América Latina en el colimador
Apenas comenzado 2018 –un año después de la asunción de Donald Trump como cabeza del Imperio-, teníamos que coincidir con los analistas que consideraban sin precedentes, “inédito en tiempos modernos”, el desinterés de los Estados Unidos por América Latina. En la actualidad, concordemos en un ¿súbito? renacer de la atención sobre el área.
Atenidos a fuentes tales BBC Mundo, la cuestión no radicaba solo en los reportes de que el entonces recién estrenado César se refiriera a sitios de Centroamérica y el Caribe como “países de mierda”, o en su decisión de borrar el amparo contra la deportación de cientos de miles de inmigrantes. Tampoco se trataba de la renuncia al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, sus siglas en inglés), con el subcontinente y Asia, ni de la puesta en jaque del NAFTA, el tratado de libre comercio con México y Canadá. Ni siquiera exclusivamente de la insistencia del mandamás en construir un muro a lo largo de la frontera con el vecino del sur, al que llegó a calificar, a contrapelo de los datos oficiales de Washington, del sitio más peligroso del orbe.
Lo que a la altura de sus primeros 12 meses en la Oficina Oval concitaba la mencionada opinión de los observadores era la combinación de esos y otros elementos, como que continuara sin designarse al equipo del Departamento de Estado para asuntos de la región. Lo cual indicaba la falta de un proyecto y acarreaba un desplome por acá de la imagen de EE.UU. y una creciente influencia de China… Y he aquí, en esa influencia, donde podría radicar un importante factor de un trueque de estrategia que, con respecto a Venezuela, aparte las reservas de petróleo y el “mal” ejemplo bolivariano, hizo que se incrementaran las sanciones financieras y un embargo radical de combustible, dando paso como preámbulo de invasión con pretextos humanitarios a un (intento de) golpe de Estado a Maduro fabricado en tierras del norte, mientras, en descarnado sarcasmo, la Casa Blanca guardaba (guarda) silencio ante los abusos de sus aliados.
Por supuesto, alguno que otro de los lectores recordará la reversión del deshielo entre USA y Cuba, tras medio siglo de hostilidades, en reacción a unos fantasiosos ataques sónicos a los diplomáticos gringos en la Isla, pero convengamos con diversos “mirones” en que ello era si acaso respuesta puntual a determinados problemas, “sin una política clara y previsible detrás”, guiada por la pregonada idea de poner siempre a EUA primero. Ahora, la carencia de línea sólida trajo como secuela que el promedio de aprobación del liderazgo de la “nueva Roma” en la zona pasara de 49 por ciento en el último período de Obama a solo 24. Y lo más significativo: mientras Trump no se dignaba a visitar el terreno, el líder Xi Jinping lo hacía en tres ocasiones desde 2013, mostrando una evidencia más de la “predilección” de China por este recodo del planeta, con su proverbial surtido de materias primas y otras ventajas, como el abultado mercado de que provee a la segunda economía de la Tierra, ya primer o segundo socio de varias naciones, que han apostado a las importaciones desde el “dragón”, en detrimento de las del “águila”.
Razones de peso
La “penetración” china, la soberanía solidaria y “corrosiva” del chavismo, el hidrocarburo de Venezuela –ayuntado con el agua, los yacimientos minerales, la biodiversidad… para una soñada recuperación del capitalismo agonizante-, han llamado a contar al “leal saber y entender” del hogaño fortalecido, ideológica y ejecutivamente, team destinado a las cuestiones de América Latina, del que se han apoderado en cuerpo y alma conocidos halcones, que, arropados en una extendida regresión hemisférica, han declarado la lucha contra el progresismo, el socialismo, encarnados en esa “tríada malévola” configurada por Caracas, Managua y La Habana, según proclamados criterios.
