Los estudios satelitales estadounidenses y rusos pudieron detectar inmediatamente la falsedad de las afirmaciones de Kiev, y Zelensky intentó entonces una miserable marcha atrás hablando de «trágico accidente» en un intento de reducir el daño de la imagen, un verdadero gol en propia puerta.
No hubo error: los ucranianos dispararon un misil contra Polonia en un intento de activar los mecanismos previstos en los artículos 4 y 5 del Tratado Atlántico, que prevén, respectivamente, la convocatoria del Consejo Atlántico a petición de un Estado miembro (art. 4) y la respuesta militar inmediata de todos en apoyo del miembro de la Alianza atacado (art. 5).
No hacía falta mucho para desenmascarar a Kiev y descubrir su intención de golpear el territorio polaco: lo único que se necesitaba era un experto en balística flanqueado por uno de sentido común. El primero habría demostrado que, dada la inexistencia de misiles con trayectoria de boomerang, el explotado en Polonia, perteneciente a las fuerzas armadas ucranianas cayó donde se quizo tirarlo. Por muy anticuada e inexacta que fuera la tecnología, podría haber errado el blanco pero no haber invertido su rumbo por completo. Por lo tanto, no estaba dirigido a las posiciones rusas en el sureste, sino más bien y deliberadamente al territorio polaco en el noroeste.
El consejero de sentido común añadiría una consideración tan simple como efectiva: ¿a quién beneficia golpear a Polonia? A los rusos ciertamente no, y por dos consideraciones obvias. La primera: Moscú lleva meses inmerso, paralelamente al terreno militar, en la búsqueda de una solución diplomática al conflicto; una búsqueda que, en las últimas semanas, ha llevado a los propios Estados Unidos a mantener conversaciones con altos mandos militares rusos y, al mismo tiempo, están presionando a Zelensky para que se muestre dispuesto a dialogar sin exigencias insostenibles e irrealizables.
La segunda. Los rusos no nacieron ayer y desconfían de extender el escenario bélico a los países de la OTAN, ya que una cosa es que ella apoye al ejército ucraniano y otra muy distinta es iniciar una guerra formal y abierta que, por su proximidad territorial con Rusia, degeneraría rápidamente en un conflicto tanto convencional como nuclear táctico y, por tanto, iniciaría la Tercera Guerra Mundial.
Ucrania fuera de control
El intento ucraniano de arrastrar a Occidente a una guerra total contra Rusia revela el perfil sociópata y criminal de un régimen derrotado. Y aunque algunos medios de comunicación insinúan que Zelensky estaría dispuesto a negociar, solo que carece de la suficiente autonomía como rehén de los militares, es probable que sean los políticos de Kiev, inextricablemente vinculados a los partidos nazis y a los militares de Azov, los que estén representando ambos papeles en la obra. Se trata de empresarios sin escrúpulos, corruptos y autoritarios, que surgieron con el golpe de Estado de 2014 que llevó a la nazificación de Ucrania. El propio Poroshenko, predecesor de Zelensky, dijo hace dos días en una entrevista televisiva que nunca había respetado intencionadamente los acuerdos de Minsk: sólo le sirvieron para tener 3 o 4 años para que la OTAN entrenara y armara al ejército ucraniano y lo convirtiera en el más temible de Europa. Es el mismo Poroshenko que dijo que su política hacia el Donbass de habla rusa veía «a nuestros hijos en la escuela y a los suyos en los refugios».
Lo sucedido ha puesto de manifiesto la peligrosidad del gobierno ucraniano, que, con tal de obtener la participación directa de la OTAN o, en su defecto, un gran aumento de suministros de guerra y dinero para continuar una guerra ya perdida, se ha arriesgado a llevar al planeta a la Tercera Guerra Mundial. Al mismo tiempo, la red ucraniana de «stay behind», empieza a dibujar un panorama de dificultades en el control y la gestión de los combates para el propio Estados Unidos, que sigue prestando las redes de inteligencia y de satélites para proporcionar la latitud y la longitud de los objetivos, pero que empieza a dudar de poder gestionar un ejército que se ha convertido en una gigantesca máquina terrorista en la que la cadena de mando no está clara.
Desde la eliminación del negociador ucraniano hasta los ataques en las zonas fronterizas rusas, pasando por los gasoductos saboteados y, ahora, las represalias incontroladas, la gestión de los distintos flecos militares y de inteligencia ucranianos se está convirtiendo en un problema dentro de un problema para la estrategia de reapertura de las conversaciones directas entre Washington y Moscú y también plantea graves problemas en la perspectiva más general de la reordenación interna de la OTAN.
