Sobre un posible conflicto religioso en Palestina
¿Nos dirigimos a un conflicto interno palestino o lo que algunos llamarían un conflicto religioso o hasta una «guerra civil»?
Esta pregunta es utilizada por algunos para lograr sus miserables metas, lanzándola en la cara de los palestinos para intimidar y asustar los pueblos en el mundo y alejarlos, así, de la solidaridad de clase con nuestro hermano pueblo palestino y una empatía hacia su noble causa histórica. Hay quienes quieren que el pueblo palestino y los pueblos del mundo acepten las condiciones del enemigo sionista y Estados Unidos, para no resistir, para aceptar la «realidad», para no enfrentar la crisis inherente a la cuestión palestina, dentro de una causa aun más grande y compleja, la de una grande nación árabe, laica y socialista, y en el respeto de sus diferencias étnicas y religiosas; y ahí, que nunca puedan nacer otra vez líderes políticos pan árabes y pan africanos, laicos y seculares, como Nasser, Gadafi o Saddam Hussein (aqui el intento de liquidar el Estado y la nación árabe Siria y su presidente constitucional Bashar al-Asad con su glorioso Partido Baath como ultima frontera hacia la barbarie).
Por otro lado, hay quienes quieren llevar al pueblo palestino a la batalla equivocada, empujándolos a mezclar manzanas y naranjas, hasta que sus pies sean arrastrados en el picador de carne de la autodestrucción.
En ambos casos, estamos hablando de un campo minado, un presagio de una crónica de una muerte anunciada, segura, y dentro de un proyecto útil solo para el enemigo de la grande nación árabe, sus aliados y sus agentes.
Sin embargo, la pregunta anterior sigue siendo legítima si se considera fundada en la experiencia histórica del pueblo palestino y si se toma seria y profundamente en su contexto histórico, político, social y cultural; hasta regional y por ende, internacional.
No cabe duda que, los pueblos y movimientos de liberación que enfrentaron el colonialismo han experimentado conflictos internos o guerras civiles. Estos no llegaron de repente o sin una sucesión de señales o situaciones que claramente los conduzcan. Tampoco llegaron al punto de ruptura con los opositores políticos internos porque «querían» una nueva guerra o un conflicto que se sumaría aún más al tormento diario a manos de los colonizadores. De hecho, la gran mayoría de los pueblos y su clase trabajadora buscan un estado político y social de estabilidad, prefiriendo manejar sus diferencias – hasta religiosas o culturales – internas de manera pacífica y fraterna, si pueden hacerlo. Sin embargo, las abrasadoras luchas internas llevan en ocasiones a la imposibilidad de convivencia entre programas, clases y fuerzas sociales incompatibles y las oposiciones recíprocas llegan a un punto de explosión sin recuperación.
A pesar de la peculiaridad del espacio y el tiempo para cada pueblo, es importante tomar en cuenta que, estos eventos van más allá de la forma de un conflicto entre sectas religiosas, politiqueros, facciones y tribus. Hay una clase dominante que cosecha todos los beneficios del conflicto y está dispuesta a sacrificar vidas humanas.
Tomamos como ejemplo el de Líbano, que puede parecer bastante distante de nuestras concepciones de la guerra civil en tiempos de posverdad: cuando discutimos el papel del «Ejército del Sur del Líbano», formado por colaboradores de la ocupación sionista israelí y por sus agentes en la «región del cinturón de seguridad» (región fronteriza del Líbano con la entidad sionista de Israel que permaneció bajo control parcial del movimiento sionista después del final de la guerra de 1982). La Resistencia los trató como parte integral de las fuerzas enemigas y objetivos militares legítimos del fuego de aquella misma Resistencia, que – por cierto – no era chiita, pues hablamos del ’82, cuando Hezbollah bajo la elidía de la Republica islamista de Iran aun no se había fundada (el “Partido de Dios” se constituye solo en 1985). La presencia del enemigo sionista en la batalla hizo que este conflicto pareciera completamente fuera del ámbito de la confrontación interna en el Líbano. Esto ayudó a la misión de la Resistencia a enfrentar la batalla con determinación y lograr la victoria y, en última instancia, la liberación.