Tríada, uno de cuyos miembros, el sudamericano, se ha atrevido a lo impensable: incluso a cobijar el primer gabinete en promover una moneda digital, el Petro, como medio de intercambio internacional, con la cual, entrando en una etapa de equilibrio y expansión de la inversión extranjera, podría hacer frente al bloqueo financiero, al ser usada en la la adquisición de bienes y servicios respaldada por las reservas de hidrocarburos, algo que, a no dudarlo, daría un contragolpe a la guerra económica y reduciría el papel del dólar.
He aquí un (el) pecado original de estos advenedizos que, en definitiva no son ni blancos, ni anglosajones, ni protestantes. Oponerse al Imperio también por vía de la brega contra una porción crítica de su autoridad, sustentada en el papel de activo preponderante que mantiene el billete verde, tal lo recuerda, en La Haine, el columnista Alejandro Nadal, agudo estudioso del tema.
Si desde 1945 el dólar ha regido en la palestra universal, no resulta menos cierto que, periódicamente, surgen cuestionamientos sobre la duración de este dominio. La aparición del euro, en 1999, y los llamados en 2010 de China para apartar el recurso norteamericano de ciertas actividades han alimentado la percepción, atizada por la crisis de 2008, de que su papel comenzó a periclitar.
No importa que aún “en casi todos los renglones [continúe] manteniendo su posición hegemónica. De las reservas mundiales en divisas 62.7 por ciento está constituido por dólares o títulos denominados en esa moneda, mientras las reservas en euros, el competidor más cercano, representan 20 por ciento del total. Por otra parte, de las divisas extranjeras que circulan por el mundo, el dólar estadounidense sigue siendo la más utilizada en transacciones en efectivo. El papel dominante del dólar se basa en un fenómeno de rendimientos crecientes a la adopción, lo que es un fenómeno típico de cualquier moneda exitosa. Entre más agentes en la economía adopten el uso de esa moneda y la acepten como medio de pago, más personas harán lo mismo en el futuro. Los beneficios de ese estado de cosas no son despreciables. Se calcula que las ganancias por señoraje de esta circulación de dólares permite obtener a la Reserva Federal más de 40 mil millones de dólares anuales, lo que es, en realidad, una cantidad modesta si se le compara con las otras ventajas que la hegemonía confiere al poderío estadounidense. La capacidad de imponer sanciones a países como Irán o Venezuela, por ejemplo, y separarlos de los canales financieros globales se basa en esta hegemonía, y, como dicen algunos analistas, es tan amenazante como dos portaviones nucleares”.
¿Entonces? No padecen paranoia los rectores de la superpotencia. Con Nadal admitamos que quizás en ese propio vigor radique el talón de Aquiles del numerario. Así como su aceptación como divisa por antonomasia conduce a una mayor adhesión a este como reserva de valor en un proceso acumulativo, los signos de debilidad pueden llevar a una más acusada fragilidad en un ciclo de agotamiento.
“Esos cambios pueden tardar mucho menos de lo que se cree en tiempos normales. Una combinación de acontecimientos podría traer cambios profundos en cuestión de pocos años. La importancia del dólar en las transacciones comerciales a escala mundial ha ido disminuyendo gradualmente, pero esa tendencia podría acelerarse notablemente en los próximos años. Hoy, los contendientes del dólar más fuertes son el euro y el yuan. El euro sufrió un descalabro con la crisis de 2018, pero ha podido sobrevivir. El yuan chino se fortaleció en 2016, cuando el Fondo Monetario Internacional lo incluyó entre las divisas que sirven para determinar el valor de los derechos especiales de giro. La creación del mercado de futuros chino para el petróleo ha servido para dar un nuevo aliento al yuan, aunque se mantiene su rezago frente al dólar. En síntesis, la irritación europea por lo que se considera el privilegio exorbitante de EE.UU., así como las aspiraciones de China, se combinan para constituir la amenaza más seria para la hegemonía del dólar. La próxima recesión podría debilitar el papel del dólar más allá de los remedios que la Reserva Federal podría tratar de implementar”.
Y se sabe: el reino de Yanquilandia no alcanzaría a sostenerse como tal. Por ende, eventos como la salida a la luz del Petro bien valen una ¿invasión?, que no una misa.
