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Fracasa la vacunación global
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Global Research, abril 12, 2021

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El 19 de marzo pasado publiqué en este semanario las opiniones y observaciones del Dr. Geert Vanden Bossche, un médico veterinario y virólogo belga con varias décadas de experiencia trabajando para instituciones gubernamentales y privadas dedicadas a la salud y, específicamente, al desarrollo y distribución de vacunas –como GAVI Vaccine Alliance–, así como para varias farmacéuticas privadas.

Recientemente, el belga alertó al mundo sobre la relación directa entre las medidas de distanciamiento social –entre las que destacan las cuarentenas generalizadas– y la constante aparición de nuevas variantes del Covid-19, algunas de ellas potencialmente más infecciosas o letales que la cepa inicial.

Además, el científico señaló que estas vacunas –sorprendentemente y a diferencia de lo sucedido históricamente hasta 2019– no producen inmunidad en el vacunado, sino que solo lo protegen de los síntomas graves. El experto indicó que vacunar así a grandes (o pequeñas) porciones de la humanidad –es decir, sin suprimir el virus–, especialmente cuando la “presión infecciosa” es alta, fomenta la aparición de nuevas mutaciones.

La ciencia es un debate, a diferencia de lo que nos quieren hacer creer las corporaciones que dominan el periodismo y las redes sociales de Internet. Ellas solo toleran la versión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y las instituciones del rubro que, en cada caso, coinciden en sus aseveraciones. Así, el llamado de alerta de Vanden Bossche corría el riesgo de quedar en los márgenes, cuando no descartado por algún verificador de contenidos de Internet (ellos, más que corroborar o desmentir, comparan versiones y toman declaraciones. Las de mayor autoridad, en este caso, las de la OMS, ganan siempre).

Por suerte, desde el aviso de Vanden Bossche, varios científicos han salido a advertir al mundo sobre el mismo peligro: la People’s Vaccine Alliance, una coalición de organizaciones que incluye a Oxfam, Amnistía internacional y UNAIDS, realizó una encuesta entre 77 científicos de 28 países. Dos tercios de ellos indicaron que el mundo tiene “un año o menos” antes de que las vacunas de primera generación se vuelvan inútiles ante las variantes del Covid-19. Un tercio de ellos piensa que eso sucederá en solo nueve meses. Como podemos leer al respecto en The Guardian (30/03/21):

“La persistencia de una cobertura insuficiente en muchos países hará más probable que aparezcan mutaciones resistentes a las vacunas, señaló el 88% de los encuestados, que trabajan en instituciones ilustres como Johns Hopkins, Yale, Imperial College, London School of Hygiene & Tropical Medicine (LSHTM)…”.

Y aquí viene lo central: “A menos que vacunemos al mundo, dejamos la cancha abierta para más y más mutaciones, que podrían producir variantes que podrían evadir las actuales vacunas y requerir refuerzos para poder enfrentarlas” (el énfasis es nuestro).

Si nos remitimos a los pronósticos hechos en el mismo medio, The Guardian, meses atrás, leeremos que: “9 de cada 10 personas en 70 países de bajos ingresos difícilmente serán vacunados contra el Covid-19 (durante el año 2021) debido a que la mayoría de las vacunas más prometedoras han sido compradas por Occidente”.

En otras palabras, no se podrá “vacunar al mundo” durante este año, el lapso que los doctores de la People’s Vaccine Alliance señalan como crítico. De hecho, ya parece cosa segura que el mundo no se habrá vacunado ni siquiera para fines de 2022, si acaso se logra tan alucinante propósito alguna vez.

La imposibilidad de suprimir el virus a escala mundial –a todas luces una batalla perdida–, volverá inútiles las enormes y costosas campañas de vacunación que los países desarrollados están llevando a cabo, pues las mutaciones ocurridas en los países subdesarrollados harán vulnerables nuevamente a sus vacunados cuando lleguen a su territorio, sin que importe en lo absoluto que esos países hayan logrado llegar al 100% de su población.

Los que ganan son únicamente las farmacéuticas y los gobiernos que –por cualquier motivo– deseen reprimir a sus ciudadanos. Para el resto, continuarán la represión, el miedo estimulado por la gran prensa y las autoridades y el recorte de las libertades, con terribles consecuencias para los pobres y, inmediatamente después, para lo que queda de las clases medias.

La información aquí expuesta nos obliga a ir pensando en una pandemia “perpetua”, como sugieren Christopher Murray, de la Universidad de Washington y Peter Piot, de la LSHTM. Como señaló Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, al 17 de febrero pasado el 75% de las vacunas totales han sido administradas en solo 10 países, mientras que 130 no han colocado una sola (Bloomberg, 24/03/21).

