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COVID-19: Hallazgos incómodos
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Global Research, octubre 26, 2021

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La semana pasada prometimos ensanchar el reducido espectro de opinión e información con respecto a la pandemia de Covid-19, sobre la que se nos informa poco y mal. Este gran evento global –y globalizante– nos está llevando aceleradamente hacia una sociedad supervigilada y tecnocrática, donde los ciudadanos obedientes tendremos nuestro “pase Covid” y el resto verá sus libertades sensiblemente recortadas.

Las órdenes vendrán, cada vez con mayor frecuencia y autoridad, de fuera. De una supuestamente iluminada –pero jamás votada ni elegida– comunidad internacional de expertos que está, en última instancia, al servicio de la gran corporación. Trabajan para beneficio de los distintos monopolios privados que han capturado y dominan las instituciones civiles y gubernamentales que hacen política supranacional en salud pública, derechos humanos, cambio climático y seguridad.

Por su parte, la idea de que el “pasaporte Covid” será una medida temporal, peca de ingenua, pues cualquier futura emergencia –real o imaginaria– renovará de inmediato el llamado al control, la vigilancia y el seguimiento facilitados por este tipo de tecnología, que permite sistematizar enormes cantidades de información personal y verificar la obediencia del ciudadano con respecto a mandatos amparados en estados de emergencia; todo esto, a su vez, condicionará nuestro acceso a bienes sociales. Ya es sabido por todos que los más grandes gigantes corporativos del momento, como Facebook o Google, tienen sus ojos puestos en nuestros datos, comportamiento y costumbres. La recopilación de ese tipo de información constituye el gran negocio del siglo XXI y –vaya coincidencia– va de la mano con cierta necesidad oficial de saber –en todo momento– dónde estamos, qué hacemos y con quién.

Y una sociedad obediente es una sociedad autoritaria. No estamos haciendo mella de ninguna virtud: la obediencia tiene su tiempo y lugar, pero ellos no son la democracia liberal, sus foros e instituciones. Ya tenemos una muestra de este nuevo orden en el extendidísimo velo de censura que se ha corrido sobre miles de médicos y científicos opuestos a las medidas contra la pandemia. La mordaza y la propaganda llegan de la mano para asegurar la aquiescencia de sociedades con las que no se desea discutir ni razonar nada. El objetivo es coaccionarlas mediante la más grotesca manipulación emocional.

Tampoco estamos adivinando el futuro, pues ese tipo de control del ciudadano ya se puede ver en lugares tradicionalmente libres, como Australia, Francia o Italia. En la golpeada Italia, el “pase Covid” está siendo duramente combatido en puertos y plazas, pues el gobierno ha exigido que, desde el pasado 15 de octubre, todos los empleadores, públicos y privados, lo exijan. Los medios de comunicación mainstream no están transmitiendo la rebeldía italiana –ni la francesa, ni la australiana–, no vaya a ser que resulte inspiradora.

Antes de pasar a hablar brevemente de ciencia, valdría la pena preguntarse, luego de la pandemia: ¿qué nuevas emergencias “globalizantes” ampliarán los poderes de la tecnocracia internacional que nadie eligió?

Ciencia incómoda     

Un estudio publicado recientemente en la Revista Europea de Epidemiología por los científicos S. V. Subramanian y Akhil Kumar –ambos de la Universidad de Harvard–, viene dando que hablar. Usando información estadística pública recabada hasta el pasado 3 de setiembre, estos especialistas intentaron hallar la relación entre los porcentajes de población totalmente vacunada y el surgimiento de nuevos casos de Covid-19. Lo que encontraron se resumen en el título del estudio (que traducimos del inglés):

“Los aumentos en los casos de Covid-19 no están relacionados con los niveles de vacunación en 68 países y 2947 condados de Estados Unidos”.

El estudio explica que: “…la ausencia de una asociación significativa entre el porcentaje de la población totalmente vacunada y los casos nuevos de Covid-19 se puede ejemplificar comparando a Islandia y Portugal: ambos países tienen a más del 75% de su población vacunada y tienen más casos de Covid-19 por millón que países como Vietnam o Sudáfrica, que tienen alrededor del 10% de su población totalmente vacunada”. Y con respecto a los cientos de condados estadounidenses analizados, los epidemiólogos tampoco hallaron un descenso en los casos que pudiera asociarse a mayores porcentajes de personas vacunadas, como cabría esperar.

