África en el centro de la disputa global
El capitán Ibrahim Traoré responsable de la sublevación soberanista en Burkina Faso, manifestaba en la cumbre ruso-africana de julio último que “un esclavo que no se rebela no merece piedad… [se] debe dejar de condenar a los africanos que deciden luchar contra sus propios regímenes títeres de Occidente”.
La reconfiguración global generada a partir de la emergencia del sudeste asiático como nuevo polo de poder global impacta de forma particular en el continente africano.
En el Sahel, región ubicada al sur del Magreb, se han producido seis sublevaciones militares de carácter neo-soberanista, en los últimos tres años. Todas esas rebeliones fueron exitosas e instalaron nuevos gobiernos en Chad, Malí y Guinea –durante el año 2021–; en Burkina Faso en 2022; y en Níger y Gabón, durante el presente año.
Los levantamientos se instituyeron en el marco de un reordenamiento de las relaciones internacionales en las que los BRICS han superado al G7 en términos de Producto Bruto. La pérdida consecuente de la hegemonía atlantista plantea, en este marco, escenarios más volátiles, la readecuación de alianzas económicas y el reposicionamiento de China y Rusia en la región.
El gran perdedor de las revueltas en el Sahel es Francia, que se niega a abandonar su lugar de potencia regional con el que se ha beneficiado en el último siglo y medio. Desde la década del ´60 –cuando se multiplicaron los procesos de liberación nacional en el continente– París impuso un modelo conocido como Françafrique, caracterizado por la imposición de una red institucional de control político, económico y de seguridad adecuado a sus necesidades hegemónicas.
Disciplinamiento financiero
Uno de esos mecanismos de manipulación se expresó a partir del riguroso disciplinamiento financiero. En 14 países del continente se utiliza el Franco CFA, originalmente conocido como Franco de las Colonias Francesas de África y luego rebautizado como moneda de la Comunidad Francesa. Dicho divisa permite, aún hoy un señoreaje monetario y una concomitante injerencia sobre las reservas de los países que utilizan dicha moneda.
El continuo deterioro de la imagen europea en el continente africano no solo está vinculado a esta dependencia monetaria. También se relaciona con las intervenciones militares que se sucedieron desde el bombardeo a Libia en 2011, bajo el paraguas de la OTAN, que permitieron la apropiación de una gran parte de las reservas de hidrocarburos de Trípoli.
Además, luego de integrar las fuerzas atlantistas, Francia continuó en el Sahel desarrollando operaciones militares con la coartada de combatir a los grupos salafistas de Ansar Dine y el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental. En 2013, París intervino en Malí y en 2014, en la triple frontera que conecta este país con Burkina Faso y Níger. Las actividades militares galas, que incluyeron la participación de ocho mil uniformados, dejaron un saldo de 23.500 civiles muertos y casi un millón y medio de desplazados.
Operaciones militares
Desde el inicio de las operaciones militares francesas en el Sahel, se incrementaron las movilizaciones populares exigiendo la retirada de los destacamentos franceses y de las empresas trasnacionales instaladas en la región. En las próximas semanas, se especula con la partida de los uniformados de Niamey, capital de Níger, lo que supondría el cuarto abandono de tropas en el último lustro, después de huir de República Centroafricana, Burkina Faso y Malí.
Según analistas africanos, la progresiva merma de legitimidad europea también se vincula con la falta de solidaridad exhibida por Europa, durante la pandemia, en el mismo lapso de tiempo en que Rusia y China mostraban explícitos niveles de cooperación a través de la donación de vacunas y la condonación de deudas.
Para evitar la pérdida de control en la región, París amenaza a los países insurgentes neo-soberanistas con invasiones militares a ser coordinadas por la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, CEDEAO.
Detrás de los intereses de Emmanuel Macron se esconden varias motivaciones: la necesidad de controlar el posible trazado del gasoducto transahariano (TSGP), la oposición a las fuerzas paramilitares rusas de Wagner –exitosas en su tarea de combatir al yihadismo–, y sobre todo a la exigencia de coartar la iniciativa de Beijing que lleva a cabo importantes inversiones en infraestructura acompañado de un modelo de cooperación ajeno al injerencismo.
Sublevación soberanista
A principios de septiembre, Macron afirmó que “sin Francia probablemente no existirían en la actualidad ni Mali, ni Burkina Faso, ni Níger. Pocos días después, el ministro de Relaciones Exteriores indio, Subrahmanyam Jaishankar, señaló que “Europa debe salir de ese estado espiritual según el cual los problemas de Europa son los problemas del mundo, pero los problemas del mundo no son los problemas de Europa.”
Como prólogo de ambos posicionamientos, el capitán Ibrahim Traoré responsable de la sublevación soberanista en Burkina Faso, manifestaba en la cumbre ruso-africana de julio último que “un esclavo que no se rebela no merece piedad… [se] debe dejar de condenar a los africanos que deciden luchar contra sus propios regímenes títeres de Occidente”.
Jorge Elbaum
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