Argentina – ¿Cómo se resuelve el problema clave?
Por supuesto, no hacía falta el dato oficial de enero para certificar que los precios de productos esenciales continúan subiendo casi sin parar. Y que el horizonte pinta más negro que despejado. Es el problema clave, porque los otros aspectos de la vida económica son secundarios si la inflación no es siquiera amortiguada en forma progresiva.
Dicho en términos clásicos: arreglar o controlar el proceso inflacionario es condición insuficiente pero necesaria para seguir hablando y encarando todo lo demás.
Históricamente, estudiosos y economistas de las tendencias más variadas han coincidido en que la inflación, como la fiebre, no es una enfermedad sino un síntoma (al que, ahora, el propio Fondo Monetario remite a factores “multicausales” y no sólo a la monserga de la emisión monetaria).
Pero en Argentina, sin que se deba ser un especialista para arriesgarlo, la inflación ya tiene un carácter de dinámica propia, inercial, que sí la transformaría en un padecimiento permanente antes o además que en un síntoma.
Andres Asiain, director del Centro de Estudios Scalabrini Ortiz, es uno de los economistas que plantea asumir que la inflación, entre nosotros, ya se “independizó” de sus causas. Alfredo Zaiat lo remarcó, asimismo, en su nota de ayer.
Todos los actores sociales y no solamente los grandes “agentes económicos” tienen incorporado que la inflación pasada debe aplicarse al cálculo de la futura, y nadie confía en que la futura quede sujetada por instrumentos parciales (emisión cero, dicen los liberales; o controles de precios, dicen entre otras cosas los heterodoxos que los liberales denominan “populistas”).
Sean los valores del alquiler que demuelen a inquilinos y pequeños propietarios, sea que un tomate pueda costar 100 pesos, sea que haya la locura de que no existe el crédito hipotecario, lo cierto es que la economía argentina no tiene precios de hoy para mañana.
Cuando la inflación toma impulso se desliza sin necesidad de motor. Y los planes que pretendieron manejar esa inercia, a corto y mediano plazo terminaron fracasando porque no fueron de largo aliento en cuanto al pacto social que debía sustentarlos (el Austral con Alfonsín, la convertibilidad con Cavallo y el propio Macri que recibió un país con el 23 por ciento de la inflación que arreglaría en cinco minutos y la llevó al 50, con emisión nula, gobernando para sus amigos o cómplices; la excepción podría haber sido Gelbard en el ’74, pero, entre otros detalles, se murió Perón).
Si ahora quisiera intentarse un gran acuerdo social, al estilo de lo que Asiain formula aclarando que si es por propuestas puede haber montones, más drásticas o más suaves, como probar un arreglo con cámaras empresariales, industriales y sindicatos para congelar precios en un período equis, y asentar salarios que estén unos puntitos arriba de la inflación para recomponer capacidad de consumo, ¿con qué fuerza política se lo hace? ¿Con cuál liderazgo de penetración masiva?
¿Eso es Cristina o el “kirchnerismo duro”, cuya representación popular es tan insuficiente como para que Cristina haya debido recurrir a Alberto con el objetivo prioritario de sacarse de encima a Macri?
¿Eso es Alberto o el “albertismo”, si como tales se entiende la jugada de que los factores del Poder darían respiro por haber puesto a un moderado a cabeza de la fórmula presidencial?
¿Eso es qué, que no sea facilismo declamatorio?
Se formula ese interrogante sin certezas sobre cuál es la respuesta. Sí, con la seguridad de que cabe la pregunta.
A lo sumo, uno opina que Alberto y Cristina todavía tienen espacio (y que de lo contrario deberían reacomodarse y promoverlo) para mostrarse unificados en una convocatoria amplia, frente a los sujetos económicos y sociales que se juzguen determinantes, a fines de una estrategia de alcance sostenido.
Ni se puede tener un millón de amigos para evitar toda confrontación, ni se debe eludir que para acumular y articular Poder resulta imprescindible seleccionar aliados tácticos que nunca serán de agrado completo.
Es recurrente citar apuntes de construcción política que Jorge Alemán refrescó en su artículo de este diario, la semana pasada, que de obviedad no tendrían nada si es por las reacciones adversas provocadas entre algunos o varios de quienes, se supone, están en el mismo palo respecto de caracterizar la contradicción principal.
“Nunca una posición es más de izquierda, o más crítica, o más consecuente, (sólo) por sus enunciados”.
Es aquello de no perderse entre los vericuetos del “izquierdómetro”, que compite con medidores similares. Hay también el peronómetro, el troskómetro y sus etcéteras.
Los debates, las deducciones, las decisiones, no pueden mantenerse en un declaracionismo voluntarista, sino en (resumen del firmante) dos cuestiones: a) qué mayoría social está conectada con lo que se pone en juego, y b) qué proyecto político puede asumir de modo duradero una renovación del Estado (que estimule la formación de esa mayoría).
Para ejemplificar e insistir con lo ya opinado en esta columna: no existe ninguna probabilidad de que el acuerdo con el Fondo Monetario sea cumplible; el Gobierno no hace ni hará más que patear la pelota lo más lejos que puede y, en cualquier hipótesis, los problemas estructurales de la economía argentina no pasan por la ficción (mutua, del FMI y de Argentina) de pagarle al organismo (y a los acreedores privados) en el escenario impuesto o conseguido.
Toda la energía que vuelca la burbuja ultra-politizada en admitir o rechazar el arreglo con el Fondo, que por lo que se conoce significará pago propio dentro de dos años y pico, debería dedicarse a cómo se resuelve o administra un drama inflacionario que a la clase media y a una pobreza extendida le sigue pegando ya. No en esa ficción y/o proyección de lo que habría que empezar a pagar a mediados de la década.
Es allí donde el Gobierno hace agua y donde, si es por la interna del Frente de Todos, entre el silencio de Cristina (¿que quiere decir qué?), la renuncia parlamentaria de Máximo, las pujas a cielo abierto y las chicanas en los bloques de Diputados y Senadores, los dimes y diretes entre el “kicillofismo” y La Cámpora, da la sensación de no hallarse a la altura del riesgo específico que se corre.
Ese peligro es nada menos que el retorno de lo que se sacó de encima para que nunca más volviera.
Están quienes consideran que este Gobierno es lo mismo que Macri y que, ergo, no hay razones para preservar unión o unidad alguna. Ahí es imposible seguir discutiendo porque no hay piso de acuerdo básico.
¿Cómo se polemiza si el único repertorio es el lamentómetro, en vez de buscar salidas, atajos, ensayos, intentos, quizá capaces de trazar una mira de realización efectiva?
Por lo pronto, con una inflación del 50 por ciento no hay oficialismo en el mundo que soporte las urnas. Sirve la cita de otra columna de este diario, la de Luis Bruschtein el sábado, acerca de que, como protesta contra los precios, un sector amplio de las clases populares dirigirá su favor hacia quienes profundizaron el problema, reemplazándolo por otro peor.
El Gobierno, el Frente, sus referentes, sus egos, deberán hacerse cargo de la parte que les toca si la derecha vuelve, casi, como si nada.
Eduardo Aliverti
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