El asunto no acaba ahí, pues de acuerdo con el estudio, de los cinco condados estadounidenses donde se observa mayor transmisión del virus, cuatro están entre los más vacunados (superando el 90% de la población). De hecho, el estudio halló una leve relación positiva entre porcentajes de vacunación y nuevos casos de Covid-19: “Notablemente, Israel, con más del 60% de su población inoculada, tiene la mayor cantidad de nuevos casos de Covid-19 por millón”.

¿Cómo fue tratada esta investigación en la prensa? Uno de los pocos medios periodísticos que comentó la reciente investigación fue el norteamericano “Mother Jones” (12/10/21), que lo politizó de la manera más pueril. En cierto pasaje, el autor de la nota señala que la investigación analizada llegó a su atención gracias a un “preocupado informante”, intranquilo porque, aparentemente, “un inescrupuloso investigador de Harvard estaba poniendo el prestigio de la universidad al servicio de los objetivos políticos de la derecha”. El articulista cita luego a un par de elementos de la extrema derecha alemana y eslovaca, quienes aparentemente compartieron el estudio en sus redes sociales, “sin mediar comentarios” que explicaran su contenido. Según el reportero de “Mother Jones”, la ausencia de comentarios por parte de estos ultraderechistas apuntaría a “evitar la censura” de sus publicaciones, pero, ¿por qué los censurarían por compartir un estudio científico de la Revista Europea de Epidemiología (comentarios de por medio o no)? Pues por el simple hecho de que los hallazgos –por muy verídicos que pudieran ser– podrían fomentar las dudas con respecto a la vacuna.

Así piensa la prensa del siglo XXI: hay que administrar astutamente la información que podría suscitar comportamientos “indeseables” por parte de las cochinas masas.

El autor de “Mother Jones” tomó varias citas del estudio para sustentar, correctamente, que los epidemiólogos de Harvard no tienen ninguna intención de desalentar la vacunación, pero no se molestó en citar algunos pasajes que aclaran el motivo de la investigación, así como su conclusión fundamental: la vacunación no mitigará la pandemia, ni debería ser forzada. “Las vacunas constituyen la estrategia primaria para combatir el Covid-19 alrededor del mundo”, observan los científicos con respecto a las políticas internacionales, “…por ejemplo, la narrativa relacionada al presente incremento de casos en EE.UU. dice que este se estaría produciendo en las áreas con bajos índices de vacunación… una narrativa similar es observable en Reino Unido y Alemania”. Sus hallazgos, citados arriba, demuestran que esa “narrativa” es falsa.

“En suma –dicen los científicos hacia el final del documento publicado en la Revista Europea de Epidemiología–, aunque debe hacerse esfuerzos para incentivar la vacunación, ellos deben realizarse con humildad y respeto. Estigmatizar poblaciones puede hacer más daño que bien”.

“Mercaderes de la duda”

Martin Kulldorff es uno de los investigadores más respetados de la comunidad científica estadounidense, por lo que haríamos bien en escucharlo cuando señala que “400 años de Ilustración científica podrían estar llegando a su fin”. Quienes le están dando las últimas estocadas a la herencia de Newton y Descartes no son otros que las mismas instituciones científicas. Ellas “están destruyendo su propia reputación fomentando la mentira, la distorsión, el ataque a la reputación y la histeria irracional sobre el Covid-19”.

Kulldorff, profesor de medicina y epidemiólogo de Harvard, investiga la seguridad de las vacunas, por lo que difícilmente podría ser tachado de anti. La “Declaración de Great Barrington”, firmada por el mencionado y los doctores Sunetra Gupta y Jay Bhattacharya, de las universidades de Oxford y Stanford, respectivamente –y luego por otros 860 mil suscriptores de todo el mundo, incluyendo a decenas de miles de científicos, médicos y algunos premios Nobel–, debió haber suscitado una pausa en este deseo aparentemente irrefrenable de encerrar y vacunar a sanos y enfermos por igual. La intención de los firmantes era fomentar medidas enfocadas en los vulnerables, mientras los jóvenes y saludables seguían en su rumbo natural hacia la inmunidad de rebaño. Sobra decir que no tuvieron demasiado éxito. En un arranque de oscurantismo medieval, la Revista Médica Británica (BMJ, por sus siglas en inglés) llamó a los suscriptores de la declaración “los nuevos mercaderes de la duda”. “Como si el escepticismo y el reto (a la ciencia establecida) fueran condenables”, objetó Kulldorff.

