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Gracias a Dios: La Iglesia del pueblo nicaragüense
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Global Research, marzo 06, 2023

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“No somos católicos típicos”, explica Yamil Ríos, de la Comunidad Eclesial de Base San Pablo Apóstol del Barrio 14 de Septiembre en Managua. “Porque no tenemos un cura aquí, gracias a Dios”. Alrededor de la sala, los feligreses se ríen en sus sillas plegables puestas en medio círculo. En la parte delantera de la sala, los músicos alistan sus instrumentos para otro número alegre.

En la Nicaragua actual, existe una ruptura entre la jerarquía católica y su base abandonada. La politizada iglesia oficial ha colaborado durante mucho tiempo con el imperialismo estadounidense y, como consecuencia, está perdiendo la comunidad de fe formada por el pueblo de Nicaragua.

Comunidades eclesiales de base con una opción preferencial para los pobres

Comunidades eclesiales de base en Nicaragua como San Pablo Apóstol florecieron durante la insurrección de los años setenta y tras el derrocamiento en 1979 de la dictadura somocista. Esta sangrienta dictadura fue apoyada por la jerarquía de la Iglesia católica durante los casi 45 años de su gobierno. Estas comunidades eran lugares donde los laicos dirigían estudios bíblicos de teología de la liberación, celebraban misas y ayudaban a sus vecinos.

A diferencia de Cuba, la revolución nicaragüense nunca fue laica – la Revolución de Nicaragua estuvo tan influenciada por la teología de la liberación que en la década de 1980 existía un dicho popular: “Entre cristianismo y revolución no hay contradicción”. El Canciller de Nicaragua, el padre Miguel d’Escoto, sacerdote de Maryknoll, solía decir: “No se puede ser seguidor de Jesús y no ser revolucionario.”

El padre Miguel no era el único sacerdote en el gobierno. En aquella época varios sacerdotes eran ministros, trabajaban para mejorar la vida de la mayoría pobre. Pero no eran los sacerdotes de la jerarquía eclesiástica, que se opuso abiertamente a la Revolución Popular Sandinista. El mismo Papa Juan Pablo II vino a Nicaragua y reprendió a los sacerdotes del gobierno, y el Vaticano los censuró más tarde.

Gracias al implacable antagonismo de la jerarquía de la Iglesia católica, pocas comunidades como San Pablo Apóstol sobrevivieron los años neoliberales en Nicaragua.

“Esta comunidad es una comunidad laica, en el sentido de que manejamos nuestros actos religiosos somos nosotros mismos, no consideramos a los ordenados, a los sacerdotes, como más arriba que nosotros o con más poder o más autoridad.” explica Eduardo Valdez, miembro de la comunidad.

“Al principio de los años 90, después de la derrota de la Frente Sandinista, en esos años, la jerarquía católica no miraba con buenos ojos a las comunidades eclesiales de base como esta,” continua Valdez, “por su opción por los pobres. Y aquí se nos quiso imponer el silencio que no cantáramos nuestros cantos de compromiso, y hubo un momento de conflicto y ruptura con los sacerdotes desde 1994 aquí no tenemos un párroco oficial así que somos nosotros los laicos, mujeres, y hombres, que hacemos la celebración religiosa.”

En el servicio dominical de la comunidad, tres mujeres se sientan a la mesa central y dirigen la misa con oraciones y lecturas de la Biblia en un orden familiar para los católicos de todo el mundo. Pero cuando llega el momento de la homilía, los feligreses tienen la palabra. El micrófono pasa de unos a otros, y jóvenes y mayores -en su mayoría mujeres- interpretan el Evangelio en relación con ellos y sus vidas en su barrio obrero de Managua. Cuando llega el momento de la comunión, las laicas invitan explícitamente a comulgar a todo el mundo, sea cual sea su tradición religiosa. “Todos son bienvenidos”, insisten.

