América Latina y el Caribe: Urge una auténtica política de Estado para la fauna y la flora
Los que hace miles de años llegaron de otras partes a poblar América, encontraron un territorio con una inmensa diversidad biológica. Supieron adaptarse a las nuevas condiciones naturales y utilizar esa riqueza. Cuna del maíz, en América comenzó a reducirse con la violenta llegada en el siglo XV de la civilización
que traían los conquistadores españoles y portugueses; y después los ingleses y franceses. Impusieron a un alto costo sus formas de explotar la tierra y los recursos naturales.
Alteraron a veces de manera irreversible las culturas que descansaban en una sabia relación con la que todavía hoy los descendientes de los conquistados llaman la Madre Tierra.
Tras el oro y la plata, y luego del azúcar, el tabaco, las maderas preciosas y otros productos, los nuevos dueños del continente arrasaron bosques y selvas, alteraron el cauce de los ríos y empobrecieron regiones enteras. En Estados Unidos y Canadá la devastación fue enorme a la par que desplazaron y diezmaron las comunidades indígenas.
En México, los conquistadores se asombraron con la belleza de la Gran Tenochtitlan y la forma de utilizar el agua y cultivar en terrazas diversos productos. En la región costera del Golfo, como los olmecas y otras comunidades aprovechaban los abonos que traían los caudales de sus majestuosos ríos. Pero el agua fue un enemigo para crear los nuevos asentamientos humanos y las formas de producción europeas.
Los especialistas de diversas disciplinas han valorado el daño que todo esto significó a prácticas agrícolas y, de manera fundamental, a la riqueza natural. A ello se agregó después de la independencia de España y Portugal, las políticas gubernamentales, especialmente desde el siglo pasado, en complicidad con los grandes intereses trasnacionales. Pese a todo, el continente posee una incalculable biodiversidad. Sobresalen al respecto Brasil, Venezuela, Perú, Ecuador, Bolivia, Paraguay y Colombia, que comparten el extenso territorio amazónico, pulmón verde del planeta. México igualmente es una megapotencia.
Sin embargo, la riqueza en fauna, flora y microorganismos del continente, se diezma cada día. Un dato: Amérca Latina tuvo el último medio siglo la mayor pérdida de biodiversidad del mundo. Las poblaciones de mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios se redujeron en promedio 94 por ciento. Destacan las de agua dulce: reptiles, peces y anfibios. Y que una de cada cinco especies vegetales, especialmente en el trópico, están en peligro de extinguirse. Igual pasa con los insectos, como las abejas.
Las causas principales de esta tragedia son la pérdida de hábitat, la sobreexplotación de especies y el desplazamiento de muchas de ellas por las invasoras; la contaminación; imponer la ganadería extensiva, los monocultivos de exportación y las cosechas de alimentos a costa de bosques y selvas; la expansión de las áreas urbanas y la infraestuctura pública y privada. Y ahora el cambo climático.
En México, erróneas políticas de ocupación del territorio arrasaron las últimas siete décadas con 60 por ciento de los bosques y selvas de Veracruz y más de 5 millones de hectáreas en Tabasco y la península de Yucatán para fallidos programas agropecuarios y de colonización. Las imponentes selvas de Uxpanapa, Lacandonia y Chimalapas, diezmadas cada vez más. Hay deforestación en el estado de México, Guerrero y Morelos; en Michoacán, para siembra de aguacate; en Durango y Chihuahua, al amparo de narcos. Sobrexplotación pesquera y severos daños a manglares y arrecifes. Pésima administración del recurso agua, que ya falta en muchos centros urbanos y en el agro. Centenas de especialistas en el tema ambiental, sin empleo. Cito un caso de pérdida de biodiversidad pese a décadas de programas para protegerla: la pronta desaparición de la vaquita marina.
El país tiene una Comisión Nacional para la Biodiversidad que ofrece datos muy precisos de lo que sucede y alerta sobre la necesidad de cambiar un modelo de crecimiento depredador del medio ambiente. Igual lo hacen los centros de investigación de las universidades y del gobierno. Nos muestran la urgencia de establecer una auténtica política de Estado para conservar la fauna y la flora, mucha de ella endémica. Pero cada sexenio se incumplen las promesas de los funcionarios de conservar y utilizar racionalmente esa inmensa riqueza natural. ¿Hasta cuándo los ciudadanos permitiremos esto?
Iván Restrepo
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