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Rusia – 9 de mayo, Día de la Victoria
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Global Research, mayo 11, 2022
Rebelión
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No se cumplieron las expectativas alemanas de conquistar el mundo porque la Wehrmacht encontró en la URSS una resistencia que jamás esperó. El 9 de mayo de 1945 finalizó la Segunda Guerra Mundial, conflicto que se desarrolló en lo fundamental en el frente soviético-alemán, donde se libraron las más importantes y decisivas batallas que resquebrajaron la espina dorsal de la Werhmacht, las Fuerzas Armadas de Alemania Nazi, el más potente complejo militar bélico creado por el hombre.

No se cumplieron las expectativas alemanas de conquistar el mundo porque la Wehrmacht encontró en la URSS una resistencia que jamás esperó. El 18 de diciembre de 1940, luego de apoderarse de Europa continental, Hitler firmó la orden para desarrollar el Plan Barbarrosa, que contemplaba la destrucción de la URSS en tres o cuatro meses.

El alto mando alemán estaba tan convencido del éxito del Plan Barbarossa que para después de su cumplimiento planeaba, a través del Cáucaso, la toma de Afganistán, Irán, Irak, Egipto y la India, donde las tropas alemanas se debían encontrar con las japonesas; esperaba también que se les unieran España, Portugal y Turquía. Dejaron para después la toma de Canadá y EEUU, con lo que Alemania lograría el dominio total del mundo.

La orden de poner en ejecución el Plan Barbarossa la dio Hitler cuando trabajaban para la Wehrmacht cerca de 6.500 centros industriales europeos y en las fábricas alemanas laboraban 3’100.000 obreros especialistas extranjeros. Alemania poseía en ese entonces dos veces y media más recursos que la URSS y era la más poderosa potencia imperialista del planeta; lo acompañaron en esta mortífera aventura muchos otros estados europeos y numerosos voluntarios del resto del mundo.

La guerra que Alemania desató en la URSS fue una guerra de exterminio contra los pueblos eslavos, gitanos y judíos, que para los nazis eran pueblos inferiores y ocupaban el espacio vital que les pertenecía a ellos, que eran de raza superior; por eso el elevado número de civiles muertos y los crímenes horripilantes que hubo en los territorios ocupados de la Unión Soviética, algo que no se dio en el resto de Europa.

La guerra de Alemania contra la URSS era esperada, pero las fechas notificadas por los servicios secretos soviéticos sobre su inicio no coincidían, algunas eran reales y otras erróneas. El domingo 22 de junio de 1941, exactamente a las cuatro de la madrugada, Alemania dio inicio al Plan Barbarossa. Un ejército jamás visto por su magnitud, experiencia y poderío, se lanzó al ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión, desde el mar Ártico, en el norte, hasta el mar Negro, en el sur. Era un total de 190 divisiones, cinco millones y medio de soldados, 4.000 tanques, 4.980 aviones y 192 buques de la armada nazi.

El 24 de junio de 1941, el entonces Senador Harry Truman declaró al New York Times: “Si vemos que gana Alemania, entonces debemos ayudar a Rusia y si comienza a ganar Rusia, entonces debemos ayudar a Alemania. De esta manera, ojalá se maten entre ellos, entre más mejor. Aunque yo no quiero la victoria de Hitler bajo ninguna circunstancia”. Esta era la mentalidad de quien a la muerte de Roosevelt ocuparía la presidencia de EEUU.

Las expectativas alemanas del plan Barbarossa fracasaron porque la Wehrmacht encontró en la URSS una resistencia que los desesperó desde el mismo inicio de la guerra. El General Galdera, jefe de Estado Mayor de las tropas terrestres de Alemania, escribió: “Los rusos siempre luchan hasta la última persona”. Es que desde el primer día de guerra, la población soviética se aglutinó bajo la consigna: “¡Todo para el frente, todo para la victoria!” Con la finalidad de defender a su patria, los trabajadores laboraron sin descanso, los poetas escribieron poemas motivadores, los compositores crearon música inspirada, los artistas se presentaron en todos los frentes, los campesinos obtuvieron los mejores frutos de la tierra, los ingenieros inventaron novedosos instrumentos de combate y los soldados entregaron su vida en aras de la libertad. Nadie permaneció indiferente.