Abundan las asociaciones de médicos, científicos y otros profesionales que se han creado para debatir –y combatir– las exageradas medidas dictaminadas para paliar la pandemia. Estas son las fuentes de información que deberíamos atender en lugar de esperar información veraz y fidedigna de la gran prensa, esa conocida mentirosa. Uno de ellos es el grupo británico HART, compuesto por científicos y médicos de primera línea. Ellos discuten la ética de vacunar contra el Covid-19 a niños y adolescentes. Entre lo más importante resalta que todas las pruebas hechas sobre la seguridad de las vacunas excluyeron a la población infantil y adolescente, por lo que no se sabe cuáles podrían ser los efectos secundarios en ella. Tampoco hay información sobre efectos a largo plazo. Varias marcas de vacuna han sido suspendidas en diferentes países debido a coágulos sanguíneos y miocarditis.

HART también menciona anteriores catástrofes en las que el apuro por administrar vacunas nuevas destruyó la salud de una gran cantidad de infantes: “más de mil niños fueron permanentemente enfermados de narcolepsia debido a la vacuna Pandermix Swine Flu. La rápida distribución de nuevas vacunas para el dengue resultó en la muerte de 10 niños en Filipinas, no al momento de la inoculación, sino meses después, cuando se encontraron con el virus del dengue”.

¿Por qué someter a una población que no corre riesgos a causa del Covid-19 a los potenciales riesgos de una vacuna que aún se encuentra en proceso experimental? Si entendemos que, además, dicha vacuna no impide el contagio, vacunar a los niños tiene aún menos sentido. Pero como señalamos la semana pasada, todo indica que la vacunación de todo lo que se mueve y respira se realizará igual, a lo bestia y sin detenerse a pensar en nada. Se está incumpliendo de manera gravísima el principio del consentimiento informado –establecido en el Código de Núremberg–, pues no se señalan todos los riesgos de la vacuna a la población, para “no fomentar la duda”; tampoco se indica el bajísimo riesgo que gran parte de la población corre de contraer Covid-19 y terminar hospitalizado (véalo usted mismo en la calculadora de riesgo de Johns Hopkins).

Un documento oficial del Comité sobre Vacunación e Inmunización de Reino Unido, publicado en setiembre, fue muy claro al desestimar la vacunación de adolescentes entre los 12 y 15 años: “…el comité opina que los beneficios de la vacunación son (solo) marginalmente superiores a los daños potenciales conocidos, pero reconoce que existe una considerable falta de certeza con respecto a la magnitud de los daños potenciales”.

Desgraciadamente, la presión política para incorporarnos a todos en el nuevo aparato de control mediante salvoconductos virtuales terminó arrasando con cualquier consejo médico sensato, incluso el de las mismas fuentes gubernamentales, y Reino Unido ya está vacunando a sus adolescentes. Para convencer, el gobierno británico se ha servido del testeo masivo, seguido del previsible anuncio de una “explosión en las infecciones en las escuelas” (Bloomberg, 19/10/21). En realidad, no debería decir “infecciones”, sino pruebas PCR positivas. Desde 2020 –como recordaremos–, ya no se le llama “caso” al enfermo, sino a quien sea que dé positivo en esas cuestionadas pruebas serológicas –síntomas o no–, constituyéndose como la forma de presión social y creación artificial de pánico más eficiente.

En Latinoamérica y el Perú, la prensa nos presenta una imagen de férreo consenso científico y público, llevando a muchos ciudadanos a hacer de policías honorarios ante cualquier forma de disidencia doméstica o callejera. Esta fiebre impide cualquier debate alturado y cualquier pausa reflexiva, condicionando la vida cotidiana de una población enorme de seres humanos que, valga la redundancia, no se encuentra ni se encontró jamás en riesgo de morir de Covid-19. Llegado el momento, las autoridades deberán ser señaladas por su obediencia ciega a los dictámenes de la tecnocracia internacional que nadie eligió y responsabilizadas por los daños.

Daniel Espinosa Winder

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