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La contribución de Suiza a la construcción del orden neoliberal
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Global Research, febrero 11, 2021

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La Revolución Rusa de 1917 hizo entrar en pánico a la alta burguesía europea, ya muy desacreditada y debilitada por la gigantesca tragedia de la Primera Guerra Mundial, fruto de su propia irresponsabilidad, codicia e incompetencia. La crisis de 1929, que llevó casi a la ruina a la mayoría de los países capitalistas industrializados, pero que practicamente no afectó a la joven Unión Soviética, reforzó aún más la alternativa propuesta por la Revolución Rusa.

Esta burguesía tuvo entonces que enfrentarse a dos dificultades: reconstruir el orden capitalista internacional y responder al desafío planteado por la crítica marxista y la Revolución Rusa. Un grupo de intelectuales hostiles al comunismo, a la izquierda en general, e incluso al capitalismo del New Deal en Estados Unidos, trató de desarrollar e imponer una reconstrucción más autoritaria y profundamente antidemocrática del capitalismo: el neoliberalismo. Como mencioné en mi texto anterior, (https://www.globalizacion.ca/el-peligroso-camino-de-suiza-hacia-la-extrema-derecha/) Suiza fue el primer país en acoger y financiar a estos intelectuales, desempeñando un papel clave en la construcción del orden neoliberal.

Quinn Slobodian, autor del libro ‘Globalists’, creó un término para la contribución de Suiza al neoliberalismo: la Escuela de Ginebra.

Según Slobodian, la Escuela de Ginebra “incluye a pensadores que han ocupado cargos académicos en Ginebra (Suiza), como Wilhelm Röpke, Ludwig von Mises y Michael Heilperin; a los que han realizado o presentado investigaciones clave allí, como Hayek, Lionel Robbins y Gottfried Haberler; y a los que han trabajado en el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT), como Jan Tumlir, Frieder Roessler (. …) los neoliberales de la Escuela de Ginebra han transpuesto la idea ordoliberal de la ‘constitución económica’ -o el conjunto de normas que rigen la vida económica- a escala más allá de la nación.”

Aun según este autor, “Ginebra -que acabó siendo la sede de la OMC- se ha convertido en la capital espiritual del grupo de pensadores que pretendía resolver el enigma del orden postimperial”. Este orden postimperial se refiere al periodo que siguió al fin del Imperio Austrohúngaro y gran parte del ‘enigma’ mencionado se refiere al desafío planteado por la Revolución Rusa. “Lo que buscan los neoliberales de la Escuela de Ginebra no es una protección parcial, sino completa, de los derechos del capital privado, y la capacidad de los órganos judiciales supranacionales, como el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas y la OMC, de anular las legislaciones nacionales que puedan interferir con los derechos globales del capital, es decir, una constitución económica para el mundo.”

Para la Escuela de Ginebra, siempre según Slobodian, “los compromisos con la soberanía y la autonomía nacionales eran peligrosos si se tomaban en serio. (Los defensores de la Escuela de Ginebra) eran firmes críticos de la soberanía nacional, pues creían que, después del imperio, las naciones debían permanecer dentro de un orden institucional internacional que salvaguardara el capital y protegiera su derecho a moverse por el mundo. El pecado capital del siglo XX fue la creencia en la independencia nacional sin restricciones, y el orden mundial neoliberal exigía una isonomía exigible -o ‘las mismas leyes’, como lo llamaría Hayek más tarde- frente a la ilusión de autonomía, o ‘leyes propias’.”

Para los neoliberales de la Escuela de Ginebra, las leyes que promueven la defensa de los ‘derechos’ del capital deben tener prioridad sobre las leyes nacionales relativas a los derechos de los trabajadores o la protección del medio ambiente, por ejemplo.

Muchos de los participantes de la Escuela de Ginebra se encontraban entre los fundadores de la Sociedad Mont Pélerin, también en Suiza, entidad que desempeñó un papel clave en la construcción intelectual del neoliberalismo y en la difusión internacional de sus propuestas. La Sociedad Mont Pélerin sirvió de inspiración y modelo para otras importantes organizaciones de la red internacional de la derecha, como la Atlas Network y el Atlantic Council.

