América latina en un marco de crecientes disputas geopolíticas

El mundo afronta enormes cambios estructurales cuya evolución es de enorme significación, pero muy incierta. El ahondamiento creciente de disputas geopolíticas es un signo de cambio de época. Resultan evidentes el crecimiento de peligrosas tensiones, la más notoria de las cuales ha sido en el último período el crescendo de medidas y contramedidas de levantamiento de aranceles a las importaciones entre Estados Unidos y China, que no eran previsibles solo poco tiempo atrás.

En este marco notoria la contradicción que, en tanto se siguen planteando los indudables beneficios de la vinculación de las sociedades por las nuevas formas de producción y la gran facilitación de las comunicaciones y la logística del transporte gracias a raudos cambios tecnológicos, se ahondan las diferencias de desarrollo entre países centrales y periféricos y se han profundizado la concentración económica y la prevalencia de empresas y formas de inversión transnacionales. Por cierto, se generan en la sociedad tensiones e interrogantes que, se reconoce en forma cada vez más generalizada, no pueden dirimirse por la mera confianza en los mecanismos automáticos de ajuste y equilibrio de los mercados.

Una de preguntas, no menor, es si acaso el objetivo histórico de integración regional a través de políticas públicas activas, iniciativas e instituciones latinoamericanistas puede seguir siendo o no una aspiración y referencia vigente para el desarrollo, la cooperación y complementación para los países de América Latina (Marchini, Kupelian, Urturi y Wierzba, 2013). De allí́ la necesidad de analizar cuáles son las alternativas (condiciones, ventajas, y debilidades) para afrontar en común la agudización de problemas de un nuevo marco histórico complejo que convoca también a fuertes reposicionamientos estratégicos internacionales.

En las últimas décadas América Latina ha vivido significativas alteraciones de sus escenarios políticos y económicos. La “década perdida” de los años ´80 derivó en las crisis de la deuda e hiperinflaciones que sepultaron las genuinas esperanzas de mejoramientos con la restitución democrática luego de dictaduras. Los “años ´90”, que prometían poner a la “vanguardia del mundo” a la región por la preeminencia de gobiernos neoliberales, terminaron con desastrosas desarticulaciones económicas financieros y sociales. El nuevo siglo de “los 2000”, luego de un periodo inicial de dolorosos ajustes y reestructuraciones, derivó en una época esperanzadora tanto por el surgimiento de gobiernos “populares” anti-neoliberales ponderando la necesidad de unir la región y restituir el rol del Estado para atender la deuda social, como por un crecimiento económico sostenido ejemplar, sólo comparable con los países asiáticos. Pero sin lugar a dudas, este ciclo ha cambiado abruptamente en el último período.

Superar la pobreza, un viejo pendiente para América Latina y el Caribe

Nuevamente se vuelve a hablar en ámbitos académicos internacionales de “irremediable crisis de América Latina” (Campos Herrera-Umpierrez, 2019). Se multiplican el desconcierto y los interrogantes: ¿Qué ha ocurrido? ¿Se trata solo de un sino indefectible e insondable de ciclos repetidos de auge y caída que parecen repetirse irremediablemente cada década? ¿Qué nuevos debates y análisis están pendientes?

En el plano económico, el desafío general es que es preciso volver a analizar la relación con los viejos dilemas del desarrollo periférico (Prebisch, 1968). Vuelve a ser esencial el interrogarse si acaso es factible la superación de la histórica prevalencia de la especialización mundial de los países latinoamericanos en la explotación y exportación de productos primarios –y/o de baja industrialización– y, la repetición de un ciclo de balanzas de pagos negativas con la paralela subordinación a movimientos de capitales internacionales que las hace altamente dependientes y vulnerables a crisis externas.

La globalización ya no es lo que era 

Si bien en un principio los efectos negativos de la crisis mundial 2007/2008 se hicieron sentir centralmente en los países centrales más expuestos por la explosión de una burbuja especulativa y la magnitud de créditos impagables, la evolución posterior demolió rápidamente la ilusión surgida al iniciarse la crisis: que los países productores calificados de materias primas podrían haberse “desacoplado” por primera vez de una crisis internacional (Wylde, 2012). No sé evaluó oportunamente que el crecimiento había sido impulsado por condiciones excepcionales positivas, pero no sustentables en el tiempo en el mercado mundial relacionadas circunstancialmente con un auge de la demanda de nuevos mercados asiáticos. Esta se basaba en gran medida en un crecimiento artificial del crédito con sofisticados reaseguros altamente especulativos que conllevarían justamente a su expresión en una crisis más amplia.

