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Movimientos sociales y partidos políticos en Colombia
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Global Research, febrero 12, 2021
alainet.org
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En un anterior artículo quedó planteada la tarea de impulsar desde las regiones y localidades un proceso de convergencia y unidad que presione a las cúpulas de los partidos democráticos, alternativos, progresistas y de izquierda para llegar a acuerdos y derrotar en las elecciones de 2022 al proyecto autoritario y antidemocrático que está en cabeza de Uribe pero que parece contar con el apoyo de todo el bloque oligárquico dominante.

Intentaremos desarrollar este tema planteado desde la perspectiva de los sectores populares, es decir, no actuando desde un sector político en particular sino desde el escenario de los Movimientos Sociales (que no es lo mismo que Organizaciones Sociales), para contribuir desde esos espacios a la más importante tarea de 2021, que es construir esa indispensable unidad transformadora.

Son cuatro (4) los temas que abordamos:

  1. La estrategia política que tiene que ver con la unidad y/o articulación de los movimientos sociales con los partidos políticos alternativos, progresistas y de izquierda;

  1. La táctica de este bloque social-alternativo frente a otros sectores democráticos, a fin de atraer fuerzas políticas diversas, incluso a personalidades y votantes de los partidos tradicionales y a gentes sin partido (muchos de ellos abstencionistas);

  1. Los métodos de trabajo, organización y de acción, que tienen que ver con las formas y contenidos democráticos de todo el proceso; y

  1. Los puntos programáticos para construir la unidad, de cara a ser gobierno en 2022 pero, también, en la perspectiva de construir una hegemonía democrática, social y política hacia el futuro.

Es decir, se trata de ayudar a construir estrategia y táctica, métodos y programa. En primera instancia se presenta así una breve reflexión a fin de alimentar el debate, propiciar encuentros y avanzar en la acción colectiva y comunitaria.

Movimientos sociales y partidos políticos

La experiencia de América Latina nos permite plantear que los partidos políticos del tipo “europeo” no han logrado organizar, movilizar y representar al grueso de los pueblos, en especial, a los sectores populares. Los partidos tradicionales, liberales y conservadores, se impusieron desde el siglo XIX con base en los intereses de los grandes terratenientes, comerciantes y capitalistas. Así, eran organizaciones políticas autoritarias, antidemocráticas, clientelistas y patrimoniales.

Solo en algunos países en donde existió un desarrollo capitalista más consistente y en donde la influencia europea era más visible (Brasil, Uruguay, Argentina y Chile), surgieron partidos clasistas, partidos de los trabajadores, socialistas y comunistas, aunque en Uruguay y Argentina fueron permeados y cooptados por corrientes ideológicas liberales, populistas y hasta, “neofascistas” (peronismo).

En los demás países en donde la clase obrera no tuvo mayor empuje y presencia debido a la debilidad del desarrollo capitalista, a principios del siglo XX también se organizaron partidos de los trabajadores (socialistas revolucionarios) pero dichas organizaciones a partir de 1930 fueron destruidos y/o cooptados por los partidos comunistas y liberales, que aprovecharon su fragilidad para imponer la visión y práctica “euro-céntrica”, vertical, patriarcal, homogenizante, “proletaria”, que no podía reconocer las particularidades de nuestro mundo1, lo que ha sido una carga negativa para nuestras izquierdas.

En realidad, nunca esos partidos (incluyendo a los “comunistas”) lograron interpretar y adecuarse a la estructura “abigarrada” de nuestras sociedades, en donde lo indígena, afro, mestizo, campesino, colono, etc., no solo es diverso y complejo, sino que las diferencias de clase no se expresan con tanta fuerza teniendo en cuenta que el colonialismo y capitalismo no logró romper -hasta hace pocos años- a las sociedades comunitarias, con economías y dinámicas propias.

No obstante, en los últimos tiempos, en medio de la heroica resistencia de las comunidades, el gran capital intenta arrasarlas y destruirlas por medio del despojo violento, que se concreta con los megaproyectos mineros, extractivistas y turísticos; el narcotráfico y la violencia; y la nueva ofensiva sobre sus territorios para impulsar agronegocios de diverso tipo.

Sin embargo, hay que destacar que muchos de estos sectores se han transformado en pequeños y medianos productores agrarios que se enfrentan al mercado global de diversas maneras, en medio de una gran precariedad pero también de una inmensa creatividad. Estos sectores sociales y productivos han sido importantes proveedores de alimentos durante la actual pandemia y son un factor económico y cultural a tener en cuenta en el inmediato futuro.

Y, así mismo, han aparecido nuevos sectores sociales que deben ser reconocidos para poder ser interpretados y recreados en la lucha política y social. Al lado de las comunidades indígenas y afros que avanzan en identidad y organización, surgen en las ciudades nuevos sectores sociales que se expresan de diversas formas con protestas de nuevo tipo, expresiones culturales y artísticas, estrategias de sobrevivencia, nuevas formas de organización y de acción.

