Tenemos que subir una empinada cuesta. Hacerlo, decía José Martí en su Diario de Campaña, hermana hombres. Favorece, por tanto, el brote y la expansión de valores solidarios, uno de los legados que habrá que preservar en el después de esta pandemia. Comprendió también Martí que en el presente coexisten los remanentes del pasado en lo más valioso de la tradición y en el arrastre oscuro de vicios adquiridos, mientras germina el porvenir. Por eso aspiraba a edificar la República futura en medio de los combates de la manigua.
Sorpresiva y arrasadora, la pandemia ha invadido el mundo estrechamente interconectado. En el breve tiempo transcurrido nos ha dejado lecciones que estamos obligados a asimilar, porque por primera vez la Humanidad toda ha bordeado el colapso. Hemos contemplado la rebelión de la naturaleza agredida. Los animales recuperan espacios perdidos y el aire se torna más transparente. El cambio climático, acelerado por el predominio de la noción del progreso material en beneficio de unos pocos, puede detenerse y quizá revertirse en algún grado si la voluntad política de los Estados jerarquiza la salvación de la especie por encima del afán de lucro.
Por otra parte, la euforia neoliberal ha mostrado su verdadero rostro. En la inmediata posguerra, etapa de auge de las ideas de izquierda, las políticas públicas favorecieron el fortalecimiento de los sistemas de sanidad. En algunos casos, como en la Gran Bretaña, los laboristas nacionalizaron la medicina. Con el andar del tiempo, se impusieron criterios de rentabilidad y los servicios se precarizaron. La doctrina neoliberal asestó un golpe demoledor y la privatización de los servicios se amplió. Ante la pandemia, los hospitales colapsaron. En Estados Unidos y en gran parte de la América Latina la situación adquirió visos aún más dramáticos. Todos sabemos hoy que las estadísticas oficiales nunca reflejarán el número real de los desaparecidos. El mundo afronta una disyuntiva decisiva. La crisis humanitaria acelera una crisis económica de magnitud y consecuencias imprevisibles. Las fuerzas represivas están preparando un después ominoso.
En Estados Unidos y Brasil emergen grupos de franca catadura fascista, que se refleja en imágenes de cabezas rapadas, vestuario simbólico y agresividad contra los poderes del Estado.
En países de América Latina, donde antes del estallido de la pandemia se había manifestado una verdadera sublevación antineoliberal, el distanciamiento social ha interrumpido las marchas reivindicativas y los Gobiernos vuelven las espaldas a los acuerdos contraídos. Base de operaciones contra Venezuela, en Colombia prosiguen los asesinatos de líderes sociales y de antiguos guerrilleros. En el después de la pandemia, los pueblos se encontrarán ante nuevos desafíos. Desde ya, con el desempleo y la parálisis de la economía informal, los niveles de pobreza se han acrecentado.
Nuestra perspectiva es otra. Nos aguarda un panorama económico difícil, acentuado por el recrudecimiento del bloqueo y por las repercusiones de la crisis internacional. Sin embargo, hemos extraído enseñanzas provechosas de la lucha contra la pandemia. La información ha circulado de manera rápida, transparente y eficaz. La austeridad de las altas instancias gubernamentales se ha afianzado en el concreto hacer cotidiano. Se confirmó el acierto de una estrategia política dirigida a garantizar un sistema sanitario universal, gratuito, estructurado desde la base, y a impulsar el desarrollo de la ciencia cuando apenas salíamos del analfabetismo.
La investigación científica había demostrado logros en la creación de productos farmacéuticos con significativo valor agregado. En esta oportunidad, el saber y la experiencia acumulados ganó notoriedad al contribuir a la búsqueda de soluciones en la esfera pública. Se evidenció para todos la necesidad de una acción interdisciplinaria a la que se incorporaron las ciencias sociales. En el tránsito del ahora al después, la participación de estas últimas tendrá que incentivarse para el abordaje, a largo y mediano plazos, de problemas subsistentes en nuestra realidad, tales como las denominadas indisciplinas sociales de diversa naturaleza. En la actual circunstancia se percibió la falta de conciencia del riesgo, lo cual plantea numerosas interrogantes que no encontrarán respuestas en una visión impresionista.
El concepto genérico de “indisciplina social” incluye un amplio abanico de conductas, algunas colindantes con el delito, con la vulneración de normas de convivencia y con falsas nociones de autoestima mediante el desafío al riesgo. Otras tienen sus raíces en hábitos contraídos por generaciones a partir de la influencia del hábitat, no superadas de inmediato con el cambio de vivienda. La disciplina no puede imponerse tan solo mediante el ejercicio de la autoridad. Crece de adentro hacia afuera con la siembra temprana de convicciones articuladas a la formación ciudadana. El hogar es la célula básica de la sociedad.
Dejando a un lado la tendencia a la excesiva protección, los niños tienen que asumir en la práctica y a escala de sus posibilidades, junto con sus derechos, el correlato necesario de sus deberes. Algo similar ha de ocurrir en la escuela. Por otra parte, en la dura lucha por la supervivencia, hemos tenido que postergar la solución de problemas acuciantes. Uno de ellos se deriva de las condiciones de vivienda. Por la interdependencia entre factores objetivos y subjetivos, el enfrentamiento a esa pesada carga requerirá la participación conjunta de urbanistas, arquitectos, sociólogos y sicólogos. En todos los terrenos hay que romper rutinas en el hábito del pensar, y derribar los muros que separan a los actores de las distintas ramas de la ciencia.
Para encaminar el después, el país dispone de una considerable suma de expertos en las distintas ramas del saber. Es un bien acumulado que merece aprovecharse al máximo de sus potencialidades. Es probable que existan resultados investigativos por rescatar. Recuerdo en particular los trabajos del Instituto Cubano de Investigaciones de los Derivados de la Caña de Azúcar (ICIDCA) sobre derivados de la caña con alto valor agregado.
Para subir la empinada cuesta, urge entender la magnitud del desafío para juntar esfuerzos y voluntades y comprometer a las nuevas generaciones en la tarea común.
Graziella Pogolotti
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