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Venezuela: Chavismo, revolución y metamorfosis
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Global Research, mayo 01, 2018
Resumen Latinoamericano 1 May, 2018
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Siete chavismos y una metamorfósis

Las palabras se gastan y a veces es bueno regresar a ellas, interrogarlas. Preguntar, por ejemplo, qué nombramos cuando decimos chavismo. O cuántos chavismos hay en el chavismo. Es necesario descomponer una palabra que usamos a diario, más que una palabra una categoría, donde entran más de veinte años de historia. Hacerlo en particular en épocas como estas, donde el agua se acerca al cuello, las elecciones presidenciales son el round por venir, y necesitamos ganar.

Parto de una certeza: el chavismo es Chávez y más que Chávez, más que un gobierno, un partido, una liturgia, dos mil comunas, dos millones de viviendas, decenas de elecciones casi todas ganadas. ¿Qué es? El chavismo desborda al mismo chavismo.

Acercarse a la respuesta tiene dos movimientos: desarmar por partes para luego volver a unir en un todo. Un ejercicio de análisis para adentrarse en las profundidades de un proceso político que los adversos desprecian y temen, y que muchas veces, en filas propias, es reducido a su dimensión gubernamental. No se puede comprender cómo seguimos de pie, contra las cuerdas o en el centro del ring, sin adentrarnos en los territorios donde se gestan las pasiones chavistas, las subjetividades, formas de organización, relación entre las partes, tensiones que parecen a veces al límite y luego se resuelven. Detrás de la pregunta está la cuestión principal: qué defendemos cuando vamos a elecciones o enfrentamos una violencia diseñada para empujarnos a los disparos.

Son ocho chavismos. Puestos sobre la mesa por partes, que luego se rearman para quedar palabra. Somos nosotros mismos, en ocho entregas y una metamorfosis.

El viejo y el machete

El viejo cuenta cuando le metieron la aguja en el ojo y se le aflojó todo. La imita con el dedo, de lejos hasta casi tocarse. Luego que le rasparon la parte de adentro y pensó que listo, no vería nunca más. A los días la luz pasó de tenue a entera, y ya Cuba no era Cuba sino nuevamente Venezuela, en la parte baja de Mérida, que a veces es Zulia, o también Trujillo, y se conoce como Sur del Lago. Volvió a agarrar el machete, calzarse las botas, andar con la camisa a medio abrir, y a rescatar tierras de manos de los terratenientes. Eso, se sabe, cuesta vida. Más de trescientos campesinos asesinados en dieciocho años. Quitarle poder a quien siempre lo ha tenido desata muerte.

Fue su primera vez en un avión, en una clínica de excelencia, todo fue gratuito. ¿Qué proceso político invierte dinero en los ojos de un campesino viejo? ¿Qué piensa un campesino viejo cuando recupera la totalidad de la mirada que daba por perdida? Fue junto a su compañera y varios contingentes de venezolanos. No se olvida de un solo detalle, tampoco de cómo se rescatan tierra: quince años después sigue ahí, terco con su machete y las botas con barro. El país ha cambiado en ese tiempo, la ola de avances contra la oligarquía se estancó, con un saldo de más de cuatro millones de hectáreas recuperadas y varios debates abierto. ¿Se hicieron productivas las tierras rescatadas? ¿Funcionaron de mejor manera las recuperaciones en manos del Estado o de los campesinos organizados?

Se podrían escribir miles de páginas de historias similares, de las masas de desposeídos que pudieron estudiar, tuvieron atención médica, pasaron de ser excluidos a centro de gravedad de un país, a politizarse, entrar a teatros, oficinas no solo para limpiarlas, a acceder a departamentos nuevos, imaginarios, a ser reivindicados por Chávez, proveniente él mismo de ese territorio histórico. Se trató de una democratización radical, en manos de la gente de a pie. El barrio, los pobres, campesinos, marginados, mujeres, sobre todo mujeres.

Como un dique que reventó, y los perdedores de traiciones de independencia y pactos de élites irrumpieron en la escena. Con pasiones alegres, impactantemente alegres.

La deuda histórica acumulada era inmensa al acceder Hugo Chávez a la presidencia. Falta de salud, acceso a la educación, la vivienda, la cedulación, el agua, la comida, los estragos de la avaricia de quienes condujeron a las mayorías de un un país petrolero a la pobreza. Es falso el mito de la Venezuela feliz pre-Chávez. Esa Venezuela había volado por los aires el 27 de febrero de 1989, y los protagonistas de esos días de plomo y multitud fueron quienes construyeron la columna vertebral del chavismo, su horizonte. Ahí puso Chávez la apuesta estratégica. Y lo primero fue esa deuda, resolverla de manera acelerada: abrir centros de salud, misiones para el estudio, agua para los barrios, comida en los platos.

Reducir la cuestión a lo material es como reducir el chavismo a un gobierno: un error. El proceso generó una revalorización de millones, como personas, historia nacional, popular, forma de vida, color de piel. La dignidad, el orgullo en su mejor sentido, esa fue la potencia que se puso en movimiento, enfrentó el golpe de Estado del 2002, el paro petrolero, permite resistir estos años en que las conquistas materiales -salvo excepciones como las viviendas- ya no avanzan, retroceden, y quienes son mayoritariamente afectados son las clases medias y bajas, centralmente la base social chavista.

El chavismo se configuró como algo propio, identitario, el nombre político de los que siempre estuvieron fuera del juego. Existe una ecuación que pocas veces falla: cuanto más humilde materialmente es un barrio, más chavista es su gente. La clase media emergente fue la primera en alejarse ante los impactos de una guerra diseñada y combinada con errores propios -las clases medias históricas asociaron mayoritariamente su destino al de los ricos miameros. La dimensión del chavismo como identidad, potenciada por el vínculo racional/sentimental con la figura de Hugo Chávez, se construyó por un protagonismo en la conquista de las cosas: no cayeron del cielo.

Lo escucho al viejo. Cuando tenemos sed corta un coco con el machete, convida el agua, cuenta de la producción, de los rescates de tierras que ahora producen maíz, yuca, plátanos, porque de lo que se trata es de democratizar la tierra y darle la productividad que nunca le dieron los terratenientes. El viejo no se ha hecho rico, tiene la piel como cuero, flaco con los músculos tensos, sigue en la de siempre. ¿Quién le quita el ser chavista? Aunque la situación esté difícil, se hayan dado desalojos a campesinos con la complicidad de quienes deberían ser chavistas y ante un monto en dólares se dieron vuelta, o tal vez siempre se acomodaron y nunca fueron. Él mismo es el chavismo.

Son millones como él. La base social dura del chavismo, el mismo chavismo. Que emerge cuando muchos dan la pelea por terminada. Como el 30 de julio del año pasado, cuando más de ocho millones de personas salieron a votar por la Asamblea Nacional Constituyente luego de cuatro mese de acorralamiento violento, donde ser chavista en una zona de clase alta era sentencia de muerte casi segura. ¿Por qué cruzaron ríos para sortear paramilitares e ir a votar? No fue por el gobierno, el partido, ni seguramente por la misma necesidad de cambiar la Constitución, fue por algo más grande, más hondo, una historia, una identidad, fue por uno mismo. La escala de prioridades, valores y capacidad de respuesta, es otra.