La ilusión que el problema estructural recurrentemente explicitado por los pensadores económicos de la periferia sobre los términos de intercambio negativos para los productos primarios podría haber sido definitivamente revertido por el auge de nuevas economías emergentes, quedó desarticulada por la evolución posterior. Sobre todo desde el año 2012, se ha puesto en evidencia la vulnerabilidad de América Latina a la caída de los precios de los commodities de exportación (petróleo, alimentos, minerales, etc.), y a la incertidumbre y las presiones que provoca la dependencia a flujos de crédito e ingreso de capitales de corto plazo cuando han crecido para toda la región los déficits en las balanzas de pago. Las dificultades han ido influyendo en forma distinta en cada país dependiendo tanto de su especialización como de las reacciones políticas y sociales al cambio abruptamente negativo de ciclo (CEPAL, V.A).

Estancamiento de los flujos de comercio internacional

La cruda realidad es que ha quedado en evidencia que los serios problemas y desequilibrios que persisten en la economía mundial ahondan la vulnerabilidad regional. La mayor globalización y liberalización de los mercados no ha sido garantía para la continuidad del crecimiento, sino, por el contrario, ha pasado a ser en el último período fuente de crecientes dificultades y aún mayores desequilibrios. La vulnerabilidad es mayor al ser las economías periféricas más expuestas por la aversión al riesgo del capital en un período de incertidumbre. Ha ido aumentando fuertemente el endeudamiento público para compensar desequilibrios y movimientos de capitales, siendo además la volatilidad, facilitada por la enorme desregulación financiera internacional, que no se ha revertido en los últimos años sino, por el contrario, ahondado (Bari y Gallagher, 2015).

La incertidumbre es mayor con el entramado cada vez más complejo de la globalización, al no contarse con grados de autonomía nacional o regional para fortalecer economías rebalanceando la relación entre sus dinámicas internas y externas. Se ha profundizado la endeblez por la dependencia a mercados de exportación en baja y de capitales externos inestables. Se ha planteado en los debates en organismos internacionales, aunque en forma limitada, la necesidad de nuevas instancias que contemplen los mayores desequilibrios comerciales y financieros que no se solucionan con ajustes automáticos de mercado (Marchini, 2015).

El equilibrio alcanzado y los mecanismos de consulta y coordinación pos-crisis son aún provisionales y limitados. Persisten diferencias y tensiones que siguen siendo afrontadas circunstancialmente, caso a caso, con las habituales medidas de ajuste del FMI. Tampoco existe claridad sobre cómo establecer una posición independiente ante confrontaciones geopolíticas inéditas en un mundo que afronta también cambios inciertos y conflictos delicados generales que pasan a afectar, aun siendo en un principio en forma indirecta, a la economía mundial.

Para los países periféricos, como son todos los de América Latina –incluyendo los países mayores como Brasil, México y la Argentina–, está abierto de hecho el debate sobre su rol internacional y su capacidad, o no, para llevar adelante estrategias alternativas y posiciones comunes para desarrollar una perspectiva diferenciada que conlleve no continuar siendo sólo tributarios de condiciones e intereses fuera de su incumbencia, sino a ser actores y participantes activos en la determinación de su destino con una agenda que dimensionen capacidades y esfuerzos con sus prioridades democráticas.

No es de esperar que en un mundo con mercados mayores en baja, mayor proteccionismo en países y menores flujos de capitales hacia mercados periféricos cada vez más endeudados, los países de la región recuperen las tasas de crecimiento que alcanzaron pocos años atrás. Los pronósticos que aseveraron que las economías alcanzarían en un período de mayor liberalización una tónica permanentemente ascendente han sido equivocados. Es imprescindible, por lo tanto, dimensionar la necesidad de una perspectiva realista y diferenciada, fortaleciendo mayores lazos complementarios que atiendan, y no desnivelen aún más, desequilibrios y asimetrías.

Comprender claves proteccionistas

Se presentan opiniones e interpretaciones diversas en relación a los motivos que estarían determinando en el último período un menor dinamismo del comercio mundial. Una de ellas hace hincapié en que la caída del impulso sólo estaría reflejando el final del período de rápida integración de China y los países del Este de Europa a la economía capitalista, habiendo ya cubierto la etapa más expansiva de urbanización y re-especialización productiva en relación al mercado mundial (Hofman y Kuijs, 2015). Otra explicación ubicó el fenómeno en el cambio de composición del comercio global hacia productos con menor elasticidad de demanda (OMC, 2016). Una tercera perspectiva puso la atención en los cambios tecnológicos ya en marcha en la manufactura industrial que van permitiendo la flexibilización de procesos complejos de producción en unidades independientes (Ejemplo: impresoras 3D, fabricación por adición) (Lipson, 2011). Por último, un factor, que se entiende de creciente influencia, fue el reconocimiento de la existencia de una creciente tendencia de los gobiernos a apoyar la fabricación local y sustituir importaciones ante las restricciones de las balanzas de pago, reduciéndose de tal forma los incentivos para la exportación de productos y servicios por parte de las empresas y personas (Keithley, 2015).

