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Misión casi imposible
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Global Research, agosto 05, 2020
CubaDebate 4 August, 2020
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Tarde por lo deseable de encontrar soluciones adecuadas, y pronto si la fecha de referencia para el análisis son los últimos acuerdos entre Moscú y Kiev, resulta que el problema de Ucrania, arrastrado durante los últimos seis años, solo emite débiles señales susceptibles de volver a apagarse.

Es el razonamiento más extendido entre analistas y observadores tras el logro de la enésima tregua, pactada a finales de julio por el Grupo de Contacto Trilateral para el Donbás (Ucrania, Rusia y la Organización para la Seguridad y la Cooperación de Europa). El pesimismo o la cautela se basan en los innumerables e infructuosos contactos y acuerdos contraídos desde 2014, pero, en general, vulnerados.

Las culpas de los porfiados fracasos se reparten entre los insurrectos y los Gobiernos oligárquicos anteriores. La diferencia, si se concreta el más reciente empeño, estaría en los intentos de alcanzar un arreglo o la paz misma, a través de un impulso renovado que trajo consigo Volodímir Zelenski, uno de los factores básicos para su popularidad y el éxito con el cual alcanzó la presidencia en mayo de 2019.

Y, es cierto, a poco de ocupar el cargo desbloqueó un acuerdo con Rusia para el intercambio de prisioneros efectuado en septiembre del 2019, a solo cuatro meses de tomar posesión del cargo.

Los antecedentes del asunto están en 2015, cuando por primera vez se pactó un alto el fuego entre el Gobierno central y las zonas del este que crearon dos repúblicas separadas. Fueron acuerdos nunca emprendidos a cabalidad. Entre los motivos del fracaso estuvo la reticencia del anterior jefe de Estado, Piotor Poroshenko, por incumplir partes decisivas de los Acuerdos de Minsk, destinados al patrocinio de cierta federalización del Estado.

Era preciso comenzar por una retirada de efectivos y pertrechos, para propiciar  un contexto distendido. Los contendientes de ambas partes se comprometieron con el contrato alcanzado en la capital bielorrusa, donde se pactó implantar disposiciones constitucionales para darle legalidad y amparo a las zonas desconectadas tras discordancias de fondo con Kiev.

Ese esquema está en el cuerpo de los compromisos firmados en Minsk, defendido y ratificado por el Cuarteto de Normandía (Alemania, Francia, Ucrania y Rusia) en citas previas, o en la última, hecha a inicios de 2020, poco después del primer tú a tú entre Putin y Zelenski en París, que dio pie al segundo intercambio de presos, en abril de este año.

El 26 de julio, ambos jefes de Estado sostuvieron un diálogo telefónico y se mostraron optimistas sobre el empeño destinado a otro cese de enfrentamientos entre las zonas separatistas y el ejército regular.

Uno de los aspectos ajustados en ese diálogo telefónico de los dos dignatarios, hace una semana, fue la prometida ley prevista para facilitar el autogobierno para las regiones orientales insubordinadas, a través de la correspondiente descentralización, dándole un estatus especial a Lugansk y Donetsk, en el Donbás, aspectos consignados en el proyecto para otorgar una amplia autonomía a esa región.

La fórmula cuenta con el aval de Ángela Merkel (Alemania) y Enmanuel Macron (Francia), partícipes de los tratos. Es un procedimiento parecido a lo experimentado con mayor o menor éxito en varios sitios, uno de ellos Irlanda del Norte. No una copia, sino un complejo de  pautas propias.

El plan por sí mismo es complejo, pero, además, Zelenski deberá enfrentarse a obstáculos hercúleos. Uno formidable proviene de actores que fueron copando posiciones relevantes y capacidad decisoria en la vida nacional. Los mismos que convirtieron las protestas de 2013-2014 en llave para un golpe de Estado y la usurpación del poder. Están muy activos y perversamente fortalecidos por las esferas oligárquicas derechistas ucranianas que se sirvieron de un neofascismo heredado de los años cuarenta, exhibiendo banderas nacionalistas, pero asociados a los nazis.

La historia, pese al esfuerzo por tergiversarla, recoge los asesinatos masivos de judíos y contrarios ideológicos en aquellas fechas. En estas, los fieles a la traición entreguista tienen prosélitos en entidades actuales como Pravi Sector, organización que tuvo un papel determinante en los crímenes previos a la asonada de 2014 y después, organizando grupos ultranacionalistas y paramilitares que hasta hoy se niegan a desarmarse y copan posiciones públicas e influencia notables.

Poder militar y poder político envolviendo su veneno en papel de regalo, y a veces con aguijón. Depende. No son los únicos tampoco en promover la acentuada rusofobia imperante en Ucrania, en la amplia trayectoria contrapuesta que va desde desterrar el idioma común de entendimiento para varias lenguas, hasta acusar a Moscú de ser invasor de estas tierras.

Por eso, decía, Zelenski las tendrá duras y feas en su compromiso de estimular la pacificación y una normalidad aceptable, finiquitando la división geográfica y humana existente, y las divergencias que provocaron más de 100 000 víctimas mortales. Los ultras están calificando de concesiones al Kremlin los exiguos arreglos alcanzados por el todavía bisoño presidente.

El entramado prevaleciente desde los noventa, con las disputas por el mando o por ventajas de un conglomerado específico contra otro, tiene  entre sus componentes el daño directo sufrido por una economía tan imbricada con la rusa que fue imposible desligarlas por completo, y, en definitiva, terciando de modo lamentable para la mayoría y el país en sí mismo, a través del descenso en sus indicadores para el desarrollo.

La exrepública soviética tiene hoy un producto interno bruto muy inferior al que tuvo o al que sus capacidades permitirían. La subordinación a Washington y los manejos de quienes se aprovecharon de la implosión, convertidos en nuevos ricos y figuras con rango decisorio insanamente encaminado, no se desvelan en reponer una base industrial envejecida, o en hacerse cargo de necesidades sociales ni eliminar la generalizada corruptela.

Falsean y frenan la normal evolución del país, lo mismo si se pretendiera recobrar lustres perdidos, que establecer opciones aceptables para la gran ciudadanía. Se preocupan, sobre todo, por sus beneficios y los de su clan, no los del país. La crisis demográfica expresada en la alta tasa de mortalidad entre personas laboralmente aptas y el escaso nivel de los nacimientos se añade a los no pocos problemas.

Se incluyen los sucesos que deterioraron o casi destruyeron vínculos muy cultivados. Rusia era el mayor socio comercial, en ambos sentidos. El cambio operado colocando otros patrocinadores en sitio de privilegio no consiguió un mejor desenvolvimiento para los ucranianos.

En un primer momento, la Unión Europea hizo entrega de 1 600 millones de euros como ayuda a Kiev y Estados Unidos facilitó créditos entonces ascendentes a 800 millones. Otro tanto el FMI. No faltaron entregas posteriores, a veces sujetas a hechos como el chantaje de Donald Trump al propio Zelenski, a quién amenazó con no enviar un tramo de asistencia si no se prestaba a un indigno complot contra su oponente demócrata, Joe Biden. Mucho de lo entregado, se teme, fue a dar a manos corruptas, o resultó, hasta el momento, infructuoso.

“Rusia va a hacer todo lo que depende de ella para que el conflicto cese”, aseguró Putin tras su encuentro con Zelenski. Como se ha evidenciado antes, eso no depende solo de Moscú o del empeño franco-germano. Ni siquiera de los buenos propósitos del actual presidente ucraniano, quien, con certeza total, tiene una apurada tarea por domar.

Elsa Claro

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