Si no se entiende a la clase, su pasado, formas territoriales, económicas, culturales, su manera de hacer política, no se entiende al chavismo. Ahí está la génesis. Y es ahí donde se debe comenzar a recomponer partes de lo perdido, lograr el sentido común otra vez. Porque muchos, en las mismas zonas populares, se han alejado, desafiliado, ingresado al ejército de quienes se levantan cada día para resolver los problemas materiales y dejaron de creer en la revolución como horizonte de posibilidades. No van a otra opción política, vuelven a lo privado, es el repliegue. Producto del desgaste de guerra -es uno de sus objetivos- y de las decepciones con dirigentes del chavismo que reproducen las formas de hacer política contra las que se alzó la revolución: clientelares, monopolistas de la palabra. Es el chavismo contra sí mismo, los muchos chavismos dentro del chavismo. El viejo lo tiene claro.

Chávez ya no soy yo, había dicho Chávez.
Tenía razón.

Un camino de organización

Recorra cualquier zona popular de Venezuela, urbana o rural, no encontrará ninguna donde no exista alguna forma de organización. No falla. No es casualidad, es una manera de desarrollar la política que estuvo presente desde el punto cero de la revolución. Desde los primeros discursos de Hugo Chávez hasta sus últimas reflexiones, el llamado a la organización fue una constante. Era, junto a la resolución de la deuda histórica, la tarea imprescindible. Más aún, era a través de la organización que se podía dar respuesta a la avalancha de demandas ante las cuales se encontró el chavismo en sus primeros momentos y para lo cual la institucionalidad no tenía capacidad de respuesta.

Se puede construir una genealogía de las formas organizativas hasta llegar a las actuales. Desde las misiones sociales, casas de alimentación, mesas técnicas de agua, círculos bolivarianos, comités de tierras urbanas, fundos zamoranos, consejos comunales, comunas, consejos presidenciales de gobierno popular, hasta los comités locales de abastecimiento y producción (Clap). Cada una de las experiencias respondió a las necesidades materiales y políticas de ese momento, fue parte de un aprendizaje y creación colectiva.

Puestos a ordenar, con el peligro de todo orden en un proceso multitudinario y heterogéneo, se podría hablar de tres momentos. El primero, desde 1999 hasta 2006, marcado el proceso constituyente que puso el tiempo de la refundación nacional, seguido de la resolución de la deuda histórica en agua, salud, educación, cedulación, comida, con el vuelco masivo a procesos organizativos sectoriales/reivindicativos. Para cada necesidad se construyó un proceso de participación. Fue la etapa en que la revolución se enfrentó a los asaltos golpistas de la derecha, que llegó a paralizar la industria petrolera, es decir casi el país.

El segundo momento puede marcarse hasta 2012. Época de derrotas y desvaríos estratégico de la derecha, es cuando Chávez está consolidado en el gobierno, como líder, la economía crece, y aparece el horizonte socialista. Ya no se trata de impulsar experiencias organizativas en clave reivindicativas/sectoriales, sino, a partir de toda esa fuerza acumulada y conteniéndolas, ensayar formas de organización que carguen la potencia de la transición al socialismo. Son centralmente los consejos comunales y las comunas, que deben poner en pie gobiernos de la comunidad en sus territorios.

Finalmente, la etapa actual, aparecida como quiebre con la muerte de Chávez en el 2013 hasta la actualidad. Es un periodo marcado, entre otras cosas, por un asedio de guerra que ha disparado sobre todos los frentes. En ese cuadro aparecieron nuevos ensayos de la transición y el cogobierno, como los consejos presidenciales de gobierno popular, y en la última parte, una centralización en los Clap, una decisión que puede leerse en términos pragmáticos ante la necesidad de dar una respuesta a la urgencia económica, así como bajo el predominio de una mirada política que descree de la posibilidad comunal.

El hilo conductor entre los tres períodos reside en el llamado por parte del liderazgo/gobierno a la organización. En ese proceso permanente se formó una de las dimensiones centrales del chavismo, que es su experiencia de colectiva organización. Hablo de decenas de miles de consejos comunales o de Clap, por ejemplo.

Es una parte esencial de la revolución política, que se adelantó a la económica. Tomaron la palabra pública hombres y mujeres, que nunca habían participado políticamente, ni desarrollado experiencias previas. Se trató de la irrupción democrática de los excluidos, su conformación como sujeto histórico, a la vez que, en ese movimiento, de la emergencia de nuevas formas de la democracia, en particular en las comunas, “expresión de una nueva cultura política”1. Organización, formación, y movilización: la triada revolucionaria, el encuentro entre un llamado y una necesidad. Con una flaqueza: la casi siempre dependencia material de la organización con las instituciones, lo que se tradujo también en dependencia política, en imposibilidad de autonomías necesarias, planteadas por el mismo Chávez. ¿Hasta qué punto es poder el poder popular?

La unidad entre identidad política y procesos organizativos le otorga al chavismo una radicalidad para avanzar y resistir esta época. Así como se puede realizar la genealogía de las formas de organización, se puede investigar qué ha quedado en los territorios, qué predomina en estas circunstancias de adversidades que buscan, ese es su plan, descomponer ese inmenso tejido. Algunas experiencias fueron integradas a otras, en particular a consejos comunales y comunas, otras han regresado por las necesidades, como las casas de alimentación, mientras que los Clap tomaron la centralidad de manera acelerada en las comunidades. No podía ser de otra manera: son una respuesta alimentaria parcial cuando la comida escasea o está a precios inaccesibles. Difícilmente se podrían haber puesto en marcha en esa magnitud sin toda la experiencia anterior acumulada.

Es bueno ir más allá en el análisis y entrar en debate acerca de las perspectivas que cargan diferentes formas organizativas. Los Clap han sido pensados como mecanismos paliativos en situación de emergencia, no como formas de ensayo socialistas en una perspectiva de transición. Eso pueden y deben ser las comunas, que son la territorialización del socialismo, el ensayo de asentarlo sobre gobiernos comunales con capacidad de autogestión, de ser una nueva institucionalidad con capacidad de ejercicio de un poder comunitario y nacional. Una red articulada de comunas cubriendo el país por-venir, más allá de partidos, movimientos, instituciones. Para decirlo al revés: sin desarrollo comunal ¿dónde está el socialismo del siglo xxi? ¿Qué es el socialismo del siglo xxi? Es la pregunta por el proyecto estratégico.

Sin esa organización en constante crecimiento no hay posibilidad de fundar lo nuevo. Es la fórmula Chávez.

