Argentina – El Frente de Todos, ya cerca de tener que definirse
Es probable que no haya una palabra mejor que incertidumbre para definir el escenario dejado por las urnas. Aunque parezca un contrasentido por el tenor de ese término, significa un avance contra el clima previo que regía en el propio Frente de Todos.
Si el oficialismo no hubiese empardado en territorio bonaerense, gracias a su recuperación en el conurbano, lo siguiente también parecerá contrafáctico pero es complicado refutarlo.
Ahora estaríamos hablando casi seguramente de otro terremoto gubernamental y de gabinete, de corrida cambiaria, de un Presidente en las diez de últimas cuando le quedan dos años de gestión, de un gobernador de “la Provincia” con el mismo panorama, de Cristina pasada a cuarteles de invierno y de cuanta negrura total quisiera imaginarse.
La figura del marciano que aterriza sin saber nada suele ser infalible.
Para el caso, el marciano llega y ve a la inmensa mayoría del país pintada de derecha con sus colores amarillos y ucerreístas (el alienígena difícilmente encontraría diferencias entre unos y otros).
Más: que esa mayoría involucra a las provincias del núcleo duro productivo, que genera las divisas imprescindibles para sostener la economía aun si no existiese el patíbulo del Fondo Monetario.
Y no es que el peronismo perdió allí así nomás: volvió a perder por paliza (Córdoba, Mendoza, Entre Ríos, apenas algo menos Santa Fe).
Y perdió en la Patagonia, Santa Cruz incluida, con la excepción de Tierra del Fuego y no del provincialismo partidario de Río Negro Y Neuquén.
Y raspó del fondo de la olla para llegar con la lengua afuera en el dominio tucumano del jefe de Gabinete. Y en la Salta encabezada por un massista. Y en la San Juan de un gobernador Uñac que, en los días inmediatamente anteriores a la elección, fue presentado con olor a presidenciable.
Y perdió en San Luis, para no hablar de la derrota tremebunda en Corrientes que, en el NEA, gracias si pudo ser “disimulada” por el repunte de Capitanich en Chaco y bien que no por la caída en Misiones. Y en el NOA sobresalió un Jujuy donde el bipartidismo de patrones de estancia se llevó una victoria asimismo impactante, aun con la cuña que metió el FIT-U.
Más: que las identidades neofascistas, no representadas explícitamente como tales sino cual exaltados rebeldes “antisistema”, sacaron un millón de votos con un tercer lugar espeluznante, repulsivo, nada menos que donde atiende Dios.
Más: la buena elección del trotskismo, también subrayable en algunos distritos del conurbano bonaerense y consolidado como tercera fuerza electoral, a nivel país, aunque estuviera claro que es mucho más un voto de la bronca que de lo ideológico. Y que es virtualmente imposible trazar algún horizonte de acuerdos, siquiera coyunturales, entre esa pujanza contestataria y, digamos, un oficialismo de centroizquierda.
Más: que, entonces y en números concretos, objetivables, zonificados, el peronismo gobernante quedó prácticamente circunscripto a una alta penetración en el Gran Buenos Aires.
El marciano, por ende, se preguntaría qué está celebrando o sosegando el ánimo del oficialismo.
En el tono absorto de la pregunta queda servida la contestación.
Pero los marcianos no existen.
Y la política no es aritmética.
Resulta que algo pasó como para entender que los ganadores terminaran con cara de traste, hasta el punto de pelearse entre ellos, en la misma noche del domingo, en el búnker cambiemita (Bullrich contra Larreta a los gritos entre bastidores; Heidi entusiasmando a nadie; Macri con semblante de qué hago acá si, ya que estamos, me quisiera ir a festejar con Milei; etcéteras confluyentes).
Resulta que algo pasó para entender que los derrotados se mostraran ganadores o satisfechos, con el agregado de una convocatoria a la Plaza que ciertos deprimidos necesitaron ver como un festejo y no como la necesidad de que el Frente volviese a juntarse superando bajones.
No se festejó nada. Simplemente hubo la fuerza inercial de haber esperado una goleada humillante y acabar en dura derrota “digna”.
Si la derecha vencedora debió salir a remarcar que ganó y el oficialismo tuvo de dónde agarrarse para contestarle, queda representado aquello de que el terreno sigue en disputa.