El neoliberalismo, su paso “señorial”
Algo que deben de estar aplaudiendo en la ciudad del Potomac, y que tal vez haya coadyuvado sobremanera a la reactivación de la aludida atención a la América Nuestra, y simultáneamente en buena medida haya devenido de ella, en dialéctico discurrir, es el retorno de la urdimbre del neoliberalismo, en medio de la satanización del progresismo, el cual, deslices aparte, vio menguar su capacidad distributiva por la caída de los precios de las materias primas, originada por la ralentización de la economía planetaria.
¿Habrá llegado ese ya veterano régimen para quedarse por los siglos de los siglos, amén? No, si tomamos en cuenta cierta “veleidad” pendular de la historia. Y si otorgamos crédito a Emir Sader, quien lo niega de plano y subraya los mismos errores que antaño cometió el Sistema. En enjundioso artículo aparecido en Rebelión, el conocido pensador rememora que cuando la derecha latinoamericana regresó por sus fueros a “algunos de nuestros países -Argentina, Brasil, Ecuador— se podría pensar que habría aprendido de sus derrotas y del éxito de los gobiernos que le sucedieron. No en vano la prioridad de las políticas sociales en el continente más desigual del mundo le propinó sucesivas derrotas. A tal punto que sus mismos candidatos han pasado a alabar las políticas sociales, pero sin cambiar su propuesta económica, en la que no hay sitio para éstas. Pero aun así admitían que esas políticas tenían la simpatía del pueblo y debían reconocerlas. Pero no bien volvieron a gobernar han mostrado cuan demagógico era ese reconocimiento.
“Han demostrado que no han aprendido nada de la realidad, aun con las duras derrotas que les fueron propinadas. Podrían, a lo mejor, apelar a la vieja idea de la ´tercera vía´, diciendo que ´no tanto mercado, no tanto Estado´, al viejo estilo de Tony Blair. Pero no, no han revelado ningún tipo de imaginación, ni siquiera al nivel del discurso. Se han puesto, de inmediato, a imponer la prioridad del ajuste fiscal. Porque a esto se reduce su fórmula, de nuevo y siempre: recorte de gastos públicos, prioritariamente de las políticas sociales, de los sueldos de los empleados públicos, privatización de patrimonio público, desregulación de la economía, apertura hacia el mercado externo…”
Se asume la añosa cantilena de que los problemas dependen de los gastos excesivos del Estado, evoca Sader, y que, por lo tanto, su solución requiere el adelgazamiento de este; que los derechos sociales están de más y se ha vivido por encima de las posibilidades “(esto es, los pobres habrían dilapidado el crecimiento económico y ahora tienen que ser puestos de nuevo en su debido lugar de mano de obra barata y disciplinada)”.
Como consecuencias, ha retornado la recesión, los déficits públicos han aumentado más todavía, la inflación no ha sido controlada. El peor de los escenarios para la gran mayoría. ¿Quién medra aquí? Los bancos, el capital financiero, la especulación: una minoría que atesora gigantescos dividendos. De hecho, sí hay dinero, en manos de los que abjuran de las inversiones productivas, “de los que viven del endeudamiento de los gobiernos, de las empresas y de las familias, que cuanto más endeudados estén, más ganancias aportan a los bancos. Es la lógica de la locura de nuestras economías”.
Así que “la forma de sobrevivir es el archiconocido guion: menos pan, más palos. Sea por la represión directa, que tiene límites, sea por la reformulación del sistema político y jurídico, para tratar de impedir que ese descontento creciente alimente alternativas antineoliberales, que afectarían al corazón mismo de los intereses del gran capital, siendo esa la razón de que el poder judicial y la policía vengan desempeñando un rol fundamental evitando que el descontento social se traduzca en fuerzas políticas fuertes en la oposición”.
