La tragedia de la exclusión y la banalización de la información
Hace algunas semanas un nuevo Informe de la OIT, destacaba que más de la mitad de la población mundial no tiene acceso a servicios de atención sanitaria básica y solo el 29% cuenta con plena cobertura de seguridad social.
A escala mundial, solo el 68% de las personas en edad de jubilación perciben algún tipo de pensión, y en muchos países de bajo nivel de ingresos esa proporción es del 20%. En menos del 60% de los países existen planes o prestaciones para garantizar ingresos básicos destinados a los niños.
Estos resultados figuran en el Estudio General 2019 elaborado por la Comisión de Expertos en Aplicación de Convenios y Recomendaciones (CEACR) de la OIT. Dicho estudio (titulado Protección social universal para la dignidad humana, la justicia social y el desarrollo) hace hincapié en la Recomendación de la OIT sobre los pisos de protección osicla, 2012 (número 202), en virtud de la cual se preconiza una seguridad en materia de ingresos y servicios de atención sanitaria elementales desde la infancia hasta la vejez.
También se fomenta ampliar el nivel de protección para el mayor número posible de personas en el plazo más breve posible.
La contracara, o la visibilidad de la injusticia
A cada informe surge el desconcierto, la impotencia de ese silencio cómplice e incontenible de las tristes capitales, de informes que nos suceden, que se repiten, que nos interpelan, como especie. Hace muchos años, cuando aún formaba parte de ese mundo onusiano, y el cinismo conformaba mi traje protocolar, distinguí dos cosas la desesperación y la desesperanza con la primera me decía “así no se puede seguir” con la segunda me dije “así se puede seguir indefinidamente”.
En medio de este calcinante estertor tenemos la impresión de que nadie se entera que la tragedia es banalizada impunemente, que la verdad es asesinada con cada informe por las empresas multinacionales de la (des) información, que carecen de la más mínima preocupación ética, su único sentido es la rentabilidad.
Todos sabemos que la impericia, la imprevisión y la ignorancia llevan a la dependencia; pero mirar y ver, conocer los hechos, no supone resignarse a soportarlos. Por el contrario, se es esclavo de ellos cuando se les pretende ignorar.
La OIT define a grandes rasgos, que la injusticia social es el desequilibrio en el reparto de los bienes y derechos sociales en una sociedad. Esta se produce en todos los ámbitos de la sociedad.
Pero hay quienes entienden que algunas de las causantes de la injusticia social a nivel de un Estado son producto de la corrupción de funcionarios deshonestos, que conlleva a la disminución de fondos para la salud pública, educación pública, creación de trabajos y subsidios sociales. Posiblemente haya algo de esto, pero en realidad son fenómenos marginales que no inciden mayormente en la planificación y ejecución de las políticas sociales.
El problema de fondo de la injusticia social se refleja con todo su peso en las leyes del mercado, en la dirección de su conducción económica que benefician a minorías y perjudican a mayorías. En este sentido, al estar la política y la economía conectados, la injusticia y la desigualdad social también lo están.
Es por ello, que la justicia social va de la mano con la desigualdad social que agrava las condiciones de los más necesitados. La justicia social se refiere de manera general a la inequidad política y la desigualdad social a la económica. Sin dudas que la mundialización genera mucha tensión en el tejido social; cuando los gobiernos son incapaces de prestar seguridad social y las redes familiares se han estirado al máximo, debemos preguntarnos ¿cómo colmar la brecha?
Si con cada informe, nos tomáramos el tiempo de analizarlo desde el pensamiento crítico veremos en estos una realidad insoslayable y hasta podríamos entender algunas cosas. Por ejemplo, las políticas de consolidación fiscal adoptadas a partir de 2010 a lo largo y ancho del planeta dieron lugar a una reducción de la protección social para las personas de edad.
Las medidas de ajuste incluyeron recortes presupuestarios en los servicios de salud y otros servicios sociales, además de reformas como el aumento de la edad de jubilación, la reducción de las prestaciones y el incremento de las tasas de cotización. Estos ajustes están comprometiendo la idoneidad de los sistemas de pensión y de protección social, y disminuyendo su capacidad de prevención de la pobreza en la edad avanzada.
Por otra parte las principales deficiencias en materia de acceso a servicios sanitarios básicos obedecen a una financiación insuficiente de los servicios de atención sanitaria, a la escasez de trabajadores sanitarios y a las elevadas cuotas de pago a cargo de los pacientes. Ello da lugar a un mayor riesgo de empobrecimiento y a dificultades financieras en todas las regiones del mundo. Las actuales políticas económicas llevadas adelante -tanto en los países industrializados, como en los emergentes (eufemismo onusiano)- nos hacen ver con una claridad meridiana, el desatino del capitalismo.
Los sistemas de seguridad social no pueden sostener el número creciente de beneficiarios apoyadas por una proporción cada vez menor de contribuyentes, estimulados, además, por prácticas políticas de un gran costo social como lo son el desempleo, el incumplimiento de los convenios salariales, el trabajo marginal, los contratos temporarios y la destrucción de bosques nativos debido a fines de lucro. Lo que demuestra la superior eficacia y resistencia del capitalismo es que todas sus calamidades humanas que habrían invalidado cualquier sistema económico no afectan su credibilidad ni le impiden seguir funcionando a pleno rendimiento. Es precisamente su indiferencia mecánica como sistema que se robustece con las desgracias humanas.
Este inmenso mar de silencio, estos informes que se repiten no caen del cielo, ni descienden al infierno de las profundidades más oscuras de la tierra, al contrario, cada día despierta en nosotros y sobreviven o mueren entre las soledades de la multitud, en aquella indiferencia de la tragedia, que contradice al capital.
En las costas del mediterráneo o en los muros de la inhumanidad, en una aldea africana o en los paraísos artificiales de las grandes capitales de la globalización, la injusticia perdura entre los secretos de las estadísticas.
Eduardo Camín
Eduardo Camín: Periodista uruguayo, corresponsal de prensa de la ONU. en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).
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