El menor impulso de las “cadenas de valor” conlleva a menores movimientos en el comercio internacional al reducirse relativamente la significación de las transacciones de partes (contabilizadas en su importación a fabricantes) y su inclusión posterior en productos finales exportados. De todas formas, ello podría ser contrarrestado por la dimensión mayor que ha ido ganando la internacionalización de servicios, claro que persistiendo muy desequilibrado entre países proveedores y receptores de éstos. Siguen presentes factores que pueden facilitar aún la división productiva en escala, como ser la mayor facilidad de las comunicaciones y la reducción de los precios de fletes por su mayor eficiencia, nuevas formas de producción flexible y el menor costo de los combustibles por el menor precio del petróleo. Como contracara, y con factores imprevisibles, se encuentran los riesgos geopolíticos por mayores tensiones y conflictos internacionales.

Las nuevas condiciones del comercio mundial afectan de distinta manera a países, sectores y regiones geográficas. Generan dificultades en particular para los países más vinculados a cadenas de valor proveyendo mercados en recesión o en fuerte reestructuración. La caída de las exportaciones puede llevar a suponer que la devaluación de las monedas podría ser la vía más rápida para recuperar la competitividad, pero su efecto quedaría neutralizado si se entrara en una disputa con otros países competidores a través de devaluaciones competitivas. De ampliarse la aplicación simultánea de políticas y medidas de ajuste ortodoxo podría generarse un peligroso círculo vicioso de recesión más generalizada por menor demanda, menor producción, menor empleo y mayores tensiones proteccionistas, y abismar aún más diferencias de productividad entre los países más y menos desarrollados.

La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos escaló las tendencias proteccionistas

Ya en la perspectiva de América Latina, y en forma similar también para todos los países periféricos, surgen interrogantes: ¿Marchan las relaciones intrarregionales a conformar un nuevo tipo de cooperación Sur-Sur? ¿Se continuará la tónica común de relaciones entre países grandes y pequeños de acuerdos de libre comercio asimétricos? ¿ O la agudización de la multipolaridad brindará márgenes y/o la necesidad de posiciones más independientes? ¿Es posible fortalecer la unidad regional considerando también la necesidad de asimetrías entre los países más grandes y pequeños (Ejemplo: ¿reclamos de países de menor envergadura del MERCOSUR en relación a los más grandes – Brasil, la Argentina–)? ¿Se abre un marco multipolar más propicio para políticas alternativas y grados de autonomía en la medida que se cuente con una visión estratégica que incluya la defensa de los intereses nacionales en forma armónica y no confrontada con el equilibrio externo, la complementación regional y la participación armónica en el comercio mundial?

Conclusiones: Cuestiones insoslayables

A pesar de las previsiones repetidas equivocadas del comienzo de un período de mayor crecimiento, la recuperación de la economía mundial en la última década ha sido débil, y ello se ha reflejado en forma muy evidente en América Latina. Los desequilibrios crecientes puedan estar llevando de nuevo a un escenario crítico (FMI, 2019). Entre los signos más serios deben ser mencionados: la creciente brecha en la distribución de la riqueza entre los países y dentro de cada sociedad; la caída del comercio mundial; la inestabilidad de las condiciones monetarias y financieras internacionales; y el empeoramiento de las balanzas de pagos de muchos países. Se observa también el reconocimiento que las políticas activas llevadas a cabo por los países centrales para superar la crisis de 2008 fueron muy limitadas; no revitalizaron el crecimiento económico, a pesar de los enormes recursos públicos colocados especialmente para el rescate del sistema financiero provocando, en forma contrapuesta crecientes, desequilibrios fiscales y mayor endeudamiento público y privado.

En este sentido, es necesario introducir la cuestión de si la cooperación está en aumento o en disminución, sobre todo cuando se anuncian nuevas metas para el desarrollo. Seguramente la respuesta no puede ser lineal, particularmente por el amplio espectro en el que la palabra “cooperación” puede interpretarse. Por un lado, si se entiende como la conciencia adquirida de que las fallas no están relacionadas sólo a los países de la periferia –que “no” saben cómo comportarse–, sino que en cambio son globales y sistémicas, la respuesta debe ser firmemente que sí: el reconocimiento que los problemas y desafíos actuales no son individuales, sino que son globales y sistémicos, ha crecido de manera positiva.