El chavismo será socialista o no será

Hecho en socialismo. Esa frase impactaba al llegar a Venezuela hace unos años atrás. Estaba en chocolates, yogures, aceites, carteles, con un corazón y la infaltable estrella roja de cinco puntas. En esta última etapa se hizo esquiva, más excepción que regla. No fue la única calificación revolucionaria que se hizo de las cosas: todo ministerio pasó a ser del poder popular, y cada panadería o ruta comenzó a ser, según la palabra, socialista. Chávez lo cuestionó en cadena nacional, nombrar a las cosas de socialistas no las hace socialistas. Y si algo quería construir era una transición al socialismo del siglo xxi. El chavismo debía ser socialista.

No fue así desde un principio, al menos de manera pública. Podría pensarse que se debía a que esa conclusión no estaba presente en él todavía, o porque de lo que se trataba, en la esfera de la palabra política, era de llegar a esa idea de manera colectiva, desembocar en esa necesidad dentro un proceso de masas. El asunto no era que él estuviera convencido, sino que se tratara de un avance popular en esa dirección, una maduración del sujeto histórico, epicentro de la política. Crear el deseo por el socialismo, que nombró por primera vez en el 2005.

Hasta ese momento, y como punto de partida en sus primeros escritos, por ejemplo, el Libro Azul, existían ideas fuerzas, aglutinadoras y movilizadoras. Como la recuperación del proyecto de independencia traicionado, el nacionalismo popular bolivariano, es decir la reivindicación de lo nacional protagonizado por los humildes, con dimensión latinoamericana, la refundación ética de un país desfondado, saqueado por una clase política/empresarial corrupta durante décadas. La bandera tricolor, la boina roja, la autoridad militar, plebeya, la liberación nacional y social en un mismo movimiento. Esas eran líneas de avance, de convocatoria a un país en crisis orgánica con las clases populares en movimiento desde el Caracazo en 1989 y la aparición como rayo de Chávez en 1992.

El asunto, y ahí pueden rastrearse claves socialistas ante de su anuncio, era construir ese proyecto a través de la puesta en marcha de mecanismos centrales: espacios para el ejercicio de la democracia participativa, multiplicación de la organización popular, ensayos de institucionalidades paralelas articuladas al Estado, como las misiones, la conformación de un sujeto político capaz de encarar esas tareas. El centro de gravedad estratégico estaba en las clases populares, en la construcción de un poder popular que tomó diferentes formas a lo largo de los años. El Estado debía recuperar poder/economía, para luego transferirlo a la gente organizada en proceso de aprendizaje del ejercicio del poder. Una arquitectura compleja, virtuosa, ¿posible?, necesaria. Las tramas socialistas aparecieron antes del anuncio del carácter socialista.

No se trataba de salir del orden neoliberal para estabilizar un capitalismo mejor repartido, sino de buscar los caminos para superar el orden del capital. “Esta revolución ha asumido la bandera del socialismo, y eso requiere y exige mucho más que cualquiera otra revolución, hubiéramos podido quedarnos en una revolución nacional, pero detrás de esos términos muchas veces indefinidos se esconden planteamientos que terminan siendo reformistas, de derecha, que terminan aplicando el programa gatopardiano”, explicaba Chávez.

La definición del 2005 coincide con la formulación de los consejos comunales, seguido de las comunas. Chávez traza la vía comunal al socialismo, que significa reconstruir un nuevo Estado sobre la base del poder político, cultural y económico de las comunas. Lo dejó por escrito: el Estado burgués debía ser pulverizado, y para eso redactó un plan con pasos. Significaba edificar otro, sobre claves participativas y autogestionarias, en paralelo a la democratización del Estado heredado, una clave de análisis de István Mészáros. Un socialismo desde abajo, endógeno, como lo definió.

Esa propuesta socialista de Chávez estuvo en tensión con otra, que no fue formulada abiertamente. Se puede resumir en algunas ideas fuerza: la centralidad debe recaer sobre el Estado, protector y actor/sujeto principal del proceso, las formas de organización popular deben subordinarse a las instituciones y abarcar áreas limitadas y controladas, desde esa fuerza estatal se deben hacer acuerdos con empresarios de la vieja guardia o emergentes, apostar a la creación de una burguesía nacional, sea externa o proveniente de las mismas filas del chavismo. Un socialismo de Estado en la frontera con la idea de un capitalismo con redistribución de riquezas, sin remoción de cimientos.

Se puede aterrizar este debate en políticas concretas. Así lo hizo Chávez, en cadena nacional, como pedagogía de masas y para su gabinete: “El patrón de medición -dice Mészáros- de los logros socialistas es: hasta qué grado las medidas adoptadas contribuyen activamente a la constitución y consolidación bien arraigada de un modo sustancialmente democrático, de control social y autogestión general”. La forma de construir desde la institucionalidad es diferente si el objetivo es una gestión eficiente del Estado, o si, junto con eso, el avance es hacia la recuperación del poder en mano de las comunidades organizadas y la puesta en marcha de una nueva estatalidad. El sujeto de la revolución no es un ministro, un alcalde, sino las clases populares en proceso de organización dentro de una estrategia de poder.

Chávez planteó entonces el socialismo del siglo xxi, comunal, feminista, con el desarrollo de formas sociales de propiedad sobre los medios de producción, que deben convertirse en hegemónica. Dejó años de ensayos en esa dirección, en lo político, económico, cuyos balances son una deuda pendiente.

Los varios chavismos en el chavismo miraron ese proyecto desde su heterogeneidad, y, desde el 2014, una situación económica contra las cuerdas. La revolución se encontró en encrucijada, con dos caminos posibles: una respuesta de defensa y conservación, con posibles retrocesos de conquistas, cercana a la visión históricamente alejada de la vía comunal. La otra, de profundización de los cambios iniciados, con, por ejemplo, la “ampliación de los campos de acción y decisión del poder popular”1. Las dos posibilidades son guías para pensar la mirada predominante al interior del chavismo -¿cuál chavismo?- donde parece haberse optado por la primera opción, fortalecer el acuerdo con el empresariado y desandar la apuesta comunal.

Es un rio revuelto la historia en el presente. Los análisis, como los actores, tienen deseos, intereses, tensiones de clase que conviven al interior del mismo chavismo que se mantiene unido. ¿Dónde está el socialismo? Lejos, expresado en experiencias concretas territoriales que cargan esa potencia, en disputa como proyecto al interior de los chavismos, amenazado por la asfixia impuesta por la guerra de desgaste y por las tendencias burocráticas que descreen del sujeto histórico y creen en. ¿En qué creen?

El chavismo será socialista o no será.

Somos soldados

El hombre cautivaba. Me pasó la primera vez que lo vi en Mar del Plata, en el 2005. Estaba parado ante el estadio lleno, citaba a Eva Perón, hablaba de Francisco de Miranda. Llovía, había viento de mar, y él ahí, en una clase magistral de historia. Yo empezaba a militar, él ya había enfrentado todo lo que descarga un imperio cuando quiere una cabeza. Ese día me hice chavista, sin saberlo todavía. No fui el único, fuimos miles. Había algo en su palabra, el tiempo histórico que cargaba, la certeza que ofrecía. Verlo en Caracas fue una potencia impactante: recuerdo la avenida repleta, la espera, la alegría. Cuando de repente, desde lo alto de un camión, apareció, y el fervor fue unánime, fascinante. Era él. El hombre, ya mito.

