Unión Europea: ¿Por qué una cumbre como ninguna otra?
Muchos en el mundo, con toda razón, se sorprendieron por la forma descarnada en la que los europeos expresaron en una reciente cumbre la necesidad de hacer “el esfuerzo multilateral más ambicioso” para enfrentar la contracción de la economía y contrarrestar sus consecuencias sociales.
La reunión cimera tuvo como marco de fondo la pandemia de la Covid-19, el chivo expiatorio de la crisis del neoliberalismo con la cual se intenta ocultar el fracaso de ese modelo económico aun cuando ya se admite en algunas cúpulas de poder la necesidad de un cambio.
Lo cierto es que la expectativa derivada de la cumbre desborda el viejo mundo y llega con fuerzas a América, no solamente porque hacia este continente se trasladó el epicentro de la pandemia, sino porque es donde más fuerte están soplando en estos momentos los destructores vientos de la crisis económica.
En Estados Unidos el desastre es muy impactante por una baja sustancial en los niveles de producción material, y en especial un descenso histórico del empleo que, en su momento más crítico, rebasó los 40 millones de puestos de trabajo perdidos. La recuperación allí es lenta, con muchas trabas e incertidumbres, y casi nada abona a favor de Donald Trump en un momento crucial para él.
En México el gobierno estima la caída del empleo en un millón o un poco más, y lo peor son las proyecciones de crecimiento que pudieran rondar el 10 por ciento del Producto Interno Bruto aun cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador disiente de esas cifras, pero admite que el decrecimiento es sensible.
La cumbre de la Unión Europea tiene el mérito de que ninguno de los mandatarios presentes se rasgó las vestiduras como en otras ocasiones y en un hecho inédito sesionaron en medio del SARS-CoV2 durante cuatro jornadas de trabajo e intensas discusiones, no siempre muy amigables, en las que llegaron a la conclusión de que la situación es grave y requiere de nuevas afinidades, o cuando menos nuevas diferencias, que conduzcan a una nueva Europa.
Es imposible definir desde ahora el contenido y el rumbo de esa “nueva” Europa, en especial porque hay que construirla en un futuro incierto e indefinido, pero lo que quedó claro es que hay que construirla. No se habla explícitamente de un cambio de época como se teoriza en América, pero ese es el contexto ineludible de la conclusión de la cumbre.
Por ahora, según los documentos de la reunión, la mejor manera de “prepararse para lo peor que está por llegar”, implica al factor financiero y los mandatarios coincidieron en la necesidad de un fondo europeo para responder a la crisis, por una parte y, por otra, afinar bien el presupuesto de la Unión Europea para 2021-27.
En otras palabras, convenir para un conjunto diverso y plural de 27 naciones, la movilización y el destino de recursos por alrededor de 1.9 billones de euros (750 mil millones para el fondo anticrisis, 390 mil de ellos como donaciones a los países más afectados, y mil 74 billones para el presupuesto septenal), algo que en otras circunstancias no hubiera sido posible concertar.
Y se logró, según especialistas europeos, porque fue posible aislar el fuego graneado de las discrepancias y concentrar denominadores comunes mínimos, incluyendo o excluyendo cuestiones de interés particular de cada país o gobernante, y en ese sentido la cumbre fue un éxito de acuerdo con la mayoría de los observadores.
Eso permitió un reacomodo en las asimetrías de los 27 para no beneficiar ni perjudicar en demasía a los países más ricos y a los menos solventes, y endurecer o aliviar la condicionalidad para el uso de los recursos recibidos.
En realidad, aunque no hay en los documentos de la cumbre admisiones explícitas, en el centro de los acuerdos está el problema de fondo que los países ricos tienen que resolver: la maligna distribución de los recursos en el mundo concentrados en muy pocas manos, lo cual hunde el consumo global y presiona a la baja el crecimiento económico.
La disyuntiva para el capitalismo es la más simple de todas: Si no hay dinero, nadie compra, ni el ciudadano ni el gobierno. Si no hay ventas, no hay crecimiento.
Parece que en esta ocasión la clase dirigente europea se ha dado cuenta de que si no mejora la precaria situación de los consumidores el modo de producción capitalista se va al piso porque su célula principal -descubierta por Carlos Marx-, que es la mercancía, se pudrirá en los almacenes y no habrá reproducción ampliada. Sus arterias dejarán de funcionar.
Esa misma situación que deja entrever la cumbre de la UE, pero a la escala mínima de un estado o un país, es la que parece prevalecer en México, y fue oportunamente advertida por el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Mucho antes de reventar la pandemia de Covid-19 ya el mandatario había hecho algunas alertas al respecto, pero las profundizó en medio de la invasión del mortífero SARS-CoV2, y hasta escribió algunos textos al respecto.
López Obrador alertó que la epidemia de coronavirus precipitó el derrumbe del neoliberalismo y esa realidad signa la profundidad y el tipo de crisis económica. La pandemia no es su causa, sino una consecuencia del fracaso de un modelo fallido que agotó sus posibilidades de crear bienestar y sería un error usar sus mismos mecanismos para conjurar una depresión que le es propia, insiste.