Las experiencias de los movimientos populares y las luchas de liberación en China, Vietnam, Cuba, Sudán, Filipinas, México, Irlanda, Sudáfrica, y más allá deben examinarse para extraer lecciones y señalar similitudes y diferencias. Lo mismo ocurre con la experiencia del propio pueblo palestino, los conflictos internos en su sociedad y la forma en que las fuerzas locales palestinas han existido (y existen), que han obstaculizado el progreso de su lucha de liberación nacional desde los barcos de la guerra de Napoleón, fueron anclados frente a las murallas de Acre en 1799 (el fallido asedio de San Juan de Acre durante la Campaña Egipcia).
Quizás se tendría que prestar más atención hoy día a nuestras concepciones de lo que significa conflicto interno o guerra civil. Este tipo de guerra es, en la mayoría de los casos, inseparable del conflicto en una región o área. El caso palestino no es una excepción.
Además, siempre hay causas de conflictos internos y sus elementos se pueden descubrir excavando bajo las cenizas. Y esta guerra no siempre parece un conflicto político violento o bien definido. El conflicto interno es la encarnación de una lucha entre bloques históricos (en un sentido exquisitamente gramsciano), clases sociales, opciones políticas y centros de poder. A menudo es un choque entre la mayoría popular y entre los sistemas y estructuras fundados por el colonialismo moderno para «permitirles» gobernar en la medida que lo permita el colonizador, dependiendo de su beneficio. Sirven como herramienta, arma y escudo, cuyo destino solo se decide mediante una revolución popular y social o cuándo el propio colonizador es derrotado. Aquí lo que sería necesario es, por cierto, de-construir y re-pensar el mismo concepto de pueblo-nación, desde una perspectiva de clase y antagónica, como pueblo trabajador, de lucha entre dominantes y dominados.
Esta es la realidad del conflicto y las reglas de su desarrollo y contradicciones en cualquier sociedad donde una clase establece un régimen de opresión en lugar de diálogo y no considera el enfrentamiento con el enemigo externo como una prioridad nacional y popular. Cualquier régimen que opte por un camino de abuso, explotación, monopolio, empobrecimiento y exclusión, como inherente al sistema capitalista, es un régimen minoritario gobernante, y su relación con el pueblo eventualmente alcanzará un punto de inflexión, chocando inevitablemente con la mayoría popular que habiendo perdido todo ahora no tiene nada más que perder sino que sus cadenas.
Hoy, los revolucionarios en Oriente Medio luchan en armas y al mismo tiempo defienden y construyen ese grande eje de la Resistencia árabe (que sin duda alguna no es únicamente chiita) en defensa de la nación árabe de Siria, de la causa palestina y en contra de la codicia de no pocos de sus propios gobiernos en esa misma región; también se dan cuenta que están luchando contra las herramientas del imperialismo y el saqueo de sus Países por parte de las grandes corporaciones. La grande nación árabe ha vivido durante siglos bajo el yugo del colonizador británico, quien luego lo trasladó en 1945 a la ocupación estadounidense directa y con el apoyo de su principal brazo armado, el movimiento sionista, que se prolongó durante décadas. Esta realidad de hegemonía acorazada de coerción y dominación estadounidense persiste hasta el día de hoy, incluso cuando estos mismos mecanismos de hegemonía y coerción, control nominal y sistemas de saqueo han variado a lo largo del tiempo.
El pueblo argelino sabe cómo el colonialismo francés estableció las «Brigadas Harki», batallones armados de títeres, formados por traidores argelinos que sirvieron a las fuerzas colonizadoras francesas y cometieron crímenes contra los trabajadores, y son una copia fiel de las «Facciones palestinas por la paz» (grupos paramilitares fundados por los colonizadores británicos para aniquilar la Resistencia palestina en las décadas de 1930 y 1940).
