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El mundo se hace cada vez más multipolar
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Global Research, marzo 12, 2019
Rebelión 12 March, 2019
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Es sumamente interesante el punto de vista que expone el periodista investigador Federico Pieraccini en un trabajo que publica la revista rusa Geopolítica donde afirma que en 2014 se hizo realidad la transformación del orden mundial de unipolar a multipolar con el retorno de Crimea a la Federación Rusa tras el golpe de Estado de la OTAN en Ucrania. “La incapacidad de Estados Unidos para evitar esta derrota estratégica fundamental de Bruselas y Washington marcó el comienzo del fin de la hegemonía del Pentágono, aferrado a un orden mundial desaparecido en 1991”.

A medida que ocurría la mutación multipolar, Washington cambió de táctica. Obama ofreció una estrategia de guerra diferente a la avanzada durante la presidencia de G. W. Bush de “Proyectar el poder en todo el mundo con bombas, portaaviones, unidades de combate y botas sobre el terreno ya no es viable, y las poblaciones nacionales no estaban de humor para más guerras importantes”.

El uso del poder blando siempre ha estado presente en la caja de herramientas de Estados Unidos para influir en otros países, pero dada la suerte inesperada del momento unipolar, el poder blando se dejó de lado en favor del poder duro. Sin embargo, tras los evidentes fracasos del poder duro entre 1990 y 2010, el poder blando volvió a estar en boga, y organizaciones como el Fondo Nacional para la Democracia (NED) y el Instituto Republicano Internacional (IRI) se pusieron a entrenar y financiar organizaciones en docenas de países que no les eran afines, para subvertir gobiernos, hacer revoluciones de color, primaveras árabes, etc.).

Entre los que recibieron esta arremetida de soft-power estaban los países sudamericanos considerados hostiles a Washington, que ya estaban bajo presión capitalista-imperialista expresada durante varios años en forma de sanciones.

Durante este período Latinoamérica sufrió un efecto secundario del nuevo orden mundial multipolar. Estados Unidos comenzó a retirarse después de perder influencia en todo el mundo. Esto se tradujo efectivamente en una política de concentrarse, una vez más, en su propio patio trasero: América Central y del Sur.

Aumentaron los esfuerzos encubiertos para subvertir gobiernos con ideas socialistas en el hemisferio. Primero, la Argentina de Kirchner vio cómo el país pasaba a manos del neoliberal Macri, un vasallo de Washington. Luego Dilma Rousseff fue expulsada de la presidencia de Brasil por medio de maniobras parlamentarias, tras lo cual Lula Da Silva fue encarcelado para que Jair Bolsonaro, un evidente fascista brasilero, pudiera controlar las elecciones presidenciales.

En Ecuador, Lenin Moreno, el sucesor de Correa, traicionó a su partido y a su pueblo al convertirse en activo del Pentágono, incluso protestando por el asilo concedido a Assange en la Embajada de Ecuador en Londres. En Venezuela, tras la sospechosa muerte de Chávez, Maduro fue inmediatamente atacado por el establishment estadounidense como el representante más prominente del chavismo antiimperialista. El aumento de las sanciones y la confiscación de bienes empeoraron aún más la situación en Venezuela, hasta llevar a los extremos actuales.

Latinoamérica ha llegado a la posición peculiar en que se halla ahora como resultado de que el mundo se vuelve cada vez más multipolar. El resto del mundo ahora tiene un mayor margen de maniobra y más independencia de Washington gracias a la sombrilla militar y económica ofrecida por Moscú y Beijing a los países que luchan por su independencia política.

Según Pieraccini, por razones geográficas y logísticas, es más difícil para China y Rusia extender su protección a Latinoamérica toda, Asia, Oriente Medio y Europa. Sin embargo, se observa cómo Beijing se ofrece como salvavidas indispensable a Venezuela y a otros países sudamericanos como Nicaragua y Haití para que puedan resistir la inmensa presión económica de Washington.

La estrategia de China pretende limitar el daño que Washington puede infligir al continente sudamericano con su poder económico, sin olvidar los numerosos intereses chinos en la región, incluso el nuevo canal entre el Atlántico y el Pacífico que atraviesa Nicaragua.

El papel de Moscú es más limitado, pero igual de refinado y peligroso para la hegemonía de Estados Unidos.

Cuando dos bombarderos estratégicos rusos volaron a Venezuela hace menos de cuatro meses, enviaron una inequívoca señal a Washington. Se vislumbró el poder militar de Rusia, que tiene aliados y capacidad técnica y militar para crear una base aérea con bombarderos nucleares no muy lejos de la costa de Florida, especula Pieraccini.

Y nadie dude que Moscú y Beijing no permitan una eventual intervención armada en Venezuela montada por Washington que abriría las puertas del infierno en el continente americano.

Manuel E. Yepe

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