Era necesario un liderazgo de esa magnitud para encauzar la crisis orgánica venezolana en una desembocadura revolucionaria. El país era una superposición de fragmentos, derrotas, luchas acumuladas, voluntades movilizadas sin saber por dónde, una radicalidad desatada en el 89. Las izquierdas en sus diferentes formas eran pequeñas, “no había trabajo de masas, estaban congeladas las luchas populares”, explicó Chávez. ¿Las condiciones subjetivas y objetivas estaban ahí? Faltaba quien reuniera a su alrededor lo disperso y rabioso. Dijo que sería él. Lo fue.

Se construyó como presidente, jefe de Estado, de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb), de un movimiento histórico, de un partido político, un pedagogo de masas, estratega político, teórico. Un líder carismático como dice la sociología. De esos que asustan en culturas políticas como las europeas, ocurren cada ciertas décadas en nuestro continente y quiebran la historia, le dan nombre político a la lucha de clases, refundan.

No se puede entender el chavismo sin los roles del liderazgo. Tanto en el orden del gobierno, cívico-militar, como conductor del movimiento. Era quien equilibraba las partes, las diferentes miradas, podía contener las peores tendencias y empujar hacia el avance del proyecto cada vez más hacia la izquierda. Y ganaba elecciones, hasta la última, en una condensación de mística pocas veces vista. Su última victoria convocó a un continente. La derecha, el imperio, no pudo con él.

Esto es racional, un análisis político. Chávez era más que es eso: encarnó figuras de padre ausente, hermano, amor, deseo. Sigue entre la gente. Velas, rezos, altares, pasiones, todo eso es Chávez.

Su muerte trajo un vacío. No podía ser de otra manera. La necesidad de construir otro liderazgo que no existía fue inmediata. Por las lógicas del chavismo en sus diferentes dimensiones, y por la violencia de la guerra que se venía ensayando y se desató con furia. La estrategia del enemigo hubiera sido otra en caso de estar vivo. Pensaron que bastaría un empujón y se equivocaron. Chávez siguió como elemento aglutinador, fuerza de resistencia que opera hasta el día de hoy.

¿Cómo se lo remplaza? Cómo se reconstruye un liderazgo de gobierno, Estado, movimiento, internacional, en la Fanb, en la pedagogía de masas. Esas fueron tareas que debió asumir Nicolás Maduro, y, se sabe, la conducción no se decreta, se gana y se ejerce. No en cualquier contexto sino en este, marcado por la frontalidad de los ataques que empujaron la economía hasta sus límites y desataron tres intentos de asalto al poder político por la fuerza en cuatro años. Maduro heredó un acumulado histórico a la vez que problemas que se habían gestado desde antes, y aprovecharon la ausencia de Chávez para arrancar todavía más pedazos de lo alcanzado. La corrupción, por ejemplo.

Maduro no es Chávez. Es una evidencia y un absurdo pretender lo contrario. Ni tampoco existe madurismo, una operación diseñada por el enemigo para quebrar lo que no se rompió. Se puede decir que Maduro se fortaleció en su capacidad de dirección al interior del chavismo. El caso más claro fue su convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente cuando el país parecía adentrarse en los caminos del enfrentamiento sin retorno. Fue él quien redireccionó ese escenario de manera democrática, demostró nuevamente su capacidad de estratega en la confrontación contra el otro. Maduro es mejor que la dirección enemiga en el conflicto, y el chavismo todo cierra filas alrededor suyo para garantizar la unidad y las batallas estratégicas. Soldados, como dijo Maradona en los días críticos.

¿Cuánto se le puede pedir al liderazgo? Maduro no es el chavismo, el chavismo son muchos actores en simultaneo, partes de un todo. Descargar el bien y el mal en una sola persona conlleva una reducción de análisis, que se hizo parte de la cultura política chavista. ¿Qué debería hacer cada parte? ¿Qué rol deben cumplir los partidos, movimientos, comunas, Fanb, intelectuales? La arquitectura chavista no se explica ni se sostiene con un esquema de análisis centrado en el liderazgo. Un error que alimenta la misma lógica comunicacional oficial, que centra todo logro -y desconoce todo problema- alrededor de Maduro, como una campaña electoral permanente, una necesidad casi de forzar la instalación de su liderazgo.

Es necesario construir el liderazgo, ese que trae junto a sí la autoridad. En particular en una época donde se perciben vacíos de autoridad en Venezuela, falta de orden dentro de una guerra escondida, que ha desatado las tendencias negativas que el chavismo había arrinconado -lo malo nunca desaparece del todo: especulación sobre la necesidad del otro, sálvese quien pueda, injusticias transversalizadas. Se precisa esa autoridad en una sociedad que se formó en la manera Chávez, que combinaba la fuerza con la comprensión, la primera con el enemigo, la dirección que lo rodeaba, la segunda con el pueblo pobre, hacedor del proceso estratégico.

Maduro consolidó su conducción en filas del chavismo, un movimiento heterogéneo, policlasista, donde está desde el campesino, el indio, el marginado de la ciudad, hasta el nuevo empresario. Su designación como próximo candidato presidencial no fue cuestionada de manera pública. También es cierto que su autoridad ha sido golpeada aguas abajo, en el común sin pasión política, en quienes también dentro del chavismo se han alejado, desilusionado, rebuscan las formas de enfrentar el retroceso económico. Por la misma realidad de la incapacidad demostrada hasta el momento de revertir la tendencia económica, porque Maduro ha sido blanco central de los ataques comunicacionales nacionales/mundiales, porque se ha efectuado un distanciamiento entre el presidente -y la dirección- con el lenguaje cotidiano. Las calles hablan cada vez más otro idioma, o al revés. Esa distancia pesa mas a medida que las condiciones materiales empeoran.

El chavismo necesita liderazgo, autoridad. El país también. Fue por una capacidad de tracción titánica que se logró avanzar en un proceso revolucionario que casi nadie hubiera pronosticado. Esa capacidad aglutinadora y orientadora era Chávez. Esa ausencia no es remplazable con la misma fórmula que hizo a Chávez. Una parte de las respuestas están en el presidente, otras en los muchos chavismos que somos.

¿Todos somos Chávez?

El partido de la revolución

El partido de Chávez. Eso representa para muchos en el chavismo el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), chavismo en los barrios, zonas rurales, chavismo de los humildes, es decir la mayoría del chavismo. Fue él quien llamó a la conformación de un nuevo partido a finales del 2006, propuso el nombre, encabezó el congreso fundacional a inicios del año 2008. Ese día habló y todavía estaba fresca la derrota de la reforma constitucional que no logró aprobar en las urnas el 2 de diciembre. Había que corregir el trazo, revisar, rectificar, reimpulsar. Eso requería de un nuevo partido.