Estas llamadas «facciones de paz» fueron establecidas por Gran Bretaña en Palestina, supervisadas por las fuerzas británicas y entrenadas y armadas por el oficial O’ Connor a mediados de la década de 1930. Participaron en la represión de la Gran Revolución Palestina en 1936, un preludio de la Nakba (catástrofe) de 1947-48. Fueron liderados por figuras pertenecientes a familias feudales, junto con personas adineradas con estrechos vínculos con las fuerzas imperialistas y reaccionarias de la región, incluidos Fakhri al-Nashashibi, Fakhri Abdul-Hadi y otros, encabezados por Ragheb Nashashibi, líder de la Defensa Nacional. El general británico Charles Tiggart estableció, a partir de estas brigadas, un verdadero sistema de seguridad y estableció centros de policía militar en las ciudades y zonas fronterizas, conocidas como «bastiones» (Muqata en árabe, hoy es el nombre que se usa para el palacio presidencial de la Autoridad Palestina en la ciudad de Ramallah ocupada). Estos formaron «cinturones de seguridad» para proteger a los colonos sionistas británicos de los ataques revolucionarios. El colaborador Fakhri Nashashibi fue asesinado en Irak en 1941, mientras que Fakhri Abdul-Hadi fue asesinado por revolucionarios en la aldea de Arraba (distrito de Jenin) en 1943.
Antes del establecimiento de la Autoridad Nacional Palestina en 1994, la ocupación israelí estableció un sistema conocido como Village Council Network. También construyó otras entidades bajo diferentes denominaciones y colores, todas las cuales fueron útiles para los intereses del Estado fascista de Israel y el proyecto sionista. Sin embargo, esto ya no era necesario después del establecimiento de la autoridad de Oslo y sus instrumentos.
Parafraseando el grande pensador sardo Antonio Gramsci, el colonizador siempre se esfuerza por crear una zona de amortiguamiento o un sistema de mediación – al fabricar su intelectual orgánico – entre él y la población colonizada, entre dominado y dominantes, a través de una autoridad local subordinada o hasta con supuestos movimientos de lucha (aun mejor si estos son de carácter religioso y puedan desviar las luchas de sus especificas historicidades y transformarlos en supuestos “choques de civilizaciones” o de “religiones”).
Los enfrentamientos armados entre las fuerzas palestinas en el año 1935, y en Jordania y el Líbano después del inicio de la Revolución palestina en la década de 1960, pero también en Gaza en 2007, son todas manifestaciones que encarnan este conflicto interno palestino entre sus opuestos y contrarios, entre clases e intereses en conflicto, hasta a niveles regional e internacional: el asunto no fue «personal» entre Nasser y los hermanos musulmanes en Egipto o entre el mártir Saddam Hussein y los ayatollahs en Irán. Cualquiera que argumente lo contrario sólo tiene la intención de promover ilusiones en beneficio de aquellos que buscan propagar respuestas rápidas y prontas, transformando, así, las luchas y las praxis revolucionarias de los pueblos trabajadores árabes en una misma superestructura compleja en favor de los intereses neo-coloniales, imperiales y sionistas en esa región, y en una “historia” que no son las historias de los pueblos de esa región.
Sin embargo, si bien los habitantes de los edificios y los propietarios de los bancos tienen su propia autoridad y los dispositivos de seguridad relacionados, no hace falta preguntarnos ¿Dónde podemos encontrar contra-poder y autonomía para los campamentos y las clases populares? ¿Cuál es su proyecto político antagónico? ¿Cuáles son las fuerzas motrices que llevan adelante esta visión contra-hegemónica y de clase hoy día?