Ante el desafío que supuso la Revolución Rusa, la burguesía suiza se colocó muy pronto del lado del capital, abrazando incluso los extremos más autoritarios del capitalismo como defendidos por el neoliberalismo, todo para frenar la «amenaza» de la izquierda, siempre más peligrosa, desde el punto de vista del capital, que cualquier amenaza totalitaria de la derecha. Un importante testimonio de la cruzada de la burguesía suiza contra el comunismo y la izquierda en general lo ofrecen los escritos de Harry Gmür, escritor y comunista suizo. Nacido en Berna en 1908, Gmür fue testigo del ascenso del fascismo en Europa y de la reacción neoliberal en Suiza. A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Gmür abrazó la izquierda y sus valores humanitarios. En un texto publicado en 1965 con el título ‘La guerra de Hitler y Suiza’ , Gmür escribió:

“Tras el comienzo de la guerra, el gobierno de Berna, bajo la presión alemana pero sin duda aprovechando la oportunidad con demasiada facilidad, se apresuró a prohibir y vigilar a todos los partidos, asociaciones, periódicos, distribuidores de libros, etc., consecuentemente antifascistas.”

Y en otro artículo publicado 10 años más tarde, en 1975, bajo el título de ‘En aquella época en Suiza’, Gmür volvió a tratar este tema escribiendo:

“La izquierda suiza estuvo sometida a una presión especial durante la guerra (…). Tras el comienzo de la guerra, el Consejo Federal, no menos por anticomunismo que por servilismo al Tercer Reich, había suprimido el «Freiheit», órgano del Partido Comunista, y los dos diarios de los socialistas de izquierda de Vaud y Ginebra, que se habían separado de la socialdemocracia. Tras la catástrofe francesa, el Partido Comunista, los partidos socialistas de izquierda de la Suiza Occidental, la Oposición del Partido Socialista Suizo-Alemán (una facción que trabajaba contra el rumbo derechista de la dirección del partido) y la Sociedad Suizo-Soviética fueron completamente prohibidos. Sus activos -impresoras, librerías, incluso el inventario de las oficinas- fueron confiscados y nunca devueltos.

Las quejas justificadas de la prensa soviética sobre el tratamiento de los prisioneros de guerra soviéticos que habían huido a Suiza fueron rechazadas por el jefe de justicia y la policía”.

Estos dos artículos se publicaron en ‘Weltbühne’, una publicación de la antigua República Democrática de Alemania, bajo el seudónimo de Stefan Miller, seguramente para evitar la represión de la derecha en Suiza.

Sin embargo, el documento más contundente sobre la burguesía suiza, su incesante guerra contra la izquierda y su intransigente defensa del capital por encima de todo es el Informe Bergier.

En diciembre de 1996, el Consejo Federal suizo creó una comisión independiente bajo la dirección del historiador Jean François Bergier, con el mandato, según el propio Bergier, de responder a “una serie de preguntas precisas sobre los bienes ‘no reclamados’, es decir, los bienes depositados antes de la (segunda) guerra en los bancos suizos por las futuras víctimas (del nazismo) y que nunca fueron recuperados posteriormente por ellas o sus herederos»; sobre el trato a los refugiados; sobre todas las relaciones económicas y financieras entre Suiza y la Alemania nazi: comercio, producción industrial, créditos y movimientos de capital, seguros, tráfico de armas, mercado del arte y bienes saqueados o vendidos a la fuerza, tráfico ferroviario, electricidad, trabajo forzado en las filiales alemanas de las empresas suizas.”

El Informe Bergier completo consta de 11.000 páginas distribuidas en 28 volúmenes. Una obra inmensa de valor inestimable.

Según Pietro Boschetti, autor de un libro muy difundido sobre el Informe Bergier titulado ‘Les Suisses et les Nazis’ -del que procede la cita anterior de Bergier-, el informe “ confirmaba en general lo que los historiadores ya sabían: sí, la política de asilo fue extremadamente dura durante la guerra; sí, el Banco Nacional compró mucho oro sospechoso a la Alemania nazi, prestando así un servicio muy apreciado.”

En su libro, Boschetti menciona algunos ejemplos de la cooperación de las grandes empresas de Suiza con la Alemania nazi, tal y como revela el Informe Bergier. De los ejemplos citados por Boschetti, menciono algunos a continuación, sólo para dar una idea de la amplitud y seriedad del Informe Bergier:

Sobre los negocios entre Suiza y la Alemania nazi, Boschetti escribió:

 

“Las relaciones entre los empresarios eran evidentemente muy estrechas y duraderas. Así, después de la guerra, el presidente del (banco) SBS (Rudolf Speich) y el director del (banco) UBS (Alfred Schaefer) apoyaron al único banquero nazi (Karl Rasche, miembro de las SS, Dresdner Bank) ante el Tribunal Internacional de Nuremberg.”

Sobre la ‘arianización’:

“Los ‘certificados de arianidad’ para demostrar la pureza racial parecen haber sido una práctica bastante común. Para obtener el derecho a aterrizar en Múnich, Swissair acepta, por ejemplo, que sus tripulaciones demuestren su arianidad. Nestlé hace lo mismo, al igual que las compañías de seguros”.

