Argentina: El cambio no llega por inercia

En medio de la angustia y la incertidumbre, entre otras sensaciones que brotan en medio del aislamiento por la pandemia, en todos lados se lee y se escucha que después de esta enorme crisis global “todo será distinto”.

Aunque nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que está significando con esas palabras, qué es lo que realmente cambiará y en qué sentido. No es menos cierto que si bien la crisis pone una pausa en las disputas, ni aún en el peor momento desaparecen las luchas de intereses, los tironeos y hasta los movimientos tácticos para posicionarse de la mejor manera para cuando esto pase… aunque nadie sepa tampoco a ciencia cierta cuándo ocurrirá eso.

La crisis impone la pausa, pero no posterga ambiciones ni deroga los intereses. Los problemas se postergan, pero no desaparecen. Y queda en evidencia que, a modo de un ejemplo crucial, los que antes desfinanciaron y destruyeron al Estado hoy se cobijan bajo su manto y le reclaman acciones más allá de sus posibilidades reales. Y aún en estas circunstancias no resignan la práctica del oportunismo para seguir sacando provecho a costa de todo. Por eso promueven cacerolazos o ruidazos contra la política, pero no para reclamar por la actitud de empresarios “miserables” que actúan de manera contraria a la solidaridad que proclaman de la boca para afuera.

Algo similar sucede con la tan mencionada “grieta”. Los mismos y las mismas que hicieron de la división un negocio político hoy se preocupan porque la solidaridad genuina de la gran mayoría de argentinos y argentinas da paso de manera casi dramática a la premisa de la unidad, acompañada de un aumento sorprendente del prestigio y del respaldo a la gestión presidencial. Los inquieta, los molesta. Para muestra basta el gobernador Gerardo Morales, que reincide en la xenofobia pretendiendo decirnos que se trata de un acto de militancia patriótica.

Frente a la idea de que la pandemia nos iguala, se revelan los dueños del capital pero también los propietarios del sistema privado de salud para quienes, de ninguna manera, todos los enfermos pueden ser iguales. Para ellos está claro que unos son los que pagan y otros los que no aportan a sus arcas. Los primeros tienen derechos que, según su entender, de ninguna manera podrían ser trasladables a los pobres que, en cambio, tienen más “derecho” a morirse.

Contrariamente a lo que ha venido afirmando Alberto Fernández cuando sostiene que “lo primero es la salud”, para los representantes del poder real resulta inadmisible que las condiciones que impone la emergencia puedan transformarse en algo “normal”, que diluya las diferencias, que reinstale el protagonismo del Estado y que ponga como prioridad a los pobres. Por eso reclaman cuanto antes el regreso a la “normalidad” capitalista en la que quedan claras y patéticamente expuestas las diferencias. Que no quieran aprovechar la coyuntura –dicen todavía en voz baja– para cambiar el estado de cosas.

Así planteado el escenario, lo que para unos es una oportunidad para otros –en especial para quienes manejan el poder real– comienza a convertirse en una amenaza. Y en consecuencia empiezan a reaccionar, a presionar, a prepararse para “el día después”. Que pretenden, por cierto, que sea cuanto antes.

Frente a esta panorama es importante que mientras tantos y tantas están abocados a dar respuesta a la crisis, otros protagonistas se den a la tarea de ponerle contenido al cambio que se anuncia, convirtiendo la crisis en un aprendizaje real y no apenas en una declamación. Habrá que repensar seria y estructuralmente acerca del rol del Estado en general –en Argentina, pero también en el mundo–, pero en particular en garantizar la esencialidad de la salud y la educación, por ejemplo, y la provisión de servicios elementales como el agua, la electricidad, el gas, la comunicación, entendidos como derechos ciudadanos.

Para que el cambio llegue, el cambio tiene que ser construido. De lo contrario, la remanida afirmación de que la crisis es una oportunidad, se transformará una vez más en una consigna vacía. El cambio no llegará por inercia; hay que construirlo. Y este, como el cuidado de la salud, es una responsabilidad de todos y una tarea propia de la política que no se puede resignar. Para este fin no puede haber ni pausa, ni cuarentena.

Washington Uranga

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