La tierra de Palestina que ha sido objeto de negociaciones es propiedad colectiva del pueblo trabajador palestino. Los recursos naturales y la riqueza son propiedad colectiva de sus campesinos. El gas natural robado, que se encuentra bajo los mares de Palestina, es propiedad colectiva de su clase trabajadora. La Organización de Liberación de Palestina y sus instituciones también son propiedad colectiva de su mejor juventud que creció entre la primera y segunda Intifada, pero – como todos sabemos – han sido confiscadas, incluso secuestradas y convertidas en empresa privada para un puñado de comerciantes que han vendido la causa, la tierra y la gente. El pueblo palestino se da cuenta de que la red de sionistas, colaboradores y ladrones, que se extiende desde Tel Aviv hasta El Cairo, desde Catar hasta Turquía y desde Amman a Ramallah, es la que saquea y vende su riqueza, y estas son las fuerzas que comparten las así mal llamadas treguas con el enemigo donde acuerdan silenciosamente los tratados con la ocupación sionista. Entre estos, los acuerdos de Camp David de 1978 y 1979 entre Egipto y la entidad sionista de Israel; el Tratado de Wadi Araba de 1994 entre Jordania e Israel; y, por supuesto, los infames Acuerdos de Oslo de 1993 con sus corolarios (véase también, los “Acuerdos del siglo” entre Estados Unidos, la entidad sionista de Israel y las petromonarquias del Golfo).
Precisamente esta parte excluye al 99% del pueblo trabajador palestino y le prohíbe ejercer su derecho a determinar el destino de su causa histórica a través de una elección personal, libre y popular; aún más cuando la mejor juventud Palestina está enterada viva en las cárceles sionistas, como es el caso a menudo tratado por parte de quien escribe de Marwan Barghouti.
¿Estamos, por tanto, al borde de un choque de civilizaciones o de religiones? Que en un sentido negativo para la misma cuestión histórica palestina y de los pueblos árabes, nos llevaría a otra pregunta: ¿Se acerca una guerra civil en Palestina? O más bien, tendríamos que subvertir estas cuestiones y preguntarnos; ¿El pueblo palestino, entendido como sujeto de la historia y propietario absoluto de un derecho a la Resistencia, de acuerdo a como lo postula la misma Carta de las Naciones Unidas sobre el derecho de los pueblos a su propia autodeterminación, tiene el derecho de decidir sus métodos de lucha y Resistencia, quienes serán sus lideres políticos y vanguardias de lucha y revolucionarias? Y por lo tanto, también tendríamos que romper con la narrativa mediatica y preguntarnos: ¿Quién lideraba la primera intifada en 1985 cuando aun no existía “las” o “los” Hamas, Marwan Barghouti o los clérigos? Es justo así como suele mostrar la noticia la television de Estado del Catar, Al-Jazeera, al presentar la cuestión Palestina como si fuese únicamente un conflicto entre Hamas y la entidad sionista y no como algo históricamente más complejo, y donde encontramos casi todos los medios de comunicación internacionales al hacerle hincapié. Como si estos fuesen la única vanguardia de lucha – y no una parte por cierto importante y reconocida dentro la misma sociedad palestina – de todo el pueblo palestino (cuando el movimiento de lucha y resistencia popular en Palestina es muy heterogéneo). Un día, tal vez los clérigos, nos dirán del porque se quiere manipular la lucha palestina en favor de sus intereses meramente personales y finalmente nos dirán también como “adjetivar” el ala internacional de los hermanos musulmanes (¿Son “los” o “las” Hamas?), es decir – para quien no tiene memoria corta – aquellos mismos hermanos musulmanes que en la década de los años Sesenta del siglo pasado intentaron asesinar a Nasser en Egipto, para finalmente refugiarse en Arabia Saudita, bajo el ala proteccionista de las petromonarquias árabes y el movimiento sionista.
