Argentina: Discusión política, aborto y eso de la justicia social

La media sanción contra el aborto clandestino muestra un país imposible de ver cuando se aceptan los razonamientos de alquimistas de la oposición mediática y política. Muchas veces el problema no son esos emisores sino cómo repercuten en el resto. 

Veamos una lista de obviedades.

Es observar cómo la oposición analiza episodios o, más bien, cómo los vomita.

¿Para qué hacer eso y, además, ante un público como el de este diario, que muy mayormente tiene claro de qué se trata ese aspecto?

Quizás: porque puede servir a fines de enmarcar o subrayar ciertas cosas que el vértigo informativo, los ansiosos en extremo, los alquimistas, son capaces de empequeñecer.

Si se cumple la propuesta de impulsar la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, es una maniobra distractiva del oficialismo, hay cuestiones más urgentes y no había necesidad de abordar justo ahora un asunto que divide a la sociedad.

Si Cristina publica una carta con durísimas críticas al funcionamiento judicial y en específico de la Corte Suprema, los ataques son dirigidos en verdad al presidente Fernández porque éste no sabe o no quiere garantizar la impunidad tribunalicia de ella y, de hecho, ella no se dignará a aparecer junto a él ni siquiera cuando se cumple un año de gestión.

Si eso quedó desmentido porque sí se mostraron juntos, miren la cara de ella y la incomodidad de él.

Si las PASO enseñaron algo, a lo largo de toda su historia, es que son una carísima e inservible encuesta electoral.

Si se proyecta suspender las PASO es porque al Gobierno le conviene para aprovechar las dificultades de los cambiemitas, debido a que en comicios de un solo movimiento perderán votos a manos de la troupe libertaria de derechas.

Si el monto y la periodicidad del aumento en los haberes previsionales es una estafa a los jubilados, porque perderán contra la inflación aunque si es por eso nunca perdieron como con Macri, no hay palabra para definirlo que no sea “ajuste”.

Si se corrigen los dos elementos es porque Cristina le marcó la cancha a Alberto, en otra exhibición de que el Presidente es un tarado, o un pusilánime, y quien gobierna es ella.

Si él dice, como dijo, lo elemental de que ella “es una pieza clave”, lo dijo desde una posición de debilidad.

Si él no dice nada, en rigor se expresa desde una posición de debilidad.

Si se deja de lado el congelamiento de tarifas de servicios públicos, es combustible para la inflación.

Si se procura segmentar el descongelamiento según ingresos y carencias revelados por la pandemia, es intervencionismo estatalista y espantará inversiones.

Si las inversiones no vinieron con el gobierno macrista, que terminó en el Fondo Monetario por haber dispuesto financiar con dólares la cuenta corriente, fue por no haber decidido un ajuste estructural de los gastos del Estado.

Si se negocia con el Fondo Monetario para levantar al muerto, el Gobierno es lo mismo que Macri.

Si la cuarentena inicial no sirvió de nada porque ya pasamos los 40 mil fallecidos, siendo que podríamos tener un número muy superior de no haber readecuado el sistema sanitario, ahora el problema es el relajo general porque el plan de vacunación es una incógnita logística que en ningún caso producirá efectos inmediatos y encima la vacuna inicial es sospechosamente rusa aunque las reacciones adversas también inaugurales se aprecian en la inglesa, mientras suecos y alemanes se horrorizan por el desborde pandémico, pero el drama somos los argentinos, y en particular su Gobierno que no da pie con bola aunque haya salvado miles de vidas.

Es muy difícil, o directamente imposible, sostener algún tipo de debate más o menos fructífero en medio de este grado de histeria, por el cual sólo rige una decisión confrontativa que –parece chiste– se le adjudica en exclusividad al oficialismo.

En definitiva, el discurso de la oposición se asienta hasta con furia en la banalidad de “la antipolítica” (indignacionismo, periodistas en guerra, excitados y sobresaltos permanentes) porque en lo político no tiene para ofrecer alternativa alguna y, cuando eso ocurre, son individuos, grupos o grupúsculos, delirantes incluidos, quienes ganan, ocupan o producen el mayor ruido de la zona pública y mediática.

