Los Estados Unidos no se dan cuenta de las miserias que muestran al mundo. El novelón del juicio político a Donald Trump pone en evidencia la profunda hipocresía del imperio. Todo el mundo sabe que el «impeachment» de los demócratas no va a prosperar porque el senado controlado por los republicanos votará en contra mientras tanto unos como otros esperan que la polarización de la campaña termine por dañar más al adversario que a sí mismos de cara a las elecciones de noviembre 2020.
Sin embargo, esto no es ni de lejos lo más bochornoso.
Los demócratas acusan a Trump de haber presionado en una conversación telefónica al presidente ucraniano, Vladímir Zelenski, para que investigara a su rival político, Joe Biden, con el fin de obtener información comprometedora sobre los negocios de su hijo Hunter en ese país con el fin de dañarlo de cara a las presidenciales del año que viene. Además, lo acusan de haber presionado a testigos claves de la investigación en su contra.
Hipocresía sin límites, porque es un hecho que el hijo de Biden fue designado miembro de la directiva de la empresa gasífera ucraniana Burisma justo después del «golpe blando» ejecutado por el presidente demócrata Barak Obama contra el entonces presidente ucraniano Víktor Yanukovich en 2014. Ese golpe, ejecutado con el propio Joe Biden como vice pero también con el visto bueno y activa participación de los republicanos, debió haber dado espacio para varios «impeachments»:
No se puede sostener éticamente la relación entre Biden como vicepresidente de Obama y su hijo, como directivo de una la mayor empresa gasífera privada de Ucrania: Razón para un juicio político contra Biden y razón para juicios contra todos los planificadores estratégicos de la operación de «cambio de régimen» en Ucrania. Juicio también contra las instancias británicas y estadounidenses que investigaron las actividades del hijo de Biden en Ucrania y «no encontraron nada raro», ni siquiera el hecho de que Hunter Biden, apenas unos meses antes del derrocamiento de Yanukovich, hubiera sido dado de baja de la Armada tras dar positivo en un control de cocaína.
Pero antes que eso, no se puede sostener éticamente el derrocamiento de un gobierno extranjero legítimamente constituído, y mucho menos con el apoyo de grupos neonazis como varios de los grupos que derrocaron a Yanukovich con todo el apoyo logístico y polítco-militar de Washington, tanto de su ala republicana como de la demócrata.
Sin embargo, eso no es todo: A Trump se le acusa por el más suave de los delitos que puede haber cometido: presionar a un presidente extranjero. Todos los días los presidentes de Estados Unidos se comportan como cerdos con los jefes de otros estados y nadie dice nada. Por ejemplo, ¿qué no le ha dicho Trump (o cualquiera de sus voceros) a los presidentes del ALBA, y en especial al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro?
A Trump se le acusa de jugar sucio para las próximas elecciones, pero Trump siempre ha jugado sucio en todo. Mejor no hablemos de cómo informó (o, mejor dicho, de cómo no informó) sobre sus finanzas personales en su carrera a la Casa Blanca. Si es por afrentas a la democracia en su propio país (para no mencionar incontables afrentas en el extranjero), mucho más justificado sería enjuiciarlo por haber evitado condenar a los racistas, los neonazis o el KKK (que por cierto, lo apoyan a él) cuando uno de los fanáticos de esos grupos supremacistas lanzó un vehículo a toda velocidad contra cientos de manifestantes antirracistas en Charlottsville, Virginia, hace dos años.
Incontables denuncias de abuso sexual, (incluyendo notorios lazos de amistad con Jeffrey Epstein, el multimillonario depredador sexual muerto en agosto pasado en circunstancias no aclaradas tras ser encontrado culpable de manejar una red de abuso de menores con su jet privado conocido como «Lolita Express»), uso e intento de uso de sus propiedades para ganar dinero a costa de su cargo (El recientemente vendido Trump International, un hotel de 5 estrellas a escasas dos cuadras de la Casa Blanca y el intento de alojar la cumbre del G-7 en uno de sus hoteles en Miami) y mucho más existe en el bagaje de Trump, pero como es hijo de la élite de poder estadounidense (igual que el hijo de Joe Biden, o que cualquier otro «hijo de» en los Estados Unidos), nada se le adhiere.
Y sin embargo, todo eso son nimiedades. Si de someter a juicio se trata, hay razones de mucho más peso para enjuiciar a Trump, por ejemplo, por negarse a ratificar el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático (un fenómeno que de hecho niega); por decidir reconocer a Jerusalén como capital de Israel o por reforzar el bloqueo contra Cuba, hechos ambos que toda la humanidad repudia.
Si en algo están de acuerdo los analistas, es en que semejante exhibición de miserias terminará por desmoralizar a cada vez más electores de modo que al final de la carrera solo queden en la arena las «barras bravas» de los demócratas y republicanos… y esas dos barras bravas, por más diferencias que tengan, al fin de cuentas solo quieren una cosa: imperio y más imperio, no salvar a la Madre Tierra.
No es fácil elegir entre un imperio con una estrategia altamente inestable de la mano de Trump y otro imperio con una estrategia más definida pero empeñado en mantener el insostenible e inmoral status quo colonial del mundo de la mano de los demócratas. Son la peste y el cólera. En realidad, nuestros pueblos hacen mejor en pensar en lo que ellos mismos son capaces de hacer que en esperar algo del decadente juego del «impeachment» imperial.
Jorge Capelan
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