En los primeros meses de guerra, los grupos “Centro” y “Norte” de la Wehrmacht lograron acercarse a Moscú y Leningrado, dos de sus principales metas; nada parecía capaz de detener a este monstruo apocalíptico, cuyas botas habían pisado casi toda Europa. Sin embargo, el primer fracaso del Plan Barbarrosa se dio cuando la Wehrmacht fue derrotada en las puertas de Moscú y no pudo desfilar el 7 de Noviembre de 1941 por la Plaza Roja, tal cual había sido planificado, sino que lo hizo el Ejército Soviético, después los soldados se dirigieron al frente y ganaron la Batalla de Moscú; cosechaban el ejemplo del Mayor Klochkov, que se arrojó debajo de un tanque alemán con granadas en las manos exclamando: “Aunque Rusia es inmensa, no hay a donde retroceder, ¡detrás está Moscú!”

Sobre esta batalla el General Douglas MacArthur escribe: “En mi vida he participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la historia”.

La siguiente victoria soviética se dio en la Batalla de Stalingrado, la más sangrienta y encarnizada que se conoce, la suma total de las perdidas por ambas partes supera con creces los dos millones de soldados muertos; se prolongó desde el 17 de julio de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943, cuando, luego de ininterrumpidos y feroces combates, culminó con la victoria del Ejército Rojo sobre el poderoso Sexto Ejército Alemán, comandado por el General Paulus, algo que nadie en el mundo occidental esperaba.

Sobre la Batalla de Stalingrado, el General alemán, Dorr, escribió: “El territorio conquistado se medía en metros, había que realizar feroces acciones para tomar una casa o un taller… Estábamos frente a frente con los rusos, lo que impedía utilizar la aviación. Los rusos eran mejores que nosotros en el combate casa por casa, sus defensas eran muy fuertes”. El General Chuikov fue el que ideó esta forma de lucha, en la que el espacio de separación de sus tropas de las alemanas jamás excedía el radio de acción de un lanzador de granadas.

El 19 de noviembre de 1942 comenzó la operación Urano, ofensiva soviética que fue preparada en el mayor de los secretos, por lo que fue inesperada para los alemanes, el objetivo donde convergían las tenazas de la ofensiva era el pueblo de Kalach y su puente. Al cuarto día, el 23 de noviembre, 330.000 soldados alemanes fueron cercados en un anillo de entre 40 a 60 kilómetros de amplitud.

El 30 de enero, Hitler ascendió al rango de Mariscal de Campo al General Paulus. En realidad, el acenso era una orden de suicidio, pues en la historia de las guerras no hubo un sólo caso en el que un mariscal de campo cayera prisionero. Pero Paulus no tenía la intención de dispararse por ese cabo bohemio, como informó a sus generales, y prohibió hacerlo a los demás oficiales, que debían seguir la suerte de sus soldados.

El 2 de febrero de 1943, luego de arduos combates en los que fracasaron todos los intentos por romper el cerco, cesó la resistencia alemana en Stalingrado. El Ejército Soviético capturó un mariscal de campo, 24 generales, 25.000 oficiales y 91.000 soldados. Paulus fue hecho prisionero y en 1944 se unió al Comité Nacional por una Alemania Libre. En 1946 fue testigo en los Juicios de Núremberg. Antes de partir hacía Dresde, donde fue jefe del Instituto de Investigación Histórica Militar de la República Democrática Alemana, declaró: “Llegué como enemigo de Rusia, me voy como un buen amigo de ustedes”. Murió en Dresde el 1 de febrero de 1957.

En la batalla de Stalingrado, la Wehrmacht perdió cerca de un millón de hombres, el 11% del total de todas las pérdidas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, el 25% de todas las fuerzas que en esa época operaban en el Frente Oriental. Fue la peor derrota sufrida por el Ejército Alemán durante toda su historia. En Memorias de un Soldado, el General Heinz Guderian escribe: “Después de la catástrofe de Stalingrado, a finales de enero de 1943, la situación se hizo bastante amenazadora, aún sin la intervención de las potencias occidentales”.

