“Sin cambio de rumbo en Brasil la integración será imposible. Es una pena, teniendo a AMLO como presidente de México”
Entrevista a Ramiro Bertoni por Ariel Noyola Rodríguez
La integración regional está siendo amenazada. Por una parte, la llegada al poder de Jair Bolsonaro, quien ha promovido la fragmentación política en una escala sin precedentes. Por otra parte, la firma de acuerdos de libre comercio con socios extrarregionales, que conlleva el riesgo de debilitar aún más los eslabonamientos productivos al interior del Continente.
En entrevista exclusiva con el Centro de Investigación sobre la Globalización (Global Research) para el Boletín “Integración regional. Una mirada crítica», Ramiro Bertoni, integrante del Grupo de Trabajo “Integración regional y unidad latinoamericana” del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), advierte que, de persistir esta tendencia, las posibilidades de impulsar a futuro la integración regional se verán reducidas dramáticamente.
Por ahora, asegura el académico argentino, la mejor estrategia para defender la integración latinoamericana consiste, por una parte, en establecer lazos de cooperación con diversos actores a lo largo y ancho de la región y, por otra, en evitar la firma de más acuerdos de libre comercio con socios extrarregionales.
Sin un cambio de rumbo en Brasil, sin embargo, la integración regional es imposible, asegura Bertoni. Es un gran contratiempo la conducción gubernamental de Brasil, comenta, dado el interés del gobierno de México de impulsar la integración de la región, país que se había mantenido bastante distante hasta antes de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador.
En los últimos tiempos la integración regional suramericana se ha visto socavada a partir de la llegada al poder de Jair Bolsonaro ¿Consideras que es Brasil el país que está impulsando con más fuerza la desintegración?
Si uno toma la región como toda Latinoamérica, hay una fragmentación estructural con México y Centroamérica, por una parte, países mucho más ligados a Estados Unidos, donde el peso de Washington es muy importante, por inversiones, comercio y flujo de remesas y, por otra parte, Suramérica, región que tiene otra dinámica y en donde, en mi opinión, tuvimos la posibilidad de hacer una integración un poco más férrea.
En este sentido, el gobierno de Jair Bolsonaro representa un parteaguas porque abandona cualquier impulso sobre la integración regional. Pero hay que reconocer también que desde hace tiempo la región ya estaba fragmentada.
La Comunidad Andina había implosionado. Colombia y Perú comenzaron a negociar acuerdos de libre comercio con la Unión Europea y Estados Unidos, y lo mismo hizo Chile. América Latina quedó partida. Lo que hace el presidente Bolsonaro es profundizar esta tendencia hacia la desintegración.
Todo parece indicar que Brasil ha colocado como prioridad de sus relaciones exteriores a Estados Unidos y la Unión Europea. En este sentido ¿Qué viabilidad tienen estas políticas?
La gran pregunta es saber si esto tiene viabilidad o no para Brasil, es decir, en qué medida se puede sostener este cambio de régimen de acumulación promovido por Bolsonaro. Desde mi punto de vista no.
Sería una regresión. En la relación con la Unión Europea, por ejemplo, los grandes ganadores son los sectores agroexportadores: los grandes frigoríficos, los hacendados, los empresarios vinculados a la exportación de soja y otros alimentos. Hay pocos nichos industriales para integrar cadenas de valor con Europa. No lo considero viable.
Y con Estados Unidos hay mucha competencia, por ejemplo, en alimentos. Washington en muchas ocasiones le ha bloqueado las exportaciones a Brasil, bien sean acero de jugo naranja, o de etanol. No queda claro a qué puede aspirar Brasil más allá de un alineamiento político. No hay viabilidad en la estrategia planteada por el gobierno brasileño.
La integración suramericana parece más impulsada por bloques regionales que apuntan hacia el exterior. Por una parte, la Alianza del Pacífico mirando hacia Asia y, por otro lado, el Mercosur apostando a un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea ¿Esto significaría abandonar definitivamente los proyectos de integración regional que apuntan hacia el interior del Continente?
Es un proceso que se viene dando desde hace varios años. Por ejemplo, si uno toma el comercio intra-Mercosur, la proporción de estos flujos ha ido disminuyendo. En 2019, según el último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), llegó a su nivel más bajo de los últimos años.
El Mercosur está exportando cada vez más a países fuera de la región. Vende mucho a la Unión Europea, pero también a los países asiáticos. Argentina y Brasil exportan grandes cantidades de soja a China, lo mismo pasa con el mineral de hierro de este último país.
En este sentido, la reprimarización de la región está siendo impulsada por China por la venta de materias primas, mientras que la venta de productos manufacturados con bajo valor agregado está impulsada por la Unión Europea y Estados Unidos.
Claramente estamos profundizando un modelo basado en la extracción masiva de recursos naturales. El único intento que hubo alguna vez de revertir esta tendencia fue un conjunto de políticas impulsadas al interior del Mercosur, que tuvo magros resultados, y claramente hoy está ausente.
¿Un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea podría favorecer la integración del Mercosur o, por el contrario, es un mecanismo destinado a debilitar aún más los eslabonamientos regionales?
Sin ninguna duda. Podemos hacer varias lecturas del acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea. La primera es que se va a profundizar el perfil de comercio asimétrico con el viejo continente. Adicionalmente, se afectará el intercambio de manufacturas industrial dentro del Mercosur, que se concentra en gran medida en el sector automotriz, que al pasar a compartir el acceso preferencial intra región con la UE, se debilitará desviando compras hacia el viejo continente.
Dado que en 15 años habrá libre acceso al mercado de automóviles y autopartes, lo más probable es que a partir de entonces gran parte de los automóviles vengan terminados de Europa, donde hay grandes economías de escala, o quizás de México, país con el que Brasil ha acelerado la liberalización comercial en este sector.