Los músicos entonan una canción de la Misa Campesina Nicaragüense. “Vamos a la milpa, a la milpa del Señor”, cantan. “Jesucristo nos invita a su cosecha de amor, brillan los maizales a la luz del sol, vamos a la milpa de la comunión”. En lugar de las hostias de comunión hay deliciosas rosquillas tradicionales. Una vez que todos han comulgado, se reparte la cesta con las galletas sobrantes y todo el mundo las come.

Ruptura del Pueblo Nicaragüense con la Jerarquía de la Iglesia

Aunque San Pablo Apóstol es la comunidad eclesial de base más antigua del país, pues sus raíces se remontan a los años sesenta, sus miembros no son ni mucho menos los únicos fieles rompiendo con la Iglesia católica tradicional: según encuestas recientes, sólo el 37% de los nicaragüenses se identifican hoy como católicos, frente al 94% de mediados de los noventa y el 50% de hace sólo unos años. ¿Cuál ha sido la causa de esta reciente ruptura?

Durante el fallido intento de golpe liderado por Estados Unidos en 2018, criminales violentos mantuvieron secuestrado a todo el país durante meses a través de miles de tranques que, además de paralizar la economía del país y causar la pérdida de miles de puestos de trabajo, fueron focos de terrible violencia. Aunque Estados Unidos financiaba el intento contra el gobierno sandinista de Nicaragua, elegido democráticamente, la jerarquía de la Iglesia católica nicaragüense lo instigaba. En varias ciudades alrededor del país, los sacerdotes llamaban a la violencia desde el púlpito; algunos la iniciaron, como en Ciudad Sandino, donde se vio a un párroco alentando el incendio de la sede del partido sandinista y el saqueo de las oficinas de la seguridad social.

En los “tranques de la muerte”, los simpatizantes sandinistas eran identificados, golpeados, violados, torturados y asesinados, y los sacerdotes observaban y a veces participaban en la violencia. Evidencia en video enseña sacerdotes almacenando armas en iglesias, dando garrotazos, viendo mientras echan gasolina a personas, y mandando criminales a botar cadáveres. Los feligreses vieron con sus propios ojos lo que hacían los sacerdotes y, como era de esperar, se han alejado de la Iglesia a consecuencia de ello.

Bishop Rolando Álvarez

“Está bien horrible lo de la Iglesia católica en Nicaragua”, dice productor campesino Benjamín Cabrera, de Ciudad Sandino. “Porque el mensaje que el sacerdote da en la misa son completamente de odio… El padre Rolando Álvarez, qué caballada, cómo se expresa, cómo lanza al pueblo, cómo enferma el corazón de la gente”.

Ex obispo de Matagalpa y Estelí, Álvarez es una de las figuras más polémicas de la Iglesia nicaragüense, conocido por su retórica ofensiva y por llamar abiertamente a la violencia desde el púlpito y dirigir la violencia en 2018. En el pueblo de Chaguitillo, durante la misa en la iglesia que el pueblo había construido con sus propias manos, Álvarez preguntó quién de los presentes era sandinista. Cuando todos los sandinistas levantaron la mano, señaló la puerta y dijo: “Fuera de mi iglesia”.

Desde 2016 emisoras de radio y canales de televisión de Matagalpa dirigidos por Álvarez recibieron financiamiento estadounidense canalizada para socavar al Gobierno. A pesar de las advertencias del gobierno de que estas actividades violaban la ley y el estatus de medios religiosos, nunca cesó en sus esfuerzos desestabilizadores, incluso después de 2018. Finalmente, siete emisoras de radio y dos canales de televisión fueron cerrados por infracciones legales en 2022 por Telcor, la entidad que regula las comunicaciones.

