollando y reforzando, al mismo tiempo, la pequeña propiedad privada y, en la medida de lo posible, unas formas de cooperación voluntaria. El gobierno debería haber favorecido el aumento de los salarios de los trabajadores tanto del sector privado como del público.
Tendría que haber puesto progresivamente en marcha, y de manera importante, políticas que beneficiaran el mercado interior y a los productores de ese mercado.
Era necesario, en todos los niveles, favorecer la autoorganizacón de los ciudadanos y ciudadanas, y permitirles controlar la administración pública así como las cuentas de las empresas privadas.
Una brigada de alfabetización que viaja por el campo nicaragüense en 1980
Era necesario rechazar la alianza con un sector del gran capital local percibido como patriótico y aliado del pueblo.
En cada etapa importante, hubo voces críticas que se hicieron escuchar en el seno del FSLN, pero que, realmente, no fueron consideradas por la dirección cada vez más dominada por Daniel Ortega, su hermano Humberto y Víctor Tirado Lopez. Los tres adscriptos a la tendencia denominada «tercerista», a la que se sumaron Tomás Borge y Bayardo Arce, provenientes de la tendencia «guerra popular prolongada», y sin que los otros cuatro miembros de la dirección nacional se constituyeran en un bloque para obstaculizar la profundización de los errores.
Es muy importante señalar que las fuerzas políticas, que deseaban ahondar en el proceso revolucionario en curso, formularon propuestas políticas alternativas tanto en el seno del FSLN como fuera del mismo.
Las voces críticas constructivas no esperaron al fracaso electoral de 1990 para proponer una nueva orientación, pero solamente consiguieron una escasa audiencia y permanecieron relativamente aisladas.
La deuda ilegítima y odiosa
La dirección del FSLN habría debido cuestionar el pago de la deuda pública heredada del régimen de Somoza y romper con el Banco Mundial y el FMI. Debería haber realizado una auditoría de la deuda con una amplia participación ciudadana. Es un punto fundamental. El hecho de que el gobierno sandinista haya aceptado seguir con el pago de la deuda tenía que ver con el respeto a los intereses de una parte de la burguesía nicaragüense que había invertido en la deuda de Somoza. Se trataba también, para el gobierno sandinista, de garantizar los préstamos que las empresas privadas de la gran burguesía habían contratado con los bancos extranjeros, principalmente de Estados Unidos. Finalmente, el gobierno sandinista no deseaba un enfrentamiento con el Banco Mundial y el FMI, que, sin embargo habían financiado la dictadura. A pesar de esta voluntad del gobierno de mantener la colaboración con esas instituciones, éstas decidieron suspender las relaciones financieras con las nuevas autoridades nicaragüenses. [6] Lo que demuestra que es en vano hacerles concesiones.
Ciertamente, no era fácil para el gobierno de un país como Nicaragua afrontar aislado a los acreedores, pero podría haber comenzado por cuestionar la legitimidad de las deudas que le reclamaban el Banco Mundial, el FMI, los Estados y los bancos privados que habían financiado la dictadura. El gobierno habría podido organizar una auditoria, llamando a la participación ciudadana, y finalmente, podría haber recogido un amplio movimiento de apoyo internacional al pueblo nicaragüense que avanzaba hacia la reivindicación de la anulación de la deuda.
Nunca nos cansaremos de decir que negarse a un enfrentamiento con los acreedores, cuando éstos reclaman el pago de una deuda ilegítima, constituye el primer paso hacia el abandono de un programa de cambio. Si no se denuncian las cadenas de la deuda ilegítima, se condena al pueblo a cargar con ellas.
