Dos ejemplos para entender por qué los neoliberales odian la historia, y su mañosa tergiversación de la realidad política de nuestros pueblos.
Ayer se cumplió otro aniversario de la independencia argentina (Congreso de Tucumán, 1816), fraguada luego de que el prócer José Gervasio Artigas se puso al frente de la Liga de los Pueblos Libres de las Provincias del Río de la Plata.
Lecturas ambas, la oficial y la negada, que guardan vigencia plena. De un lado, Buenos Aires con sus políticos, historiadores y agentes subordinados al imperio británico, y por el otro Artigas, en el Congreso de Oriente
:
“Yo deseo que los indios, en sus pueblos, se gobiernen por sí, para que cuiden de sus intereses como nosotros de los nuestros. Así experimentarán la felicidad práctica y saldrán de aquel estado de aniquilamiento a que los sujeta la desgracia…” (Concepción del Uruguay, provincia argentina de Entre Ríos, 29 de junio de 1815).
Por allí hay que rastrear las causas por las que una vasta, ubérrima y promisoria subregión de América del Sur fue condenada al atraso y la dependencia. Así como dimensionar las terribles palabras de Macri frente a un sonriente y lisonjeado Felipe VI, al cumplirse el bicentenario de aquella fecha: “…claramente deberían tener angustia (los próceres) de tomar la decisión, querido rey, de separarse de España” (sic, Tucumán, 9 de julio de 2016).
Bien. Dejemos (por ahora…) la maldición de la historia neocolonial. Y reparemos en la trascendencia de los comicios presidenciales, en octubre venidero. Ocasión en que los argentinos decidirán si desean seguir teniendo patria, o si democráticamente
votarán en favor del único partido oficial, realmente existente: el Fondo Macrista Internacional
(FMI). Una brillante expresión del periodista de Página 12 Alfredo Zaiat, quien no se anda por las ramas en sus reveladores análisis de economía.
Zaiat señala que en junio del año pasado, luego de que un Macri desesperado se puso en contacto telefónico con su amigo Donald Trump, el FMI volvió a desembarcar en Buenos Aires con el propósito de conjurar un nuevo default, y el consecuente estallido social. Hasta entonces, la estabilidad del gobierno macrista se apoyaba en el país desendeudado y en marcha que el kirchnerismo había dejado tras la crisis terminal de 2001.
Recordemos, entonces, un tramo del último discurso de Cristina Fernández de Kirchner a la Asamblea Legislativa:
“Hemos desendeudado definitivamente a la República Argentina (…) si nos endeudamos que sea para obras de infraestructura, para proyectos de crecimiento del país, para que puedan disfrutar los argentinos, pero no para ganancia del sector financiero internacional” (1º de marzo de 2015).
Sin embargo, no bien llegó a la Casa Rosada, Macri sentó a su perro en la silla presidencial (sic), y empezó a justificar su política de entrega y sometimiento absoluto, con la pesada herencia
(sic) recibida. O sea, el desendedaumiento soberano
que al gobierno saliente le permitió cancelar la deuda con el FMI, junto con la restructuración de la deuda pública, el acuerdo con el Club de París, y la defensa de la soberanía frente a los fondos buitres.
En consecuencia, frente al deliberado enfriamiento
de la economía argentina, y el sentimiento de frustración porque la anhelada lluvia de inversiones
no llegaba, Trump y el FMI decidieron sostener a Macri a cualquier precio, y por razones estrictamente geopolíticas y políticas.
A Trump y el FMI no sólo les interesaba frenar el avance del populismo
, eufemismo que Washington y el Comando Sur asocian con la expansión de China en la subregión. También les importa cuidar a los grandes bancos y fondos de inversión estadounidenses, que en los dos primeros años de Macri acumularon una importante cantidad de bonos argentinos.
Así pues, nada de populismo o democracia
. O la fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner (FFK) gana las elecciones en primera vuelta, o Argentina quedará expuesta, en caso de balotaje, a que el fondo monetario y pro macrista internacional
se alce con la victoria, poniendo al país en los umbrales de la desintegración nacional.
¿Hay posibilidades de que Macri sea relecto? Cristina convoca a multitudes del pueblo liso y llano. Y su aguado compañero de fórmula, Alberto Fernández, cree que el estilo conciliador
es suficiente para conjurar el derecho de las bestias
(Perón dixit). Pero si el termómetro se usa para medir el clima de época que vivimos, habrá que poner las barbas en remojo. Porque millones de argentinos, sienten y piensan como Macri.
José Steinsleger