Otros pensadores como el panameño Guillermo Castro estiman que la crisis neoliberal es una fase de un proceso más general en la formación y desarrollo del mercado mundial, que obligará a buscar un reemplazo, y es lo que está marcando un cambio de época que avizora la Unión Europea.
El diario británico The Financial Times, abiertamente neoliberal, admite que se requieren reformas radicales para forjar una sociedad que funcione para todos». Los gobiernos, para exigir sacrificios colectivos, deben ofrecer un contrato social que beneficie a todos.
No puede haber soluciones malthusianas ni holocausticas, y la pandemia de Covid-19 demuestra las dimensiones del fracaso de la política neoliberal, es lo que se desprende del criterio filosófico que aplica el gobierno de México con su política de “primero los pobres” que incluye atención médica gratuita.
Como señala el académico Guillermo Castro, ahora asistimos a otra transición, que se caracteriza por el agotamiento de la fase neoliberal de hegemonía en dicho proceso, y puede abrir paso a una organización que se definirá en el dilema entre socialismo o exacerbación de la barbarie en que ya andamos.
Los ecos de la necesidad de cambio de época -y no una época de cambios- que deja la cumbre de la UE, se avienen también con la observación hecha por el senador mexicano oficialista Ricardo Monreal Ávila frente a López Obrador y un grupo de empresarios nacionales muy importantes, cuando en una ceremonia de aumento de las pensiones a los jubilados, señaló:
“Hace unos días leí cómo 83 millonarios del mundo de nueve países que se autodenominan “millonarios para la humanidad”, han expresado al G-20 y a los gobiernos del mundo que les cobren más impuestos y han expresado la necesidad de un cambio en el orden mundial. Estos 83 multimillonarios de nueve países del mundo han expresado además la necesidad de arribar a una política de progresividad fiscal, una discusión impostergable”.
“Y termina diciendo este grupo de millonarios, 83 en el mundo: ‘No se trata de un acto de caridad, sino de rebalancear al mundo frente a la devastación económica que el coronavirus ha provocado en el mundo, eso se llama responsabilidad social’.
En la misma ceremonia, Carlos Salazar Lomelín, presidente del Consejo Coordinador Empresarial, admitió que “la crisis económica es autoinfringida, porque no la buscamos, la hicimos, porque vimos el bienestar óptimo de la gente, de nuestros mexicanos y esto nos provocó un problema económico, hacerlo (aumentar las pensiones a los jubilados) en este momento tan difícil creo que adquiere mucho mayor trascendencia”.
Y agregó: “eso es pensar con una visión de futuro y es pensar, sin duda, con una visión de Estado, es tratar de encontrar que, fuera de la coyuntura, hay cosas mucho más importantes que hacer y mucho más importantes por resolver”.
No hace falta decir más para entender que, sea concertada o no, existe una conexión práctica, razonada, en la necesidad imperiosa de hacer una redistribución de la riqueza como sugieren los 83 millonarios o deja entrever en su cumbre la UE, pero eso es casi imposible de lograr si no hay un cambio radical de los patrones que provocaron la peor desigualdad social de la historia moderna.
Esos 83 millonarios a que hace referencia Monreal se equivocan de plano, por supuesto, al responsabilizar de la crisis al coronavirus que sí tiene el triste mérito de ponerla al desnudo de una manera dramática y dolorosa y más se acerca a la realidad el empresario Salazar Lomelín al calificarla de autoinfringida.
Y, por supuesto, se quedan muy cortos con su llamado a “rebalancear” el mundo si no lo acompañan con un conjunto de acciones que cambien radicalmente las actuales medidas comerciales restrictivas y discriminatorias tomadas como base “legal” para el intercambio desigual y el saqueo de riquezas.
La cumbre de la UE debe tener repercusiones y reconocerse como una reunión de trascendencia, pero con sus limitaciones de clase a las que les son imposible renunciar o siquiera reconocer. Los dirigentes no fueron a la raíz del problema sino a sus hojas y por eso se quedaron en la búsqueda de soluciones financieras y no abordaran las estructurales que son las de verdadero cambio.
Pero es obvio que, por vez primera, hay un acercamiento a la verdad verdadera y no simulada, aunque no la trataran y se fueran por la tangente demonizando o tomando como escudo protector a la pandemia de Covid-19.
Sin embargo, aun admitiendo la influencia indiscutible de la contagiosa patología en la crisis económica, siempre conviene recordar que la enfermedad y la muerte son hechos naturales, mientras que la salud es un producto del desarrollo social, como diría el académico Guillermo Castro.
En este sentido, según él, una crisis sanitaria de escala pandémica como la que vivimos es, también, una expresión de una contradicción entre la enormidad de las fuerzas productivas creadas por el capitalismo, y la estrechez creciente de las relaciones de producción que le permiten funcionar.
Esta contradicción principal del momento político de la humanidad, que la UE no desconoce, debería figurar en el centro del análisis. ¡Quién sabe si para una próxima cumbre la tengan presente!
Luis Manuel Arce Isaac
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