Y también sobre Nestlé:

“De Vevey, Nestlé se mantuvo en contacto durante toda la guerra con el suizo Hans Riggenbach, responsable de las operaciones de la multinacional alemana en Berlín. (…)

Nestlé vende su Nescafé a la Wehrmacht durante la campaña de Rusia, a pesar de la difícil importación de granos de café .”

Sobre los trabajos forzados realizados por los prisioneros de guerra:

“Afectadas, al igual que sus competidores, por la falta de trabajadores, las empresas suizas recurren al trabajo forzado. (….) en las fábricas de Lonza en Waldshut, donde desembarcaron 150 franceses entre julio de 1940 y abril de 1942. Desde esa fecha hasta el final del conflicto, más de 400 prisioneros de guerra rusos trabajaron allí. Georg Fischer, BBC, Maggi, Nestlé y muchas otras no dudaron en utilizar esta reserva de mano de obra.

Los malos tratos son habituales, incluso en las filiales suizas (…).

Hasta agosto de 1944, Suiza envió a los trabajadores forzados que huían, sobre todo rusos y polacos, de vuelta a Alemania.”

Para Bergier, las autoridades y los responsables de las empresas suizas de la época “no dejaron de justificar cada una de las medidas que tomaron, o su negativa a tomarlas, sus vacilaciones. Pero sus explicaciones rara vez resisten el escrutinio”, como escribió en la introducción del libro de Boschetti.

Sin embargo, se impidió el debate con la sociedad que debería haber tenido lugar tras la publicación del Informe, objetivo final de todo el esfuerzo empleado. En palabras de Pietro Boschetti:

“¡Qué país tan curioso! A pesar de que acaba de realizar una encomiable labor de introspección histórica reconocida por casi todo el mundo como ejemplar, mientras invierte importantes recursos para que los historiadores puedan trabajar con seriedad e independencia, mientras vive una ‘crisis de identidad’ provocada por el escándalo de los fondos no reclamados que ha dado lugar a todo tipo de exageraciones y excesos, este país, precisamente cuando dispone de todo el material histórico necesario para mantener un debate sereno … se niega a sostenerlo. ¡Qué lástima!”

La supresión de este debate fue una importante victoria para la burguesía y las grandes empresas de Suiza, que protegieron así su imagen y pudieron mantener, dentro de Suiza, el espacio y la credibilidad necesarios para continuar la expansión de la agenda neoliberal. De no haber sido así, instituciones tan distintas como el World Economic Forum y el World Wide Fund for Nature -WWF-, ambos con sede en Suiza y herederos y defensores de la visión neoliberal del mundo, es decir, del mercado como principal instrumento de organización de la sociedad e incluso ‘salvador’ del planeta, podrían no haber tenido tanto éxito.

En 2022 se cumple el 20º aniversario de la publicación del Informe Bergier. Es la ocasión de celebrar el debate suprimido pero todavía necesario, no sólo para comprender mejor el papel de la burguesía y de las grandes empresas en Suiza y su ideología en la época de la Segunda Guerra Mundial, sino sobre todo para comprender su evolución actual. Después de todo, la visión neoliberal del mundo y sus representantes siguen teniendo un enorme poder político en este país, la hostilidad contra la izquierda sigue siendo tan agresiva como durante la Guerra Fría, y Suiza sigue siendo un socio importante en la construcción y difusión de las narrativas ‘fake’ estadounidenses que apoyan las campañas antidemocráticas contra Cuba y Venezuela, por citar sólo estos dos ejemplos. Las fuerzas políticas y los intereses económicos que facilitaron la colaboración de las autoridades y las grandes empresas de Suiza con la Alemania nazi son los mismos que están detrás de las propuestas de reorganización del Estado en función de los intereses del capital como defienden la Sociedad Mont Pélerin y el World Economic Forum; también son los mismos que impidieron el debate público sobre el Informe Bergier.

El capitalismo neoliberal sigue siendo defendido en Suiza como la única solución posible a los diversos problemas que afronta la humanidad en la actualidad, desde la crisis ecológica hasta la crisis sanitaria que representa la pandemia. Ni siquiera se menciona el papel del capitalismo neoliberal como causa de estos mismos problemas. Cuando el movimiento juvenil por el clima se atrevió a cuestionar el neoliberalismo en Suiza, la reacción fue una legislación brutal y represiva. Sin embargo, a pesar de la Sociedad de Mont Pélerin y la Escuela de Ginebra, del World Economic Forum y el WWF, existe otra tradición en Suiza, una tradición que encarnó en Harry Gmür, en los trabajos de la comisión Bergier y que reaparece hoy en el movimiento por el clima. A esta tradición le corresponde ahora reabrir el necesario debate y desafiar al neoliberalismo en uno de sus centros más importantes e influyentes, Suiza.

Franklin Frederick

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