Y que son (casi) nimiedades si La Cámpora llegó tarde a la Plaza, adrede, porque no le cierran ni el Evita, ni Alberto, ni los gordos de la CGT. Si el Presidente no enamora. Si Cristina especula, porque no sabría exactamente cómo seguir. Si es de infantilismo o de optimismo comprensible dibujar(se) los números para sentirse ganadores.
Pero todo eso es de circunstancia.
A “la gente” no le interesa en lo más mínimo ese trazado de laboratorio de “los políticos”.
Lo que quiere saber es cómo sigue y ahí, valga la perogrullada, viene el problema central.
¿Sigue con un acuerdo entre el Gobierno y parte de la oposición, necesitados mutuamente de un país no incendiado porque con las llamas no podría lidiar ninguno de los dos?
¿Sigue rompiendo con el Fondo porque no habría forma de que el organismo reduzca sus exigencias de ajuste?
¿Sigue con el Gobierno y Cristina adentro, por supuesto, asumiendo y explicando que algún ajuste debe haber, y que además de tocar algunos intereses profundos habrá reajustes tarifarios, y serrucho en la obra pública, y déficit fiscal reducido en forma progresiva para que el muerto de pagar la deuda macrista le caiga al próximo gobierno de no se sabe quién?
¿Sigue sin expectativas mayores o módicas para un país con 50 por ciento de inflación, y de pobres, e indigencia en uno de cada diez; con idea nula de para dónde se va; con evidencia de que la economía se recupera, pero –como dijo el Presidente en su mensaje grabado del domingo a la noche– sabiendo que la horca del FMI impide que esa recuperación pueda asentarse?
Lo que se ve, apartando ánimos y lecturas de Gobierno y oposición, es que ninguno tiene respuestas seguras. O al menos convincentes.
Hay algunas reacciones a cuyo encuentro el oficialismo debería propender ya mismo.
La cifra varias veces millonaria de votos que el FdT perdió respecto de hace apenas dos años, ¿sólo está constituida prioritariamente por la tilinguería capaz de apoyar a sus verdugos; por oligarquía agropecuaria; por jóvenes ya sin ningún entusiasmo acerca de nada; por feudos provinciales más obscenos o más elegantes; por una masa de comandados desde los medios?
Vaya la mención que Alfredo Serrano Mancilla hizo en este diario, este viernes, sobre George Lakoff, lingüista estadounidense.
No siempre una persona es de una ideología en todo. Hay más contradicción de lo que suponemos.
¿Con qué medidas y con qué discurso –ambos a la vez– saldrá el Gobierno a reconquistar a una parte, aunque sea, de los millones de argentinos que lo rechazaron y que no son el enemigo, sino una expresión de desencanto que ya ha demostrado saber ir y volver?
Hay, sí, respuestas segmentadas, frente a hechos puntuales, que son demostrativas de las distancias entre unos y otros. Y que deberían no permitir dudas sobre con quiénes quedarse.
Por trágico ejemplo: la prédica de meter bala y hacer gruyere, alentada sin cesar por la oposición y sus medios, encontró el horror del fusilamiento policial de Lucas González. Llegó al límite de ser “comprendido” por comunicadores repugnantes que ya no tienen pudor de naturaleza alguna.
Sin embargo y si es por lo más reciente, así como la justificada indignación cuando el asesinato de Roberto Sabo en Ramos Mejía y como si fueran episodios que pudieran compararse, se trata de rabias, de iras, que ya forman parte de una habitualidad espantosa.
¿También deberá ser habitual, in eternum, que el ajuste económico caiga invariablemente sobre los que menos tienen?
Repetido demasiadas veces en este espacio y, sin ir más lejos, la semana pasada y sin necesidad de aguardar el resultado de las urnas: Alberto, Cristina, el Frente, tienen la palabra y los hechos. De los demás, y acerca de las dos cosas, ya se conoce o sabe todo.
Cuando hay a mano referencias históricas capaces de sintetizar un estado de situación, con cita textual o parafraseándolas, es mejor pecar de reiterativo que por pretensiones de originalidad.
La inteligencia no daría para el optimismo.
Pero la voluntad puede oponérsele con alguna perspectiva de éxito.
Eduardo Aliverti
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