La Batalla de Stalingrado fue el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial y resultó una auténtica catástrofe militar para los alemanes, cuyas tropas no pararían de retroceder hasta rendirse ante el Mariscal Zhúkov en Berlín, dos años y cuatro meses después. La victoria Stalingrado marcó el inicio de la derrota de Alemania, sentó las bases para la expulsión masiva de los invasores del territorio soviético, desbarató los planes alemanes, resquebrajó su sistema de alianzas y llenó de esperanzas a todos los pueblos de los países que luchaban contra el fascismo. La casi totalidad del material militar que se empleó fue fabricado en las fábricas que los técnicos de la Unión Soviética habían trasladado desde la zona central de Rusia hasta el otro lado de los Urales, con los alemanes pisándoles los talones.

La siguiente derrota alemana se produjo en la Batalla de Kursk, en la que, según Hitler, los alemanes “debían recuperar en el verano lo que habían perdido en el invierno”. Para ese entonces, el Frente Oriental se había estabilizado a lo largo de una línea que comenzaba en el Golfo de Finlandia, continuaba en el centro a unos 500 km de Moscú y terminaba en el sur, en el mar de Azov. El frente formaba una curva a la altura de la ciudad de Kurks, desde este arco los soviéticos se proponía liberar Oriol y Briansk. Los alemanes decidieron desatar una ofensiva, tanto desde el norte como desde sur de este arco, para encerrar en su interior a grandes concentraciones de tropas soviéticas; con este fin planificaron la operación “Ciudadela”.

Para ganar la batalla crearon nuevos tipos de tanques Tigres, los mejores que fabricó Alemania durante la guerra, carros de combate tipo Pantera y cañones Ferdinand, concentró 900.000 soldados, 10.000 cañones y morteros, 2.700 tanques y más de 2.000 aviones. La operación no correspondía a las posibilidades reales de la Wehrmacht, que no había apreciado correctamente las relaciones de fuerza en el Frente Oriental, donde los soviéticos habían construido 4.240 km de trincheras en Vorónezh y otra cantidad semejante en la frente central. La longitud total de las trincheras abiertas en el arco de Kursk podría cubrir la distancia entre San Francisco-Washington-Montreal.

El 5 de julio de 1943 comenzó la batalla. Los alemanes confiaban en que sus fuerzas romperían las defensas rusas tanto en el norte como en el sur, pero su ofensiva terminó en un rotundo fracaso. La contraofensiva soviética marcaría el fin del último intento alemán de recuperar la iniciativa en el Frente Oriental, iniciativa que a partir de ese momento quedó en manos del Ejército Soviético.

En la Batalla de Kursk se exterminaron las mejores unidades del ejército alemán, aquellas que luchaban bajo la consigna de vencer o morir, se enterró también el mito de que el invierno ruso era el que ayudaba al Ejército Rojo; también fue la mayor batalla de tanques de la historia, participaron 6.900 tanques de ambos bandos. El General Guderian escribe en Memorias de un soldado: “Sufrimos una derrota demoledora en Kursk. Las tropas blindadas, que habían sido repuestas con gran esfuerzo como consecuencia de las grandes pérdidas de hombres y de material de guerra, quedaron fuera de servicio por largo tiempo. Era imposible restituirlas a tiempo para… el caso del desembarco con el que los aliados amenazaban para la primavera siguiente. Como consecuencia del fracaso del plan Ciudadela, el frente oriental absorbió todas las fuerzas que estaban emplazadas en Francia”.

La victoria soviética de Kursk demostró a los aliados de Occidente que si no desembarcaban en Europa, la URSS sola era capaz de derrotar a Alemania; fue el factor decisivo para que no se aplace más el desembarco en Francia.