Hay precedentes de Estados Unidos, como haber entrenado y armado a los mujiahidines en Afganistán que luego se convirtieron en Al-Queda o haber formado a los de Siria que luego se convirtieron en Isis. Washington financia y arma hasta los dientes a las milicias de asesinos encargadas de apoyar los intereses estadounidenses en todas partes, preferentemente en Asia Menor, los Balcanes, el Cáucaso y Oriente Próximo: pero luego, ante el cúmulo de fuerzas, las distintas organizaciones pretenden tomar para sí los gobiernos y los recursos de los lugares donde han defendido los intereses occidentales. Y así, ante un panorama general cambiante, los útiles «luchadores por la libertad» de ayer se convierten en un «excedente militar», una incómoda asociación que hay que reclamar y gestionar, hasta el punto de encontrarse como un enemigo en el tablero geopolítico.
Y si para Washington esto no es necesariamente malo, ya que se beneficia de las continuas guerras y refuerza su mando gendarme unipolar, no es así como lo ven sus aliados europeos. Para ellos, desde el punto de vista de la eficacia de la Alianza Atlántica, la cuestión ucraniana debería hacerles reflexionar sobre la incapacidad de muchos países de la OTAN y de los que aspiran a serlo para cumplir el requisito fundamental del Tratado Atlántico, es decir, mejorar la seguridad colectiva.
Lo cual, por supuesto, es una exigencia retórica y propagandística, pero la indiferencia ante la conducta de cualquier miembro individual puede producir daños a los intereses nacionales de otros miembros, como se puso de manifiesto en la cumbre de la OTAN de 2021 en Madrid. De los países miembros actuales y los que aspiran a serlo, al menos once deberían ser expulsados o no admitidos porque participan activamente en la creación de inseguridad dentro y en las fronteras de la Alianza, y otros tantos porque son culpablemente irrelevantes.
La Ucrania actual es un ejemplo de ello. La OTAN y la UE están condicionadas por quienes pretenden fomentar y alimentar una guerra continental.
Una guerra ya perdida
La situación sobre el terreno para Kiev es dramática. Proclaman victorias seguras, pero medio país está ya bajo la nieve, sin electricidad y con poca agua, y el «invierno general» acaba de llegar: golpeará con fuerza entre diciembre y marzo y entonces será la tragedia. El ejército ucraniano está desorganizado y ahora sólo entra en las zonas que los rusos deciden abandonar, aunque la propaganda los presenta como reconquistadores. Queda poca ayuda, la crisis económica internacional no permite mucho, y el cansancio de los gobiernos de EE.UU. y la UE por la arrogancia de Zelensky no induce a más sacrificios. Sólo de Estados Unidos, Kiev ha recibido ya (oficialmente, es una estimación conservadora) 17.000 millones de dólares en armas. A esto hay que añadir los aproximadamente 15 obtenidos de Europa y la financiación de batallones de mercenarios de Georgia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Australia, Canadá y España. Unos 30.000 degolladores a 1.000 dólares al día que han apoyado todas las llamadas contraofensivas ucranianas pero que, sin embargo, no han conseguido retomar ni un solo metro de territorio ocupado por Rusia, salvo los que Moscú ha decidido abandonar.
Por su parte, indiferente a toda la propaganda, Rusia sigue ocupando el 25% de Ucrania y hay que tener en cuenta la insostenibilidad por parte de los aliados de Kiev de suministrar más armas, estando ya vacíos los arsenales de reserva de los distintos ejércitos de la OTAN. Lo que, en una situación de alta tensión con Rusia, impide una mayor generosidad.
Rusia denuncia el horror
Rusia, por su parte, ha pedido a la ONU que se pronuncie sobre un crimen atroz cometido por soldados ucranianos contra prisioneros rusos desarmados que fueron detenidos. El viernes se produjo una masacre a Makivka, en el Donbass. Las imágenes, reconstruidas por The Guardian y confirmadas por varias reconstrucciones, muestran a diez soldados rusos tomados como prisioneros, a los que los soldados ucranianos ordenan poner las manos detrás de la cabeza y tumbarse en el suelo. Uno de los hombres vestidos de negro se coloca detrás de ellos y los mata a todos disparándoles en la cabeza. Las imágenes se detienen y se reanudan con los hombres caídos que yacen en un lago de sangre.
El Kremlin pidió a las organizaciones internacionales que investigaran la ejecución, que recuerda a las represalias nazis. La portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, Maria Zakharova, dijo que Moscú «ha llamado la atención de la comunidad internacional en repetidas ocasiones sobre el trato cruel e inhumano de los militares rusos detenidos por la parte ucraniana». Numerosas pruebas de los crímenes han sido ignoradas por el Occidente colectivo, que apoya a Kiev en todo, y esto hace que los mentores estadounidenses y europeos sean cómplices de estos crímenes».
Veremos qué descubre la investigación de la ONU, suponiendo que todavía haya una Comisión capaz de investigar y suponiendo que todavía exista la ONU.
Fabrizio Casari