Macri es un presidente que se devalúa a medida que avanza la crisis. Le queda una sola dosis de oxígeno: el desfasaje entre el nivel inédito de protesta y la falta de coordinación opositora.
Ver al equipo de Gobierno como un grupo patético que rodea a un Presidente desencajado ya no es más la expresión de deseos de quienes le desean el mal a Mauricio Macri. Incluso quienes le tienen cariño personal y político observan atónitos la falta de reacción eficaz ante una crisis autogenerada. El Presidente se convirtió en otro Fernando de la Rúa: un mandatario que se devalúa en horas a medida que avanza la crisis. ¿Qué importancia tiene la expresión “el Gobierno no fracasó” con el dólar a 42 pesos y comercios con las ventas suspendidas porque carecen de precio mayorista? En todo caso importa más el destinatario de las palabras de Marcos Peña: Marcelo Longobardi, un liberal articulado con el establishment y con enorme influencia en la producción de sentido. Un liberal curado de espanto que mira un Gobierno desbarrancado y ni puede creer lo que ve.
Hay, sin embargo, dos diferencias notorias respecto del 2001. La primera es que el macrismo no afronta elecciones legislativas como afrontó, y perdió, De la Rúa, cuando la Alianza sacó solo el 22,19 por ciento a diputados contra un 35,40 por ciento del justicialismo, un 24 por ciento de votos en blanco o anulados y una abstención del 24,5 por ciento. La derrota oficialista en el 2001 fue una enorme encuesta que demostró cómo estaban los tantos. Y lo hizo sin los apremios de una presidencial, que es cuando los votantes utilizan su deseo en la primera vuelta y votan por lo que quieren o por lo que menos detestan en el ballottage.
La segunda diferencia es que ni la oposición ni el no macrismo tienen un jefe único. O una jefa única. No hay, al menos por el momento, un Eduardo Duhalde que pueda tejer la salida.
Pero existe un fenómeno de dimensiones gigantescas, que es el nivel de organización y movilización social.
En la noche del jueves 29 Berisso marchó en defensa del Astillero Río Santiago. El dirigente del Frente Transversal Jorge Drkos, nacido y criado en la ciudad que nutrió el 17 de octubre de 1945, dijo a Página/12 que jamás vio una movilización igual. Y que los viejos comparan la efervescencia solo con aquel 17 de octubre.
Los profesores de las universidades nacionales narran que las clases públicas que precedieron a la marcha convocaron gente que nunca participó de una movilización. Con un añadido: en la ciudad de Buenos Aires ganó el macrismo para la Jefatura de Gobierno, para las presidenciales y para las legislativas de 2017. Por si alguien creyera lo contrario, también una parte del voto peronista de siempre fue, en Berisso y otros sitios, a candidatos de Cambiemos. Nadie gana solo con la Recoleta.
A Macri le queda una sola dosis de oxígeno: el desfasaje entre el nivel inédito de protesta, ya no solo de disgusto, y la falta de coordinación opositora.
Pero nada está dicho. Nada está descartado. Dirigentes políticos de Cambiemos y del peronismo ya especulan abiertamente con la renuncia del Presidente y la convocatoria de elecciones anticipadas por parte de algún funcionario en la línea de sucesión, por ejemplo el presidente de la Cámara de Diputados Emilio Monzó, donde el oficialismo jugaría la carta de María Eugenia Vidal si es que Heidi salva de la hecatombe algo de su ropa.
Macri ya es De la Rúa. Se parece mucho al De la Rúa que en octubre del 2000 decía a los periodistas en el patio del Hostal de los Reyes Católicos de Santiago de Compostela: “No se preocupen, lo que ocurre es solo lo que en economía se llama fly to quality”. Traducción: “Vos fumá, que solo hay una fuga masiva de capitales huyendo del riesgo”. Nada menos.
¿Macri ya es definitivamente De la Rúa 2001? ¿O solo es De la Rúa modelo 2000? ¿Algún milagro hará que su transformación en aquel Presidente malogrado sea reversible? Y por encima de todo, ¿cuánto costará socialmente su agonía?
Martín Granovsky
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