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Desconcierto global con Trump
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Global Research, mayo 11, 2017

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Trump es un mandatario reaccionario que explicita sus planes de agresión con muros, visados, oleoductos contaminantes y aumentos del presupuesto de defensa a costa del gasto social. Pero ningún otro presidente enfrentó tanto rechazo inicial. Los millones de manifestantes que ganaron las calles, ya impusieron el freno judicial de varios atropellos propiciados por el magnate.

El principal objetivo económico de Trump es recuperar la primacía de Estados Unidos en el marco de la globalización neoliberal. No lidera un repliegue proteccionista, sino un reordenamiento pro-yanqui de los tratados de libre comercio.

Su prioridad es doblegar a China, para lograr la apertura del mercado asiático a los bancos y proveedores estadounidense.

El potentado busca reforzar la preponderancia internacional de Wall Street, con mayor desregulación financiera y privilegios impositivos a los bancos. Pretende consolidar la preeminencia del lobby petrolero eliminando las restricciones a la contaminación. Recurre a la xenofobia para limitar la movilidad de la fuerza de trabajo y reforzar la vieja segmentación de los asalariados estadounidenses.

Con esa estrategia no recuperará el empleo industrial perdido. A lo sumo facilitará la relocalización de sectores automatizados, que utilizan contingentes muy reducidos y calificados de mano de obra.

En el plano geopolítico Trump aspira a restaurar el unilateralismo bélico. Proclama que Estados Unidos debe alistarse para “ganar guerras”, con la intención de retomar el modelo agresivo de Bush.

Ya comenzó su escalada militarista con el lanzamiento de una mega-bomba en Afganistán. Es ridículo suponer que pretendió asesinar un centenar de yihadistas o destruir ciertos túneles. El ataque fue un mensaje directo a Corea del Norte, para que desactive su programa atómico y representó una orden de alistamiento para los subordinados del Pentágono en la región. Trump quiere sustituir la estrategia de negociación imperante hasta ahora por una presión bélica directa.

Es evidente que China es el principal destinatario de esa exhibición de armamento. Estados Unidos pondrá sobre la mesa todo su arsenal en la pulseada comercial-financiera con el gigante asiático.

Trump autorizó también un simbólico bombardeo en Siria para retomar una estrategia de alianza explícita con Turquía, Arabia Saudita e Israel. Tiene en la mira el desarme atómico del Irán y exige la subordinación total de Europa, a través de su mayor financiamiento de la OTAN.

Habrá que ver hasta qué punto el ataque en Siria modifica la política inicial del ocupante de la Casa Blanca, que buscaba concertar acuerdos privilegiados de asociación económica con Rusia.

Algunos analistas interpretan que los militares del gabinete ya fijan la agenda del gobierno. Pero también cabría evaluar las recientes iniciativas belicistas como un gesto de conciliación de Trump con el establishment liberal, el Congreso y los medios de comunicación que han hostilizado su gestión.

Si ese reencuentro prospera, el exótico presidente declinará sus aspiraciones bonapartistas, para transformarse en un mandatario republicano convencional.

En cualquier curso futuro, los primeros meses de gobierno han refutado categóricamente las presentaciones de Trump como un “populista anti-sistémico”. Es un típico exponente de la clase capitalista, con pretensiones más autoritarias que sus antecesores.

En el plano ideológico continua su intento de reemplazar el cosmopolitismo de la Tercera Vía por alguna combinación de neoliberalismo con xenofobia. Su modelo económico mixtura monetarismo y ofertismo con ciertos ingredientes keynesianos. En ningún caso se justifican las posturas contemporizadoras de algunos intelectuales progresistas, que observaron a Trump como un líder industrialista, antiliberal o pacificador. Con esa mirada resulta imposible valorar la explosión de protestas que genera su presidencia.

China se dispone a pulsear enarbolando una agenda de Davos. Propone profundizar el capitalismo global y los acuerdos de libre-comercio. La elite rusa vacila luego de sus exitosas jugadas en Crimea. Sabe que Estados Unidos nunca ofrece retribuciones significativas a cambio de la simple subordinación.

En sintonía con Trump el gobierno inglés acelera el Brexit. Propicia fuertes restricciones a la inmigración, mayor diversificación del comercio y una creciente desregulación financiera. Pero afronta una seria amenaza de secesión de Escocia, en un marco de generalizado temblor de la Unión Europea. El Viejo Continente ya comienza a lidiar con un peligro de fractura en tres asociaciones de reducida influencia.

Es evidente que en América Latina la prioridad de Trump es el atropello a México. Agrede a ese país como una advertencia a los grandes rivales de Asia y Europa. Quiere convertir a México en un caso testigo de su proyecto de limitar la inmigración y renegociar los convenios comerciales.

Trump está muy involucrando, además, en la nueva campaña contra Venezuela. Con ridículas acusaciones de narcotráfico, intenta repetir en la OEA el operativo que condujo a la expulsión de Cuba en años 60. Esa ofensiva socava el restablecimiento de relaciones diplomáticas con la isla, en un marco de gran parálisis de CELAC, UNASUR y todos los organismos de interacción latinoamericanos forjados en la última década.

Los gobiernos de continuismo derechista y de restauración conservadora se amoldan a la nueva agenda imperial.

Macri compra armas, apuntala las acciones anti-iraníes de Israel e incentiva agresiones contra Venezuela. Temer aleja a Brasil de los BICRS para situarlo en la esfera de Washington. Santos acelera el ingreso de Colombia en la OTAN, encubre el asesinato de militantes y renegocia los acuerdos de paz con la pauta represiva que exige Uribe. Peña Nieto se humilla, amparado por una clase dominante que carece de un Plan B frente al ultimátum del imperio.

Pero la restauración conservadora ha quedado desconectada en América Latina de su referente estadounidense. Trump aporta muy poca consistencia a sus socios, mientras continúa indefinido el desenlace del ciclo progresista. La caída de los gobiernos de centroizquierda de Argentina y Brasil no desencadenó el efecto dominó que imaginaba la derecha. La derrota de su delfín en Ecuador confirma la continuidad de los escenarios en disputa.

En Venezuela se define el resultado de ese choque. Los golpistas intentan complementar el sabotaje de la economía con violencia callejera y provocaciones diplomáticas. El gobierno resiste a los tumbos con maniobras institucionales, sin apelar a un poder comunal alternativo y sin afectar los recursos económicos de los conspiradores. Pero la batalla persiste y su resultado es vital para América Latina.

Claudio Katz

Claudio Katz: Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI.           

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