“Pandemia perpetua” equivale a control perpetuo. El mundo viene cambiando para mal a pasos de gigante y muy probablemente nos dirigimos hacia una realidad bastante distópica (uso esta palabra a modo de eufemismo). La razón de todo esto no es la pandemia de Covid-19 en sí misma –el mundo ya ha superado muchas pandemias sin convertirlas en “perpetuas”, como las de 1957, 1968 y 2009–, sino las absurdas y anticientíficas medidas tomadas para combatirla, como la cuarentena de la población joven y sana (nunca antes considerada necesaria o deseable por la ciencia). También debemos añadir a estas condiciones la supresión de otros tratamientos alternativos a las vacunas, pues muchísimos médicos reputados que tratan el Covid-19 aseguran en base a su experiencia –y hasta las lágrimas–, que algunos de ellos sí funcionan.

Si recordamos, además, que la iniciativa de poner en cuarentena a la población sana nació de las estadísticas fraudulentas del Imperial College de Londres –que motivaron a países del primer mundo a emplear esa medida, siendo seguidos rápidamente por el resto–, estamos ante razones ineludibles para plantearnos profundas y muy críticas preguntas sobre lo que está sucediendo.

El lector debe sacar sus propias conclusiones y sopesar el daño que está ocasionando está profunda disrupción producida sobre el mundo entero, poniendo en el lado opuesto de la balanza los supuestos beneficios de las medidas que las autoridades de turno emplearon para paliar la pandemia (muchas de ellas, como las vacunas mismas, experimentales).

Hacia una nueva edad oscura

Llámenme loco, pero no creo que las elecciones de este domingo sean más importantes que el escandaloso recorte de las libertades humanas en el mundo entero; tampoco creo, por supuesto, que el desastre en ciernes que representa el fracaso de la vacunación global sea un tema que se pueda postergar.

El autoritarismo avanza en el mundo desarrollado, con los ingleses saliendo a las calles en estos días para defender su derecho a la protesta de una ley que, casi con seguridad, será aprobada muy pronto en el Parlamento conservador. Estamos hablando de la cuna del liberalismo. Mientras tanto, Boris Johnson se prepara para poner a prueba unos flamantes pasaportes biológicos en eventos deportivos y conciertos. Y eso es solo la punta del iceberg de esta nueva normalidad que asusta, que amenaza con el ostracismo y la censura a quienes no estén de acuerdo con lo que sucede, con las decisiones tomadas o con vacunarse cada cierto número de meses, ad infinitum, con vacunas experimentales.

Nuestras libertades fueron conquistadas en una lucha encarnizada contra la mezquindad y el egoísmo, contra la brutalidad de quienes comercian con seres humanos, quienes no son muy distintos de los que hoy lucran con la salud del mundo –Big Pharma–, descrita por sus críticos como una enorme y poderosa mafia que viene costándole a la ciencia nada más y nada menos que su integridad y credibilidad. Recordemos la lapidaria frase de Richard Horton, editor en jefe de The Lancet (11/04/2015):

“El caso contra la ciencia es sencillo: gran parte de la literatura científica, quizás la mitad, podría simplemente ser falsa”.

Sería imposible exagerar la magnitud de esta observación y sus implicaciones, así como el prestigio de quien la pronuncia. ¿Cuál es la razón de que gran parte de la literatura científica sea, probablemente, falsa? Los abundantes conflictos de interés, por supuesto. Las farmacéuticas gozan de la prerrogativa de ocultar los hallazgos científicos que no les convienen comercialmente. Una escandalosa –pero innegable– realidad (una ley intentó cambiarlo, en EE.UU., en 2017, pero no se está haciendo cumplir). La FDA, por su parte, opera con el dinero de las empresas privadas que debe regular. Esto ha sido denunciado extensivamente, pero pocos se enteran.

Todo ello nos habla del poder desmesurado de ciertos intereses privados en el mundo contemporáneo, poder para comprarlo y torcerlo todo, especialmente cuando un aparato propagandístico intenta convencernos sin descanso de las bondades de dejar todo en manos de esos mismos intereses.

Los niños están enfermando en el encierro. Millones de hombres y mujeres están al borde de la hambruna o padecen hambre hoy. Otros cientos de miles ya han visto recortada su esperanza de vida al no poder atenderse de enfermedades ajenas a la emergencia o al no poder acceder a despistajes de cáncer y otras revisiones de rutina.

Debemos tener en cuenta que los científicos opuestos a las medidas de distanciamiento social y vacunación masiva e indiscriminada no son cinco o diez, sino cientos (o quizás miles). Parece que hubiera un “consenso científico” donde, en realidad, hay censura y control estricto de la información que llega a nosotros.

Vamos hacia una nueva normalidad en la que tendremos que vacunarnos cada seis meses, como quien “actualiza el antivirus”. Debemos reconocer esta urgente realidad y empezar a dialogar sobre el futuro inmediato, de manera abierta y pública. ¡Se nos acaba el tiempo!

Daniel Espinosa Winder

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