La verdad es que Palestina vive en el corazón de este conflicto. En Palestina no se ha suspendido ni un día la continuación de esta discordia, aunque sus manifestaciones cambien de una etapa a otra, sin haber asumido, hasta este momento, las características del violento enfrentamiento popular. Mientras el pueblo palestino no libere su voz y su voluntad nacional y popular colectiva en unas elecciones libres donde sean acompañadas con la liberación y participación de todos los presos palestinos en las cárceles sionistas, ahí las clases populares se levantarán y prevalecerá un enfoque alternativo a lo de un choque o conflicto religioso que es la solución que auspicia la entidad sionista y sus sátrapas en la región, la parte dócil y degenerada de la clase dominante de la minoría palestina seguirá teniendo hegemonía, para hacer negocios y vender las conquistas del pueblo, en nombre de ese mismo pueblo, pero detrás de él, irresponsablemente y con impunidad.
Sí, siempre ha existido un conflicto palestino, y donde veamos que la cuestión Palestina es un problema de la historia en esa misma región, siendo esta la causa que abrazan todos los pueblos trabajadores árabes que luchan por una paz con justicia social. Sus llamas se apagan y se encienden según el equilibrio de fuerzas y la tensión de la lucha de clases interna que no es conflicto religioso o de civilizaciones como alguien nos quiere hacer pensar. Esta ha sido la norma desde que los líderes feudales y la gran burguesía llegaron al poder, convirtiéndose en un puñado de agentes financieros, al servicio de los intereses de la ocupación y el capital en Ramallah, Amman y Nablus.
Independientemente de las causas que han llevado a esta realidad, que son innegablemente importantes y que deben abordarse en artículos posteriores, la verdad fundamental e inquebrantable es que hay una minoría de palestinos que poseen la hegemonía, que sostienen las cuerdas de la toma de decisiones políticas y lo monopoliza a través del poder, el dinero y el apoyo extranjero, estadounidense, europeo y de los árabes reaccionarios, gracias a su compartir con la ocupación de seguridad; y transformándose en el intelectual orgánico de los ocupantes. Este está dispuesto a cometer delitos políticos para defender sus intereses. Estas fuerzas impidieron la victoria, abortaron más de un levantamiento popular, dejaron de lado la tierra y los derechos y destruyeron las conquistas nacionales y populares palestinas.
Esta guerra no es una guerra entre regiones, ni entre sectas religiosas, ni entre adentro y afuera, entre derecha e izquierda, entre derecha islamista y derecha ultra-nacionalista, ni entre Gaza y Cisjordania, sino que es una cuestión histórica del gran conflicto y donde no se puede aceptar ningún tipo de tregua o compromiso con el enemigo histórico: entre un pueblo trabajador, ocupado, explotado, humillado y en el exilio y la diáspora que desea liberar, con su marcha del retorno, su tierra y su pueblo-nación y, por otro lado, las fuerzas al servicio del colonizador o que hacen su juego. Es parte de una lucha más amplia entre la grande nación árabe y su grande civilización que es oprimida diariamente desde el Océano hasta el Golfo, desde los ríos Tigris y Éufrates hasta el Mar Mediterráneo y el Mar Rojo, y por proyectos y fuerzas imperialistas, sionistas y reaccionarios que buscan erosionar y controlar la riqueza de los pueblos trabajadores en su unidad histórica de clase.
La lucha y Resistencia popular que se encuentra en los campos de refugiados palestinos en particular, y en los focos de pobreza y dignidad, no se debe a la «envidia» hacia quienes viven en edificios y acumulan riquezas en bancos extranjeros, tampoco por unas creencias religiosas o diferencias étnicas o culturales.
Este clamor se debe a que estas fortunas se basan en el saqueo de las riquezas del pueblo trabajador palestino, de las tierras de sus campesinos, cuyos derechos han sido robados, saqueados y violados durante más de 73 años por clérigos. petromonarcas y sionistas al servicio del imperio más cruel que la historia de nuestra humanidad haya conocido: la águila fascista del Norte América.
Alessandro Pagani
Alessandro Pagani: Historiador y escritor; doctorante en Teoría Crítica y Psicoanálisis en el Instituto de Estudios Críticos de México; autor del libro Desde la estrategia de la tensión a la operación cóndor; colabora con el Centro de Investigación sobre la Globalización (Global Research).
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