Ah, en la barahúnda del caos, la esperanza. Para el sociólogo mencionado, un modelo tal, hoy día, no tiene ninguna capacidad hegemónica, razón por la que requiere un estatus de excepción para instalarse y para mantenerse en el Gobierno. “Necesita perseguir e intentar impedir que los liderazgos que representan visiones radicalmente antagónicas puedan ser candidatos: […] están los casos de Lula, Cristina y Rafael Correa. La lucha antineoliberal es así indisociable de la lucha democrática, de resistencia […]”.
De ahí la importancia de defender hasta con las uñas –y perdonarán la manida imagen- uno de los reductos revolucionarios que constituye Venezuela, diana de un imperio que se vuelve hacia América Latina con fuerza ímproba. Imperio al que, en alto grado se deba el que la región, en palabras de Juan J. Paz y Miño Cepeda, en PL, se encuentre en camino debilitado. “De acuerdo con el Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe 2018 (https://bit.ly/2PRzXch) […], en 2019 sólo crecerá en un promedio del 1.7%”.
En ese contexto, “el caso de Ecuador parece singular: a pesar de la recesión de años anteriores, logró crecer al 2.4% en 2017, por las políticas económicas que administró Rafael Correa hasta el fin de su gobierno en mayo, pero será del 1.0% en 2018 y se proyecta una leve reducción al 0.9% en 2019. Las consideraciones y datos de la Cepal permiten entender que el Gobierno de Lenín Moreno tiene la responsabilidad en esta conducción económica y en la desaceleración, una vez que debilitó conscientemente las políticas fiscales, bajo el supuesto teórico de que el achicamiento del Estado, el perdón de deudas fiscales y la remisión de impuestos hasta por 20 años, son incentivos para la inversión privada. Mientras los análisis internacionales demuestran la falsedad de semejantes conceptos, internamente sigue el ridículo gubernamental de acusar al ‘correísmo’ ya no solo de los malos resultados económicos del presente, sino hasta de la necesidad de adoptar las medidas que el morenismo ha tomado, bajo el argumento de una grave herencia, sobre la que los datos empíricos dicen todo lo contrario”.
Por su lado, “la Cepal insiste en las políticas públicas; el fortalecimiento del activo papel de las políticas fiscales para los ingresos e inversiones; el control estatal sobre la elusión y evasión tributaria, así como sobre los flujos financieros ilícitos (como los que van a paraísos fiscales, cabe anotar); recalca la necesidad de los impuestos directos, así como los de tipo saludable y verdes; la reorientación de la inversión pública a proyectos de impacto sobre el desarrollo sostenible, la reconversión productiva, nuevas tecnologías e inversión verde; apunta a que se resguarde el gasto o inversión social; y hasta el cuidado sobre la deuda pública, sujeta hoy a la incertidumbre de costos y niveles”.
Solo Bolivia exhibe eficacia y superiores resultados, por cuanto el Ejecutivo de Evo Morales acabó con el neoliberalismo y la mitología proempresarial y puso en práctica las estrategias y regulaciones coincidentes con la línea de pensamiento cepalino, “de modo que el motor del crecimiento ha sido la inversión pública, además de que mantuvo e incrementó la inversión social, que mejoró las condiciones de vida y de trabajo nacionales, por lo cual en 2018 creció al 4.4% y se espera que en el 2019 seguirá igual dinamismo”. Y apuntemos que hay expectativas de reforma atinada en México, con la conducción de Andrés Manuel López Obrador.
Al fin y al cabo, en la América Latina de gabinetes empresariales no existen perspectivas para un futuro de paz con dignidad y Buen Vivir para los más, como acota Prensa Latina. El actual se presenta como un año para reconstituir el espacio de las izquierdas, empezando por el trabajo en los sectores populares, no simples electores, sino piezas que recaban constituirse en poder sostenible. A un tiempo, se demanda una labor ideológica y cultural permanente, que contrarreste el pensamiento hegemónico de las derechas y el regreso enfático de esta región al colimador del Tío Sam.
Eduardo Montes de Oca
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