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Especulación y deuda
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Global Research, agosto 13, 2018
La Jornada 13 August, 2018
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El dinero es un instrumento para designar los precios de los productos y los servicios (incluyendo el trabajo), o bien, de los activos materiales y financieros. Así se establecen sus equivalencias y se pueden intercambiar en el mercado. No es lo mismo que la riqueza, consistente en la suma de lo que se cuenta en un balance, sea de una familia o una empresa. Este conjunto de lo que tiene y lo que debe una unidad económica no es fácil de medir.

Los valores de esos activos y de esas deudas no son constantes. El mismo dinero en efectivo que tenemos en la bolsa o en una cuenta de cheques cambia cuando hay inflación. El índice de los precios al consumidor subió en julio de este año 0.54 por ciento respecto al mes anterior y 4.81 frente al mismo mes de 2017. El efectivo perdió valor, es el activo financiero más simple.

Los precios de las propiedades físicas cambian de otra manera. Lo mismo ocurre con los activos financieros, que están vinculados con las tasas de interés o, de plano, con la especulación, como sucede crecientemente con las acciones de muchas empresas.

Las acciones Microsoft han llegado a valer un trillón de dólares (según se mide en Estados Unidos) y buena parte se debe a la recompra de ellas que ha hecho la propia empresa debido a la enorme cantidad de dinero que tiene en la caja. Las acciones de Facebook, en cambio, han caído por el acceso indebido a la información privada de los usuarios. En otros casos se trata de mera especulación auspiciada por la creación de formas sofisticadas de endeudamiento, como fueron los títulos de las deuda hipotecaria en Estados Unidos que colapsó en 2008.

Se llegó a crear instrumentos de deuda que especulaban contra la deuda hipotecaria original, en una apuesta doble. Una y otra deuda eran emitidas por los mismos bancos. Luego de los ajustes que provocaron los bancos centrales de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón mediante la política de brutal expansión del dinero que fabricaban electrónicamente y entregaban a esos bancos a muy bajas tasas de interés. Negocio redondo.

Lo bancos comerciales siguen hoy haciendo lo mismo. La especulación es la orden del día. Esto corrompe la utilidad de la deuda para acrecentar el consumo o la inversión presente frente a los ingresos que se conseguirán en el futuro. La deuda por sí misma es un instrumento para elevar el gasto hoy y pagar después. El sistema financiero no cumple con la función primera de mantener a los agentes económicos trabajando, consumiendo y acumulando.

Esa distorsión se advierte en el crecimiento acelerado de las deudas personales y corporativas a escala global. El caso reciente de Turquía expone ahora los efectos monetarios y de riqueza que llevan al colapso de los mercados.

El gobierno de Estados Unidos elevó al doble los aranceles al acero y aluminio producido en Turquía por un conflicto asociado con un preso político en aquel país. Esto acarreó la súbita devaluación de más de 18 por ciento de la lira turca (que ya suma más de 35 por ciento en lo que va del año) y con ello un jaleo en los bancos –principalmente europeos– que mantienen un alto valor de deuda turca. Las repercusiones se extendieron por los mercados financieros y provocaron una depreciación del peso mexicano y otras monedas alrededor del mundo. Este es un efecto de los mecanismos, la estructura y la interrelación de las transacciones financieras a escala global.

La deuda global: pública y privada (financiera y corporativa) ha alcanzado su máximo nivel. En 2016 llegó, según las estimaciones del FMI, a 164 trillones de dólares (billones según se mide aquí), de ellos, las economías avanzadas representaron 119 trillones, las emergentes 44 y las de más bajo ingreso 1 trillón. En 2001 el nivel global era 62 trillones.

La deuda estadunidense pasó de 20 trillones en 2001 a 34 en 2007 y 48 en 2016, lo que indica el carácter de las políticas monetarias establecidas luego de la crisis de 2008 e, insisto, las prácticas especulativas que prevalecen en el capitalismo de esencia financiera. El caso de China no es trivial: en 2001 la deuda era de 2 trillones, en 2016 llegó a 26 y en Japón pasó de 13 a 18 en el mismo lapso.

Hoy abundan los análisis acerca de la persistencia de la fragilidad financiera y las posibilidades crecientes de una réplica de la crisis. En juego está el empleo, el bienestar y la subsistencia de muchas formas de producción. El entorno seguirá alentando el aumento de la desigualdad.

León Bendesky

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