Los instrumentos políticos del universo chavista habían sido varios hasta ese momento. El Movimiento Bolivariano 200, espacio de la conspiración que desembocó en el intento de desencadenar la insurrección del 4 de febrero de 1992. Le siguió el Movimiento Quinta República, creado en 1997 como plataforma electoral al decidir que la táctica iba a ser a través de los votos, instrumento al cual se unió el Partido Comunista de Venezuela, el Partido Patria para Todos. También se conformó el Polo Patriótico, como plataforma de unidad con diferentes actores para las elecciones de 1998, las primeras que ganó Chávez. El asunto era conformar una herramienta propia a la vez que una alianza nacional, revolucionaria, patriótica -sobre lo cual insistió en la fundación del Psuv.

“La avanzada de nuestras fuerzas está demasiado desordenada, enfrentada entre sí, falta coordinación entre mandos (…) los partidos están fragmentados, limitado a ocupar unos espacios, el partidismo clásico se metió en nosotros (…) por eso la avanzada fragmentada no tiene capacidad para articular el gran movimiento social, popular”, diagnosticó Chávez el día de la fundación del Psuv, el nuevo instrumento político unitario. Con una advertencia: peligraba la continuidad del proceso revolucionario. Se habían perdido dos millones de votos entre su elección presidencial del 2006 y la reforma constitucional del 2007.

En el primer congreso asistieron 1676 delegados, se habían inscrito 5 millones 722 mil aspirantes a militantes, y de ese total Chávez identificaba un millón y medio de cuadros, “primera línea de vanguardia”. Un partido de cuadros y de masas, maquinaria electoral, con la tarea de conducir el proceso hacia el socialismo bolivariano: la revolución debe ganar elecciones a la vez que avanzar en lo estratégico.

Ambos objetivos, uno periódico, el otro permanente, fueron planteados para ir de la mano: la forma de ganar elecciones estaba pensada, en gran parte, a través del mismo desarrollo del proceso de expansión del poder popular, la subjetividad politizada, los derechos construidos. El Psuv debía convertirse en “espacio de poder moral, político, eficacia (…) alejado de la demagogia, populismo, clientelismo clásico de los viejos partidos”, afirmaba su conductor. Si advertía acerca de los peligros es porque estaban dentro de las filas del chavismo, era una tendencia en desarrollo, una raíz sólida de la vieja cultura política. Los cuadros que conformaron el Psuv no cayeron del cielo, algunos provinieron de la politización radical del chavismo, otros de experiencias políticas antiguas, viciadas, arribistas, aquellas contras las cuales se alzó la revolución.

Predominó la lógica maquinaria electoral, lo que trajo impactos negativos en términos estratégicos. “Es necesario ganar elecciones para que la revolución sea posible, no importando si para alcanzar victorias electorales se adoptan tácticas antipopulares y propias de la vieja partidocracia porque el fin justifica los medios”, escribía Reinaldo Iturriza en el 2010 para explicar esas prácticas arraigadas1. Traía efectos de desmovilización, despolitización, hastío por la política, la vieja, la no-chavista presente en el chavismo de Chávez. Ese diagnóstico sigue válido ocho años después, con el agravante del cuadro de guerra/crisis que es más que económica.

El partido tiene una complejidad mayor: es a la vez dirección de la revolución, así como gobierno, tanto en cargos electos como nombrados. Casi todos los alcaldes, gobernadores, ministros, son del partido. Las decisiones de tácticas, prioridades, estrategias, que se toman en el Psuv son entonces también, en gran medida, las del gobierno, instituciones, en manos de la dirección. Así como la composición mayoritaria del partido es popular, barrial, campesina, la dirección, expresada por ejemplo en un congreso, como fue el tercero, en julio del 2014, es un espacio donde predominan alcaldes, gobernadores, ministros, cargos de gobierno en diferentes niveles. Las separaciones entre espacios son la excepción: la dirección del partido es a la vez la dirección del gobierno, las instituciones, la revolución. Por ejemplo, un gobernador es a su vez el jefe del partido en su estado.

Las tensiones que de ahí se derivan son varias. El partido fue creado para empujar un objetivo estratégico más allá de sí mismo: el socialismo, a través de la profundización permanente de la organización popular, centralmente en la forma comunal. La dificultad está en que quienes dirigen el partido, y a su vez espacios de poder estatal, suelen defender al Estado existente en detrimento de esa perspectiva estratégica. Las comunas pasan a ser vistas como amenazas por alcaldías, gobernaciones, y desde ese lugar, a la vez que dirección del partido, desconocen su acumulación, apuestan a formas organizativas que pueda controlar de manera directa, a las cuales les puedan decir qué, cómo, cuándo y con quien.

Esto no significa que no exista una militancia del Psuv que busque construir con otras lógicas en los territorios. Este debate tiene además fronteras difusas en las realidades, donde un militante del Psuv -en sus niveles territorial, primero Unidad de Batalla Hugo Chávez, luego Círculo de Lucha Popular- es a su vez quien dinamiza un consejo comunal, una comuna o un Clap. No es aguas abajo donde se crean las tensiones, sino desde las líneas rectoras de las direcciones del Psuv, es decir de la dirección de la revolución.

No es el único partido. Es el de Chávez, la revolución, inmensamente mayoritario, donde está inscrito el chavismo de base, barrial. Tiene esa legitimidad de origen que ningún otro posee, y la capacidad electoral, aún con las tensiones clientelares. Carga por otro lado con los desgastes de ser partido de gobierno, rojo oficial, a la vez que el peso de sus errores, agrandados por esta época de necesidades materiales provocadas por la guerra y las fallas propias. Es expresión de la dificultad del partido en cada proceso revolucionario, de las propias limitaciones de las formas de organización política del chavismo, del mismo chavismo como movimiento histórico. Lo que pase con el partido impacta de lleno en los cotidianos y horizontes.

En el Psuv se condensa un espejo de lo que somos.

¿Quién construye el otro poder?

El estacionamiento recuperado quedaba en plena Caracas, donde se cruzan La Vega y El Paraíso, barrio y clase media. Habían instalado una carpa grande, los turnos eran día y noche, hablaban de autoconstrucción de viviendas, que allí, en ese asfalto manchado de aceite iban a construir más que edificios, comunidad. Había muchas mujeres, jóvenes, pura gente del cerro, arrecha. Esa fue mi primera imagen de Caracas, abril del 2011. Siete años después están los departamentos, una placita central con busto de Chávez, comedor y sala de formación. Quienes tomar el terreno construyeron su techo con trabajo voluntario. No tenemos que desclasarnos, repetían siempre.