En 1979, dos meses después del derrocamiento de Somoza, Fidel Castro declaraba ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: «La deuda de los países en vías de desarrollo alcanza ya los 335.000 millones de dólares. Se calcula que el monto total del servicio de su deuda externa se eleva a más de 40.000 millones de dólares por año, lo que representa más del 20 % de sus exportaciones anuales. Por otro lado, el ingreso medio por habitante de los países desarrollados es ahora catorce veces superior al de los habitantes de los países subdesarrollados. Esta situación se ha vuelto insostenible.» Castro afirmó en su discurso que: «Las deudas de los países relativamente menos desarrollados y en una situación desventajosa son posiblemente insostenibles y sin salida. ¡Esas deudas deben ser anuladas!» [7]
Seis años más tarde, mientras lanzaba una gran campaña internacional por la abolición de las deudas ilegítimas, Castro avanzaba una serie de argumentos totalmente aplicables al caso de Nicaragua. Declaraba que, a todas las razones morales, políticas y económicas que justificaban el rechazo a pagar la deuda, «se podría agregar una serie de razones jurídicas: ¿Quiénes han firmado el contrato? ¿Quién gozaba de soberanía? ¿En virtud de qué principio se puede afirmar que el pueblo se había comprometido a pagar, que recibió o concertó esos créditos? La mayoría de esos créditos fueron concertados entre dictaduras militares, con regímenes represivos, sin jamás consultar a las clases populares. ¿Por qué las deudas contraídas por los opresores de los pueblos, los compromisos que toman, tendrían que ser pagados por los oprimidos? ¿Cuál es el fundamento filosófico, el fundamento moral de esta concepción, de esta idea? Los parlamentos no fueron consultados, el principio de soberanía fue violado, ¿qué parlamentos fueron consultados a la hora de contraer la deuda, o en todo caso, simplemente informados?» [8]
Subrayo, especialmente, la cuestión de la deuda ilegítima ya que, en caso de derrocamiento del régimen opresor de Daniel Ortega y Rosario Murillo, sería fundamental para un gobierno popular cuestionar el pago de la deuda nicaragüense. Si fuera la derecha la que liderase el derrocamiento del régimen, podemos estar seguros de que no cuestionaría la deuda reclamada a Nicaragua.
Después de la derrota electoral de febrero de 1990, Daniel Ortega profundizó una línea política de colaboración de clases
Expliqué en un artículo precedente que después de la derrota electoral de febrero de 1990, Daniel Ortega había adoptado una actitud oscilante entre un cogobierno de hecho y un enfrentamiento. Globalmente, a pesar de una tendencia a la radicalización, que duró cerca de dos años —bajo la presión de las organizaciones populares sandinistas que sufrían directamente y brutalmente los efectos de las medidas tomadas por el gobierno derechista—, Daniel Ortega desarrolló una orientación política que no proponía, en forma real, una línea alternativa a la seguida por el gobierno de Violeta Chamorro. Fui un testigo claro en 1992, al margen del 3º Foro de São Paulo.
En 1992, las equivocaciones políticas de Daniel Ortega y de Víctor Tirado López
En 1992, acompañé a Managua a Ernest Mandel, un dirigente de la Cuarta Internacional que había sido invitado a dar una conferencia inaugural en la 3ª reunión del Foro de São Paulo. Ese foro, creado en 1990 por el PT, que presidía Lula, agrupaba a un amplio abanico de la izquierda latinoamericana, que iba desde el PC cubano al Frente Amplio de Uruguay, pasando por organizaciones guerrilleras como el FMLN del Salvador. Ernest Mandel tituló su conferencia: «Hagamos renacer la esperanza» (https://www.ernestmandel.org/es/escritos/txt/hagamos_renacer_la_esperanza.htm ). Partiendo de constatar las muy difíciles condiciones en las que se hallaban las fuerzas de izquierda radical a nivel mundial, Mandel afirmaba que era necesario tener como prioridad las reivindicaciones que tienen como objetivo satisfacer los derechos humanos fundamentales, pero sin dejar de apuntar al socialismo. En su conclusión, subrayaba que: «Este socialismo debe ser autogestionario, feminista, ecologista, radical-pacifista y pluralista; debe extender la democracia directa de forma cualitativa, y ser internacionalista y multipartidista. (…) la liberación de los trabajadores será la obra de los propios trabajadores. No puede ser obra de los Estados, de los gobiernos, de los partidos o de dirigentes supuestamente infalibles, ni expertos de ninguna clase.» [9] Al margen de ese Foro, Víctor Tirado López, uno de los comandantes más próximos a Daniel Ortega en esa época, deseaba tener una reunión privada con Ernest Mandel, quien me pidió que lo acompañara. Víctor Tirado López comenzó diciendo que sentía mucha admiración por los trabajos de Ernest Mandel y, en especial, por su tratado de economía marxista. [10] Luego, expuso su análisis de la situación internacional: según su parecer, el sistema capitalista había llegado a la madurez y no sufrirá más crisis, y nos conduciría al socialismo, sin que nuevas revoluciones fueran necesarias. Era totalmente absurdo y Ernest Mandel se lo dijo clara y enérgicamente. Cuando Mandel le replicó que las crisis continuarían produciéndose y que en algunos lugares de América Latina, como el Noreste brasileño, las condiciones de vida de los más explotados se degradarían aún más, Tirado López respondió que esas regiones no habían sido todavía alcanzadas por la civilización llegada cinco siglos antes con Cristóbal Colón. Con Mandel pusimos fin a la reunión de manera abrupta ya que la conversación era delirante.