La Venecia del Norte, como también es conocida San Petersburgo, fue fundada en 1703 por Pedro I, el Grande, y dio a Rusia salida al mar Báltico. Ha sido la cuna de grandes pensadores y poetas: Pushkin, Gogol, Dostoievski, Blok y muchos más. Es también una de las ciudades más bellas del planeta: El Palacio de invierno, el Hermitage, la Catedral de San Isaac, el Palacio de Pedro… son monumentos de belleza sin par. Pero cuando se menciona su nombre, se debe recordar que sus hijos realizaron el acto de resistencia más grandioso de la historia, ante el cual es poco todo lo que se diga. Nadie podrá nunca narrar con exactitud lo que durante la Segunda Guerra Mundial aconteció en esta Ciudad Heroica, símbolo del valor del pueblo soviético. Que el heroísmo de sus habitantes, que el sacrificio de sus hijos más nobles ilumine a los futuros luchadores por la libertad, que el más de medio millón de víctimas que yacen en el grandioso cementerio de Piskariovskoye logren la paz eterna, cuando vean que el nazi-fascismo no existe más sobre este mundo.

La conquista de Leningrado, así se llamaba San Petersburgo, fue parte importante del Plan Barbarossa. Esta ciudad sufrió un bloqueo de 872 días, pero el 18 de enero de 1943, el Ejército Rojo lo rompió parcialmente mediante una operación que Stalin denominó Iskrá, chispa en español, que comenzó seis días antes y conectó a Leningrado con el resto de la URSS. Cerca de un año después, el 27 de enero de 1944, el Ejército Soviético liberó la ciudad, rompiendo el bloqueo por completo.

Los sueños de Hitler de ocupar Leningrado o borrarla de la faz de la tierra no se hicieron realidad, porque sus habitantes la defendieron sacrificándose más allá de lo imaginable. Durante el bloqueo, los rusos repetían como estribillo: “Si Leningrado resiste, nosotros también resistiremos”.

El alto mando alemán, para el que la toma de Leningrado tenía importancia tanto política como estratégica, detuvo su avance sobre esta ciudad el 8 de septiembre de 1941, ordenó a sus tropas atrincherase y se preparó para romper la resistencia del pueblo ruso a través de un prolongado asedio, con ayuda del bombardeo continuo de la aviación a la urbe y mediante el fuego de artillería; suponían que el hambre los doblegaría. Como consecuencia murieron más de un millón de leningradenses, la inmensa mayoría, el 90 %, de hambre y frío, pero Leningrado no se rindió.

En pleno bloqueo, el 9 de agosto de 1942, la Orquesta Sinfónica de Leningrado interpretó la Séptima Sinfonía o Sinfonía a Leningrado, compuesta por Dmitri Shostakóvich. El célebre compositor dedicó esta creación a “nuestra lucha contra el fascismo, a la victoria que se aproxima y a mi Leningrado natal”. La obra, escrita durante el bloqueo, era un himno de esperanza en la victoria y el 5 de marzo de 1942 fue trasmitida por radio al mundo entero. Los altavoces se dirigían hacia donde estaban los alemanes, pues la ciudad quería que los invasores la escucharan.

Pese al bloqueo, las fábricas de Leningrado entregaron al frente de batalla 713 tanques, 480 blindados y 10000 morteros; a su pueblo lo mantenía en píe la inquebrantable fe en la victoria. Las condiciones de trabajo eran muy duras, no había ni luz, ni calefacción, ni transporte, el frío era insoportable y no había que comer, y sin embargo, nadie se quejaba. Ni siquiera en el momento de la muerte. La gente moría en silencio.

A través del congelado lago Ládoga, llamado “el Camino de la Vida”, no se interrumpió nunca el envío de alimentos, medicina, armas y demás pertrechos. Pese al intenso bombardeo de la aviación alemana, los conductores manejaban días enteros sin descansar. Por este camino se evacuó a un millón de leningradenses. Quienes dirigían el tránsito debían permanecer parados sobre la nieve soportando el viento y el frío de hasta -30°C, durmiendo muy pocas horas al día. Se tendió un oleoducto por el fondo del lago y Leningrado revivió. Las fábricas volvieron a producir y la población de nuevo tuvo luz y calefacción. Por eso, sus habitantes dicen orgullosos: “Troya cayó, Roma cayó, Leningrado no cayó”.