En el mes de mayo de ese mismo año comenzó la Gran Misión Vivienda Venezuela, que en siete años entregó 2 millones de viviendas. De ese total una parte fue construida por el Estado, otra por privados -nacionales o extranjeros- y otra por la organización popular, centralmente consejos comunales y comunas, y, en algunos casos, por un movimiento popular en batalla contra el latifundio urbano, el Movimiento de Pobladores y Pobladoras, que estaba en ese y otros terrenos de Caracas.

Así como era necesario un partido unificado, también era claro que la revolución no cabía en una sola herramienta política/organizativa. Chávez explicaba al fundar el Psuv: “los movimientos sociales, es muy importante, porque más allá de los partidos hay unas muy poderosas corrientes sociales, que no están en ningún partido, sino que tienen su propia identidad, hay que respetarlos, estudiantes, jóvenes, mujeres, que tienen sus liderazgos naturales (…) hay que ayudar a impulsar esos movimientos, enlazarnos con ellos, para conformar la gran alianza patriótica”. El plan no era un socialismo de partido único.

Se multiplicaron movimientos en los años del proceso. Algunos nacieron de una política de gobierno, otros por iniciativa del chavismo alzado, cuadros con experiencias anteriores. Era poco el acumulado anterior al inicio de la revolución: existía una potente movilización, radicalización subalterna, y poca organización. La mayoría de los movimientos que se formaron a partir de 1999 lo hicieron de manera local, es decir en un solo territorio, sectorial, con eje único de desarrollo, y con lógica del financiamiento estatal, debido a que, efectivamente, existía un llamado y apoyo institucional. Le dio al chavismo una dimensión plural, salvaje, a la vez que dependiente del Estado.

Así como Chávez presionaba para que el Psuv fuera partido de la revolución y no partido electoral, también lo hacía con los movimientos, la necesidad de pasar de lógicas reivindicativas “a una fuerza política capaz de impulsar las transformaciones estructurales y superestructurales”. Toda forma organizativa tenía que ver con objetivos según las etapas: partido, organización popular, movimientos populares/sociales/colectivos.

Chávez ideó una arquitectura de políticas de gobierno para abrir compuertas, mediaciones para avanzar. El esquema podría explicarse de la siguiente manera: el Estado crea condiciones, el partido de la revolución unifica vanguardias, garantiza elecciones, aporta al desarrollo de la transición, los movimientos populares centran su quehacer en la construcción de poder popular, en convertirse en herramientas en sí mismos, y pueden participar en elecciones -vía o no Psuv- y gestiones estatales. El objetivo estratégico no es ni el partido, ni los movimientos, ni las gestiones, es el proceso de recuperación del poder en manos del pueblo organizado, la organización popular que Chávez condensó en la forma comunal. Cuando puso al Estado comunal como horizonte, la pregunta fue entonces: ¿quién impulsará/acompañará ese desarrollo? Ahí estaba la necesidad de los movimientos.

“La tarea revolucionaria no la hacen sujetos subordinados, dependientes o prebendarios de las estructuras institucionales tradicionales, ni de los partidos políticos gobernantes y sus líderes. La realizan sujetos autónomos del campo popular: movimientos sociales, movimientos indígenas, partidos de izquierda, organizaciones territoriales, referentes de comunas y comunidades…A ellos corresponde crear, construir, sostener y profundizar otro poder, el poder popular”1, analiza Isabel Rauber.

Algunos movimientos populares volcaron gran parte de sus esfuerzos en el desarrollo comunal. Es el caso de la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora, y la Fundación Alexis Vive. Allí se dio la mayor acumulación, los movimientos, con estructuras, experiencias previas, apostaron al proceso de organización comunal urbano o rural en ascenso. Crecieron tanto los movimientos como tal, como las comunas que acompañaron en su desarrollo. Se puede rastrear desde el barrio 23 de Enero, en Caracas, hasta las zonas fronterizas de Apure y Táchira, donde se encuentran experiencia consolidadas, con autogobiernos, economías sociales, avances hacia el horizonte planteado. Es parte del acumulado comunal, que también fue obra de la iniciativa de comuneros y comuneras que se organizaron sin esperar a nadie, lo hicieron con sus experiencias anteriores y las líneas rectoras de Chávez.

No fueron muchos los movimientos que se plantearon/pudieron ampliar su desarrollo geográfico, organizativo, lograr financiamiento propio, capacidad de movilización, disputa de sentido, plantearse una estrategia de poder propia al interior de la unidad del chavismo. Por tracción de la burocracia hacia lógicas ministeriales de las cuales no se pudo/supo salir, como por dificultades de las mismas dirigencias de los movimientos. La mayoría se mantuvo en su territorio/barrio con su eje de desarrollo. La muerte de Chávez evidenció la limitación que eso representaba, no por el trabajo en sí -el caso de las viviendas es una muestra de esa potencia- sino por las barreras políticas, la dependencia del Estado para articularse y mantenerse económicamente.

Esa dificultad le dejó un flanco expuesto a la revolución. ¿Quién presiona para avanzar si la política campesina retrocede y se decide congelar el avance contra el latifundio? ¿Quién interpela públicamente a la burocracia, la corrupción, decisiones erradas, quién articula una política comunal, el desarrollo de la organización de las mujeres en los territorios, o presiona para poner en marcha mecanismos de fiscalización popular en un escenario de guerra? Hasta la fecha ha dependido más de ministerios que de la capacidad de los movimientos. Lo mismo sucede con la movilización callejera: es sostenida en gran medida por el llamado desde la institucionalidad, el partido, la presidencia.

El chavismo debía y debe tener una dimensión movimentista. Por la diversidad necesaria en la arquitectura del proceso, la no dependencia de la institucionalidad para profundizar. La perspectiva de socialismo comunal planteada por Chávez necesita de ese actor social y político que se expanda, y, en ese acto, desarrolle poder popular. Existen acertijos que deben resolverse en la cultura chavista, en la manera en la cual se aprendió a hacer política en las clases populares, que cargan con el peso de la necesidad estatal, los recursos materiales, junto con una lealtad en grandes batallas, y una irreverencia que las alejan de la burocracia y permiten pensar en formas que Chávez ponía una y otra vez arriba de la mesa como estratégicas.

Es necesario regresar a Chávez, reinventar formas del chavismo, acumular, disputar.

Razón y fuerza, esa era su clave.

Los cuarteles y la revolución

Es zona de frontera con Colombia. Los milicianos llegan de a poco, en motos, buses, camiones, vienen del casco central, de barrios con casas bajas donde termina el pueblo y comienza la llanura, de monte adentro hasta parecerse selva. Se reúnen temprano en el campo de entrenamiento de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb) para la jornada de la Milicia Nacional Bolivariana. Tienen práctica de formación, desplazamiento, tiro. Cargan su uniforme verde, diferente según el grado que ocupan. Aprovechan que es época de mangos para juntarlos y desayunar, la situación económica es difícil. Hay muchas mujeres, gente grande, jóvenes, en su mayoría comuneros y trabajadores del Estado, chavistas todos. Al finalizar el día vestirán su ropa civil, regresarán a sus actividades cotidianas.