Al día siguiente, Daniel Ortega le quiso presentar a Mandel, en forma privada, el proyecto del programa alternativo que quería defender públicamente como FSLN frente al gobierno derechista de Violeta Chamorro. Después de la lectura, nos dimos cuenta de que ese programa no reunía las mínimas condiciones para ser una alternativa. Para decirlo simplemente, el programa era compatible con las reformas emprendidas por el gobierno de Chamorro y no permitía retomar una ofensiva contra de la derecha. Mandel se lo dijo, también, claramente a Daniel Ortega, cosa que este último no apreció en absoluto.
Menciono estas dos discusiones puesto que explican hasta donde había llegado la deriva política de algunos dirigentes del FSLN.
Segunda conclusión: La ulterior evolución de Daniel Ortega, y de aquellas y aquellos que lo acompañaron en su camino de retorno al poder, era claramente perceptible a comienzos de los años 1990.
La consolidación del poder de Daniel Ortega en el FSLN
Una parte importante de la militancia sandinista del período revolucionario rechazó esta nueva línea política en los años siguientes. No obstante, esto tomó su tiempo, y ese retraso en concienciarse del peligro fue aprovechado por Daniel Ortega para consolidar su influencia en el seno del FSLN, y marginar o excluir a los que defendían una línea diferente. Simultáneamente, Ortega consiguió mantener relaciones privilegiadas con toda una serie de dirigentes de organizaciones populares sandinistas, que lo consideraron, a falta de algo mejor, como el dirigente más apto para defender una serie de conquistas de los años 1980. Esto explica en parte por qué, en 2018, el régimen de Daniel Ortega conserva el apoyo de una parte (minoritaria) de la población y del movimiento popular, a pesar del recurso a métodos represivos extremadamente brutales.
En un próximo artículo serán analizados los dramáticos acontecimientos de abril a agosto de 2018.
Eric Toussaint
Eric Toussaint: Maître de conférence en la Universidad de Lieja, es el portavoz de CADTM Internacional y es miembro del Consejo Científico de ATTAC Francia. Es autor de diversos libros, entre ellos: Bancocracia Icaria Editorial, Barcelona 2015,, Procès d’un homme exemplaire, Ediciones Al Dante, Marsella, 2013; Una mirada al retrovisor: el neoliberalismo desde sus orígenes hasta la actualidad, Icaria, 2010; La Deuda o la Vida (escrito junto con Damien Millet) Icaria, Barcelona, 2011; La crisis global, El Viejo Topo, Barcelona, 2010; La bolsa o la vida: las finanzas contra los pueblos, Gakoa, 2002. Es coautor junto con Damien Millet del libro AAA, Audit, Annulation, Autre politique, Le Seuil, París, 2012. Coordinó los trabajos de la Comisión de la Verdad Sobre la Deuda, creada por la presidente del Parlamento griego. Esta comisión funcionó, con el auspicio del Parlamento, entre abril y octubre de 2015. El nuevo presidente del Parlamento griego anunció su disolución el 12 de noviembre de 2015. A pesar de ello, la comisión prosiguió sus trabajos y se constituyó legalmente como una asociación sin afán de lucro.
Nota del Editor: El autor realizó una docena de estadías en Nicaragua y en el resto de América Central entre 1984 y 1992. Así mismo, participó en la organización de brigadas de trabajo voluntario de sindicalistas y de otros y otras militantes de la solidaridad internacional, que partían de Bélgica para dirigirse a Nicaragua en los años 1985-1989. Fue uno de los animadores de FGTBistes para Nicaragua. Durante el período 1984-1992 mantuvo encuentros con diferentes miembros de la dirección sandinista: Tomás Borge, Henry Ruiz, Luis Carrión, Víctor Tirado López. Estuvo en estrecho contacto con la ATC, la organización sandinista de los trabajadores agrícolas. Estuvo presente en Managua en julio de 1990, durante el movimiento de barricadas y la huelga general contra las medidas tomadas por el gobierno de derecha de Violeta Chamorro. Fue invitado al 1er congreso del FSLN en julio de 1991 y al 3er Foro de São Paulo, celebrado en Managua en julio de 1992. En el Instituto Internacional para la Investigación y Educación de Ámsterdam realizó seminarios de formación en los años 1980 sobre la estrategia revolucionaria del FSLN, antes de la toma del poder y durante el período pos-1979.