Estados Unidos se transformó en superpotencia luego de la Segunda Guerra Mundial y se consolidó como imperio hegemónico tras la caída del Muro de Berlín. Actualmente se encuentra en declive y apuesta al control de los recursos estratégicos de la región.

La visita a nuestro país de Laura Richardson, Jefa del Comando Sur estadounidense, debe leerse en el contexto de una pronunciada declinación de la hegemonía que Estados Unidos ha ostentado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando se establece la supremacía del dólar como moneda de intercambio global en el sistema financiero y comercial internacional.

En el año 1944, se llevó adelante la conferencia entre potencias económicas de Bretton Woods, Estados Unidos, que dio como resultado la proclamación del dólar como moneda de reserva y divisa de referencia en el comercio mundial. Posteriormente, en el año 1946, se crean dos instituciones claves para garantizar el control del sistema de finanzas internacional y llevar adelante una agenda de colonialismo financiero que tendiera a consolidar el poder hegemónico de Estados Unidos: el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (actualmente conocido como el Banco Mundial) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). En teoría, el objetivo de la creación del primero era “reducir la pobreza y aumentar la prosperidad compartida”, mientras que el FMI se encargaría de actuar como “autoridad de supervisión del sistema monetario internacional”.

La hegemonía del dólar como moneda de intercambio internacional se consolida en 1971 con la caída de los acuerdos de Bretton Woods por decisión del entonces presidente norteamericano Richard Nixon. Lo que implicó que se rompieran las reglas para las relaciones comerciales y financieras entre los países y se puso fin al resguardo en metal como valorización de las monedas. Desde entonces, y hasta hoy, la moneda norteamericana reemplazó al oro y comenzó a ensanchar las reservas de los Bancos Centrales del mundo. A su vez, el comercio de petróleo en dólares posicionó a la moneda como referencia indiscutida en el mercado internacional.

Entre las señales inequívocas de que estamos asistiendo al ocaso del imperio norteamericano se encuentra el hecho de que existe un pronunciado cuestionamiento del dólar como moneda de intercambio universal, luego de más de 80 años de supremacía indiscutida. Con el surgimiento de potencias que le disputan hegemonía a Estados Unidos, la guerra económica se presenta como posibilidad para organizar alianzas que generan condiciones para que el comercio internacional ya no se haga únicamente en dólares.

Las repúblicas de Rusia y China acordaron recientemente incrementar la presencia de las monedas rublos y yuanes en los pagos comerciales, inversiones y financiación entre ambas naciones. Negociaciones que podrían alcanzar los 100.000 millones de dólares a finales de este año, para restar protagonismo a la moneda norteamericana. Vladímir Putin y Xi Jinping también han previsto en las negociaciones fortalecer la colaboración en los sistemas de pago y seguros para mejorar la estructura de nuevas áreas de crecimiento. Específicamente, la mutua colaboración en materia de energía está destinada a la compraventa de petróleo, gas, carbón y electricidad, e inclusive se contempla la exploración de energía renovable, la eficiencia energética y los suministros de equipos de energía. En concreto, la mayor compañía de gas de Rusia Gazprom y la Corporación Nacional de Petróleo de China acordaron usar el rublo y el yuan en sus intercambios. De hecho, Gazprom proyecta la construcción del “Poder de Siberia 2”, un gasoducto que abastecerá a China a través de Mongolia.

Estas modificaciones del régimen cambiario de China y Rusia tenderían a encaminar una transformación significativa del orden monetario internacional. Desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania y las sanciones internacionales al país de Vladimir Putin se viene cuestionando la hegemonía del dólar. Hace unas semanas, la propia Gita Gopinath, subdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional, advertía acerca de que las sanciones podían derivar en una fragmentación del sistema monetario internacional donde la primacía del dólar se fuese diluyendo gradualmente.

Efectivamente, el posible derrumbe de los petrodólares, la crisis del sistema tradicional financiero con supremacía de Estados Unidos y el dólar como reserva mundial, se está resquebrajando luego de una erosión de años. Esto se debe en parte a las constantes sanciones que ha impuesto Estados Unidos a países como China, Venezuela, Corea del Norte, Irán y actualmente Rusia. Efectivamente, en el escenario geopolítico global, la guerra entre Ucrania y Rusia profundizó las tensiones políticas existentes entre Oriente y Occidente, al mismo tiempo que expuso la crisis de la hegemonía del imperio norteamericano y la profundización de la tendencia hacia el renacer de un nuevo mundo multipolar.

En la mencionada reunión bilateral entre China y Rusia, Vladimir Putin afirmó en su discurso que Rusia había acordado comenzar a usar el yuan chino en vez del dólar estadounidense para el comercio con Asia, África y Latinoamérica. Esta acción representa una desdolarización tanto para desligarse de posibles sanciones por parte de Estados Unidos, mientras por otro lado refuerza al yuan chino en la escena internacional. A su vez, el Banco Popular de China está muy adelantado respecto de otros grandes bancos centrales en el desarrollo de una moneda digital.

Por su parte, Luiz Inácio Lula Da Silva desafía a los Estados Unidos a través de la relación del gigante sudamericano con China. El mandatario brasilero afirmó que pretende que Brasil y China se asocien para “equilibrar la geopolítica mundial” y advirtió que “nadie va a prohibir” la profundización de las relaciones entre ambos países, durante su encuentro con el Presidente Xi Jinping, en Beijing.

