Assange, entre la gratitud y la traición

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Julian Assange fue arrestado en Inglaterra el jueves 11 de abril y se teme que puede ser extraditado a Estados Unidos para afrontar cargos por acciones suyas durante el gobierno de Obama.

Según un editorial del Washington Post en 2011, tal condena “causaría también daños colaterales a las libertades de los medios de comunicación estadounidenses por lo que Washington no debe intentarlo con Julian Assange”.

El editorial del Post de hace años sigue siendo relevante, dado que Assange sería juzgado por un “delito” de hace casi una década. Lo que ha cambiado desde entonces es la percepción pública sobre Assange y, en suprema ironía, la de Donald Trump, quien en un momento de su demagogia se había proclamado fanático amante twitter de WikiLeaks, ha quedado ahora como máximo beneficiario del apoyo público por iniciar un proceso que el gobierno de Barack Obama dudó en impulsar cuando él era Presidente.

La acusación actual es la extensión de un esfuerzo de años, anterior a Trump, por construir un argumento legal contra quienes liberan secretos embarazosos para el gobierno.

Pero gran parte de la ciudadanía estadounidense ve ahora al arrestado fundador de WikiLeaks a través del lente de las elecciones de 2016, luego de haber sido denunciado como un aliado ruso a favor de la elección de Trump.

El Fiscal General de Barack Obama, Eric Holder, dijo que ya en 2010 el fundador de WikiLeaks fue el centro de una “activa y continua investigación criminal”. En aquellos momentos Assange había ganado, o próximo a ganar, varios premios de periodismo por publicar información clasificada vergonzosa sobre muchos gobiernos, incluyendo el video “Collateral Murder” entregado por Chelsea Manning que mostraba un ataque con helicóptero en Irak que causó la muerte de dos reporteros ingleses.

Se conoce que en la acusación se dice que “es parte de la conspiración que Assange y Manning tomaron medidas para ocultar a Manning como la fuente de la revelación”, en tanto que la defensa argumentará que los reporteros tienen relaciones extremadamente complicadas con las fuentes, especialmente con denunciantes como Manning, que a menudo se encuentran bajo un estrés extremo y son emocionalmente vulnerables.

La acusación presentada ahora contra Assange es apenas un tecnicismo: una acusación por un intento (aparentemente fallido) de ayudar a Chelsea Manning a descifrar una contraseña del gobierno. El abogado de Assange, Barry Pollock, dijo que las acusaciones “se reducen a alentar a una fuente a que le proporcione información y a tomar medidas para proteger la identidad de esa fuente”.

La Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU) declaró que: “Cualquier enjuiciamiento por parte de Estados Unidos de Assange por las operaciones de publicación de WikiLeaks carecería de precedentes, sería inconstitucional, y abriría la puerta a investigaciones criminales de otras organizaciones de noticias”.

El caso de Assange, y los muy serios problemas que plantea, se verán afectados por cosas que ocurrieron mucho después de los supuestos delitos como el papel de Assange en la elección de 2016.

No sólo este caso no tuvo nada que ver con Russiagate, sino que en uno de los detalles no reportados más extraños de la investigación del Asesor Especial Robert Mueller, nunca entrevistó ni intentó entrevistar a Assange. De hecho, parece que ninguna de las 2.800 citaciones, 500 entrevistas a testigos y 500 órdenes de allanamiento en la investigación Mueller apuntaban a Assange o a WikiLeaks.

En cuanto al caso de Assange, la cobertura por parte de un cuerpo de prensa nacional que lo acogió en el momento de estos delitos – y que repitió ampliamente sus filtraciones – probablemente se centrará en el tema de la piratería informática, como si no se tratara realmente de reducir el periodismo legítimo.

“La debilidad de la acusación de EEUU contra Assange es chocante”, dijo Edward Snowden en Twitter. “La acusación de que intentó ayudar a descifrar una contraseña durante su mundialmente famoso reportaje ha sido pública durante casi una década: es el conde que el Departamento de Justicia de Obama se negó a acusar, diciendo que ponía en peligro el periodismo”.

En realidad, sería difícil encontrar un ejemplo más extremo de cuán profundo es el consenso bipartidista para ampliar la vigilancia de las filtraciones.

Ambas cosas sucedieron, sin embargo, y deberíamos dejar de sorprendernos por ellas, incluso cuando Donald Trump da el último paso de este viaje comenzado por Barack Obama.

Manuel E. Yepe

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