La Milicia es parte central del proyecto chavista. Así como una revolución no se construye desde el aparato del Estado, tampoco se puede defender de manera clásica, con doctrinas heredadas de las formaciones norteamericanas de la Escuela de las Américas. En particular cuando se hace frente a esquemas de ataque que no responden a las formas tradicionales de la guerra, sin ejércitos uniformados, generales declarados, armamentos regulares, desplegada con la máxima del diablo: hacer creer que no existe.

Como en toda la construcción de la arquitectura del proyecto, la premisa fue la misma: no hay posibilidad de transformación sin incorporar nuevas formas de organización con protagonismo popular. En el caso de seguridad y defensa se conformó en el año 2008 la Milicia, con la idea fuerza del pueblo en armas dentro de la doctrina de defensa integral de la nación y una Fanb antimperialista. Se conformó el Comando General de la Milicia, con su Estado Mayor, dependiente del Comando Estratégico Operacional de la Fanb. A la Milicia, como en los diferentes llamados hechos por Chávez, acudieron hombres y mujeres de todo el país, de barriadas de las ciudades, instituciones, zonas rurales, la base social del chavismo, en proceso de preparación dentro de un plan estratégico de defensa de la revolución, es decir de sí mismo.

Existe un elemento más de fondo para entender las Milicias, y es la unidad cívico-militar como piedra angular del proceso. “La unión del pueblo con los soldados, de los soldados con su pueblo es una de las columnas fundamentales de la revolución bolivariana”, subrayaba Chávez, militar, jefe y líder de la Fanb. No se puede comprender la génesis y desarrollo de la revolución sin los dos tiempos en paralelo y unidos. El 27 de febrero fue civil y provocó un quiebre en un sector de la Fanb al ver la masacre desatada contra la población -tres mil muertos en dos días-, el 4 de febrero de 1992, consecuencia del 27, fue un alzamiento militar articulado con sectores civiles organizados. En cuanto a la derrota del Golpe de Estado de abril del 2002 fue la unión de esas dos fuerzas, con la movilización masiva en las calles junto a la acción de militares que enfrentaron el Golpe desde dentro, como el Batallón de Maracay. La revolución está fundada sobre esos episodios con poder de mito.

La cuestión militar son varios puntos a la vez. Existe una dimensión propiamente de defensa, como las zonas de frontera que son epicentro de la guerra, otra de gobierno, con una parte importante de cargos electos y nombrados -como gobernadores y ministros- están bajo responsabilidad de militares en actividad o retirados, y otra de orden económica, ya que la Fanb ha pasado a tener responsabilidades económicas crecientes en estos últimos años. Algunas de ellas son la Gran Misión Abastecimiento Soberano (Gmas), AgroFanb, Compañía Anónima Militar de Industrias Minera, Petrolera y de Gas, y la Empresa Militar de Transporte Emiltra.

La Gmas, por ejemplo, fue creada en el 2016 como parte de la estrategia para regularizar los nudos de producción, llegada de las importaciones -como los puertos- canales de distribución, sistema de precios, comercialización, con un despliegue cívico-militar bajo dirección del Ministro de Defensa General, Vladimir Padrino López. Las áreas priorizadas fueron el agroalimentario, farmacéutico e industrial. Puntos neurálgicos. Sucedió luego de la derrota.

¿Por qué esta ampliación del campo de acción de la Fanb? Una hipótesis es que, ante el escenario de guerra al cual fue llevado el proceso, y luego de la derrota en las elecciones legislativas del 2015, se optó por darle mayor fuerza a un actor con capacidad de orden interno, centralización de mando y presencia en todo el territorio para intentar volver a retomar el gobierno sobre la economía. Un pilar del proceso desplegado en época de una economía asaltada de manera cada más aguda por todos los flancos internos y externos. Los resultados, por el momento, no fueron los esperados: el cuadro económico desatado en Venezuela evidenció una complejidad que no se resuelve con un cambio de actores al frente de los mismos hilos, sino de una necesidad de replantear las bases de desarrollo de la estructura económica/productiva/distributiva, y hacerlo enfrentando al mismo tiempo el bloqueo internacional cada vez más amplio producto de la agresión de los Estados Unidos, y tramas de corrupción con un poder asentado en áreas neurálgicas de la economía, de la cual la Fanb no escapa.

No hay chavismo sin mito cívico-militar. En esa dimensión residen algunas de las principales fortalezas, así como preguntas. Por territorios de actuación que son de gran complejidad, como la frontera con Colombia, y el trabajo sostenido de los Estados Unidos para provocar sismos internos. No se habría llegado hasta este momento sin la lealtad que permitió enfrentar los asaltos armados de la derecha, y las ofertas dentro del plan de guerra, algunas de las cuales lograron poner en marcha pasos golpistas. Como ejemplo, en el mes de marzo fue detenida una conspiración dentro de la Fanb, donde fueron arrestados seis tenientes coroneles, un primer teniente y dos sargentos, pertenecientes al Movimiento de Transición a la Dignidad del Pueblo, con fuerza en el Batallón Ayala, uno de los principales del país, situado en Caracas. ¿Cuánto ofrece el imperio a quienes lleven adelante un Golpe de Estado?

La reformulación de la doctrina militar hecha por Chávez puede ser referencia para analizar cómo construir fuerzas armadas al servicio de procesos revolucionarios y no de los intereses de las clases dominantes y el imperio. Un tema siempre pendiente y complejo en un continente que por su historia asocia por instinto de cuerpo y memoria a fuerzas armadas con dictadura y enemigo.

