Argentina – Todo el Frente debe hacerse cargo

El discurso presidencial, nada menos que frente a ambas cámaras del Congreso, semeja haber ocurrido en otro tiempo y lugar. O hace años. Nada novedoso, en el país donde el vértigo se lleva puesto un hecho tras otro en cuestión de horas o minutos.

Cuando el mundo mediático y de las redes todavía estaba acomodándose para analizar, insultar, elogiar o desmerecer la extensa alocución del Presidente, el tema desapareció porque unos 20 millones de habitantes se quedaron sin luz.

Poco después, el impacto y las sospechosísimas causas del apagón se extinguieron porque las reemplazó la balacera contra el supermercado del suegro de Lionel Messi.

Ayudada por algunas declaraciones oficiales no muy felices que digamos, aunque recortadas, una pléyade incontable de especialistas a la bartola en materias portuarias, de narcotráfico, de diferencias entre dealers de menudeo y droga a gran escala, de advertir que el mensaje o amenaza contra la familia de Messi tiene los colores de Rosario Central, y de si no será que le facturaron a Messi la foto con Macri, liquidó el apagón. A otra cosa.

Y poco antes, a comienzos de semana, casi la única temática expectante era el anuncio inminente de una revisión de las pautas acordadas con el Fondo Monetario. Eso también desapareció de la agenda publicada, hasta que reaparezca en las próximas horas o días para volver a desaparecer ni bien se produzca otra circunstancia de espectacularización. Y así sucesivamente.

En algún momento, debiera ocurrir que, de mínima, alguna trama se profundice sin quedar sujeta a los arrebatos de medios y periodistas “indignados”.

No sucederá, por supuesto. Pero no por eso cabe resignar la aspiración.

Ante episodios como el del apagón, jamás se termina de establecer responsables y cuánto hay de factores dolosos o culposos. La quema de pasturas; los dueños de esos campos; la impericia o complicidad de los jueces; la (in)acción de los Estados (nacional y/o provinciales), son debate y denuncia espasmódicos.

Lo mismo vale para la problemática de una ciudad como Rosario, y de la ramificación operativa de sus bandas criminales. No hay ningún señalamiento que asiente el tema con características permanentes. O, peor, rige un mero intento de aprovechamiento electoral.

El diputado provincial Carlos del Frade, quien supo ejercer un periodismo de excelencia, con enorme valentía y honestidad intachable, es reconocido además como uno de los mejores investigadores en la temática del narcotráfico y de las mafias santafesinas.

Del Frade alude a las “narcozonceras”, conducentes a que tanto chichipío mente ¿la ausencia del Estado? cuando, en estricto rigor, el Estado es parte constitutiva y esencial del escenario. La Policía, el Poder Judicial, los funcionarios, una sección considerable de la “clase” política de la provincia del caso (que no es la única), integran el problema y nunca la solución. Que disculpen las excepciones.

Las autoridades nacionales tienen lo suyo -y vaya si lo tienen- en demostración de impotencia. Pero tampoco debería poder creerse la asquerosidad especulativa de la oposición. Estuvo muy acertado Agustín Rossi cuando recordó que Patricia Bullrich, quien estuvo años al frente de Seguridad, “no puso un puto radar” en las fronteras para combatir al narcotráfico. Y habla como si nada.

Dicho esto, y si es por razones de fondo en cuestiones que podrían trazar perspectivas, vale retomar las palabras del jefe de Estado.

Al fin y al cabo, cualquiera sea el modo en que se lo juzgue, representa al Gobierno y a su imagen. Y lo que podría esperarse de él y del Frente de Todos, hasta que las elecciones determinen si se sostendrá esta experiencia de anclaje en el peronismo. O si será reemplazada por el retorno cambiemita.

Como apuntó Mario Wainfeld en su artículo del jueves, en Página12, lo inicialmente conceptual del discurso radicó en su sonora primera persona del singular.

El Presidente repitió “fue con mi moderación”, al referirse a logros y gestos de autonomía nacional.

Esa insistencia tuvo como destinatarios a sus fieles, “pero, especialmente, a quienes lo controvierten: críticos de izquierda, progres desencantados y, sobre todo, compañeros peronistas que no reprochan ‘moderación’ sino tibieza, irresolución, amague y recule, mal uso o abandono de la lapicera”.

La segunda parte fue, como también resalta el colega, el típico balance de gestión que suele tropezar con un escollo similar en diferentes gobiernos.

A cada área se le pide un resumen de su año y el material, que debería ser sintético o convertirse en eso a través de alguna pluma profesional, se transforma no en un “mosaico coherente”, sino en un castigo que “transgrede cualquier métrica de duración”.

Pero, al cabo de eso y mientras Cristina relojeaba la extensión del discurso luego de no haber entregado ni un solo gesto de empatía, el Presidente le puso rock y produjo uno de los mejores tramos que se recuerden en toda Asamblea Legislativa.

Alberto Fernández no es ducho en salirse del papel. No tiene lo que se denomina “ojo de cámara”, ni parece interesarle lo que significa esa técnica de seducción. No levanta la vista. No refuerza verbos ni adjetivos. Y, en consecuencia, no hace sentir a sus interlocutores presentes o distantes que les habla a todos, pero también a cada uno.

Sin embargo, esa deficiencia de continente no hace mella en la brillantez del contenido.

Tanto respecto de cómo opera el matrimonio entre sectores clave del Poder Judicial y sus cómplices del poder a secas con medios de comunicación incluidos, como acerca de la escandalosa condena contra Cristina y la ausencia de todo avance en la investigación del intento de asesinarla, el discurso del Presidente fue impecable y llevó a que hasta sus cuestionadores internos más “cristinistas”, o más insistentes, lo celebraran o hicieran mutis por el foro.

Es que, formalmente, resulta complicado hallar reproches estructurales contra el discurso presidencial.

Uno podría ser que éste es el Alberto que debió haberse mostrado bastante antes. Y no cuando sus perspectivas de mantenerse en el cargo son limitadas, o directamente inexistentes.

Otro reparo consiste en que el entramado judicial, y en específico la situación de Cristina, le importa a una franja adicta, ultra-politizada y muy minoritaria de la población. Y que, en ese sentido, faltaron muchas y más contundentes enunciaciones sobre la clara derrota de las grandes mayorías frente al proceso inflacionario.

En números concretos, el Presidente aludió casi cien veces a “crecimiento” y “empleo”. Y en apenas una decena de pasajes citó a la “inflación”.

El discurso no tuvo miga popular, entonces. No porque el mandatario no haya hecho un diagnóstico correcto de la herencia recibida y de los dramas agregados, sino en función de que la escalada de los precios lo exhibió antes como comentarista que en rol de ejecutor.

Sin embargo, no es una imputación que sólo le correspondería a Alberto Fernández.

¿O acaso el resto del Frente de Todos demostró, en los papeles y no en el relato, tácticas y estrategia superadoras (como cabe insistir: siempre que hablemos de política y efectividades conducentes, y no de poesía o literatura)?

¿O acaso no es la propia Cristina quien respaldó la designación de Sergio Massa como única y última tabla salvadora, y quien continúa solventando que la gestión del ministro otorgue aire para llegar con chances a las elecciones?

No se ve manera de que el peronismo disponga de tal oportunidad positiva, con los candidatos que fueren, si conjuntamente no se hace cargo de lo bueno y lo malo que deja éste, su Gobierno.

Y asimismo, no se ve la forma en que pueda ganar si, en lo que le resta de mandato, no asume que debe exponer siquiera una actitud de enfrentamiento efectivo contra las mafias que denuncia.

Eduardo Aliverti

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