La carta al presidente del Consejo Europeo Donald Tusk y la declaración al Parlamento británico de la primera ministra Theresa May (foto) fueron el paso de minué imprescindible para activar el proceso de negociación para la salida del Reino Unido de la Unión Europea, pero no añadieron mucho ni en el tono del mensaje ni en la hoja de ruta a seguir en los próximos dos años.

May buscó mitigar el corte trascendental que abre el Reino Unido en la UE con promesas de una negociación “constructiva y respetuosa “ y usó el mismo tono, a la vez formal y optimista, para apelar a la unidad de los británicos y generar confianza en un futuro venturoso fuera de la UE. Pero la primera ministra dejó en claro que el impacto sería profundo. “No vamos a seguir en el mercado único europeo. Entendemos que las cuatro libertades que exige este mercado son indivisibles. Esto tendrá consecuencias para el Reino Unido”.

Las cuatro libertades de la UE – libre circulación de bienes, servicios, capital y personas – siempre fueron el hueso duro de roer porque el acceso económico exige la libre circulación de las personas y choca con el voto antiinmigratorio del referendo del pasado junio. Entre la espada y la pared, entre el impacto económico y la turbulencia política, May eligió, primero en octubre y después en enero, eso que se dio por llamar “Hard Brexit”: una separación de la UE que incluye desprenderse del “single market”.

La respuesta de Bruselas a la carta de May fue escueta. Donald Tusk indicó que el Consejo Europeo publicaría en breve una guía para las negociaciones y que la guía sería ratificada en una reunión el 29 de abril. La reunión caerá en medio de las dos rondas de votación en Francia, algo que puede influir en el tono y la propuesta europea con el ojo puesto también en las elecciones alemanas en septiembre.

La guía de negociaciones presumiblemente aclarará un punto contencioso. Theresa May propone que se negocie todo al mismo tiempo: el divorcio y la nueva relación. En la Unión Europea muchos consideran que la prioridad es ponerse de acuerdo en los términos de la separación.

La diferencia no es meramente formal o técnica. Una señal de un divorcio amigable que allane el camino a una nueva relación “constructiva” sería un acuerdo rápido sobre los derechos de los tres millones de europeos que viven en el Reino Unido y el millón de británicos que habitan en el continente europeo.

Pero como en muchos divorcios la bomba de tiempo es el dinero. Alemania, Italia y Francia han señalado que antes de negociar los términos de la nueva relación, tienen que acordar la suma que el Reino Unido debe pagar a la UE como parte de sus compromiso pasados y futuros: la cifra más mencionada ha sido unos 60 mil millones de euros.

Esta cifra puede ser una mera posición dura inicial, pero entre los eurófobos del Partido Conservador de May es una ofensa imperdonable: cualquier pago será considerado una humillante traición. En caso de que no se supere este escollo, los témpanos del Titanic estarán a la vista.

Suponiendo que los negociadores eviten este destino, tendrán que avanzar hacia un nuevo acuerdo económico y comercial que incluya aduana, aranceles, reglas pararancelarias y toda la parafernalia que se necesita una vez que se pierde la unión.

En el parlamento May remarcó que los 44 años de pertenencia a la Unión Europea deberían facilitar las cosas porque han llevado a una convergencia en la producción y el comercio. Pero también reconoció que si no se llega a este acuerdo, “por default tendríamos que comerciar de acuerdo a las condiciones que estipula la Organización Mundial del Comercio”.

En otras palabras, habría un salto automático en los aranceles que la Unión Europea tiene para los productos de cualquier país extracomunitario: un 15% en alimentos, 10% en coches, 36% en productos lácteos. El impacto sería muy fuerte: la mitad del comercio británico es con la UE.

May dejó en claro que está dispuesta a jugar a todo o nada en la negociación. La primera ministra advirtió que si no hay acuerdo económico, “la cooperación en la lucha contra el crimen organizado y el terrorismo quedarían debilitados”. En una Europa bajo permanente amenaza terrorista, no es un tema menor: el Reino Unido está preparado a poner su propia seguridad y la de otros sobre la mesa.

En juego está también la unidad de esas cuatro patas que conforman el Reino Unido: Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte. En el parlamento el ex líder de los nacionalistas escoceses lo dejó bien en claro. “En los nueve meses de política de la primer ministro respecto al Brexit, Irlanda del Norte está estancada políticamente, los galeses están alienados del proceso, Escocia quiere un nuevo referendo sobre independencia e Inglaterra está profundamente dividida”, dijo Alex Salmond.

El martes el parlamento escocés aprobó la convocatoria a un nuevo referendo que la primer ministro de Escocia Nicola Sturgeon debe negociar con Theresa May. El Brexit es el principal argumento de los nacionalistas escoceses para una nueva consulta popular a solo tres años que los escoceses dijeran no a la independencia por un margen de 10 puntos. Una de las principales razones de este voto fue el temor a que la independencia los dejara fuera de la UE.

Irlanda del Norte es otro tema contencioso. El regreso de las fronteras duras entre el Reino Unido y la UE deja en una posición de fragilidad al proceso de paz que tiene entre sus pilares la libertad de movimiento entre la República de Irlanda y el norte. “La República de Irlanda es el único miembro de la UE que tiene una frontera terrestre con el Reino Unido. No queremos volver a la frontera dura que existía entre nuestros dos países. No queremos nada que comprometa el proceso de paz de Irlanda del Norte”, dijo May.

El Brexit complicó las cosas. Al igual que en Escocia, en Irlanda del Norte el sí a Europa triunfó por un amplio margen. El otrora brazo político del IRA, el Sinn Fein, uno de los dos principales partidos de la provincia, está llamando a un referéndum para la unificación del norte con la República de Irlanda en momentos en que no se llega a un acuerdo para formar un gobierno de coalición, mecanismo esencial para mantener la paz entre los distintos sectores.

Ni siquiera Gales, que votó por estrecho margen a favor del Brexit, está conforme con el “Hard Brexit” de May. Los galeses, beneficiarios directos de los subsidios europeos, temen el futuro que les deparará una vida fuera de la UE. Si este temor confunde un poco dado el voto que emitieron en el referendo, se puede decir que en un mundo que eligió a Mauricio Macri y Donald Trump los galeses no están solos.

Marcelo Justo