La metamorfosis en la metamorfosis

¿Quiénes hacen una revolución? ¿Qué hombres, mujeres, edifican el orden que les debe permitir ser más libres? Los mismos que años atrás, meses atrás, soñaban muchas veces con ir a los Estados Unidos, acomodarse en un cargo del Estado para conseguir seguridad y algo más -no me dé, póngame donde hay, ilustra el dicho- que sabían de política como algo vertical, prometedor y siempre alejado de sus promesas, junto con actos solidarios y colectivos, sujetos a su tiempo históricos. Nadie cae del cielo, y parece más difícil deshacerse de siglas de partidos, número de República, que transformar determinadas prácticas culturales. Por eso, entre otras cosas, cada revolución se parece tanto a las complejidades del pueblo que le da forma. Por eso el chavismo, sus bases, dirigentes, generales, lógicas, tienen rasgos profundamente venezolanos.El chavismo logró cambios en las profundidades de la cultura venezolana. Existió una metamorfosis de una parte de la sociedad que reordenó la historia, las escalas de valores, prioridades, formas de relacionarse sin devorarse, construyó una narrativa para explicar de dónde se venía, se estaba y hacia donde se iba, con ordenamiento de lo justo e injusto, explicación de enemigos y definición de campo propio. Es una de las principales reservas del chavismo, de su capacidad de resistencia ante este escenario.Sobre eso vino a golpear la estrategia del desgaste prolongado económico. Estamos frente a consecuencias de una sociedad expuesta durante varios años al desabastecimiento de productos de primera necesidad, de aumentos a precios hiperinflacionarios. No cualquier sociedad sino esta, que reacciona según sus características políticas/culturales fundadas en el chavismo y traídas desde antes. La metamorfosis chavista no eliminó las tendencias que se propuso combatir: el sálvese quien pueda, la corrupción, la especulación del uno sobre el otro, por ejemplo. Las acorraló, no desaparecen. La lucha entre la luz y las tinieblas es eterna, explicó el poeta Ezra Pound.La guerra fue pensada para que lo acorralado resurgiera con furia. Para lograr una nueva metamorfosis, construida de manera lenta, permanente, agudizada a medida que el retroceso material se acentúa. Desandar lo construido en prácticas organizativas, valores, imaginarios, y señalar como paria a los culpables: el socialismo, Chávez, Maduro. La contrarrevolución, su plan, el capitalismo en su actual desarrollo, necesitan una sociedad antropofágica, donde el humilde devore al humilde, el vecino pobre le revenda leche o arroz a su propio vecino igual de pobre. El chavismo es una potencia anticapitalista, entre otras cosas, por la voluntad de subversión cultural, porque el otro no es una competencia sino un igual para un bien común.Esa batalla es profunda, subterránea, se libra en cada aumento de guerra del dólar, en cada producto escondido, destrucción del poder adquisitivo, reventa de billetes, en la imposibilidad de mantener una familia con sueldos mínimos y apoyos del gobierno como bonos y Clap. La estrategia del ataque sobre Venezuela tiene varios objetivos en simultáneo: recuperar el poder político y en ese proceso reformatear la sociedad, erosionar al chavismo, reducirlo para luego, quieren, eliminarlo. Es permanente, prolongado, se adentra en las profundidades del tejido social.

Es un enfrentamiento entre dos modelos. El chavista está ante un proyecto de restauración que ya despliega tendencias de su país por venir, dispuesto a hambrear a millones de personas para lograr su objetivo, intenta desenlaces de manera periódica, como la violencia de abril/julio 2017. Se trata de un proyecto de clase que nunca comprendió al chavismo en sus múltiples dimensiones, y piensa, por ejemplo, que desabastecer se traducirá automáticamente en saqueos o votos, o que la muerte de Chávez significaba una derrota casi automática. Subestimaron al chavismo desde su aparición, lo redujeron a la dimensión de gobierno y despreciaron a Maduro. No pueden concebir que los pobres tengan razón política, miradas estratégicas, resistan a las dificultades materiales porque lo que está en juego es más que las dificultades actuales, es la posibilidad de país. El chavismo, los pobres, todo lo que sucede desde 1998 es para ellos una aberración histórica.

Es justamente desde esa integralidad de chavismos que se puede revertir la situación actual. Así como una revolución no se construye desde el Estado, ni la resistencia es asunto de gobierno, tampoco se puede avanzar, retomar iniciativa, sin la entrada en escena de las diferentes dimensiones del chavismo dentro de un plan unitario. Se necesita la organización popular, el Psuv y partidos aliados, los movimientos, el liderazgo, la Fanb, los intelectuales, la subjetividad remoralizada, las victorias electorales, la arquitectura legada por Chávez, revisada y actualizada en funciones de la etapa, los errores, las urgencias estratégicas. En esto último la economía ocupa una centralidad repetida: es ahí donde se los Estados Unidos superponen ataque sobre ataque y se concentran las contradicciones del chavismo.

Se trata de un debate que cruza variables ideológicas, pragmáticas, que necesita un balance todavía pendient sobre lo recorrido, el intento de despegue de una trama de economía socialista en simultáneo con la convivencia -¿hasta qué punto?- con los privados. La revolución intentó ampliar el aparato productivo, diversificar, desandar la dependencia casi exclusiva hacia la renta petrolera. La limitación de esos avances fue detectada por quienes planificaron la estrategia de guerra. Por eso la centralidad de los golpes ahí, con su consecuente impacto en la vida de los comunes, muchos de los cuales, ante las dificultades, recurren a la reventa dentro del mundo especulativo capitalista. “Las masas no se repliegan hacia el vacío, sino al terreno malo pero conocido, hacia relaciones que dominan, hacia prácticas comunes, en definitiva hacia su propia historia, su propia cultura y su propia psicología, o sea a los componentes de su identidad social y política”, analizaba Rodolfo Walsh. La batalla cultural está unida a la económica. Sin estabilizar la economía resulta difícil detener el nuevo cambio en las profundidades, el retroceso, una situación económica retroalimentada por esas mismas herencias.

¿Cómo estabilizar la economía? Esa es la pregunta, la dificultad, las diferentes miradas en un cuadro crítico. Existe un imaginario en construcción: aquel que sostiene que serán los privados, tanto viejos como emergidos en el chavismo, quienes podrán poner a producir la economía necesaria. Está en filas de sectores del gobierno, se sustenta sobre intereses de clases, importadores -muchas veces ligados a la corrupción-, y la conclusión de que ni el Estado ni el pueblo organizado lograron la productividad necesaria. Otras miradas defienden la necesidad de revisar lo intentado, sus aciertos y errores, y continuar con las coordenadas estratégicas de ensayo de producción comunal/campesina articulada a la estatal, entre otras posibilidades. Un debate que encierra profundidades de modelos, que se traduce en una distribución diferenciada de los ingresos del dinero proveniente del petróleo.

¿Qué margen existe hoy en un cuadro del bloqueo internacional? Ahí están las alianzas con Rusia, China, la criptomoneda, el intento de quebrar el cerco, en el cuadro de un continente con gobiernos de derecha subordinados a los Estados Unidos. Una guerra demanda una economía de guerra, y la posibilidad de un acuerdo con el enemigo resulta improbable. El imperialismo, la oligarquía, la gran burguesía, los banqueros, los ricos dentro y fuera del país, quieren borrar este ciclo histórico, vernos caníbales, humillados, aduladores de los verdugos. Aunque el gobierno les de lo que pidan, dólares y negocios, este nunca será su gobierno.

Pocas sociedades aguantarían lo que desató esta guerra. En eso está la profundidad del chavismo como identidad, metamorfosis que no fue casualidad sino plan, capacidades estratégicas de la conducción en episodios claves. La violencia del ataque es proporcional a los aciertos. No está en juego un gobierno, un nombre de partido o una liturgia, está puesta sobre la mesa una posibilidad latinoamericana, de nosotros mismos. Sucede pocas veces en la historia, esa que no enseña que las victorias son excepciones y no una regla. Esta es nuestra época, nuestra responsabilidad antes quienes nos antecedieron y quienes vendrán.

Marco Teruggi

Marco Teuggi: Periodista y poeta. Nació en París en 1984. En 2003 llegó a Argentina, de donde es su familia. Se licenció de Sociología en 2013. Desde comienzos de ese año vive en Caracas. Ha publicado varios libros de poesías.

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