Así, vemos como en las grandes ciudades se hicieron visibles en noviembre de 2019 no solo las mujeres y jóvenes que luchan por sus derechos, sino que -por primera vez- el “precariado” en sus diversas expresiones se hizo sentir en la movilización social, actuando ya fuera al lado de las organizaciones sociales tradicionales o en forma paralela, planteando un programa más político en defensa de la vida, la naturaleza, la democracia y la paz (puntos programáticos que en octubre de 2020 fueron asumidos por La Minga Indígena y Social).

Al lado de ellos vemos la variedad de sectores sociales que se expresan a lo ancho y largo de Colombia: vendedores ambulantes, mototaxistas, sectores LGTBI, ambientalistas, estudiantes, campesinos, afros e indígenas, que van conformando verdaderos movimientos sociales y que buscan formas de expresión y representación, sin que los partidos políticos existentes logren canalizar de una forma creativa todo ese potencial de lucha y resistencia.

La evolución de los partidos políticos 

En Colombia a partir de 1991 se inició un proceso de debilitamiento de los partidos tradicionales (liberal y conservador) y aparecieron nuevas agrupaciones que heredaron su poder y control clientelista que giraba alrededor del manejo patrimonial y el saqueo de las arcas del Estado. También, desde el campo de la izquierda aparecieron expresiones políticas legales como la Alianza Democrática M19, y más adelante el Frente Social y Político.

Con Álvaro Uribe Vélez (2002) surge un movimiento político de nuevo tipo, una especie de “nacionalismo paisa”, de carácter corporativo, anticomunista por esencia, un “populismo autóctono de derecha” bastante sui géneris, que se venía organizando desde 1994 en Antioquia, y que se colocó como principal objetivo “salvar a Colombia” del castro-comunismo o “castro-chavismo” representado en Colombia por las Farc, según esa mirada.

Paralelamente, aparecen nuevas agrupaciones políticas alternativas, progresistas y de izquierda, que recogen las expresiones que surgieron en los años 90s del siglo XX, como el Polo Democrático Alternativo, la Alianza Verde, la Colombia Humana, y otros partidos más pequeños como la Unión Patriótica, MAIS, ASI y otros, algunos que venían de procesos de organización anterior, y que como la UP habían sufrido un proceso de exterminio a manos de fuerzas paramilitares.

En la actualidad, después de un proceso de paz que oscila entre el fracaso y el avance, entre la perfidia y el falso cumplimiento, la sociedad colombiana pareciera entrar en una fase de definiciones. Con todo y lo que ha pasado después de la desmovilización de las Farc, se ha abierto la posibilidad de que las fuerzas democráticas puedan derrotar -así sea en el terreno electoral- a las expresiones políticas de la oligarquía que ha dominado desde hace más de 500 años.

Esa casta dominante construyó a lo largo de cinco siglos una hegemonía criminal, gran terrateniente y clerical, autoritaria y ladina, que usa una falsa democracia para someter a los pueblos por medio de guerras y conflictos armados siempre provocadas y orquestadas desde las elites dominantes; que odia y desprecia al negro, al indio, al pobre y al miserable, y explota y segrega a los trabajadores, a los campesinos, a los precariados, a los pequeños y medianos productores, y al conjunto de los sectores sociales que sobreviven en medio de la violencia y la desesperanza.

En medio de esa tragedia el pueblo colombiano nunca dejó de luchar. Surgió la resistencia indígena y campesina, y las luchas obreras se hicieron sentir. El asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán desencadenó una rebelión armada que mediante diversas estrategias fue degradada a lo largo de siete décadas. No obstante, en medio de la persecución, el asesinato selectivo y las masacres abiertas, los pueblos y comunidades de la ciudad y del campo sostuvieron diversas formas de movimiento y organización social.

De esa manera se han mantenido la lucha de los sindicatos y centrales obreras, el movimiento indígena con el CRIC a la cabeza, organizaciones campesinas y de pequeños y medianos productores agrarios, movimientos barriales y por el derecho a la vivienda, luchas permanentes por el derecho al agua y en contra de megaproyectos minero-energéticos, e infinidad de luchas por servicios públicos, contra la privatización de la salud y la educación, por la paz, contra la erradicación forzada de los cultivos de coca, y por democracia.

En gran medida los partidos alternativos, progresistas y de izquierda son herencia, resultado y realidad de esas luchas populares. Sin embargo, en la gran mayoría de esas organizaciones no existe el vínculo y el reconocimiento suficiente de la dinámica de los movimientos sociales. Existe una separación, a veces abismal, entre algunos de esos partidos políticos y los movimientos y organizaciones sociales.

Hoy gran parte de esos partidos alternativos, progresistas y de izquierda, replican muchas de las prácticas de los partidos tradicionales. A pesar de los esfuerzos que realizan muchos de sus dirigentes, desgraciadamente se imponen prácticas electoreras alimentadas por nuevas formas de clientelismo y aspiraciones individualistas que no permiten que en dichas organizaciones políticas se construya efectiva democracia, trabajo colectivo y participación creativa.

Ese gran limitante y falencia debe ser reconocido y abordado para que la estrategia de unidad que se propone logre efectivamente movilizar a las inmensas mayorías de la población.

Nota: En los siguientes artículos se continuará desarrollando esta idea.

Fernando Dorado

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