Argentina – Una realidad más compleja que el odio

Obviamente, se escribe esta columna bajo el impacto de una sorpresa que, al margen del resultado del balotaje, ya es gratificante: una parte significativa de la sociedad argentina resolvió dar pelea contra el descenso al abismo.

Contra todos los pronósticos, el triunfo de Unión por la Patria en cabeza de Sergio Massa y Axel Kicillof representa una esperanza que va más allá de la calculadora sobre esa segunda vuelta. El velorio indisimulable que había anoche en los medios de la oposición, hasta el punto de volver sobre el argumento repugnante de la gente llevada como ganado por los aparatos peronistas, advierte que empieza otro partido. Y que no lo tienen ganado.

La inmensa mayoría de los análisis circulantes en estas horas hablan de la victoria del miedo sobre la bronca. Puede ser, pero, en todo caso, ese sería uno de los componentes. Debería contemplarse, también, que lo percibido sobre la situación económica no es tan catastrófico. Y que la figura de Massa, o más genéricamente del oficialismo, es mucho más confiable que lo que se esperaba para ser quien conduzca los destinos de corto y mediano plazo.

Ese ingrediente del voto es relativizado.

Por ahora, todo consiste en que Milei y los suyos se zarparon desde las Primarias y, en particular, en los últimos días. Que fue demasiado el cúmulo de barbaridades en que incurrieron, capaces de asustar al más pintado. Lanzarse de frente contra el Papa, las indescriptibles declaraciones de Lilia Lemoine, hablar de que la Educación Sexual Integral debe ser financiada por los padres para luego refregarle las partes por la cara a los hijos, etcétera. O bien, no haber trasladado ninguna confianza en torno a cómo instrumentar dolarización y desaparición del Banco Central.

Los cambiemitas se esforzaron con las jugadas de encaramar a Carlos Melconian y presentar a Horacio Rodríguez Larreta como jefe de Gabinete. Pero fue inútil con una candidata desvencijada, lejana a una imagen presidenciable y con nada menos que el dueño, Mauricio Macri, apostando por el rival liberfacho.

Todo eso es o sería veraz, al igual que el discurso de Milei cuando acepta la derrota llamando al apoyo de la casta. Pidió por sumar el voto de Bullrich. Reivindicó a Rogelio Frigerio agarrándose de lo poco que tenía para mostrar como factor de alianza, junto con Jorge Macri. Leyó derrotado. Penoso.

También son horas de una oposición que llora sobre la leche derramada, sobre todo en el ¿ex? Juntos por el Cambio. Aquello de que tenían un penal sin arquero, entre Larreta y Bullrich, y la tiraron afuera. La subestimación del potencial de quienes manejan “el aparato”. La confianza desmedida en el rechazo a un kirchnerismo que, como relato, no venia gobernando hace tiempo.

El propio Massa se los dejó claro: el que viene será “mi” gobierno, no éste.

Sin embargo, insistieron con su letanía y anoche se reiteró en sus discursos. Milei y Bullrich mentaron al Gobierno como una “organización criminal” y como “lo peor de la historia argentina”, entre otras delicias.

Y en otras palabras (y es entendible, porque deben asegurar su núcleo duro), persistirán con lo que mostró sus límites. Es en ese sentido que la democracia del derecho al odio tuvo, por lo menos, un parate. Un freno, se verá si electoralmente momentáneo.

Contra eso, Massa desplegó una retórica de Presidente, federal, inclusiva, puntillosa. Pero, se insiste, suena incompleto que sólo eso haya sido el elemento aglutinador, excepto la frivolidad de remitir al “plan platita”.

Pasa algo más como para que UxP haya producido esta sorpresa. Y es decisivo, para eso, el desempeño de Kicillof. Es tan alta su labor que superó el escándalo de Martín Insaurralde, la chocolatería y cuantas adversidades se quieran.

Como bien escribe Martín Granovsky, la provincia de Buenos Aires fue la barrera contra Milei y sacudió al país entero. El triunfo del gobernador es impresionante, aunque quepa la excusa de que la derecha cometió el pecado de ir dividida entre “libertarios” y cambiemitas.

Es válido señalar eso. Pero las cosas no se miden así, sino por lo efectivamente concretado. Si esa derecha no pudo unificarse, simboliza su impericia para ser opción viable. Si vamos a empezar con las sumas de lo que pudo haber sido, se pierde la noción de lo que es.

Kicillof marcó que no sólo su honestidad explica la victoria. Ése es el piso, que se reveló a resguardo de affaires capaces de derrumbar a cualquier otro. Claramente, tiene una probidad de gestión que frívolos y resentidos no pueden, no quieren o saben comprender.

El nuevo partido que ya empezó está plagado de incógnitas, con excepción de una seguridad: Massa, según avisó con todas las letras, no tendrá reparo alguno en su convocatoria a la unidad nacional.

La calculadora que ya están sacado todos da para especular con números muy parejos, en los que cuentan cada voto del cordobesismo, de la izquierda radicalizada, de los ausentes, del blanco, de los dudosos frente a un escenario inédito. Pero UxP (re) arranca con lo anunciado, que es llamar a esa unidad desde un candidato al que, en ese aspecto, no puede reprochársele nada.

Enfrente, en cambio, deberán arreglárselas para unificar a partir del resentimiento, la ira, la ficción de juntarse con “la casta” o de insistir con que sólo importa mantenerse en sus trece tilingos y gorilas.

Cuidado: pueden lograrlo. Es momento de sorpresa que entusiasma, pero no de euforia desmedida. Se comprende el goce con lo que no se esperaba, pero nunca se justificaría descansar en un efluvio que podría ser transitorio.

Sí se verificó la vigencia de que ganar en las vísperas es una ilusión, o un probable fracaso del autentico aparato. El mediático, el de la prepotencia de las redes, el de que no importa qué se diga mientras se hable.

Hablaron todo lo que tenían que hablar, presagiaron que lo de Insaurralde era el fin, esparcieron cuanta maniobra podía inventarse, decretaron que se van y nunca volverán.

Debiera ser increíble que no entiendan aquello de que todo sigue en movimiento.

Son muy ignorantes. Tanto como para dibujarse una realidad mucho más compleja que lo que les permite su odio.

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