Álvarez rechazó las invitaciones al diálogo y él y sus colegas se atrincheraron en la catedral de Matagalpa durante varios días. En agosto pasado, Álvarez’ fue puesto bajo arresto domiciliario e investigado por una serie de delitos, entre ellos atentar contra la integridad nacional, promover el odio y la violencia a través de las tecnologías de la información y la comunicación, obstrucción agravada de las funciones del Estado y desacato a la autoridad. Recientemente, el gobierno nicaragüense aprobó la deportación de Álvarez, junto con 222 traidores convictos, a EE.UU.

Sin embargo, Álvarez se negó a embarcar sin hablar antes con los obispos nicaragüenses. También exigió que los 11 sacerdotes y seminaristas que ya habían embarcado -co-conspiradores suyos que ya habían sido condenados por delitos- se apearan para hablar con él. Como la decisión de deportar a Álvarez fue tomada por el gobierno nicaragüense y no tenía nada que ver con la Iglesia, sus demandas fueron rechazadas. Se le dijo que podía elegir subir al avión o no; él eligió quedarse en Nicaragua. Para su sorpresa, Álvarez no fue devuelto a su casa para continuar el arresto domiciliario, sino que fue enviado directamente a la cárcel La Modelo. Esa misma semana fue juzgado y condenado a 26 años de prisión por sus delitos.

La gente mantiene su fe, pero son pocos los que visitan la iglesia

“No sé qué le ha pasado a la Iglesia”, Cabrera levanta las manos. “Me duele porque yo he sido católico, fui Delegado de la Palabra, ¿verdad?. Pero ¿cómo voy a apoyar ahora a los padres? ¿Con qué cara se les mira? Entonces, la Iglesia ha caído. La gente mantiene su fe, pero son pocos los que visitan la iglesia… Tal vez allá [en Estados Unidos] se dicen otra cosa, pero no es así. Si pregunta al pueblo, ‘¿Qué es lo que pasó con la Iglesia?’ Ese cuento que les estamos contando nosotros la van a contar mucha gente. La Iglesia era una de las primeras bases para el golpe”.

A la luz de las acciones de odio y violencia de sus sacerdotes en Nicaragua, un país donde el 77% de la población apoya al gobierno sandinista, quizá la Iglesia debería estar menos sorprendida por sus bancos vacíos. A diferencia de la menguante Iglesia católica, las iglesias protestantes pentecostales siguen creciendo: una reciente vigilia al aire libre en la ciudad fronteriza norteña de Somotillo atrajo a una multitud de miles de personas. La popularidad de la religión personal sobre la institucionalizada está creciendo. La gente reza y rinde culto en sus hogares y comunidades laicas, continuando su fe en lo que Edwin Sánchez dice que es “Una estrecha relación de calidad con el que Vive y Reina para Siempre, y no huecas y distantes solemnidades pomposas.”

En la actualidad, Nicaragua sigue siendo un país profundamente espiritual con prósperas comunidades religiosas, pero no son las comunidades religiosas que a la Iglesia tradicional le gustaría ver. Su existencia pone en tela de juicio los fundamentos mismos de la Iglesia, por lo que no es de extrañar que susciten la ira de sus sacerdotes.

“No puede una opción de los pobres ser solamente espiritual, allí en el aire y los pobres siempre siguiendo pobres y miserables,” explica Valdez, de la Comunidad de San Pablo Apóstol. “Esa opción de los pobres tiene una consecuencia política, tiene una consecuencia de poder. Significa que los pobres tenemos que acceder al poder para formar esa realidad y nosotros lo vemos en esa lucha política…allí está la mano de Dios, en la liberación de los pueblos. Por eso somos Sandinistas. Somos una comunidad Sandinista y antimperialista por nuestra fe.”

Como dijo el Padre Miguel d’Escoto: “No se puede ser seguidor de Jesús si no es revolucionario, y eso, inevitablemente, implica ser un recalcitrante antimperialista y anticapitalista”.

Becca Renk

Becca Renk: Ha vivido y trabajado en desarrollo comunitario sostenible en Ciudad Sandino desde 2001.

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