El 6 de junio de 1944, el día D, se inició en la playa francesa de Normandía la tan dilatada apertura del Segundo Frente, que en algo alivió la presión que las tropas alemanas habían ejercido durante los últimos tres años en el frente soviético-alemán, donde se daban las más fieras batallas. El desembarco en Normadía demostró la firmeza de los aliados para combatir hasta su total derrota al nazi-fascismo e eliminó las esperanzas de Hitler de que la alianza en su contra se rompiera. También, al ser expulsada Alemania de los países que ocupaba en Europa Occidental, empeoró la situación del III Reich, que perdía así sus bases de operaciones aéreas y navales, además del posible empleo de recursos naturales y humanos que extraía de esos países, lo que presagiaba su próximo desmoronamiento.

La apertura del Segundo Frente estuvo al mando del General Eisenhower, quien comandó una fuerza expedicionaria compuesta por 1.213 barcos de guerra y 4.126 de transporte, que desembarcaron 107 mil hombres, 14.000 vehículos y 14.000 toneladas de diferente material de guerra. La fuerza expedicionaria se componía en su totalidad de 2’876.436 hombres, de los cuales 1’533.000 eran estadounidenses.

Cuando se produjo el desembarco, los mejores hombres del Ejército Alemán habían caído muertos o habían sido hechos prisioneros en las batallas de Moscú, Leningrado, Stalingrado, Kursk, Kiev… La gran Wehrmacht estaba compuesta por unas huestes heterogéneas formada por húngaros, polacos, rusos, franceses y hasta negros e indios. Según Von Rudshtedt, Comandante General de las fuerzas alemanas en Occidente: “La muralla del Atlántico era una ilusión, inventada para confundir tanto al pueblo alemán como al enemigo… Era ridículo llamar a eso barrera. Hitler nunca la visitó y no vio qué es lo que representaba en la realidad”.

El General Eisenhower empleó brillantemente todos los factores a su favor y no dejó ningún detalle al azar. Desembarcó en Normandía, el lugar que menos esperaban los alemanes. Lo lógico hubiera sido que lo hiciera por el Paso de Calais, que es la distancia más corta entre Inglaterra y Europa continental; lo realizó en un día que no era bueno para efectuar desembarco alguno, por lo que muchos generales alemanes, confiados en el mal tiempo, estuvieron ausentes, entre ellos Rommel. Empleó en forma óptima la aviación, fuerza en la que su superioridad era indiscutible.

El 19 de agosto se produjo el levantamiento de París. El General Leclerc comandó las tropas francesas que primero entraron a París y el 20 de agosto, desde Montparnasse, anunció la rendición de los alemanes a cargo de la guarnición de París. Al día siguiente, el General De Gaulle desfiló a píe por los bulevares de la Ciudad Luz.

Luego de que la URSS liberara a una veintena de países del yugo nazi-fascista, el Ejército Rojo entró a Berlín e izó la bandera soviética en el Reichstag, el parlamento alemán. Finalmente, el 9 de Mayo de 1945 finalizó la Gran Guerra Patria, la parte de la Segunda Guerra Mundial que desarrolló en la URSS. Esta fecha es sagrada para Rusia, y no sólo para ese país, porque costó enormes sacrificios conseguirla.

Estos son los hechos que en la actualidad algunos odian recordar: La guerra eliminó en la Unión Soviética a 27 millones de personas y dejó 60 millones de heridos; destruyó en ese país 1.710 ciudades, 70.000 aldeas, 32.000 empresas industriales, 65.000 kilómetros de vías férreas, 98.000 cooperativas agrícolas, 1.876 haciendas estatales, 6 millones de edificios, 40.000 hospitales, 84.000 escuelas; los nazis trasladaron a Alemania 7 millones de caballos, 17 millones de cabezas de ganado vacuno, 20 millones de puercos, 27 millones de ovejas y cabras, 110 millones de aves de corral; la perdida total de la Unión Soviética fue de unos 3 billones de dólares.

Es bueno recordar el pasado porque entonces, como ahora, el mal crecía sin aparente fin, sin que nadie fuera capaz de detenerlo; sin embargo, la heroica lucha contra la moderna barbarie, no sólo del pueblo soviético sino de todos los hombres libres, salvó al mundo. Tal vez, la más importante lección para las presentes y futuras generaciones es que las guerras hay que combatirlas antes de que estallen. ¡Gloria eterna al heroico pueblo soviético que libró al mundo del nazi-fascismo!

Rodolfo Bueno

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