Hace escasos meses el presidente francés en apuros, Emmanuel Macron, declaró con la pomposidad que caracteriza a la elite formada en la ENA que la OTAN estaba en muerte cerebral. La Alianza acababa de fracasar en Afganistán y se encontraba, aparentemente, sin proyecto de futuro.
Un análisis, el del presidente, un tanto precipitado y superficial porque sólo se fijaba en la superficie de la cosa, en su apariencia, sin ponerla en relación, Marx mediante, con la cualidad de su naturaleza.
Efectivamente al salir vergonzosamente derrotada en Kabul y tras los fiascos salvajes de la intervención de la potencia hegemónica, los EE UU, apoyada por sus incondicionales europeos en Libia (actualmente un estado fallido), Belgrado (sin que los problemas balcánicos de fondo se hayan resuelto) o Irak (un país y una sociedad torturados y enfrentados), pudiera parecer que la OTAN había perdido el sentido de su existencia así como su justificación moral.
La injustificable invasión de Ucrania por parte de Putin ha servido de coartada perfecta para que los gobiernos occidentales (léase capitalistas de la Europa central, del oeste y mediterráneos en bloque cerrado con los del área anglosajona) hayan revitalizado a la aparentemente moribunda OTAN, blanqueando su historia, para hacer frente al imperialismo gran ruso. Y, de pronto, como por arte de magia, de nuevo la Alianza se presenta como imprescindible, y lo que es peor las élites políticas, mediáticas y económicas de Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea han logrado modificar la conciencia pacifista y anti atlantista de gran parte de sus sociedades e incluso, ante la agresividad de Putin, ha cambiado la posición neutralista de pueblos como el sueco o el finlandés.
Desde el punto de vista del discurso, la historia de la Alianza Atlántica es la búsqueda desesperada y cruel de argumentos para justificar su existencia. Pero tras ese esfuerzo hay que sacar a la superficie lo que esconden los entresijos. Por ello conviene repasar los hitos que configuran su trayectoria. Creada el 4 de abril de 1949, la OTAN se constituyó como un dispositivo agresivo al servicio de los intereses del capitalismo y particularmente del hegemón imperialista surgido de la guerra, los Estados Unidos. Desde el primer momento su estrategia se basó en la construcción de un enemigo y en la guerra permanente contra el mismo. En ese momento los EE UU tenían dos objetivos paralelos pero que atendían a lógicas históricas distintas: por un lado se trataba de detener el aumento de la influencia de la URSS y por otro evitar las tentaciones revolucionarias de la clase trabajadora de las metrópolis y de los pueblos de las colonias. La OTAN agitó el peligro soviético para blindar sus apoyos pese a que el Pacto de Varsovia no se creó hasta el 14 de mayo de 1955 y, a la vez, sin tener que declararlo socavó, allí donde pudo, las posibilidades de cambio social y político.
Tras la caída del muro de Berlín en 1989, la disolución del Pacto de Varsovia, el hundimiento de la URSS y los acuerdos del presidente norteamericano de turno con Gorbachov, la OTAN no se disolvió. Pronto se constató que la coartada que justificaba formalmente su existencia era eso, simplemente una coartada porque su razón de ser estaba indexada a los intereses de expansión capitalista y en concreto guardaban una correlación perfecta con los planes de la globalización neoliberal impulsados por los gobiernos estadounidenses. Los objetivos de la OTAN han ido cambiando según se modificaban los de Wal Street y la Casa Blanca. Su socio aventajado, Tony Blair fue muy claro al reformular la doctrina atlantista: la OTAN no es una necesidad defensiva sino la partera de un nuevo orden global. De forma clara y directa Larry Kudlow tituló un artículo en junio de 2002 en The Washington Times con un contundente «Volver a dominar el mercado… por la fuerza».
No en vano en la 50 cumbre de la OTAN se había establecido como un nuevo concepto estratégico para el siglo XXI que implicaba cambiar las fronteras de actuación dejando de ser regionales para poder actuar a nivel global planetario. Y entre las amenazas a batir se van introduciendo el terrorismo (no deja de ser ridículo pensar que se puede acabar con el fenómeno a base de bombardeos) pero también las migraciones masivas y posteriormente preservar los flujos de comercio. A la vez que se declara la necesidad de subordinar la investigación e innovación científicas al avance tecnológico armamentístico. En resumen la ideología de la OTAN se basa en la construcción del miedo global.
Todo ello es lo que explica que pese al diagnóstico de Macron, la OTAN de Biden y Sánchez, la que próximamente se va a reunir en Madrid, haya resurgido como Ave Fénix. Simplemente porque es necesaria para el capitalismo occidental en la competencia (o en la lucha) interimperialista para poder controlar mercados, capitales, territorios y recursos frente a quien pueda querer disputarle la hegemonía. Y no nos engañemos, la Casa Blanca hoy en guerra con Putin, de quien realmente recela es de China que además de ser una potencia militar y a diferencia de Rusia, también es una potencia económica y puede aspirar a convertirse en el nuevo hegemón.
Por eso resulta realmente procaz la idea que intentan imponer identificando la OTAN con la democracia olvidando su propia historia cuando la OTAN apoyó a Salazar o a los golpistas griegos o contemporizó con Franco o desde EEUU se afirmó que los golpistas del 23 F eran un asunto interno español o cuando se persigue con saña a quienes revelan sus miserias como Julian Assange. En Madrid veremos nuevas muestras de ese cinismo en boca de nuestros propios mandatarios. ¿Apuestan algo?
Manuel Garí