Por supuesto, el problema de qué respuesta da la política a esos intríngulis, mediante sus fuerzas tradicionales, sus partidos, sus organizaciones sociales, sus sindicatos, sus intelectuales, excede al carácter patético de la oposición argentina.

Estamos frente a un desafío inconmensurable, civilizatorio, en el que la derecha se fragmenta si es por su carencia de liderazgos convencionales firmes, pero no en la victoria cultural del (su) neoliberalismo; y la izquierda, genéricamente entendida, balbucea yendo y viniendo con acciones más ligadas a la resistencia que al avance.

En ese escenario y, por tanto, con todas las prevenciones que se quieran, la renovada media sanción para extender el aborto legal es una noticia excelente, pero por fuera de las posturas científicas, filosóficas, religiosas, intuitivas, que tenga cada quien.

La polémica social y parlamentaria del 2018 fue exasperada.

Macri, que se animó a estar un poquito embarazado en el afán de ganar votos como “liberal” convencido de respetar la discusión colectiva, militó en contra del proyecto.

Macri trabajó por debajo de la mesa con las gobernaciones y representantes del conservadurismo provincialista, feudal, eclesiástico o sujeto a las presiones de ese factor, que anida en el Senado.

De hecho, el proyecto del gobierno anterior no fue respaldado por el macrismo en dictámenes de comisiones que administraran el debate con sentido favorable bien que, aun así, la potencia aprobatoria ganada en las calles logró el triunfo en Diputados.

Pero pasaron cosas.

Pasó que, al margen de la derrota senatorial, se instaló abiertamente la tragedia de niñas, adolescentes y adultas sometidas a una clandestinidad tan espeluznante como ocultada.

Pasó que quedó habilitado blanquear la hipocresía como nunca se había visto.

Pasó que el Gobierno tuvo esta vez la inteligencia de presentar el tema como un drama esencial de salud pública, que no puede esperar a que, en alguna oportunidad de vaya a saberse cuándo, dé resultado positivo la educación sexual en condiciones por las que cada geografía distrital hace lo que le canta, con diferencias de clase y accesos económicos cuya resolución debería aguardar, también, a un pronto milagro de los ángeles.

Pasó que, entonces, ahora el debate anduvo por carriles más calmos, sin por eso resignar durezas argumentativas.

Pasó que hasta el obispado católico no elevó sustancialmente la voz en forma institucional, consciente ya de que a la corta o a la larga tiene esta batalla perdida so pena de seguir quedando afuera en esas cosas que el siglo XXI no resiste en sociedades con anchura de libertades civiles (sí sucederá un muy próximo documento episcopal, centrado en la trama, pero sin incidencia contra la ola verde y la decisión política oficial).

Pasó que la composición del Congreso Nacional varió, asimismo, porque lo dictaminó un voto popular que debe respetarse y porque hubo una labor de zapa, completada con “el plan de los 1000 días” igualmente convertido en ley para abastecer salud durante embarazo y primera infancia y bajar mortalidad, malnutrición y desnutrición, proveyendo medicamentos esenciales, vacunas, leche, alimentos.

Se verá cuánto de eso se efectiviza, pero no es honesto decir que, a priori, lo votado ignora primacías de justicia social.

En síntesis, pasó y pasa que, en Argentina, la política mostró que tiene todavía algo o bastante para decir en su sentido orientador y de disputa de intereses.

Como señaló aquí la colega Mariana Carbajal, “con el aborto no se come ni se genera empleo, está claro. Pero es una práctica que atraviesa todos los sectores sociales: las mujeres y personas con capacidad de gestar más ricas y las más pobres abortan, también lo hacen las católicas y quienes profesan otras religiones. Pero las que no tienen recursos ni información, quienes se encuentran en situaciones de mayor vulnerabilidad, son las que pagan con su cuerpo y con su vida las consecuencias de la clandestinidad. Nadie obligará a quien no quiera abortar a hacerlo. Sólo se trata de meter en la legalidad a las que hoy abortan en condiciones de riesgo”.

¿Y acaso eso no es justicia social?

La respuesta afirmativa también es obvia, pero acontece que hay quienes piensan que los avances políticos y sociales son sólo en bloque y en línea recta.

Allá ellos, a través de esa concepción que jamás tuvo éxito en ninguna parte de ninguna época.

Eduardo Aliverti

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