En su visita a China, Lula estuvo con el líder de la Asamblea Popular, Zhao Leji. En dicho encuentro aseguró que la geopolítica mundial debe cambiar apoyada tanto en China como en Brasil, en el marco de su discurso para la reforma de las instituciones internacionales y la necesidad de comerciar en monedas locales dejando de lado el dólar. En ese marco, Lula se presentó como una de las voces mundiales dispuestas a romper la hegemonía del uso del dólar estadounidense en el comercio global y a reemplazar con el banco de fomento de los Brics, el NDB, a las instituciones surgidas tras la Segunda Guerra Mundial, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, a las que acusó de someter a los países en desarrollo, como la Argentina.

El presidente de Brasil, al asistir a la asunción de Dilma Rousseff como presidenta del Banco de Desarrollo creado por los BRICS, señaló que “ningún gobernante puede gobernar con un cuchillo en la garganta”. Sostuvo que el FMI es una institución que “asfixia” a países como la Argentina, como en el pasado lo hizo con Brasil. Actualmente, la Argentina representa el ejemplo más paradigmático de la agenda de colonialismo financiero impuesta por el FMI: durante el gobierno de Mauricio Macri se otorgó a nuestro país el mayor préstamo en la historia del organismo, 45 mil millones de dólares que se destinaron en su totalidad a la fuga de capitales. En acuerdo con el entonces presidente norteamericano Donald Trump ese préstamo respondía al objetivo político de respaldar al ex presidente Macri en las elecciones presidenciales de 2019, que finalmente terminó perdiendo ante Alberto Fernández como candidato del Frente de Todos. Actualmente nuestro país se encuentra en una profunda crisis de deuda y padece los condicionamientos de las políticas de ajuste del Fondo Monetario Internacional.

Las visitas a la Argentina de Laura Ricardson, Jefa del Comando Sur y Wendy Sherman del Departamento de Estado norteamericano muestran claramente el rol del FMI como instrumento financiero de EEUU para condicionar y subordinar a los gobiernos. Ya lo había afirmado Richardson en su interveción en un evento del Atlantic Council: refiriéndose a América Latina se señaló “por qué esa región es importante? Con todos sus ricos recursos y tierras raras. Tienes el triángulo del litio, que es necesario para la tecnología actual. El 60% del litio del mundo está en el triángulo del litio: Argentina, Bolivia y Chile. Las reservas más grandes de petróleo, crudo ligero y dulce descubierto en Guyana (…) Los recursos de Venezuela también con petróleo, cobre y oro. Tenemos los pulmones del mundo, el Amazonas. También tenemos el 31% del agua dulce del mundo en esta región. Tenemos que empezar nuestro juego”.

Las expresiones de Richardson muestran claramente su intención de garantizar y profundizar su dominación en países estratégicos de la región. En clara decadencia de su hegemonía como superpotencia global, Estados Unidos busca evitar un mayor debilitamiento de su presencia en América Latina. El triunfo de Lula sobre Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales de Brasil el año pasado, significó una gran derrota de un aliado clave para los intereses de Estados Unidos. En una perspectiva temporal más amplia, Washignton ya provenía de una gran derrota política luego del fracaso del ALCA, de la cual nunca se pudo recuperar, al no poder lograr su objetivo de una integración comercial y financiera de toda la región bajo su control.

En esto contexto de crisis de la hegemonía norteamericana, hay que tener en cuenta que la mayoría de los países latinoamericanos que tienen sus economías atadas al dólar, entre ellos Argentina, sufrirán un impacto negativo si no se atreven a tomar medidas de fondo que modifiquen esa situación de dependencia a una moneda en decadencia y pleno proceso de desvalorización.

Estas tendencias imponen profundos interrogantes para América Latina, y para nuestro país en un año electoral decisivo de cara al modelo de país que predomine como resultado de la opción triunfante: un modelo de subordinación a los intereses de Estados Unidos que concibe a la región como su patio trasero, que actualiza la Doctrina Monroe, en donde los recursos estratégicos estén al servicio de los intereses norteamericanos y que profundiza el modelo de endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional; o un modelo de integración autónoma a nivel regional y a nivel internacional de un mundo que tiende a la multipolaridad; consolidando un proyecto nacional y popular, en defensa de nuestra soberanía, con mecanismos de redistribución de la riqueza para garantizar el bienestar del conjunto de la población.

Por lo pronto, en la agenda de corto plazo Argentina debería sumarse como nuevo miembro al grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en la reunión que está prevista para agosto de este año en Sudáfrica. Las naciones del BRICS representan en su conjunto el 22% de la superficie continental; el 24% del PBI mundial, el 42% de la población mundial y contribuyen con el 16% de las exportaciones y el 15% de las importaciones mundiales de bienes y servicios. Con el ingreso de Argentina el grupo pasaría a denominarse BRICSA, y para nuestro país significaría no sólo un camino virtuoso en términos de intercambio comercial, sino de autonomía respecto de la subordinación a los intereses coloniales de un imperio en decadencia y a los programas de ajuste estructural y de austeridad del FMI y del Banco Mundial. Como solía decir la socióloga Alcira Argumedo: “estamos ante un cambio de época y hay que estar atentos porque los imperios en decadencia, antes de caer muestran su peor rostro”.

Juan Pablo Olsson

Juan Pablo Olsson: Sociólogo ambientalista, coordinador en América Latina de la Internacional Progresista. Cofundador del movimiento global Deuda x Clima.