Economía mundial atraviesa por una coyuntura crítica

Pero si interpretamos la palabra “cooperación” como los principales avances en los esfuerzos comunes para hacer frente a los problemas fundamentales de nuestra sociedad, especialmente con respecto a las brechas de desarrollo entre los países y la fragilidad de los sectores más vulnerables, es posible afirmar que el empeoramiento es notorio. Las políticas regresivas de los repetidos “ajustes” que tan bien conocemos a través de la experiencia en América Latina, castigan especialmente a los más débiles y no resuelven problemas estructurales. De hecho, contribuyen a un círculo vicioso de ajustes adicionales que conducen a una mayor recesión, empeorando, por lo tanto, las posibilidades de recuperación.

Se han ido profundizando problemas de enorme significación tales como: el desorden en los precios relativos, los crecientes desbalances en las balanzas de pago, la competencia solapada por inversiones externas entre países con concesiones desproporcionadas y desequilibradoras, tensiones con las migraciones, el retorno del crecimiento del desempleo y marginalidad social, entre otros.

No intentar honestamente abrir el campo para el análisis, la reflexión y el debate sobre las cuestiones anteriores, sería aceptar sin más la continuidad de impresiones silvestres superficiales. Resulta notorio que es habitual, sobre todo en períodos críticos, responsabilizar sin fundamento objetivo a países, pueblos, culturas o movimientos sociales; ello tanto para ser utilizados como “chivos expiatorios” ante la falta de respuestas, como para hacer cargar los costos de ajustes y daños provocados por crisis recurrentes a quienes no corresponde hacerlo. No debiera aspirarse sólo a una manifestación de “buenas intenciones”, sino a diagnósticos realistas y a propuestas y acciones concretas, viables y realizables a partir de condiciones objetivas. Deberían, por supuesto, tomarse en consideración condiciones políticas y económicas reales existentes, tanto nacionales como regionales e internacionales.

El cambio del modelo de acumulación/desarrollo no puede ser sólo “hacia afuera”, sobre todo cuando éstos no tienen dinamismo de demanda y prevalece el “sálvese quien pueda”. Es preciso fortalecer mercados nacionales y regionales, de forma también que los eventuales beneficios de mejoras en el crecimiento y la productividad por la inversión no sean social y económicamente concentrados, sino integrados y dinamizadores.

Es indispensable generar análisis serios y propuestas que superen preconceptos y lugares comunes repetidos sin fundamento. Como en todo momento de encrucijada, es preciso comprender para hacer. Sin ello, únicamente cabría resignarse “a lo que depare un destino inexplicable”. Los cambios geopolíticos a nivel mundial convocan a las sociedades a ser actoras en nuevos escenarios y no solo meramente espectadoras.

Jorge Marchini

Jorge Marchini: Miembro del Grupo de Trabajo “Integración regional y unidad latinoamericana” de CLACSO. Licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires, UBA. Actualmente, es profesor titular regular de Economía, Ciclo básico común, Facultad de Ciencias. Económicas, UBA. Vicepresidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana, FILA. 

Referencias bibliográficas: 

Bari, C., Gallagher, K. (2015). Governance. New Jersey: Wiley Periodicals Edition.

Comisión Económica Para América Latina (CEPAL). (V.A). Estudio Económico de América Latina y el Caribe. Santiago de Chile: Varias ediciones.

Campos Herrera, Hernán; Umpierrez de Guerrero, Sebastián (2019). Populism in Latin America: Past, Present, and Future. Revista Latin America Politics and Society Volume 61, Universidad de Miami, EE.UU, febrero 2019

Fondo Monetario Internacional (FMI). (2018). Outlook for Latin America and the Caribbean: An Uneven Recovery, Washington, Octubre 2018. En internet disponible en https://www.imf.org/en/Publications/REO/WH/Issues/2018/10/11/wreo1018

Hofman, B., Kuijs, L. (2016). Rebalancing China´s Growth. Washington: Peterson Institute. En internet disponible en https://piie.com/publications/chapters_preview/4150/03iie4150.pdf

Keithley, D. (2015). The USA and the World. Maryland: Rowman and Little field Publishers.

Lipson, H. (2011). 3D Printing: The technology that changes everything. Revista New Scientist.

Marchini, J. (2015). Claves de las negociaciones multilaterales luego de la crisis 2007/2008. Buenos Aires: CEFID-AR.

Marchini, J., Kupelian, R., Urturi, A., Wierzba, G. (2013). La unidad y la integración de América Latina. Su historia, el presente y un enfoque sobre una oportunidad inédita. Buenos Aires: CEFID-AR.

Organización Mundial del Comercio (OMC). (2016). World Trade Report 2015. Washington: OMC.

Prebisch, R. (1968). Problemas del Desarrollo de los Países Periféricos y los Términos de Intercambio. Buenos Aires: Ediciones Amorrortu.

Wylde, C. (2012). Latin América after Neoliberalism. Londres: Springer Editor.

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