Así fue signado y juramentado desde el mero inicio del ahora triunfante movimiento: Por el bien de todos primero los pobres
. No fue un simple eslogan de campaña, sino el prometedor núcleo de un modelo distinto del hegemónico y vigente. Y a ese motivo justiciero habrá que responder ahora desde el gobierno en formación.
Sin la correspondencia entre tal propósito y la nueva realidad, la esperanza, inscrita en el mero corazón de Morena, se convertiría en masiva frustración. Esta conexión, que se exige íntima, entre el mandato popular y justiciero, obtenido en las urnas, con el futuro equipo gobernante, será la piedra de toque, la medida precisa, el juicio básico de cómo se verá y enjuiciará al elegido presidente: Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
No habrá excusa que valga para evadir tan urgente cometido. Se han puesto todos los recursos humanos a la disposición de los ya designados responsables. Nada les hace falta. Cuentan con una legitimidad a salvo de insidias, críticas, malos deseos o reproches. Esta legitimidad es el valioso arsenal, la principal arma a su disposición. Un real escudo contra asechanzas de riesgos inminentes, subterfugios retardatarios y oscuras tramas o miedos a furiosas resistencias opositoras.
Los tiempos políticos se han alineado para permitir las conducentes reparaciones del desequilibrio social, ahora existente por el inequitativo reparto de los bienes y las oportunidades. De sobra se conocen los mecanismos para iniciar la ruta del rescate de los millones de excluidos de los beneficios. El ánimo popular se ha derramado por doquier en estos días posteriores a la elección. Hay hasta euforia colectiva para no atemperar, menos detener, los trabajos correspondientes y, sí, por constatar que el quehacer va, sin titubeos, en pos de la ansiada igualdad.
Las graves palabras de campaña que plasmaron las ideas y propósitos transformadores exigen su activo complemento. Es, esta, una urgencia reivindicatoria, indetenible curso incompatible con falsos o ciertos temores de crisis y desestabilizaciones mayores. Es preciso, entonces, condensar los masivos impulsos ciudadanos que por ahora sostienen, hasta con inusitada amplitud, el proyecto trasformador.
El candidato triunfador ha calmado a los expectantes mercados
. Les habló directo, asumiendo ese trillado eufemismo que resguarda, que disfraza los intereses de los pocos dueños –y sus gerentes– del llamado gran capital en su doble versión, local o fuereña. Una muy esperada declaratoria y postura por parte de aquellos que requieren un ambiente de confianza y seguridades para sus intereses. Esos que, no hay que olvidar, se benefician de controles, normas, relaciones y mecanismos múltiples para acrecentar sus ambiciones y riquezas. Aunque también presionan por dejarse oír, sentir y, sobre todo, influir en las altas esferas decisorias del ámbito público. Es esta suma de privilegios (responsabilidad, le llaman) en preciso, donde se coagula y da paso a su insaciable apetito primigenio de poder. Ejercerlo con dureza y celoso temperamento los alinea como efectivo contrapeso a todos los demás poderes.
Lleva tal grupo de verdadera presión décadas de imponer sus deseos, formas de operar, visiones e intereses sobre los demás. Y quiere proseguir por la misma senda elitista. No será, entonces, compatible con el equilibrio social entronizado por la voluntad mayoritaria del pueblo mexicano. Debe, por tanto, situarse y limitarse el alcance de estos impositivos intereses en sus afanes de expansión continua.
El propósito distributivo del modelo sustituto, al ponerse en movimiento, causará, sin duda, penas, incomprensiones y agravios. La lucha venidera flota ya en el expectante ámbito colectivo. Se espera que pueda ser conducida con mesura y dentro de los cauces institucionales. Aunque no deberán espantar los tirones, gritos y ajustes, obligados por el cambio de rumbo. No hay tiempo que perder, sobre todo ahora que está fresco, intocado, el mandato ciudadano por encaminarse a la igualdad. Y la ruta empieza por situar, con templada fuerza el objetivo: primero los pobres.
El equipo designado por AMLO no tiene, en su mayoría, adherido el pedigrí fundador que inscribe al justiciero impulso de Morena. Las pasiones igualitarias, insufladas durante prolongada hibernación, requieren convivencias ciertas con los muchos que esperan ser los beneficiados. Tan selecto grupo de futuros funcionarios se conjuntó al calor de una dura campaña electoral para apaciguar pronosticados holocaustos por venir.
Es posible que ni siquiera tengan inflamado su espíritu con los corajes y las pulsiones indispensables para llevar a cabo la sensible tarea igualitaria. Quedará, entonces, el grave, continuado y tedioso trabajo de conciliación, mando, control y orientación que el titular del Ejecutivo tendrá que solventar de manera cotidiana.
Luis Linares Zapata