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¿Podrá la CELAC acabar con la OEA? (I)
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Global Research, septiembre 29, 2021
La Jornada
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Me hallaba borroneando apuntes para un breve comentario del relanzamiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac, sexta Cumbre, México, 18 de septiembre), cuando me detuve en la carta de un lector publicada en El Correo Ilustrado (El de Simón Bolívar, un sueño imposible, La Jornada, 27/9/21).

Dice la carta: Irrealizable el sueño de Simón Bolívar, porque es un sueño de las élites criollas que desde el siglo XIX están peleando entre ellas y en contra de las de otros países. Es imposible este sueño, porque las élites criollas ignoran, desprecian y desconocen a los pueblos que desgobiernan en estos dos siglos.

Termina así: “Por el contrario, los ‘descubiertos desde milenios antes de la invasión’ (sic) vivían integrados en una civilización desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, que los europeos vinieron a explotar y fragmentar”. Gran confusión, posiblemente bien intencionada.

Razonable, el primer párrafo de la misiva: el rol de las élites criollas frente al sueño de Bolívar. En cambio, el segundo incurre en el reduccionismo de imaginar a “los ‘descubiertos’ […] integrados en una civilización”. Ahora bien: ¿una o varias civilizaciones, con distinto grado de evolución? ¿Una o varias élites criollas?

Los independentistas pertenecían, en efecto, a las élites criollas. No obstante, sería simplista igualar sus perfiles ideológicos, ya que tras la invasión de Napoleón a España, las élites se partieron en dos grandes vertientes: liberales y conservadores. V. gr.: Hidalgo, Morelos y el emperador Iturbide, en la Nueva España; Bolívar y Santander, en la Gran Colombia; San Martín, Artigas y Rivadavia, en el Río de la Plata.

No por fatalidad o determinismo, los criollos fieles al ala izquierda de la independencia fueron traicionados, fusilados, asesinados, olvidados, o murieron en el exilio padeciendo miserias sin cuento. Fue inútil. Así, cuando el ala derecha advirtió que los pueblos mantenían viva su memoria, consintió en erigirles monumentos, aunque vaciando a sus ideas de coherencia política.

Inglaterra y Estados Unidos (potencia en ciernes) siguieron con atención el curso de las luchas en la América española. Por ejemplo, un año antes de la victoria de los ejércitos bolivarianos en Ayacucho (Perú, 1824), el presidente James Monroe acuñó la frase que la casta política de ­Washington elevó a doctrina, y hasta hoy lleva grabada en su frente: América para los americanos.

Dos años después de Ayacucho, Bolívar convocó al Congreso Anfictiónico de Panamá, con el fin de buscar la unión o confederación de los nuevos estados americanos. Por distintas causas, el congreso quedó en agua de borrajas. Frustración que el Libertador dejó entrever en carta al coronel inglés Patricio Campbell: los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad (Guayaquil, 5 de agosto de 1829). ¿Sueño imposible o lucidez política?

En su crecimiento, Estados Unidos tuvo tres etapas: la expansionista hacia el oeste y el norte (genocidio de los pueblos nativos, compra de Lousiana en 1803 y Alaska en 1867), y la anexionista hacia el sur (Texas, 1836; Tratado de Guadalupe Hidalgo, 1848). Tal como lo conocemos, el imperio yanqui arrancó formalmente con la intervención en la guerra anticolonial de Cuba y Filipinas (1898-1902).

Hacia finales del siglo XIX, la potencia que nunca se dio un gentilicio propiamente dicho, usurpó el de América para impulsar la Unión Panamericana (1889), precursora de la Organización de Estados Americanos (OEA, abril de 1948). Un engendro de la llamada guerra fría que, atinadamente el canciller cubano Raúl Roa calificó de ministerio de colonias.

De la invasión mercenaria de la CIA en Guatemala en 1954, al golpe de Bolivia en 2019, la OEA y las verdaderas élites criollas convalidaron sus taimadas formas de libertad y democracia: desconocimiento del voto popular, invasiones militares, magnicidios, genocidios, injerencias, aventureros que se proclamaban presidentes legítimos en una plaza cualquiera, y otros atropellos contra los pueblos de América Latina y el Caribe.

Excluyendo a Estados Unidos y Canadá, la Celac se constituyó en México (Playa del Carmen, febrero de 2010). Y como nada es perfecto, fue inaugurada por el presidente Felipe Calderón… En todo caso, la iniciativa fue posible alcanzar con estadistas convencidos de que, sin unidad, América Latina seguirá cavando el hoyo económico y social en que se encuentra.

Los impulsores de la Celac (Hugo Chávez, Lula da Silva, Cristina Kirchner, Raúl Castro, Evo Morales, Rafael Correa, Fernando Lugo) no pertenecían a las élites, sino a la voluntad democrática de sus pueblos.

En la siguiente entrega comentaremos lo que dejó la sexta Cumbre de la Celac, incluyendo algunas hipótesis en torno al declive imperial de EU. Dicen que dijo Confucio: estudia el pasado si quieres pronosticar el futuro.

José Steinsleger

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