Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? El principio fue registrado por Mateo en los Evangelios y deviene una de esas descripciones sobre la condición humana capaz de atravesar por todos los tiempos y circunstancias sin perder su penetrante contenido.
Viene a cuento lo dicho por Leví, uno de los doce apóstoles de Jesucristo, ante la esterilidad mental de Donald Trump, algo, sin dudas, que no lo absuelve de culpas. Prepotencia e ignorancia juntas provocan las peores consecuencias y, en cualquier escenario, son siniestramente calamitosas.
Se evidenció, por enésima oportunidad, durante la conmemoración del 244 aniversario de la proclamación de la independencia, cuando defendió a ultranza el estilo de vida americano, afirmando que esa fórmula “empezó en 1492 cuando Colón descubrió América”. No se refería a los antiguos pobladores de esos territorios desde antes de la llegada europea al norte o al sur del continente. Por tanto, la afirmación carece de sentido.
Los “indios” estaban asentados muchos años antes de la llegada de Colón a esta parte del mundo. Procedentes de Asia, posiblemente desde Siberia y a través del estrecho de Bering, según las teorías mejor documentadas. Entre 1535 a 1821, el imperio español tuvo bajo su control estos espacios geográficos y les sucedieron los colonizadores franceses. Por último fue Inglaterra, país del cual se independizan los integrantes de las 13 colonias y, ese sí, tiempo portador de una visión diferente sobre los patrones de convivencia para aquellas comunidades provenientes del antiguo imperio.
La Declaración de Independencia proclamada el 4 de julio de 1776 –unos tres siglos después del “descubrimiento” del Nuevo Mundo por el almirante genovés-, plantea entre sus propósitos capitales, la igualdad de todos los seres humanos (algo jamás acatado en lo referido a las etnias nativas o los africanos importados después, ni tampoco con respecto a las mujeres que siguen salarialmente subordinadas hoy) y “vida, libertad y búsqueda de la felicidad”.
Aspiraciones válidas y moralmente nobles si no se hubieran reducido en su ejercicio desde entonces, al segmento (blancos, anglosajones y protestantes. Características de los primeros inmigrantes que para la fecha de referencia, optaron por emanciparse de Londres). Luego en probidad, el nacimiento del american way, no fue en la etapa colombina, sino en ese señalado, importantísimo momento, sin dejar en el fondo del barril que faltaba mucho para deshacerse de patrones obsoletos, como los mantenidos en el Sur esclavista hasta concluir, en 1865, la Guerra de Secesión. Y, bueno, no todo se lo llevó aquel viento.
El carácter excepcional o de pueblo elegido que adoptaron y con el cual se facultan para meterse en asuntos ajenos o hacer prevalecer los suyos por encima de los demás, son rasgos adquiridos del ultra nacionalismo militar y expansivo británico, y se expresa a través del patrioterismo exaltado que propugna la agresión contra otras naciones”, según define la academia de la lengua al jingoísmo practicado antes y desde entonces.
Algunos historiadores consideran que el estilo de vida americano se instala en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, como característica sobresaliente de una sociedad autoerigida superior y perfecta. Antes del tardío ingreso a la contienda, obtuvieron un auge económico en parte debido a las ventajas aportadas por la propia conflagración.
Las tergiversaciones de la historia que hace Trump se insertan en su visión grandilocuente de los asuntos y su manía de colocar lo suyo, cuanto hace o procura, como algo especialísimo.
Similar su enfoque de aquellos considerados enemigos, lo sean o no. Califica de “izquierda radical” o de “marxistas, anarquistas, agitadores y saqueadores” a cuantos se manifiestan contra esos lados podridos del sistema, o con respecto al establishment propiamente, (Conjunto de personas, instituciones y entidades que controlan el poder político y socioeconómico en una sociedad. Así lo describen los diccionarios).
Para Trump es una falsa etiqueta aplicada a cuantos se le oponen o evidencian una inconformidad que no solo es de carácter racial, aun cuando la discriminación asesina haya desatado los más recientes disturbios.
Sigue demeritando a la prensa, excepto la proclive a sus manías y disparates. Este 4 de julio los acusó de “etiquetar falsa y consistentemente” a quienes, según él están contra los verdaderos patriotas. En esa línea expuso “No permitiremos que turbas airadas derriben nuestras estatuas, borren nuestra historia, adoctrinen a nuestros niños o pisoteen nuestras libertades”. La tergiversación de los acontecimientos es suya, no de los medios informativos, como queda evidenciado en su desafío ante las reacciones surgidas del crimen de un afro descendiente, como si no fueron claras exigencias de igualdad racial no exentas de otras inconformidades.
Sus intervenciones por la efeméride fueron triunfalistas y mendaces. Cuando trató el curso de la pandemia dijo que estaba controlada –no es la primera vez que afirma semejante falsedad- , como si Estados Unidos no se encontrara con cerca de 3 millones de contagiados y por encima de los 130 mil fallecidos, mientras se propagan nuevos brotes en una ¡treintena de estados! En lugar de encarar los hechos y actuar para enmendarlos, aseguró encontrarse cerca de una “victoria tremenda”.
El repunte de la COVID-19 era completamente predecible, y se predijo – afirma Paul Krugman-. “Cuando Donald Trump declaró que iniciaríamos una “transición hacia la grandeza” —es decir, que nos apresuraríamos a reabrir la economía a pesar de que la pandemia seguía descontrolada— los epidemiólogos advirtieron de que esto podría desencadenar una nueva oleada de infecciones. Y acertaron. Y los economistas advirtieron de que, si bien relajar el distanciamiento social conduciría a un breve periodo de crecimiento del empleo, estas mejoras serían de corta duración, que la reapertura prematura sería contraproducente incluso en lo relativo a la economía. Y acertaron también”.
“El aspecto realmente aterrador de nuestra situación actual –afirma el premio Nobel- es que “Trump y su gente no parecen haber aprendido nada de su debacle por el coronavirus (…) los delirios de éxito trumpianos nos van a salir muy caros al resto de nosotros”.
Fuera de seguidores tan frustrantes como él, a pocos ha gustado el mensaje enardecido de Donald Trump en vísperas del aniversario y durante su segunda intervención en la jornada siguiente. En ambos casos optó por profundizar las divisiones de la sociedad, asustando con la “extrema izquierda estadounidense”, convertida en un “nuevo fascismo” y, según él, son grupos atentando contra los valores de Estados Unidos, pero él conduce “el proceso para derrotar a esa izquierda radical”. Naturalmente son criterios e interpretaciones muy manoseadas de designio tóxico.
¿Busca reparar el “desastre político de proporciones épicas” debido a su enajenada necedad, y recuperar terreno a solo 4 meses de las presidenciales? A saber. Hay quienes en lugar de mirarse al espejo prefieren posar de espaldas a la verdad.
Pero esa supuesta “revolución cultural de izquierda diseñada para derrocar la revolución americana” (¡¿?!) a cargo de “gente mala, diabólica” que busca “el fin de América”, aparte de febril estupidez, contiene conceptos capaces de profundizar la segmentación de la sociedad. Y eso no es bueno nunca, menos en medio de tantos entresijos e incertidumbres.
Elsa Claro
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