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Retorno a la alborada
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Global Research, diciembre 30, 2019
Juventud Rebelde 28 December, 2019
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El título de este comentario me viene prestado de Raúl Roa.  El futuro Canciller de la Dignidad, orgulloso de su estirpe mambisa, integró desde muy  joven la generación que habría de enfrentarse a la dictadura de Machado.

En el proceso de ese temprano batallar, sus ideas se radicalizaron al situarse para siempre en el territorio de la izquierda, muy cercano a su entrañable Pablo de la Torriente Brau, caído en combate en defensa de la República española. Su vivencia personal atravesó la intervención del imperialismo para frustrar el proyecto revolucionario gestado en el entorno de la segunda década del siglo pasado mediante la acción directa de los embajadores Welles y Caffery, con el apoyo del entonces coronel Batista, encargado de implantar la más violenta represión.

En esas circunstancias, Roa emprendió su primer exilio. Pensó que la Revolución del 30 se había ido a bolina, aunque no renunció a sus ideales.  Prosiguió su prédica desde la cátedra universitaria y el periodismo. El golpe del 10 de marzo lo llevó a un nuevo exilio. En México conoció a un joven médico argentino que todavía no se llamaba Che. Con la alborada del 1ro. de enero, pudo entregar sus conocimientos y sus energías a la causa con la que siempre había soñado.

Mi generación creció a la sombra de sus predecesores. Nos rodeaba un horizonte sombrío. Siempre crítica, la economía padecía las consecuencias del deterioro del mercado azucarero. La subordinación al imperio se acrecentaba.  Escaseaban las perspectivas de empleo. Los acontecimientos de la Revolución del 30 se habían convertido en leyenda. No recordábamos tanto el derrocamiento de Machado, el 12 de agosto de 1933, como la caída de Rafael Trejo, el 30 de septiembre de 1930, símbolo de la lucha en favor de las reivindicaciones tantas veces postergadas.

El poeta Roberto Fernández Retamar dedicaba su primer cuaderno de versos a Rubén Martínez Villena, registrado en esa memoria junto a personalidades de la talla de Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras. Esa imagen de un ayer todavía cercano sobrevivía en el pueblo, defraudado por la sucesión de Gobiernos corruptos. El regreso de Batista con el golpe de Estado del 10 de marzo, casi en vísperas de las elecciones, asestó un violento mazazo. Los partidos políticos tradicionales no estuvieron a la altura de la situación, empeñados en disensiones internas y en la búsqueda de fórmulas conciliadoras que no erradicarían los males de la república.

En medio de tanto desconcierto, emergió una figura que se planteaba un cambio radical de estrategia. Dotado de un extremo poder de concentración, de una capacidad de leer críticamente la historia y la realidad, Fidel reconoció que se vivían las circunstancias características de una situación revolucionaria. Había estudiado en los libros y en la práctica política de la época. Su visión dialéctica se situaba en las antípodas de todo dogmatismo. Tenía una confianza absoluta en las reservas morales preservadas por el pueblo. Esa confianza en el pueblo inspiró al asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. La aparente derrota militar había encendido la chispa. Sembró la “semilla en el surco de fuego”.  A ese destinatario expectante, tantas veces defraudado, estaba dirigida La historia me absolverá. Era una definición programática, síntesis de las deudas acumuladas. El derrocamiento de la dictadura sería el paso necesario para abrir los caminos de la renovación.  El apoyo a la Revolución en marcha fue creciendo.  A los supervivientes del Granma se unieron campesinos, y hombres y mujeres venidos de la ciudad, donde se fortalecía la lucha clandestina.

Diciembre de 1958 estaba preñado por la tensión de las vísperas.  La dictadura acrecentó la represión. Caían los últimos mártires. Camilo y el Che ocupaban el centro de la Isla. La destrucción del tren blindado detuvo el  envío de suministros al territorio oriental. La derrota de la tiranía era inminente. Rodeado de sus colaboradores más cercanos, Batista escapó en el amanecer del nuevo año.  Buscó refugio provisional al amparo de otro tirano, Rafael Leónidas Trujillo. El imperio percibió el peligro que representaba la victoria de un movimiento revolucionario radical. Intentó fraguar un golpe de Estado preventivo. Respaldada por los hechos, por una ética insobornable, por el apego absoluto a la verdad, la palabra de Fidel tenía más fuerza. El llamado a la huelga congeló la acción del enemigo. En las difíciles circunstancias de la lucha armada, la Revolución no había renunciado a preparar el futuro.

A través de la práctica concreta del día a día, mostró su respeto al campesino, sometido a una existencia precaria y a la violencia ejercida por las autoridades.  Prestó ayuda médica cuando fue necesario y tuvo un acercamiento sin precedentes a las personas. En el territorio liberado del Segundo Frente Oriental, se iniciaron programas de enseñanza y se convocó al primer congreso campesino que recogió las demandas históricas de los más preteridos.  Así, desde el primer momento, iba tomando cuerpo el proyecto emancipador.

El triunfo de enero significó el “retorno a la alborada”.  Sin embargo, en plena euforia general, a su llegada a La Habana, Fidel planteó que lo más difícil estaba por llegar. En efecto, el imperio no ha dado tregua. Auspició el terrorismo, preparó la invasión de Girón, alentó las bandas armadas. Estuvimos al borde del holocausto nuclear. El cerco económico no ha cesado hasta alcanzar las dimensiones que hoy conocemos. A pesar de todo, se electrificó el país.  La comunicación social se extendió a toda la Isla.  Se produjo un salto gigantesco en el campo de la educación. Los hijos de campesinos se hicieron artistas, médicos y creadores en el terreno de la ciencia.

Para mi generación fue la oportunidad soñada de contribuir a hacer un país.  No ha sido fácil. A lo largo del proceso, las dificultades económicas han dejado huellas. Urge reparar lastimaduras en el plano de la ética. A la vez, tenemos que afincarnos en la defensa de un propósito liberador, garantía de la existencia de una nación soberana, y ajustado a las demandas  de una humanidad amenazada  por el cambio climático. La brecha entre ricos y pobres se agiganta con un pensamiento cada vez menos inclusivo. En ese batallar por nosotros y en favor de valores solidarios, está también nuestra razón de ser.

Graziella Pogolotti

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