Entre ambas opciones, sería mejor que parte de los autos vengan de México así por lo menos podríamos impulsar cierta integración de la región. De cualquier manera, lo grave es que los vínculos al interior del Mercosur van a debilitarse.
Hay otras disciplinas también, como las que tienen que ver con compras públicas, diversas áreas de servicios, los límites a la participación de las empresas del Estado van a estar erosionando la capacidad de ciertas políticas públicas orientadas al desarrollo.
Un punto que afecta particularmente a la Argentina es que en el acuerdo restringe en gran medida la posibilidad de aplicar retenciones a las exportaciones, cuya aplicación a sectores primarios (agropecuario, minero y petrolero) ha sido una política importante de captación de rentas para promover el desarrollo industrial. El impacto del Acuerdo no se limita a la mayor primarización, sino también a garantizar la privatización de las rentas naturales.
Son acuerdos comerciales que por lo general favorecen a las grandes empresas transnacionales y terminan afectando a los ciudadanos de a pie de estos países, en este caso, inclusive a los de la Unión Europea que verán cómo la agricultura transgénica y los grandes frigoríficos terminarán avanzando en detrimento de la producción local. Se generan contradicciones, ya no solo entre bloques regionales, sino entre grupos económicos concentrados y ciudadano, más allá que también existen discusiones sin saldar respecto al proteccionismo agropecuario de gran parte de los países centrales, incluida la Unión Europea.
En cuanto a Argentina, ¿hay un cambio en su política exterior con respecto al resto de los países del Mercosur? ¿Hay una propuesta alternativa de integración regional desde Argentina?
Desde el cambio de gobierno en Argentina hay una mirada distinta y hay un intento de cambiar el rumbo del país, por ejemplo, dentro de la dinámica del Mercosur. Pero para algunos Acuerdos parecería que sería demasiado tarde. El acuerdo comercial con la UE ya fue negociado, si bien todavía no ha sido ratificado ni por Europa ni por los miembros del Mercosur.
Además, los gobiernos de Mauricio Macri y Jair Bolsonaro acordaron que el acuerdo comercial con la Unión Europea fuera de implementación bilateral, es decir, si ésta lo aprueba, entrará en vigor en cada uno de los países del Mercosur que lo ratifique. Se dejó a un lado la implementación por consenso como deberían ser por las reglas del Mercosur, y adicionalmente se afecta la reciprocidad erosionando la Unión Aduanera.
En este contexto, y tomando en cuenta el cambio de gobierno, el rechazo del acuerdo comercial sería la peor alternativa para Argentina. El gobierno actual si bien no simpatiza esta Acuerdo, también ha manifestado que no lo rechazaría. Lo que ha solicitado es detener gran parte del resto de las negociaciones para medir el impacto, hacer una evaluación más profunda de las tratativas con Canadá, Singapur, Corea del Sur, etc.
El gobierno argentino propone acompañar las negociaciones, pero de manera selectiva. Pidió levantar el pie del acelerador y esto claramente es un cambio de rumbo. Pero lamentablemente el gobierno del presidente Alberto Fernández está en minoría porque los otros tres miembros del Mercosur desean avanzar (Brasil, Paraguay y Uruguay).
En cuanto a si Argentina tiene una propuesta de integración regional, la verdad es que no. Si bien hace unos meses el presidente Alberto Fernández visitó a López Obrador en México y coincidieron en la necesidad de mirar hacia la región, no hay ningún esquema de integración en marcha hacia este objetivo. El gobierno argentino ha declarado que considera importante la integración regional pero desconozco que haya una estrategia clara hasta el momento.
Quizás la situación de emergencia económica y sanitaria producida por la pandemia de la COVID-19 pueda establecer nuevas pautas, a raíz de la necesidad de retomar la construcción de cadenas regionales de valor y un papel del Estado más activo.
¿Cómo construir una agenda de integración regional? ¿Cómo sentar a la mesa a los gobiernos de Argentina y Brasil, a pesar de sus diferencias políticas, para trazar una hoja de ruta?
Sentar a la mesa hoy al presidente Jair Bolsonaro es casi una quimera, no lo pueden sentar ni los gobernadores de Brasil ni los poderes fácticos. Pero esto no significa que no puedan plantearse tareas. La prioridad que hay que darse es ser lo más pragmático posible y reconocer que, si bien no es un buen momento para avanzar en la integración regional, por lo menos hay que evitar retroceder más.
Esto significa, por ejemplo, no hacerle el juego a quienes apuestan por una mayor división al interior del Mercosur. Hay que buscar a los actores regionales interesados en mantener la integración y tratar de establecer alianzas y estrategias con ellos, aunque sean de bajo nivel.
Y evitar en la medida de lo posible establecer más acuerdos de libre comercio en el frente externo. Si se firman acuerdos de libre comercio con Canadá, la Unión Europea, Corea del Sur y México, quizás después se busque firmar uno con Estados Unidos. Y si nuestras economías se abren demasiado, habrá pocas posibilidades de fomentar la integración de la región después.
De cualquier manera, sin un cambio de rumbo profundo en Brasil será imposible fomentar la integración. Y es una pena, porque en estos momentos México, bajo el gobierno del presidente López Obrador, se muestra proclive a la integración, a impulsar proyectos orientados hacia América Latina.
Ramiro L. Bertoni
Ariel Noyola Rodríguez
Nota del Editor: Esta entrevista ha sido realizada por Ariel Noyola Rodríguez, corresponsal del Centro de Investigación sobre la Globalización (Global Research) en América Latina y el Caribe en exclusiva para el Boletín “Integración regional. Una mirada crítica”.
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